De creer lo que dicen las encuestas, tanto la práctica totalidad de la población vasca como también la gran mayoría de la española, en general, están francamente contentas con lo que ya empiezan a percibir no como un «alto el fuego permanente», sino como un armisticio definitivo de ETA.
Ese sentimiento resulta tan transparente que incluso aquellos que inicialmente quisieron afrontar la nueva etapa apuntándose a la posición que adoptó Mayor Oreja ante la anterior tregua («El único comunicado de ETA que interesa es aquel en el que notifique su disolución», «Esto es probablemente una tregua-trampa de la organización terrorista, que pretende rearmarse», etc.) han tenido que cambiar de discurso, a la vista del poco eco popular que encontraban con el otro. Ahora hacen como que están satisfechos con el rumbo que han tomado los acontecimientos. Qué remedio.
Pero, de creer lo otro que también dicen las encuestas, ese rumbo pone viento en popa a Rodríguez Zapatero, que ha ganado un puñado de puntos en la consideración general. Según los últimos sondeos aparecidos en los medios de comunicación, de celebrarse ahora mismo elecciones generales, el secretario general del PSOE no tendría ningún problema para mantenerse en la Presidencia del Gobierno. Por lo que cuentan los expertos en la cosa demoscópica, ese resultado global se vería reforzado por un incremento sustancial de las posiciones de los socialistas en varias comunidades autónomas, entre ellas, muy notablemente, en la vasca.
Nada de lo cual hace felices a los jefes del PP y a quienes los arropan.
Pero es que hay más.
Si ETA deja de ser un factor que cuente a la hora de fijar las
posiciones políticas, algunas de ellas, que se apoyaban precisamente en la
existencia de la organización armada, se quedarán sin sustento. No será posible
invocar a ETA para justificar el recorte de las libertades públicas. No cabrá
usarla como coartada para respaldar la unidad política de los dos principales
partidos españoles. No valdrá para explicar el hostigamiento judicial contra la
izquierda abertzale. No cabrá exhibirla como obstáculo insalvable para
establecer acuerdos políticos de nuevo cuño. Todos cuantos han venido teniendo
como especialidad tales asuntos van a verse en la obligación de reciclarse.
Y es muy de temer que algunos no van a tener reciclado posible. Es el caso de los servidores de la Audiencia Nacional, a los que asignaron como añadido los delitos monetarios y de narcotráfico sólo para disimular su carácter de herederos del Tribunal de Orden Público franquista. Sin ETA, ¿qué harán los Grande-Marlaska y demás Garzones?
Los intereses políticos esconden muy frecuentemente intereses económicos. No me refiero aquí al interés que pueden tener quienes ocupan cargos públicos en mantenerse en ellos –obvio–, sino también a los intereses de cuantos han visto incrementar notablemente sus emolumentos por la existencia de ETA.
El caso más llamativo es el de las empresas de seguridad, que han estado aportando guardaespaldas a cientos de políticos, empresarios, periodistas y otros amenazados. Si la amenaza cesa, su trabajo también.
No hay que olvidar tampoco los generosos extras percibidos por determinados funcionarios del Estado destinados en Euskadi.
Están también los periodistas e intelectuales vascos etólogos, refugiados en Madrid porque estaban –o se sentían– amenazados y que consiguieron con su traslado acceder a empleos de elevada posición, no siempre muy a la altura de sus virtudes profesionales. Ahora lo mismo se ven en la obligación de resituarse en empleos más conformes con su verdadera capacitación.
Lejos de mí pretender que ninguno de ellos, los unos o los otros, desee que ETA siga actuando para no perder nivel adquisitivo, pero el hecho es que la nueva situación les va a suponer un descalabro económico importante.
En fin: que vistas las cosas en concreto, es bastante la gente a la que
el cese de hostilidades no le viene nada bien. Ni a ellos ni a sus haciendas.
Normal: no se le puede pedir al vendedor de cañones que anhele la paz.