Vuelvo a mi admirado Pierre Desproges y a sus divertidas boutades. «El enemigo no está bien de la cabeza –escribió–. Se cree que el enemigo somos nosotros, cuando es evidente que el enemigo es él».
A mi modo –o sea, con menos ingenio–, hacía yo una broma similar allá por los años 70, cuando los sedicentes marxistas nos liábamos en larguísimas polémicas sobre quiénes mantenían con más tino el legado teórico de Karl Marx y quiénes lo traicionaban. Decía yo: «No sé por qué se discute tanto sobre qué marxismo es el verdadero y qué marxismos son falsos. Me parece obvio que el verdadero marxismo es el mío».
Algo parecido viene pasando
desde hace años en la política española (y en el periodismo, en tanto que rama
de la política) con relación a los jueces que alcanzan mayor notoriedad, por
una u otra razón. Cada bando considera que los magistrados que le benefician
son estupendos, auténticos dechados de perfección, en tanto que aquellos otros
que perjudican sus intereses se dejan guiar por la ambición, por la vanidad o
por algún género de fanatismo político-ideológico, si es que no por todo ello a
la vez. El caso más llamativo de todos es el de Baltasar Garzón, quien, en las
muy diferentes etapas de su deriva profesional, se ha ganado las simpatías y
las antipatías de los enemigos del PSOE, las del PSOE y las del PSOE y el PP
juntos. Está por ver qué le sucederá ahora, cuando vuelva a asentar sus reales
en la Audiencia Nacional.
En el otro extremo habría que situar al pobre Marino Barbero, magistrado sin la menor vocación de juez estrella, que fue tratado cual monigote, insultado y perseguido –hasta le sacaron a relucir el impago de una mensualidad de su modesto crédito hipotecario– porque se tomó en serio la instrucción del caso Filesa, que ponía al desnudo una trama de financiación ilegal del PSOE. Puestos a insultarlo, Rodríguez Ibarra llegó a hacer mofa de él pretendiendo que se había metido a competir «a ver quién mea más lejos».
Cada bando ve así la realidad y actúa en consecuencia, sometiendo a los jueces que le molestan a un asedio implacable, en el que casi nada queda al margen, y haciendo aparatosas campañas de defensa de los magistrados que le ponen bien las cosas.
Cabría deducir –suele hacerse– que todo esto lo único que deja claro es el cerrado sectarismo de la política española, que convierte en ángeles o en demonios a los jueces según les place a los unos o a los otros. Pero no. No es lo único. También demuestra que muchos jueces son atacables porque, tengan mayor o menor conciencia de ello, son igual de sectarios que los políticos que les bailan el agua o los difaman. Mi experiencia, que ya viene de lejos –de muy lejos–, me enseña que casi todos los jueces de alto copete tienen bastantes asuntos poco presentables escondidos bajo la alfombra. Todo es cuestión de sacarlos a relucir. O de mantenerlos ocultos mientras se porten como es debido.
Sea como sea cada caso concreto, la pieza clave de todo el engranaje de la justicia española es el Consejo General del Poder Judicial, órgano político de gobierno del sector, que puede mantener contra viento y marea al más chapucero de los justicieros y cargarse al más escrupuloso de los juristas según le venga en gana. ¿Marlaska? Marlaska no es nadie, y lo será todavía menos dentro de cinco días. Si a Marlaska le hubieran abierto un expediente –así fuera meramente informativo– a la primera irregularidad cometida, en vez de jalearlo, no estaríamos donde estamos. Pero no olvidemos que el CGPJ es emanación directa de la relación de fuerzas políticas existente en el momento de su designación. El actual CGPJ está en manos de jueces que se sitúan abiertamente del lado del PP, que era el partido gobernante la última vez que se decidió su composición. Para hacerse una idea de la clase de CGPJ que hay ahora mismo quizá baste con decir que su propio presidente, Francisco José Hernando Santiago, no ha ocultado nunca la consideración que le merece la obra de Franco.
Ahí está la clave. Es muy probable que hasta la próxima renovación que se produzca en el CGPJ no haya nada que hacer con esto de los jueces. De los jueces estrella y de los estrellados.