2006/06/24 07:00:00 GMT+2
Se está produciendo en las últimas semanas un interesante debate sobre cómo deben encarar los jueces y tribunales el tan mentado proceso de paz vasco. ¿Han de tenerlo en cuenta para no entorpecerlo, o incluso para favorecerlo? Quienes defienden esa opción argumentan que la justicia no puede impartirse sin considerar el entorno social en el que se produce y sobre el que puede repercutir en uno u otro sentido. Apuntan que, si la ley prevé que los jueces y magistrados evalúen a la hora de tomar determinadas decisiones la concurrencia de factores ambientales tales como la alarma social, no hay razón para que desdeñen la realidad de otros estados de ánimo generalizados, como podría ser el ansia colectiva de paz. Otros consideran, por el contrario, que el poder judicial está para aplicar y hacer cumplir las leyes en vigor, aplicándolas en su literalidad tanto cuanto sea posible, sin dejarse influir por consideraciones políticas cuya pertinencia o impertinencia no le corresponde a él dictaminar. Añaden que, si la representación política de la mayoría ciudadana considera negativos los efectos de unas u otras leyes, no tiene más que reformarlas, que para eso está el poder legislativo.
El titular del Juzgado Central de Instrucción número 5, Fernando Grande Marlaska, no está ni con los unos ni con los otros. Él sigue su propio criterio, que le lleva a tomar resoluciones que –sean cuales sean sus intenciones– interfieren de hecho en los planes de paz defendidos por la mayoría política, cosa que él consigue recurriendo de manera sistemática, de entre todas las interpretaciones posibles de la ley, o de entre todas las actuaciones anteriores de la propia Audiencia Nacional que puedan tomarse como precedentes, las más conflictivas.
Véase la orden que ha dado de detener a dos empresarios navarros que, al parecer, pagaron a ETA una cierta cantidad de dinero que la organización terrorista les exigió en 2001. Tanto la orden de arrestar a personas que no hay ninguna razón para imaginar que quieran eludir la acción de la justicia como la voluntad inicial de imputarles un delito de «allegamiento de fondos a una organización terrorista» pueden estar en sintonía con lo que hizo el juez Garzón en abril de 2004 con varios directivos de la empresa Azkoyen, pero choca con lo decidido en casos semejantes por los jueces Bueren y Andreu, que optaron por no actuar contra los extorsionados que pagaron, considerando que el razonable pánico que les produjo las amenazas de ETA, tantas veces cumplidas, les eximía de responsabilidad criminal, conforme a lo dispuesto en el art. 20 del Código Penal.
Menos grave por sus consecuencias, pero no menos ilustrativo del modus operandi de Grande-Marlaska, es el auto que dictó ayer prohibiendo una conferencia que iba a pronunciar Arnaldo Otegi en Barcelona dentro de un foro organizado por El Periódico. Otegi tenía previsto participar en ese foro en su calidad de miembro prominente de la izquierda abertzale, que no es ninguna organización, ni legal ni ilegal, sino una corriente social. Los organizadores hicieron constar que Otegi en ningún momento sugirió que se le presentara como dirigente de Batasuna. Grande-Marlaska obvió esos argumentos y procedió a prohibir la conferencia, desconsiderando lo argumentado por el fiscal, cuyo informe ni siquiera llegó a leer porque resolvió antes de recibirlo, pese a que estaba en sus manos apenas una hora después de haberlo solicitado. Está claro que a Marlaska se le podrá acusar de muchas cosas, pero no, desde luego, de excederse en sus afanes garantistas.
Se ve que el hombre tiene sus fijaciones. Lo cual carecería de especial trascendencia si no fuera porque el Estado ha puesto en sus manos un poder enorme. Un poder que no es genuinamente político, pero que puede tener más peso político –que está teniendo más peso político– que la mayoría de las actuaciones de los políticos no togados.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: El proceso de Marlaska.
Escrito por: ortiz.2006/06/24 07:00:00 GMT+2
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2006/06/23 09:45:00 GMT+2
Un lector muy
enfadado conmigo – supongo que ya os figuraréis que no me faltan los
lectores enfadados, escribiendo lo que escribo y publicándolo en El Mundo–
me manda un correo electrónico en el que me reprocha no haberme pronunciado
sobre el último comunicado de ETA. Da por hecho que no tengo tiempo de referirme a asuntos como ése, obsesionado como estoy por lograr el objetivo central de
mi existencia, que es –cree él– la desaparición del PP.
No acostumbro a
responder a ese tipo de mensajes. Para empezar porque suelen ser anónimos (los
blogs permiten enviar correos electrónicos sin remite), en segundo lugar porque
no tengo tiempo de atender la abundante mensajería que recibo a diario y, en
fin, porque no veo que tenga ningún sentido polemizar con quien me pone a caldo
por puro desahogo, sin aportar argumentos dignos de mención.
Según leí el
correo al que me he referido, pensé: «Qué tontería. ¿De dónde se habrá sacado
éste que deseo la destrucción del PP? Si hay una corriente social a la que ese
partido representa, su presencia en la vida política no sólo está justificada;
es necesaria». Hay gente que, quizá porque ella funciona así, se cree que los
demás deseamos el exterminio de todo lo que nos disgusta. Y claro que no: qué
mundo más aburrido resultaría de ello.
Estaba esta
mañana dando de comer a los gatos –aquí, en mi retiro mediterráneo, tengo un
buen puñado de gatos sin hogar que me rondan cuando vengo, a ver qué les pongo–
y rumiando mis cosas, disfrutando de paso del fresco matinal del que amenaza
con ser uno de los días más calurosos del año (*), cuando me he dado cuenta de
que la respuesta que he consignado más arriba en relación a la existencia del
PP tiene más trastienda de lo que parece.
Vamos a ver: ¿es
el PP expresión de «una corriente social», como he escrito, o de varias? Quiero
decir: la opción cerradamente derechista, filofascista, nacional-católica,
intolerante y ultracentralista que viene haciendo suya de manera homogénea en
lo que va de siglo la derecha española –hablo de la derecha confesa, no de la
derecha vergonzante que ha encontrado cobijo en el PSOE, ni de la derecha que
se expresa a través de algunos nacionalismos periféricos–, ¿representa
adecuadamente el sentir del conjunto de la derecha española? ¿No hay más
derecha española que ésa? La derecha a la que echa para atrás el derechismo a
la Acebes, por así decirlo, ¿es meramente marginal, anecdótica?
Durante la
última parte de sus tiempos de oposición a Felipe González y durante su primer
tramo como partido gobernante, el PP se presentó como un partido de eso que
llaman «centro», es decir: relativamente moderado tanto en el plano
socio-económico como en materia «de fe y de costumbres» y dispuesto además a
tener buenas relaciones con los partidos de orden de Cataluña y Euskadi.
Esa línea –en lo esencial forzada por las exigencias de la matemática
parlamentaria, ya lo sé– fue acogida con disgusto por una parte de la derecha,
que veía esos postulados como concesiones a la blandenguería, pero con obvia
satisfacción por otra, a la que se le notó que el distanciamiento de la
herencia franquista la aliviaba no poco. ¿Ha desaparecido esa derecha civilizada
o está en mero letargo, como las notas del arpa y el Lázaro de Bécquer, a
la espera de la mano de nieve que sepa arrancarlas y de la voz que le diga
«Levántate y anda»?
Un conocido mío,
buen conocedor de la derecha española, me lo viene diciendo desde hace ya
algunos años: «El PP no es un partido homogéneo. Hay sectores importantes entre
sus votantes que se avergüenzan de la deriva ultra que han forzado el
fanático Acebes y el oportunista Zaplana, y a la que Rajoy, que es un político
sin carácter, se ha plegado. Si sigue así, bajo la tutela de un Aznar que ha
vuelto a las viejas esencias, el PP está abocado a la escisión.» No digo yo que
no, pero planteo dos objeciones. La primera: para que se produzca una escisión,
tiene que haber líderes que la encabecen, y yo no veo a esos líderes centristas
por ningún lado. La segunda: si el PP se escinde, sus posibilidades de
victoria electoral se reducen drásticamente. Por muy centristas que sean
los centristas del PP, no creo que haya demasiados que estén dispuestos
a morir con todos los filisteos. O a matar a la gallina de los huevos de oro,
que queda menos bíblico pero encaja mejor con las ambiciones que suelen primar
en estos casos.
Me parece
significativo que Manuel Pimentel haya optado por dedicarse a la literatura y a
la representación de vinos con denominación de origen. Se ve que no le ve
demasiado porvenir político a eso de la derecha civilizada.
_______________
(*) Ya avisé de
que durante el verano habría días en los que el Apunte del Natural correspondiente
llegaría más tarde a la Red. Aunque aún no he comenzado las vacaciones
propiamente dichas, he tenido que acercarme al Mediterráneo por cuestiones de
infraestructura y he aprovechado para montarme un avance de lo que vendrá en
julio. O sea, que me acosté pronto y me he levantado tarde.
Escrito por: ortiz.2006/06/23 09:45:00 GMT+2
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2006/06/22 05:00:00 GMT+2
Yo sigo con mis
problemas de lógica.
Me planteo, por
ejemplo, qué significado hay que dar a las palabras del ministro del Interior,
Alfredo Pérez Rubalcaba, quien ha asegurado que las últimas detenciones –las
referidas a la presunta red de cobro del mal llamado «impuesto
revolucionario»– no tienen por qué alterar la voluntad de Rodríguez Zapatero de
iniciar un diálogo con ETA encaminado a fijar las condiciones necesarias para
su autodisolución. Dado que el presidente del Gobierno español afirmó que no
abriría conversaciones con ETA hasta tener la certeza de que la organización
armada ha suspendido realmente todas sus actividades, incluida la extorsión, el
anuncio de que va a proponerlas en breve sólo puede querer decir que el grupo
de personas detenidas por Grande Marlaska no se dedicaba en este momento al
cobro del «impuesto revolucionario».
¿Lo hizo en
tiempos? He oído diversas versiones sobre eso. Las hay que sostienen que sí,
aunque no necesariamente todos ellos y no necesariamente del lado de los
chantajistas: alguno pudo actuar en funciones de intermediación, a petición de
la parte violentada. Pero eso, a los efectos, da igual, porque lo que importa
es que, de tratarse de una red –cosa que yo no doy por segura, ni mucho
menos–, constituiría, según se deduce de las palabras de Rubalcaba, una red inactiva.
De lo que se desprendería que el juez ha actuado ahora, precisamente ahora, sin
ninguna razón procesal concreta. Lo mismo podría haberlo hecho hace un mes que
dejarlo para dentro de otros dos, o seis. Lo único que hay de nuevo en el
panorama es la proximidad del anuncio de Zapatero sobre el inicio del diálogo,
y no cabe ninguna duda de que la intervención del juez ha contribuido a
dificultar ese anuncio. Ya, para empezar, ha aconsejado retrasarlo. (Lo que, de
paso, pone en solfa la pretensión del ministro del Interior, que se dijo
informado puntualmente de lo que tramaba Marlaska. De haberlo sabido con
tiempo, el Gobierno no estaría ahora improvisando cómo adaptarse a sus efectos.)
En todo caso,
que la redada de Marlaska no altere la voluntad dialogante del Gobierno
no significa que todo siga igual. Porque el Gobierno no puede hablar en nombre
de las dos partes que han de participar en el diálogo. ETA también tiene algo
que decir.
Aquí se está
partiendo –casi todos parecen estar partiendo– de una idea que es no sólo
inexacta, sino también peligrosa. Me refiero al sobreentendido de que el alto
al fuego permanente de ETA no puede verse alterado por nada, sea lo que sea.
Que es definitivo e irreversible. De ser realmente así, el Gobierno podría
incluso no tomarse el diálogo con mayor interés. Para qué: la propia ETA se
habría encargado de asegurar el objetivo antes incluso de empezar a hablar.
No es así. Y,
como el Gobierno tense demasiado la cuerda –o no haga nada concreto para evitar
que otros la tensen–, podemos toparnos con sorpresas muy desagradables. No sé
si Zapatero es consciente de ello, pero constato que al menos intuye que ese
peligro existe. Lo evidenciaron los nervios que su círculo de confianza mostró
ayer –no de cara al público, pero sí bajo capa– desde que supo que ETA había
suscrito un nuevo comunicado hasta que pudo enterarse de su contenido concreto.
Luego Rubalcaba se permitió ironizar sobre ello, fingiéndose de vuelta de todo,
pero pocas horas antes no le llegaba la camisa al cuerpo. Y con razón, porque
el cántaro está yendo demasiado a la fuente.
Dicen: «¿Y qué
puede hacer el Estado de Derecho, sino seguir actuando conforme a las leyes que
le son propias?». No es sino una pobre excusa para justificar que o no quieren
o –más probablemente– no pueden evitar que los sectores más reaccionarios de la
judicatura, que controlan palancas de poder realmente decisivas, se dediquen a
zancadillear el proceso de paz.
Por supuesto que
cabría actuar de otro modo. En todos los episodios de negociación de conflictos
armados los enemigos se conceden determinadas prerrogativas de impunidad.
¿Violan algún principio sacrosanto quienes no apresan de inmediato a los
enemigos que se acercan a parlamentar con una bandera blanca por delante? Hace
unos días, el subcomandante Marcos explicó en un programa de TVE que él y los
suyos pueden pasearse en estos momentos libremente por México porque el
Gobierno les tiene concedido un estatuto especial, en tanto que negociadores.
¿Pisotea el Gobierno mexicano alguna exigencia irrenunciable del Estado de
Derecho? Por supuesto que no. Es un hecho más que sabido que las circunstancias
de excepción a veces deben ser afrontadas con criterios excepcionales. Si no, ¿cómo
espera Zapatero dialogar con ETA? ¿Ordenando la detención y encarcelamiento de
todo aquel que se presente a parlamentar en nombre de la organización terrorista?
No se crean que
la paz es irreversible. Si queremos que alguien salga del lugar en el que se encuentra,
debemos asegurarnos de que tiene una salida. De momento yo sólo veo gente
empeñada en cerrar las que podrían abrirse.
Escrito por: ortiz.2006/06/22 05:00:00 GMT+2
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2006/06/21 06:00:00 GMT+2
Decía Pierre Desproges –un
humorista. sí, pero mucho más que un humorista, como Groucho Marx, como Woody Allen– que no pasaba ni un minuto sin
pensar en la muerte, salvo cuando dormía. Supongo que exageraba por los dos
extremos: imagino que pasaría sus buenos ratos sin pensar en la muerte
–dejándola llegar, simplemente– y que, por contra, tendría algunos sueños con
la Parca de por medio.
En apariencia, carece de
sentido darle vueltas al propio fallecimiento. Porque, mientras vivimos, nuestra
muerte no se interfiere para nada en nuestra existencia y, una vez muertos, ya
no estamos en condiciones de preocuparnos por ella (ni por nada). Pero el
contrasentido es tan sólo formal, porque la conciencia de la muerte es esencial
para sentirse vivo.
Comparto con Desproges el convencimiento
de que nuestra vida es, en lo esencial, el recorrido que realiza la muerte hasta
engullirnos por entero en su vacío. Comentaba él: «Nunca falta algún amigo que
ve a mis hijos al cabo de dos o tres años y me dice: “¡Cómo han crecido!”. A lo
que yo siempre contesto: “Sí, han envejecido bastante”». Típico de nuestro
hombre. Y certero: cada día que transcurre es un paso más en la cuenta
atrás.
Todo sería distinto si la muerte
fuera un acto único, con apertura y cierre simultáneos. Pero no. Vamos muriendo
poco a poco. No hago filosofía; constato hechos. Hay un trozo de muerte en cada
pelo caído, en cada cana, en cada nuevo dolor, en cada muela cariada, en cada
letra borrosa, en cada insomnio, en cada fatiga fácil, en cada impotencia
inesperada, en cada temblor del pulso, en cada recuerdo perdido, en cada cariño
muerto, sea por alejado o por enterrado... En cada una de esas pequeñas conquistas
de la muerte –unas veces mayores, otras menores, siempre constantes– vamos
asistiendo al penoso espectáculo de nuestra rendición final sin condiciones.
Desproges murió hace mucho,
tratando de mantener el tipo riéndose de la muerte («Cabe reírse de todo,
aunque no con todo el mundo», decía), y yo sigo disfrutando con sus bromas, sus
impertinencias y sus pasadas de radical travieso.
Me he acordado de sus cosas
porque el sábado me topé con una frase típicamente suya: «Una mujer sin un
hombre es... como un pez sin bicicleta».
Me hizo reír, como siempre.
«¿Ves? ¡Su obra perdura! ¡Eso es
lo que hace que siga vivo!», me comenta un amigo. Pero no tiene razón. Eso es
lo que hace que algunos sigamos riendo con lo que dijo y con lo que escribió.
Nada más. Fuera de eso, está
requetemuerto. Y bien que me fastidia.
________
P.D. Quizá alguien se pregunte a
cuento de qué viene esta reflexión sobre Desproges y la muerte. Se debe a que
hoy se cumplen exactamente 18 años y 62 días de su fallecimiento.
Era la ocasión: él también
odiaba las tópicas conmemoraciones a fecha fija (5, 10, 25, 50, 100, etc.). Me
he dicho: «Venga, Javier, no seas así. Dedícale un recuerdo antes de que te
pase lo mismo que a él y se te haga tarde».
Escrito por: ortiz.2006/06/21 06:00:00 GMT+2
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2006/06/20 06:00:00 GMT+2
Llevo vistos un buen puñado de
partidos del Campeonato Mundial de la FIFA. No sólo me he interesado por los
choques importantes –tampoco ha habido tantos hasta ahora–, sino también,
y casi sobre todo, por aquellos en los
que han intervenido selecciones «tercermundistas».
Varias de ellas han ofrecido una imagen magnífica. Son equipos cuyos integrantes,
amén de tener una buena preparación física, saben muy bien qué hacer con el
balón en los pies. Les alienta un fuerte espíritu colectivo y algunos de ellos
poseen, además, una muy notable técnica. Sin embargo, lo más probable es que sólo
uno o dos (Ecuador y quizá algún otro) se ganen el derecho a disputar los
octavos de final.
La razón de ello hay que
buscarla, en primer lugar, en lo reñidos con el gol que se han mostrado casi
todos esos equipos. Han jugado bien, han llegado muchas veces a la portería
contraria, han tenido bastantes ocasiones de gol, pero han marcado muy pocos
tantos. Y sin goles es muy difícil vencer. Pero, dando eso por sabido, casi
todos los que hemos visto esos encuentros estamos de acuerdo en que, además,
han tenido que apechugar con arbitrajes bochornosamente desfavorables a sus
intereses. A quienes vieran ayer el encuentro Togo-Suiza no hace falta que les
cuente nada: la defensa suiza incurrió en dos penaltis más que evidentes, uno
de ellos cuando el marcador estaba en empate a cero, pero el árbitro prefirió
mirar para otra parte.
Me telefoneó ayer mi buen amigo
Gervasio Guzmán, que no tiene ni idea de fútbol –dice que sólo le interesa
«como fenómeno sociológico», pero es mentira, porque no le presta la menor
atención, ni como fenómeno sociológico ni como nada– y me preguntó si el
maltrato que sufren esas selecciones nacionales, del que sólo sabe por mí, no
será una muestra de racismo. Le digo que es obvio que en la relegación de esos
equipos hay un trasfondo racista (todavía hay locutores que son capaces de
llamar «negrito» a un pedazo de tío que mide 1,90 cm. de altura y pesa más de
100 kilos), pero las razones de fondo son económicas. La FIFA sabe que una
selección europea, y no digamos nada si es de la Europa más desarrollada,
arrastra a muchísimos más espectadores, sea por televisión o in situ, y que ese atractivo se vende
muy caro y muy bien.
Antes he mencionado el encuentro
Togo-Suiza. El estadio de Dortmund estaba de suizos hasta la bandera. Dad por
hecho que los bares, restaurantes, tiendas de moda, etc., tuvieron que hacer
muy buena caja. Lo mismo, pero en mucho más, es aplicable a las televisiones.
La FIFA no es insensible, ni mucho menos, a los encantos del dinero. Al
contrario, se rinde a ellos en cuanto le dejan. Además, la propia FIFA tiene su
sede en Suiza. Está interesada en su buena relación con las autoridades del
país.
De modo que los relegan y
boicotean, pero no en principio porque sean negros, sino porque son pobres, y
no interesan. El racismo se enreda con todo lo demás sobre la marcha.
Escrito por: ortiz.2006/06/20 06:00:00 GMT+2
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2006/06/19 06:00:00 GMT+2
Crece y crece mi admiración por
el desparpajo argumental del que hacen constante gala Mariano Rajoy sus
legionarios. La aportación que el presidente del PP hizo ayer al género del
descaro político bien puede considerarse antológica. Según él, que «dos de cada
tres» electores potenciales no hayan respaldado el nuevo Estatuto en el referéndum celebrado en Cataluña obliga a
paralizar el proceso, porque no se puede seguir adelante con un consenso tan
mínimo.
Respondo rápidamente.
En primer lugar, llamo la
atención sobre el hecho de que el porcentaje de la ciudadanía catalana que
respaldó la Constitución Europea en el referéndum de febrero de 2005 fue muy
inferior al que ayer dio su apoyo al nuevo Estatuto de Autonomía. En esta
ocasión ha votado afirmativamente el 73,9% de los que han acudido a las urnas,
que han supuesto el 49,4% del censo electoral. En el referéndum sobre la
Constitución Europea, en cambio, los votos afirmativos fueron depositados por el
64,84% de quienes emitieron su sufragio, cuyo total se quedó en el 40,6% del
censo. O sea, menos proporción de gente sobre un total menor en número. En el
conjunto de España la abstención rondó una cifra pareja a la catalana: el
58,23%. ¿Alguien oyó decir a Rajoy que una participación ciudadana tan baja
invalidaba el proceso de respaldo a la Constitución Europea, que debería quedar
en suspenso hasta que se alcanzara un mayor consenso social? Claro que no.
En segundo lugar, y por dar un
carácter más general al modo rajoyniano de examinar los resultados electorales,
me parece de interés recordar que José María Aznar alcanzó la Presidencia del
Gobierno en 1996 con el respaldo de menos de 10 millones de votos, sobre un
censo electoral de más de 32 millones y medio de personas. Expresado en
porcentaje, eso quiere decir que obtuvo el apoyo de algo menos del 30% del
electorado. Lo cual les pareció un éxito apoteósico.
Por su parte, el Estatut de
Autonomía catalán ha sido aprobado por cerca del 38% del censo electoral de la
comunidad autónoma.
Sería interesante que Mariano
Rajoy –o el propio Josep Piqué, en su defecto– nos explicara por qué, a su
juicio, el beneplácito del 30% de la población le pareció más que suficiente
para que Aznar pudiera hablar y decidir en nombre del 100% durante cuatro años,
pero, en cambio, entiende que el asentimiento del 38% es poco menos que filfa (*).
De paso, podría aprovechar para contar por qué considera que el 62,4% son «dos
de cada tres».
Entro en todas estas
consideraciones nada más que para mostrar la lógica oportunista y acomodaticia
que utiliza esa gente, no porque crea que el 38% vale para esto o lo otro, pero
el 30% no, o lo que sea. Siempre he dicho que los votos no están hechos en lo
esencial para ser interpretados, sino contados. Fuera de eso, las propias leyes
establecen qué votaciones requieren un determinado quórum y cuáles no. Se
supone que se piensa a la hora de establecer la norma qué participación mínima
debe considerarse de rigor. No hace al caso inventarse mínimos sobrevenidos.
Pero eso es típico de los
dirigentes del PP: cuando el resultado de una votación no les gusta, pueden
rumiarlo hasta la saciedad. (La nuestra, por supuesto: ellos son insaciables.)
__________
(*) Dijo también Rajoy que éste es el Estatuto de Autonomía que menos respaldo popular ha suscitado. Miente, y él está obligado a saberlo. El referéndum de ratificación del Estatuto de Galicia, celebrado el 21 de diciembre de 1980, registró una participación del 28,2% del censo electoral (614.218 votantes sobre un censo electoral de 2.172.898 ciudadanos). Recogió el voto afirmativo del 20,7% de los votantes posibles (¡uno de cada cinco!).
Escrito por: ortiz.2006/06/19 06:00:00 GMT+2
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2006/06/18 09:00:00 GMT+2
Se escandaliza Mariano Rajoy de que la Fiscalía pueda hacer la vista gorda ante las actividades de Batasuna y clama: «¿Pero qué idea tiene esta gente de lo que son las leyes y las sentencias de los tribunales?». Rajoy respalda su indignación en la Ley de Partidos y en la sentencia que, apoyándose en ella, dictó el Tribunal Supremo para decidir que Batasuna es «parte del entramado de ETA» y catalogarla como terrorista.
Mariano Rajoy tiene razón. En efecto, la jurisprudencia existente le autoriza a hablar de «la organización terrorista ETA-Batasuna». Y nadie puede pretender con fundamento que esa jurisprudencia sea producto de un uso torticero de las normas legales en vigor. De hecho, es de dominio público que la Ley de Partidos se promulgó sin más finalidad que la de definir a Batasuna como terrorista y declararla fuera de la ley. Si es así –y así es–, aquella autoridad que tolere las actividades de Batasuna, sean éstas las que sean y maquille su decisión como tenga a bien, estará concediendo en la práctica un margen de acción al terrorismo.
¿Que es absurdo? Sí, completamente. Porque Batasuna no es una subdivisión de ningún grupo terrorista, sino una organización política que viene ciñendo desde hace años su actividad al terreno estrictamente político. Sus concomitancias con ETA son ideológicas; no orgánicas. Que algunos miembros de Batasuna han trabajado para ETA –y en ETA, llegado el caso– es de sobra sabido. Pero la organización como tal, colegiadamente, no ha participado nunca de la estructura de ETA, y ningún tribunal ha logrado jamás probar lo contrario. Todos han basado sus pronunciamientos condenatorios en lo beneficiosa que es para la causa de ETA la actividad de Batasuna, en lo mucho que sus estrategias se complementan –según ellos: yo no lo creo– y en la inexistencia de declaraciones de Batasuna que condenen la actividad de ETA. Se han amparado en la doctrina, fabricada en comandita entre Baltasar Garzón y Jaime Mayor Oreja, según la cual ETA no es una organización propiamente dicha, a la que se pertenece o no, sino un magma de fronteras difusas cuya principal seña de identidad no es la actividad terrorista, sino la defensa de un ideario, en virtud de lo cual incluso puede haber quienes sean miembros de ETA sin saberlo. Esa doctrina fue durante mucho tiempo rechazada por la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, que reclamó a Garzón una y otra vez que se dejara de vainas especulativas y no acusara de pertenencia a ETA sino cuando contara con indicios racionales que vincularan materialmente a los detenidos con actividades terroristas concretas. El escollo fue superado tomando por la calle de enmedio: los tres miembros de la Sala de lo Penal fueron apartados de su responsabilidad y sustituidos por otros cuyo comportamiento ulterior ha resultado inobjetable (para Garzón, se entiende).
La teoría de ETA como magma, que convierte al llamado «entorno de ETA» en parte constitutiva de la propia ETA –lo que implica que cabe estar simultáneamente en el entorno de algo y dentro de ese algo, por extraño que parezca–, no sólo ha sido asumida por el sustituto de Garzón, Grande-Marlaska, sino también por el poder legislativo (de ahí la Ley de Partidos) y por el judicial (ilegalización de Batasuna y macroprocesos como el 18/98). Les venía bien entonces y optaron por no pararse en barras.
El problema es que ahora hay uno de ellos –y no el menor, puesto que es quien tiene en sus manos el Gobierno central– al que ya no lo viene bien nada de todo aquello: ni el magma, ni el entorno, ni la Audiencia Nacional, ni la Ley de Partidos, ni la ilegalización de Batasuna.
Pero demos al César lo que es del César y al registrador de la propiedad la propiedad de lo registrado. Reconózcase que es Rajoy quien se mantiene fiel al engendro jurídico-penal que dieron a luz hace cuatro años.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Rajoy tiene razón.
Escrito por: ortiz.2006/06/18 09:00:00 GMT+2
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2006/06/17 06:00:00 GMT+2
En un acto de involuntario
surrealismo –supongo–, Eduardo Zaplana expresó el pasado jueves su temor de que
el PP, a la vista de las agresiones que algunos de sus dirigentes han venido
sufriendo en Cataluña, no tenga más remedio que volver a la consigna, tan
propia de los tiempos de la Transición, que reivindicaba «Libertad, amnistía y
estatuto de autonomía».
Zaplana ha demostrado con ello
que tiene muy claros los bandos del presente, pero que los del pasado se le han
desdibujado del todo. El actual PP, heredero de la Alianza Popular de los
tiempos de la Transición, malamente podría volver
a la consigna central de un movimiento social al que se opusieron de manera
inequívoca sus antecesores más reputados, empezando por los propios Fraga y
Martín Villa.
Cabría pensar que ese extraño
intento de Zaplana de presentarse como administrador autorizado de las viejas consignas
de la oposición antifranquista es un desliz, sin más, quizá no perdonable, pero
sí comprensible en alguien que, como él, se autoimpone la obligación de hacer sin
parar declaraciones supuestamente mordaces y sarcásticas. Pero no. El repaso de
la actuación general del PP revela que lo del portavoz del Grupo Parlamentario
Popular no tiene nada de excepcional. A los del PP les ha entrado la
sorprendente manía de servirse de consignas que fueron ideadas para fines no
sólo muy distintos, sino a menudo directamente opuestos a los suyos.
Me llamó la atención en su
momento la desenvoltura con la que decidieron servirse de la sentencia unamuniana
«Venceréis, pero no convenceréis» para oponerse a la devolución de los importantes
documentos robados por los franquistas tras la ocupación de Cataluña, que depositaron en los archivos de Salamanca. Es del
dominio público que Unamuno, intermitente rector de la Universidad salmantina,
fue apartado definitivamente del cargo por los jefes del Régimen del 18 de
Julio, tras pronunciar un discurso en el que figuró esa dura condena del bando faccioso.
Realmente hace falta mucha desenvoltura para atreverse a invocar las palabras
de Unamuno en defensa de los expolios del franquismo.
Descaro similar, aunque en un
plano distinto y de referencias más recientes, es el que han demostrado al
enarbolar la consigna «No en mi nombre» para oponerse a los intentos de
establecer vías de diálogo que conduzcan al fin de la violencia de ETA. Como es
sabido, esa consigna alcanzó gran notoriedad porque sirvió de leit motiv a las movilizaciones
pacifistas contra las aventuras bélicas de George W. Bush, primero en los EEUU,
luego en el resto del mundo. Lo refleja Kris Kristofferson en su último disco,
recién aparecido: «No en mi nombre, no sobre mi suelo: lo único que quiero es
que acabe la guerra», dice. Que sea el PP, precisamente el PP, incondicional de
Bush, el que se apropie de esa consigna, y que lo haga para boicotear una causa
pacifista, es de una impudicia sin posible parangón.
¿Cuál es su problema? ¿Les
deprime el nulo éxito que tienen sus propios eslóganes? ¿Envidian el éxito de
los ajenos? No lo sé, pero por si acaso ya me estoy preparando para la
siguiente. Irá sobre lo que sea, pero tengo clarísimo qué consigna usurparán. Sigo
su lógica. Será –me apuesto cualquier cosa–, «¡No pasarán!»
Escrito por: ortiz.2006/06/17 06:00:00 GMT+2
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2006/06/16 06:00:00 GMT+2
El ministro de Trabajo y Asuntos Sociales,
Jesús Caldera, considera que la «moderación salarial» ha acabado por convertirse
en «una seña de identidad» del sistema español de relaciones laborales. Lo cual
le parece de perlas, porque contribuye a que no se disparen los precios. Y es
verdad: quien tiene menos gasta menos, y si la demanda es débil, la
oferta se ve inclinada a comportarse con más prudencia. Pero ésta, como muchas otras verdades, es relativa. Y no
tiene nada de inocente.
Entendería mejor la posición de
Caldera si la expresara un ministro de Hacienda de ésos que viven con la obsesión
de la inflación. La veo bastante más problemática en boca de alguien que se
supone que tiene el encargo de velar en el Gobierno por los intereses del trabajo
y los asuntos sociales.
Tendría más sentido si, en
virtud de la festejada «moderación salarial», el IPC español se comportara
igual de moderadamente. Pero no. Los últimos datos proporcionados por la
Administración ponen de manifiesto que la economía española es de las más
inflacionistas de la Unión Europea. Por culpa de lo cual, la renuncia de los
trabajadores a ganar más o su aceptación de incrementos salariales mínimos viene
acarreando año tras año, en la práctica, un estancamiento o incluso un
retroceso del nivel de vida medio de los asalariados.
La posición del Gobierno está más
que definida: pone toda la carne en el asador para conseguir que no se pierda
esa «seña de identidad» –objetivo permanente que le lleva a agasajar sin parar a
los dirigentes de los dos sindicatos institucionalizados–,
pero no hace nada concreto y práctico para lograr que los empresarios renuncien
a incrementar sus beneficios por la vía de las constantes subidas de precios. A
ellos se conforma con pedirles que sean buenos y se retengan, sin más. No le hacen ni caso, y a correr.
Una política económica que
pretende embridar la inflación sin más freno efectivo que la contención
salarial es una política abiertamente antisocial.
Es de chiste que Jesús Caldera
se muestre tan alborozado porque España gana a casi todos los otros Estados
europeos en materia de contención salarial. En este caso, como en tantos otros,
saldríamos mucho mejor librados si funcionáramos como nuestros vecinos de por
ahí arriba, que perciben incrementos salariales más sustanciales y –¿por milagro,
tal vez?– soportan una inflación bastante más discreta.
Esto hay que ponerlo en relación con el hecho de que buena parte de las familias españolas se ha endeudado –y sigue endeudándose– por encima de sus posibilidades. Atraída por toda suerte de estímulos, que a veces son meramente coyunturales (por ejemplo, los tipos de interés variables) y otras directamente capciosos (v. gr., los créditos del tipo «pague poco hoy y deje lo principal para mañana»), mucha gente se compromete a gastar más de lo que ingresa. Eso puede acabar en muchos casos como el rosario de la aurora. O, para ser más exacto, con las entidades financieras convertidas en propietarias de miles y miles de pisos expropiados a sus dueños por impago de las hipotecas.
Es como si buena parte de los de arriba –Gobierno, patronal, banca– hubieran urdido una gran conspiración para preparar la ruina de los de abajo. Pero no hay conspiración. Se limitan a actuar como les pide el cuerpo.
Escrito por: ortiz.2006/06/16 06:00:00 GMT+2
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2006/06/15 08:20:00 GMT+2
Hace años –allá por 1998,
calculo–, coincidí en las cercanías de las Salesas, punto neurálgico de la
judicatura española asentada en Madrid, con un reputado jurista que me mostró sin
tapujos su horror y su estupefacción por el endurecimiento radical que estaba
experimentando la legislación antiterrorista española. «Son unos demagogos. Lo
hacen para dar a entender que se toman muy en serio la lucha contra el
terrorismo. Pero lo que están haciendo es disparatado», me dijo. Le pedí que explicara
por qué sostenía ese criterio. «Elemental», me respondió. «Si por quemar un
cajero automático durante un acto de kale
borroka te caen 15 años de cárcel o más, y si por hacerte militante de ETA,
meterte en un comando y cargarte a un tío a tiros te cae sólo un poco más, los
chavales de la kale borroka van a
empezar a pensar que están perdiendo el tiempo. La desproporción en el castigo
es, en la práctica, un incentivo al terrorismo de alta intensidad», concluyó.
Recordé este razonamiento hace
un par de días pensando en el tremendismo de las acusaciones que lanza el PP
contra Rodríguez Zapatero, y me dije: «Si dice que va a hablar con ETA y que su
gente de Euskadi se va a reunir con Batasuna y ya por eso sólo lo consideran un
monstruo abominable, culpable de los peores crímenes de lesa patria, ¿no le
están facilitando el avance en esa línea? Claro que sí. Puede ir tranquilamente
más lejos y alcanzar los acuerdos en firme que considere oportunos, porque el
PP no podrá acusarlo por ello de nada peor. Desde ese punto de vista, Acebes le
está haciendo un gran servicio a Zapatero.»
Extraña conclusión, pero exacta.
Escrito por: ortiz.2006/06/15 08:20:00 GMT+2
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