Dijo anteanoche el secretario general del Partido Socialista de Euskadi, Patxi López, que considera que la izquierda abertzale –hablaba de Batasuna, pero no se atrevió a pronunciar el nombre tabú– es «un interlocutor necesario» y que tiene intención de reunirse con sus dirigentes para ver cómo superar la situación actual e ir propiciando un «diálogo multipartito». El secretario de organización del PSOE, José Blanco, aceptaba desde Madrid lo dicho por López, aunque sin mostrar mayor entusiasmo, no sólo porque no le conviene mostrarlo, sino también probablemente porque no lo siente. En fin, el propio Rodríguez Zapatero resumía el conjunto afirmando que los encuentros entre los partidos para la creación de un nuevo marco político en Euskadi y de una nueva forma de relación «entre Euskadi y España» –tuvo ese lapsus, que se apresuró a corregir– no tienen por qué esperar a que culmine el diálogo del Gobierno con ETA.
Este conjunto de proclamas da cuenta de una nueva actitud de los socialistas hacia «la cuestión vasca». Una actitud no sólo diferente de la anterior sino, en buena medida, contradictoria con ella.
Una parte de la izquierda radical vasca –no necesariamente nacionalista– asiste a la escenificación de este cambio de política y monta en cólera. «¡O sea, que ahora vienen a reconocer, aunque no lo digan, que teníamos razón, y se quedan tan anchos! ¿Y no piensan decir nada de todo el daño que han hecho yendo durante años de la mano del PP y jaleando a los Garzón y a los Mayor Oreja de turno? ¿No van a admitir que la Ley de Partidos fue un disparate, tanto jurídico como político?». Etc., etc., etc.
La verdad es que yo no siento la más mínima necesidad de pedir cuentas ni al PSE, ni al PSN, ni al PSOE, ni a ningún miembro de la familia socialista, siempre que a partir de ahora contribuyan eficazmente a que se asiente la paz y muestren una clara voluntad de respetar las vías que respalde la mayoría de la sociedad vasca (y cuanto más mayoría, mejor). No aspiro para nada a insuflar en su espíritu ningún deseo de flagelarse por sus muchos pecados y hacerse buenos. Por decirlo claramente: mi consideración de su valía ética no ha mejorado ni un ápice con respecto a la que tenía hace una semana, hace seis meses, hace dos años o hace seis. Los veo, sencillamente, como «interlocutores necesarios» para la consecución de determinados objetivos de primera importancia. Y mientras cumplan esa función, me vale.
Es así de sencillo.