Durán Lleida no tardó mucho en confirmar ayer lo avanzado pocas horas antes en estos Apuntes: que si CiU selló con Zapatero el pasado fin de semana un pacto bilateral sobre el Estatut en condiciones bastante favorables para el presidente del Gobierno es, en no poca medida, porque quiere convencerle de que le iría mejor gobernando con ellos, tanto en Barcelona como en Madrid, que haciéndolo con ERC.
Tampoco hacía falta ser adivino para verlo venir.
Los dirigentes de CiU han estado jugando durante estos últimos meses a nacionalistas puros y duros, criticando a ERC por haberse aliado «con un partido español», lo que suponía —decían— «hipotecar los intereses de Cataluña». A quienes hemos seguido la larga trayectoria de chalaneos constantes del pujolismo con los gobiernos de Madrid, fueran del PSOE o del PP, ese subidón de intransigencia nacionalista nos hacía más gracia que otra cosa. Ahora muestran su otra cara, la de siempre: ellos ocupan «la centralidad», igual que el PSOE –dice Durán—, de modo que deberían trabajar en familia, como buenos primos hermanos. Incluso especulan con la posibilidad de entrar en el Gobierno de Zapatero.
¿Se lo creen? No mucho. Les conviene dar esa imagen, para que se vea que pueden estar a las duras y a las maduras. Que no renuncian a ninguna hipótesis de trabajo. Es la ventaja que tienen los que carecen de principios: el campo de posibilidades se les amplía hasta el infinito.
Los portavoces de Zapatero responden que el pacto del fin de semana no debe entenderse como el avance de ninguna política de alianzas nueva, ni en Madrid ni en Cataluña.
Ellos también juegan con dos barajas. Coquetean con CiU para que ERC vea que no es imprescindible y se dé cuenta de que, si se empeña en pedir demasiado, puede quedarse fuera de juego. Pero no tienen intención de quebrar el tripartito, que les viene bien para ofrecer una imagen de izquierda —Maragall no tendría fácil vender a los suyos una alianza con CiU—, para embridar a IU en el Parlamento de Madrid y para dar juego a Patxi López en Euskadi, entre otras operaciones multiusos.
ERC está en las mismas, a su modo. No puede dar por bueno, sin más, el pacto PSOE-CiU, porque sería tanto como decir que ha estado durante meses dando la vara para nada y porque no puede permitir que Mas ejerza en exclusiva la representación del nacionalismo catalán ante el Estado. Pero no veo cómo podría llevar su rechazo del acuerdo hasta el final sin torpedear el tripartito. Carod se ve en la obligación de jugar, él también, con dos barajas. Y con una de ellas apostar fuerte, para conseguir que el nuevo Estatut lleve su impronta al menos en algunos puntos de importancia, y con la otra jugar a la baja, porque le interesa muy mucho conservar las parcelas de poder que ERC ha obtenido gracias a su presencia en el tripartito.
El único que no juega con dos barajas, porque ni siquiera juega a este juego, es el PP. A Piqué se le ocurrió coger cartas, para ver si había modo de meter baza, y en cosa de nada salió Acebes desautorizándolo y diciéndole que ni se le ocurra. Su juego es otro.