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2006/07/24 09:00:00 GMT+2

Ideas de Gervasio

Mi buen amigo Gervasio Guzmán –al que veo un tanto excitado por la proximidad de la republicación de mi libro sobre el matrimonio, en el que él tuvo amplia participación (*)– se muestra cada vez más incisivo en sus comentarios sobre la actualidad. Ayer me telefoneó para hacerme dos.

El primero se lo ha inspirado, según me cuenta, una conversación que ha tenido recientemente con un latinoamericano conocido suyo que, por lo visto, decidió echarle un sermón sobre la responsabilidad de sus ancestros –los de Gervasio, en tanto que representación circunstancial de los españoles en general– en la represión y explotación de las poblaciones indígenas americanas. «Lo más curioso –me dice Gervasio– es que el hombre en cuestión tiene rasgos evidentemente europeos, como los del propio Fidel Castro, el difunto Che Guevara o tantos otros políticos latinoamericanos... “Mis antepasados”, le repliqué, “no tuvieron culpa de nada, porque se quedaron en España. Si quieres establecer responsabilidades históricas de ese género, búscalas entre tus antepasados, que son los que marcharon a América a ejercer de colonizadores”». No tuve más remedio que darle su parte de razón a Gervasio, pero le añadí un matiz: «Recuerda, de todos modos, que de ese mismo tronco surgieron en América Latina muchas ramas. Simón Bolívar, el Libertador, nació en una familia de origen vasco, y su pensamiento lo formó tras un viaje por Europa, en el que se empapó de los ideales de la Ilustración». Pero Gervasio estaba demasiado satisfecho de su idea como para flaquear tan pronto: «Déjate de rollos. Yo me limito a decir que mis antepasados no hicieron nada en América, porque nunca estuvieron allí».

La segunda cavilación de Gervasio tiene que ver con el deporte. «¿Te has fijado en que el deporte se ha convertido en un campo propicio para todos los subjetivistas? Hace un par de semanas le hicieron una entrevista en televisión al entrenador de un equipo juvenil de fútbol que se disponía a jugar una final. Pues al periodista no se le ocurre nada mejor que preguntarle si sus jugadores “están motivados” lo suficiente como para ganar.  ¡Habrase visto! ¿Cómo no van a estar motivados unos críos que juegan una final? El entrenador, hombre sensato, le contestó que motivados lo estaban a tope, pero que los del equipo contrario también, así que lo esencial iba a ser jugar mejor. Te pongo este ejemplo pero podría ponerte toneladas más. Lo de la motivación se ha convertido en el tópico más al uso en todos los deportes. ¿Has visto tú alguna vez a un deportista que se juegue algo realmente importante, cuya actuación vaya a ser transmitida por televisión y toda la pesca, y que salga abúlico, sin ganas?».

Le contesto que sí, que lo he visto, pero que se ha tratado siempre de deportistas millonarios. Se ve que les millones tienden a generar apatía.

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(*) Matrimonio, maldito matrimonio fue publicado en 1991. Tuvo dos ediciones, lo que no está mal, pero una presencia efímera en las librerías (lo que sí estuvo mal, sobre todo para mí), porque fue tratado como uno más de los muchos libros de cómo que aparecían por entonces: cómo conseguir esto, como librarse de lo otro... Un conocido mío llegó a publicar un libro titulado Cómo acabar con los libros de cómo. Descatalogado hace muchísimos años, Akal me propuso revisarlo, corregirlo y remozarlo. Por cambiar, hasta le cambié el título: el original fue cosa de la editorial y nunca me convenció. La nueva versión de aquel que fue mi primer libro publicado saldrá el próximo otoño a las librerías.

Escrito por: ortiz.2006/07/24 09:00:00 GMT+2
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2006/07/23 09:30:00 GMT+2

El poder de la palabra

Es extraordinario el poder que puede tener la palabra.

Hace 15 días, Pablo Muñoz, periodista, director editorial del grupo Noticias, fue detenido e incomunicado –ustedes lo recordarán– por orden del titular del Juzgado Central de Instrucción número 5, Baltasar Garzón. Según ha quedado ya establecido, el único elemento de tipo inculpatorio que respaldó la decisión del juez fue el testimonio de otro periodista, Jean Pierre Harocarene, vinculado a la Cadena Ser en Irún, detenido con anterioridad bajo la acusación de haber intermediado en operaciones de extorsión en beneficio de ETA. En su testimonio ante el juez Grande-Marlaska, Harocarene aseguró que Pablo Muñoz también había facilitado el pago del impuesto revolucionario de un empresario navarro.

Y es a eso a lo que me refiero cuando hablo del extraordinario poder que puede tener la palabra. Porque Harocarene no aportó ningún dato concreto que respaldara su acusación contra Muñoz. Lo dijo, y eso bastó.

Bastó, en primer lugar, para que el Ministerio del Interior emitiera el 11 de julio una nota de prensa en la que se afirmaba que «las investigaciones han permitido acreditar (...) que Pablo Muñoz Peña realizó funciones de mediación entre el sector empresarial navarro y la citada red de extorsión etarra (...), formando parte, por lo tanto, de su estructura». Ya ven: la palabra de Harocarene quedó convertida, por obra y gracia del Ministerio de Pérez Rubalcaba, en resultado de unas «investigaciones» (!), que habían permitido «acreditar» (!!) la pertenencia de Muñoz a «la estructura» de la red de extorsión de ETA.

La palabra de Harocarene tuvo otro efecto taumatúrgico no menos trascendente: movió al juez Garzón a ordenar la detención incomunicada de Muñoz, pese a que éste, al saber de la acusación lanzada por Harocarene –de la que se tuvo noticia por la enésima filtración procedente de la Audiencia Nacional–, manifestó su plena disposición a declarar voluntariamente.

El magistrado, tras tomarse tres días de pausa –cosa de permitir que el detenido disfrutara de las delicias de la detención incomunicada, sin duda–,  procedió a interrogarlo. Fue entonces cuando empezó a flaquear su hasta entonces inquebrantable fe en la palabra de Harocarene. Se decidió entonces a organizar un careo entre Pablo Muñoz y él, lo que estuvo lejos de disipar sus dudas, puesto que el acusador empezó a vacilar, hasta el punto de decir que en realidad él no tenía «constancia» de lo que había declarado.

Y ahí es donde llegamos al cénit de este episodio judicial no demasiado estelar. Me refiero al momento en el que el juez, por razones que puedo suponerme pero no atribuirle, optó por poner a Muñoz en libertad, sí, pero bajo fianza de 4.000 euros, pagaderos al cabo de cuatro días. Pese a mi ya dilatada experiencia en materia de actuaciones de Garzón, ésta logró volver a sorprenderme. ¿No se supone que las fianzas están para procurar que el encausado no eluda la acción de la justicia? Entonces, ¿a qué viene eso de permitir que la pague varios días más tarde? ¿Cree alguien, por otra parte, que será para no perder las 665.544 pesetas de la fianza por lo que Muñoz no va a pasar a la clandestinidad o fugarse a Brasil?  Y, en fin, una de dos: o el juez cree que Pablo Muñoz pertenece «a la estructura de la red de extorsión de ETA», como afirma Interior, o cree que no. Si la respuesta es sí, no pinta nada en libertad, y menos con una fianza tan ridícula. Y si es no, carece de sentido dejarlo en libertad provisional. Lo que procedería es desvincularlo de la causa y pedirle disculpas por el daño que se le ha causado.

Claro que en ese caso tendrían que explicar por qué concedieron tanto valor a una palabra no respaldada por ninguna prueba. ¿Tal vez cumplieron esa regla tan estúpidamente humana que mueve a muchos a creer a pie juntillas a quien les dice lo que están deseando oír?

Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba de lo mismo en El Mundo: El poder de las palabras.

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Nota para uso de lectores habituales de estos Apuntes.– No me repito. Es que he recopilado algunos argumentos ya manejados por separado en anteriores Apuntes para exponer el conjunto a la consideración del gran público.

Escrito por: ortiz.2006/07/23 09:30:00 GMT+2
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2006/07/22 11:00:00 GMT+2

Israel no quiere la paz

Se toma por verdad incontrovertible que la solución para el conflicto israelo-palestino pasa por el reconocimiento universal del Estado de Israel y la consolidación de un Estado palestino que cuente con fronteras claras y seguras con aquel.

Dicho así, parece sensato. Pero no se trata, ni mucho menos, de una proposición unívoca. ¿De qué Estado de Israel se postula el reconocimiento? Es decir, ¿qué territorio se le admite como propio? ¿Hasta qué punto y con qué plazos se debe aceptar la conquista por la fuerza de las armas como fuente de derecho internacional? ¿Qué se hace con los problemas –algunos clave– que no figuran en esa formulación (el de los refugiados palestinos, de manera destacada)?

De todos modos, hay una cuestión previa a cualquier otra y que impide afrontar el conflicto con el necesario espíritu constructivo. Me refiero al hecho, para mí evidente, de que Israel no quiere tener unas fronteras definidas y coexistir con un Estado palestino libre e independiente. Desea instaurar una statu quo que le permita actuar como árbitro supremo de la situación del conjunto de la región, sin que ninguna ley superior se le imponga por encima de su voluntad. Para ello le es esencial que las grandes potencias –eso que ahora se llama de manera eufemística «la comunidad internacional»– acepten como inevitable, les guste más o menos, que Israel no tiene obligación de respetar las leyes que valen para los demás.

Lo viene consiguiendo sin apenas obstáculos. Lleva la intemerata haciendo caso omiso de las resoluciones de las Naciones Unidas sin recibir ninguna sanción por ello. Actúa militarmente donde y cuando quiere, sin respetar ninguna frontera, y no hay autoridad internacional que se decida a tipificar esas actuaciones como delictivas. Los dignatarios occidentales se llenan la boca hablando del derecho de Israel a defenderse de los ataques que provienen de territorio libanés pero ¿lleva alguien la cuenta de los ataques previos lanzados desde Israel contra objetivos situados en Líbano? ¿Ha proclamado alguien el derecho de Líbano a defenderse de los ataques provenientes del Estado sionista?

Israel es un Estado de naturaleza violenta y terrorista. Eso no es una opinión, sino un hecho histórico. Lo que está por ver es que, como consecuencia de las vicisitudes por las que ha atravesado desde 1948, no se haya convertido en un Estado incapaz de coexistir en condiciones de igualdad con otros.

Se que no es una proposición que infunda mucho optimismo, pero me temo que ésa sea la realidad. Me apoyo en casi todo lo visto hasta ahora para llegar a esa conclusión: Israel tiene todas las trazas de ser un Estado inhábil para la paz.

¿Puede ser reconducido hacia veredas menos conflictivas? No lo excluyo. Lo que sí excluyo es que ese objetivo se logre con buenas palabras, con resoluciones consensuadas (¿con quién? ¿Con Washington?) y con hojas de ruta escritas por una asamblea de pasteleros deseosos de salir del paso y lavarse las manos. Si alguna vez el Estado de Israel se pone razonable, será tras comprobar que la fuerza de sus armas no es infinita. Y eso, o alguien se lo demuestra o no lo admitirá jamás.

Oí hace años a un político israelí algo menos belicista que la media –razón por la cual se había hecho cierta fama de pacifista– que a veces es necesario que las cosas empeoren para que puedan ir luego mejor. Me recordó la sentencia de Hamlet: «Debo hacer lo malo para evitar lo peor». Quizá la invasión israelí de Líbano y lo que de ello resulte consiga disponer las piezas en una posición más favorable, a fuerza de obligar a Israel a tomar conciencia de su propios límites. Lo hará, en todo caso, dejando tras de sí un reguero de sangre.

Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba de lo mismo en El Mundo: Cómplices del horror.

Escrito por: ortiz.2006/07/22 11:00:00 GMT+2
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2006/07/21 10:40:00 GMT+2

Periodistas y militares

Hice ayer un viaje –corto y de placer: ya era hora– y regresé a casa después de las 3 de la madrugada sin haber oído los noticiarios. Esta mañana me he levantado también tarde, cuando los informativos largos de la radio ya habían concluido. Este par de circunstancias concurrentes explican que sepa por comentarios indirectos que hoy se publica una noticia de la que sólo tengo, como quien dice, el titular, porque la prensa escrita o no la recoge o la recoge con tantas precauciones que me ha sido imposible encontrarla en los diarios cuyas ediciones digitales he consultado.  Dice la noticia que las dos profesiones peor valoradas en este momento por la ciudadanía española son la de militar y la de periodista.

Sé que el Centro de Investigaciones Sociológicas suele encuestar sobre este punto (lo llama «Valoración de profesiones»). Tal vez la noticia provenga del último estudio que ha realizado, cuyos datos genéricos se están dando a conocer ahora mismo.

En una tertulia de radio en la que alguien ha citado el dato, el coordinador del programa ha avanzado la hipótesis de que la pregunta no se refiriera a la opinión que se tiene sobre la utilidad social de las profesiones, sino a las expectativas de empleo que ofrecen las unas y las otras. Me temo que no sea así. Primero porque, en general, este tipo de sondeos apunta casi siempre a lo primero. Y segundo porque la profesión militar no es de las que ofrecen menos expectativas de empleo, ni mucho menos. (De empleo, digo; no de trabajo.)

Por lo demás, no me sorprendería nada que la profesión periodística, que se encontraba entre las más valoradas en los tiempos de la Transición, esté hoy por los suelos en la consideración pública. Mi propia valoración del periodismo ha corrido una suerte pareja. Hace 25 años, aunque era muy crítico con muchos integrantes de mi profesión, estaba persuadido de que cumplía –aunque de manera parcial, muy insuficiente y a menudo muy sesgada– una labor social de importancia. Pensaba, además, que ofrecía notables posibilidades; que tenía por delante un gran campo abierto. En la actualidad, constato –no opino: levanto acta– que el mundo de los medios de comunicación de masas –insisto: de masas, no de andar por casa– está sometido a un control enorme, que les indica qué dosis de información corrosiva y de espíritu crítico deben ofrecer para no quedar en evidencia como excluyentes sin por ello contribuir a la conformación de corrientes sociales opuestas al sistema. En alguna ocasión he dicho que el periodismo, tal como lo concebíamos hace 20 o 30 años, está ya muerto, y me reafirmo en ello: en la actualidad no pasa de ser una división más del departamento de marketing del gran tinglado económico, político-militar y socio-cultural que predomina y domina el mundo.

La ciudadanía, en el sentido más amplio del término, no formula ese diagnóstico, y doy por hecho que ni siquiera lo comparte, pero sí se ha apercibido –ha sentido, aunque no haya tenido conciencia clara de lo que estaba pasando– que en el gremio periodístico actual ya no se atisba el nervio y la garra que mal que bien se detectaba en otros tiempos; que ahora reina en él, salvo exóticas excepciones, la acomodación y el servilismo. El periodismo se ha funcionarizado hasta extremos que ni los propios funcionarios admitirían. Lo que pensé hace una veintena de años cuando visité por primera vez la sede de El País («Esto no parece un periódico; tiene todo el aspecto de un Ministerio»), es hoy aplicable en general, salvo contadísimas excepciones de eco comparativamente limitado.

Habrá quien se escandalice de que los encuestados nos sitúen en un plano similar a los periodistas y a los militares, pero a mí me parece un acierto asociativo, por involuntario que sea. Cada una a su modo, las dos profesiones se han vuelto esenciales para el sostenimiento del statu quo.

Escrito por: ortiz.2006/07/21 10:40:00 GMT+2
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2006/07/20 09:35:00 GMT+2

Condenas sin sentencia

Acaban de cumplirse ocho años del cierre «cautelar» del diario Egin. Como es bien sabido, la Audiencia Nacional no ha emitido todavía ninguna sentencia sobre el caso. Sin embargo, a efectos prácticos ya da lo mismo que lo haga o no, porque la supuesta cautela que llevó a dictar su cierre teóricamente provisional entrañó la muerte irremisible del diario.

Cuando en la noche del 14 de julio de 1998 un amplísimo contingente policial rodeó el edificio del diario abertzale en una maniobra que más parecía destinada a tomar al asalto una trinchera enemiga que a ocupar un local en el que apenas había nadie, y desde luego nadie armado, Garzón ya sabía que se disponía a liquidar manu militari un medio informativo y una plataforma de opinión. Porque no se le ocultaba que los diarios no admiten cierres cautelares de meses, y menos de años. Se mantienen sólo en la medida en que acuden cada día al kiosco. Si se ven obligados a parar durante mucho tiempo, sus trabajadores no tienen más remedio que buscarse la vida por otro lado. Volver a reunir al equipo humano y poner al día los medios técnicos de un diario que ha pasado años cerrado es aún más difícil que montar uno nuevo.

Pasados varios años, Garzón emitió un auto en el que incluía la broma macabra de permitir la vuelta a los kioscos de Egin siempre que la empresa editora saldara su deuda con la Seguridad Social. Una excusa ridícula, porque Egin no fue cerrado por falta de dinero, sino por su papel político; porque la empresa editora del diario ya había alcanzado con la Seguridad Social guipuzcoana un acuerdo para saldar su deuda mucho antes de que Garzón interviniera, y, sobre todo, porque para esas alturas las pertenencias de Egin, supuestamente custodiadas por el Juzgado Central número 5, se hallaban en un estado de deterioro total: techos hundidos, maquinaria oxidada, pasillos inundados...

Lo que en la Casa de Campo se juzga desde hace meses, dentro del macroproceso 18/98, es, de hecho, si fue correcto ejecutar la sentencia de muerte de Egin. Lo cual es imposible por principio: ejecutar una sentencia que no ha sido aún dictada no puede ser justo.

En realidad, todos los imputados en el sumario 18/98 vienen cumpliendo condena desde hace meses, obligados a trasladarse todas las semanas a Madrid y estarse sentados en el banquillo de los acusados las infinitas horas que está durando la vista de esta causa, alargada por culpa de varios errores judiciales juntos: el que resulta de la manía megalómana de Garzón de montar macrosumarios, macroprocesos y macrochapuzas –hay general acuerdo en que como instructor es un desastre– y el que se deriva de los desaciertos y disparates cometidos por la propia Sala que juzga el caso, que cuando no se muestra incapaz de encontrar los papeles que son citados por la acusación aporta intérpretes de euskara que no saben realmente euskara, o pretende que las defensas se estudien miles de folios en el plazo de pocas horas. Ahora, después de meses de proceso genuinamente kafkiano, le han llegado la hora a las vacaciones judiciales, que ésas sí que son sagradas. ¿Cómo puede arreglárselas alguien que esté imputado en esta causa para mantener una actividad laboral que le permita asegurarse la subsistencia? La respuesta es sencilla: de ningún modo.

Algunos acusados empiezan ya a tomarse a chirigota lo que está sucediendo. Me parece razonable: el humor funciona como una válvula de escape. Me han dicho que uno preguntó si todo este tiempo que está pasando en las dependencias de la Casa de Campo le computará como cumplimiento de condena en el caso de que merezca una sentencia desfavorable. Me acordé de que eso mismo le pregunté yo al juez del Tribunal de Orden Público –antecesor franquista de la Audiencia Nacional, que ha heredado sus funciones– cuando me juzgaron el 25 de marzo de 1974. Tras un año de prisión preventiva, el TOP desdeñó la petición fiscal de 15 años de cárcel y me condenó a una multa de 50.000 pesetas, sin más. Le pregunté al juez cuando me lo notificó: «Y el año que he pasado en la cárcel, ¿me cuenta para la siguiente?».

Qué tío más susceptible: no le gustó nada.

Escrito por: ortiz.2006/07/20 09:35:00 GMT+2
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2006/07/19 06:55:00 GMT+2

El cabezazo

El ya celebérrimo cabezazo de Zinedine Zidane a Marco Materazzi sigue dividiendo las opiniones de los aficionados. ¿Hizo bien Zizou o el suyo es un comportamiento antideportivo intolerable? «No debieron premiarlo como mejor jugador del Mundial», me dice mi amigo Gervasio Guzmán. «Supone un pésimo ejemplo para los niños a los que se trata de educar en valores», sentencia. Zidane debe de compartir el punto de vista de Gervasio, no sé en qué medida, puesto que ha declarado que a los únicos a los que pide perdón es a los niños. No obstante, hay un sector de la afición futbolística, con fuerte presencia en Francia, que sostiene que Materazzi se ganó a pulso que Zidane le zurrara y que hasta puede ser positivo que los jugadores como él se vayan enterando de que no todo vale sobre un terreno de juego.

Mi punto de vista es de ésos que –me imagino– no contentan a nadie. Trataré de explicarlo. Pienso que Zidane hizo mal, porque, de haber evaluado sus intereses con un mínimo de sensatez, habría comprendido que, si daba un golpe abierto e indisimulado a Materazzi, sería expulsado, lo que tendría tal cantidad de inconvenientes tanto para su equipo circunstancial (la selección francesa) como para su propia carrera como deportista, a punto de clausurarse, que le perjudicaría muchísimo más a él que a Materazzi. En consecuencia, debería haberse controlado.

Esta condena de su acción, como puede apreciarse, es meramente funcional; no ética. No afecta en principio a la posibilidad de que Zidane hubiera arreado un buen bofetón a Materazzi una vez terminado el partido, en el propio terreno de juego o en cualquier otro lugar (siempre, en todo caso, delante del máximo de fotógrafos). En el caso de que hubiera aplicado el dicho, tan propio de mis tiempos escolares, de «A la salida te espero».

Marco Materazzi es un jugador tan violento y malintencionado como taimado. Su carrera está repleta de agresiones, físicas y verbales, materializadas siempre con disimulo, escudándose en lances del juego, para eludir el castigo que merecen. Los aficionados del Villarreal recordarán el alevoso codazo que le propinó a Sorín el pasado 4 de abril, cuando le partió la cara para darle al Inter lo que ese equipo, ahora castigado colectivamente, era incapaz de obtener jugando al fútbol. En el mundo del fútbol, Materazzi es un caso destacado, pero no aparte. No hablo de jugadores que un mal día pierden los nervios y cometen una agresión, sino de aquellos que convierten la agresión en su modo natural de desenvolverse en el campo. Como quiera que la UEFA y la FIFA no toman las medidas necesarias para cortar en seco las carreras de los desaprensivos de ese género, que encima se las dan de «muy hombres», confieso que no me siento moralmente ultrajado cuando alguien les da el cachete que se merecen.

Tampoco me conmueve demasiado la apelación de mi amigo Gervasio Guzmán a la educación de los niños «en valores». Tengo mis serias dudas de que realmente se esté educando a los niños de ahora conforme a los principios estrictos de la no violencia. ¿Se les enseña que el Estado es un aparato de dominación cuya última razón es la capacidad que tiene para imponerse por la violencia? Mucho me temo que se esté enseñando a los niños que son malos los actos de violencia aislados y por libre, pero que no se les ilustre nada sobre la perversión de las violencias estructurales que imperan en las relaciones sociales, nacionales e internacionales. Habría que discutir si, cuando se les dice que no deben responder a las agresiones, sino que deben esperar a que la autoridad las detecte y las castigue, se les está educando en la no violencia o en la resignación.

Lo cual ya desborda bastante el terreno de las disputas futbolísticas.

Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba de lo mismo en El Mundo: Ecos del cabezazo.

Escrito por: ortiz.2006/07/19 06:55:00 GMT+2
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2006/07/18 10:55:00 GMT+2

¿El 18 de Julio? NS/NC

El Partido Popular cree que la fijación abierta y pública de la verdad histórica sobre el Alzamiento franquista del 18 de Julio de 1936 y sus trágicas consecuencias es inconveniente, porque reabre «heridas del pasado». Tampoco considera positivo que se condene explícitamente el franquismo en sus diferentes fases, y así lo ha expresado en diversos foros internacionales.

A la dirección de ese partido, a la mayoría de sus militantes y a buena parte de quienes lo respaldan en las urnas les desagrada oír que el golpe militar de 1936, la guerra civil a la que dio origen y el régimen político tiránico y liberticida que establecieron a sangre y fuego los vencedores constituyen una cadena de acontecimientos radicalmente opuestos a los principios democráticos y a los derechos humanos más elementales.

¿No conviene reabrir «heridas del pasado»? Sólo pueden reabrirse las heridas que no han cicatrizado del todo. Si realmente el 18 de Julio y los 40 años posteriores reposaran en la Historia, como tantos otros añejos episodios desagradables que ya no afectan ni poco ni mucho a nuestras preocupaciones de hoy, podrían ser examinados con entera tranquilidad. Pero no es así. De hecho, según una encuesta reciente, uno de cada cuatro españoles se opone a que se investigue y aclare qué sucedió realmente en aquel tiempo.

¿Temen saber? ¿Prefieren no recordar que saben? ¿No quieren que otros sepan lo que ellos saben?

No sería grave, ni mucho menos, que hubiera conciudadanos que se mostraran poco dados a la invocación de sus viejos fantasmas familiares. Lo grave es que prefieran que no se hable de ello porque, si se hace, se ven en la obligación de tomar partido en cuestiones de principios, y prefieren no hacerlo. Que un 30% de españoles, según la encuesta publicada hoy por El Mundo, justifique la sublevación militar del 18 de julio de 1936 demuestra que casi la tercera parte de nuestra sociedad sigue sin aceptar el valor universal y superior de las reglas de la democracia. Admite que los ejércitos pueden hacerse por la fuerza de las armas con el poder político en determinadas circunstancias cuya mayor o menor excepcionalidad a ellos mismos les corresponde juzgar.

Hay quien se sorprende de que, según las encuestas que se están publicando en estos días, sea la parte de la población española que vivió durante el franquismo la que menos firme se muestre a la hora de condenarlo. Aunque este extremo dependa mucho de las zonas geográficas de que se trate –y prefiero no entrar en detalles, para evitar agravios comparativos–, en general no es de extrañar que muchos prefieran que no se concrete cuál fue su contribución personal a la lucha contra la dictadura... o a su mantenimiento. Porque, si queda establecido sin vuelta de hoja que el franquista fue un régimen criminal, ¿con qué acentos épicos contarán a sus descendientes que no movieron ni un dedo para oponerse a él, o que incluso colaboraron en su mantenimiento?

El PSOE se queja de que el PP quiera convertir el «pacto de reconciliación» en el que se basó la Transición en un «pacto de olvido». Así dicho, queda hasta bonito, pero los dirigentes del PSOE –al menos los mayores– saben de sobra que lo uno llevó a lo otro. Ellos sellaron un pacto implícito de silencio con los albaceas testamentarios del franquismo. Un pacto que sigue cubriendo con su manto protector a muchos, del Rey abajo. ¿Cuántas veces los socialistas no han amenazado desde 1977 a las huestes de Fraga con sacar a relucir su pasado?  Pronto se quedarán sin ese recurso, pero por razones vegetativas.

Uno de cada cuatro encuestados prefiere no opinar sobre el 18 de julio. Otra parte nada desdeñable dice que no opina porque no sabe qué sucedió. El conjunto ofrece un panorama tan desolador como coherente. No desentona nada.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: ¿18 J? NS/NC.

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Nota.– Vuelo de regreso en avión, ayer por la tarde, desde Bilbao a Alicante, vía Madrid. De Bilbao sale con retraso por razones meteorológicas que afectan –dicen– al aeropuerto de Barajas. El avión llega a Madrid a las 20:35. El vuelo Madrid-Alicante está previsto para las 23:45. O sea, más de tres horas después. Pero, apenas transcurrida media hora, los paneles informan de que el vuelo ha sido reportado a las 00:52. En información me dicen que el avión que se suponía debía llevarme se ha averiado y que vamos a volar en uno que viene de Viena. Al final, llego a Alicante a las 01:45, más o menos, y a casa, dado que el aeropuerto está en el quinto infierno, a las 02:30. El programa de la TV vasca en el que participé acabó poco después de las 18:00. Eso hace un total de más de ocho horas de recorrido. En avión. En coche habría tardado unas siete horas. Y eso que no hay huelga. De pilotos, quiero decir. Es Iberia la que tiene su vergüenza en permanente huelga. A lo que voy: que eso es lo que explica a qué hora he terminado de escribir esto.

Escrito por: ortiz.2006/07/18 10:55:00 GMT+2
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2006/07/17 08:00:00 GMT+2

Cine de verano

Me preguntan algunos lectores –de entre los esforzados que siguen de guardia a estas alturas del estío– por qué no he escrito nada sobre la visita del Papa, sobre las elecciones mexicanas o sobre las últimas y ferocísimas agresiones de Israel. Les respondo: cuando no digo nada acerca de tal o cual asunto de máximo interés general, es porque me doy cuenta de que no estoy en condiciones de aportar nada que no resulte obvio, lo que suele sucederme por no haber estudiado el asunto con atención. Para soltar obviedades, opto por el silencio.

Esto de no estudiar las cosas con la necesaria dedicación –necesaria para opinar sobre ellas con algo de fundamento– me ocurre con cierta frecuencia, sobre todo en vacaciones. Repaso dos o tres periódicos, oigo los noticiarios de la radio (los de la televisión, menos: no sólo porque son de una superficialidad que echa para atrás, sino porque impiden hacer ninguna otra cosa simultáneamente), pero no buceo en internet como lo hago cuando estoy de servicio. Supongo que se entenderá la razón: qué menos que poder bajar el pistón laboral en verano, y más tratándose de un trabajo voluntario y gratuito.  

Van a cumplirse seis años desde el día que inauguré este rincón en la Red. Fue el 18 de julio de 2000. Hice pruebas durante una semana y me asomé a la superficie el 25 de julio. Teniendo en cuenta el puñado de días que he faltado a la cita con los lectores desde entonces (media docena, de los cuales sólo uno por decisión mía), eso me da un total de más de 2.000 apuntes u hojas de Diario.

Siempre he escrito sobre algo que me había llamado la atención en las horas anteriores, fuera de mucho interés general o no. Hoy, mientras dispongo mis cosas para emprender vuelo a Bilbao –de ida y vuelta: esta madrugada estaré de regreso junto al Mediterráneo– , la única nota tomada que tengo es sobre lo mal que suelen prefigurar el futuro las películas de ciencia-ficción, no tanto porque sus autores no sean capaces de imaginar los adelantos técnicos que efectivamente acaban por producirse, sino porque yerran por completo en la predicción de los cambios culturales que va experimentando el mundo. Un ejemplo acabado nos lo ofrece 2001, una odisea en el espacio, película de culto donde las haya. Como ya ha pasado un lustro de la fecha que toma como referencia, podemos afirmar sin riesgo de error que no da ni una. Y no la da porque los guionistas fueron capaces de hacer un ejercicio de imaginación a la hora de pensar en computadoras –aunque las idearan innecesariamente gigantes– y otros adelantos técnicos, pero se mostraron incapaces de imaginar que sus pautas culturales e ideológicas eran también pasajeras, circunstanciales, no inherentes al ser humano.  Yo tengo debilidad por la serie de La Guerra de las Galaxias, y hasta atesoro un fotograma autentificado del máster de la primera entrega, pero siempre he sido consciente de que son pelis de romanos, tan absurdas como las de Hollywood, que trasladan a los tiempos de César los gustos y los hábitos de la época en las que se filmaron.

De todos modos, la obra de ciencia-ficción más disparatada que guardo no pretendía formar parte del género. Es un grueso libro que se llama La URSS en el año 2000 y fue obra del Instituto de Ciencias de la Unión Soviética. Su primera y principal pata de banco figuraba en el propio título: como es sobradamente sabido, la URSS no llegó al año 2000.

Escrito por: ortiz.2006/07/17 08:00:00 GMT+2
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2006/07/16 08:50:00 GMT+2

Atentados contra la libertad diaria

El camarero del establecimiento de postín se dirige al cliente sentado en la terraza (o clienta, no se le ve) en el tono dócil que se supone corresponde a alguien de su condición social (subordinada) y le pregunta si el coche que está aparcado delante es suyo. Comprobado que sí, muestra una preocupación poco común. Le inquiere: «¿Y qué se siente conduciendo ese coche?». Momento en el cual aparece en pantalla una joven de aspecto convencionalmente atractivo la cual, abalanzándose sobre el respetuoso camarero, le propina un beso espectacular.

¿Debemos entender que el mensaje del anuncio es que conduciendo ese coche uno se siente sexualmente agredido? Sea así o no, el hecho objetivo es que el comportamiento retratado en el anuncio está tipificado en el artículo 181.1 del actual Código Penal, que establece: «El que, sin violencia o intimidación y sin mediar consentimiento, realizare actos que atenten contra la libertad sexual de otra persona, será castigado como culpable de abuso sexual con la pena de multa de doce a veinticuatro meses.»

A estos efectos, que quien incurra en tal conducta sea una mujer o un hombre es indiferente. O quizá no. Quizá sea particularmente perverso que la culpable sea una mujer, porque se basa en la idea extendida de que el abuso sexual es una conducta exclusivamente masculina, cuando lo cierto es que hay mujeres que, convencidas de que los hombres –así, en general– se pirrian por tener trato carnal con cualquier mujer de buen ver, consideran que la decisión de tener o no un trato de ese género es exclusivamente suya, lo que las mueve a pasar a la acción sin mayores miramientos cuando les apetece, obviando cualquier consulta previa, lo que en ocasiones sitúa a algunos hombres en una situación tan embarazosa como desagradable. No sólo porque existen hombres que no gustan de la relación sexual con mujeres –con ninguna–, sino también porque los hay que atesoran un cierto espíritu selectivo, por las razones que sea (y aquí me acuerdo de una que manejaba el viejo Georges Brassens y a la que atribuyo la máxima importancia: «On parle même à l’amour».) *

Las pantallas televisivas son habitual escenario de atentados contra la libertad de las personas. No sólo contra la libertad sexual. Pienso en los programas tipo «cámara oculta», en los que un menda se dedica a tomar el pelo a alguien que va por la calle –tranquilamente o no: lo mismo lleva prisa– y, cuando la víctima ya no sabe dónde rayos meterse, desbordada por la situación, le descubren el engaño entre grandes risas. Ya sé que dan al primo la opción de aparecer o no aparecer en el programa, pero eso, con ser necesario, no es suficiente. Estoy deseando que alguna vez me vengan con una gracia de ésas. La siguiente vez que me verá el responsable del programa será delante de un tribunal, ante el que le demandaré por varios conceptos, varios de ellos acompañados de la correspondiente demanda de indemnización.

Llevo fatal a los listillos.

Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba de lo mismo en El Mundo: Otras libertades maltratadas.

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 (*) «Incluso en el amor se habla».  Me parece recordar que el verso, en realidad, es de Paul Fort.

Escrito por: ortiz.2006/07/16 08:50:00 GMT+2
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2006/07/15 09:20:00 GMT+2

Tres breves

EL RIDÍCULO DE LA FIANZA.– Garzón decidió anoche poner en libertad a Pablo Muñoz bajo fianza de 4.000 euros. La fianza es ridícula por partida doble. Las fianzas se imponen, en teoría, para disuadir a los imputados de lo que finamente se llama «eludir la acción de la justicia» (o sea, de escapar). Suponer que Pablo Muñoz va a renunciar a pasar a la clandestinidad o a buscar refugio en Brasil para no perder 4.000 euros es, sencillamente, ridículo. Todavía más ridículo si, como en este caso, el juez concede un plazo de varios días al puesto en libertad para que haga efectivo el depósito de la fianza. Si le otorga ese plazo es porque da por hecho que no va a huir. Y si tiene tan claro que no va a huir ¿para qué le impone la fianza?

Aporto la respuesta: para que no se diga. O para que se diga. En suma: por razones de imagen, que son las que más preocupan al titular del Juzgado Central de Instrucción núm. 5.

Gracias a esa ridícula fianza, el juez permite que los periódicos con sede en Madrid recojan la noticia de su puesta en libertad –en pequeños caracteres, por supuesto– sin dejar entrever siquiera que Muñoz pueda ser inocente de los cargos que se blandieron para justificar su detención incomunicada. Ninguno de ellos se plantea la elemental disyuntiva: si realmente hay razones para acusarlo de actuar como intermediario de ETA, ¿qué pinta en libertad? Y si no las hay, ¿qué pinta procesado?

 EL MILLÓN COMO UNIDAD DE MEDIDA.– En tiempos solía yo bromear con la extraña unidad monetaria que utilizaban los más variados profesionales de la provincia de Alicante. Cada vez que hablaba con alguno de ellos para que me presupuestara alguna posible obra –todas de tipo menor, por supuesto: mi bolsillo da para lo que da– en mi casa de Aigües, el resultado que obtenía era siempre divisible por cuartos de millón: 250.000, 500.000, 750.000, 1.000.000. ¿No podría haber algo que costara 175.000 pesetas, o 320.000? No. Era como si lo tuvieran prohibido. Tenía que ir de 250.000 en 250.000 pesetas.

A la derecha española le ocurre ahora eso mismo, sólo que con las personas que moviliza para una u otra causa. Según sus portavoces, los asistentes a la última manifestación convocada por la AVT en Madrid fueron un millón. Quienes acudieron a agasajar al Papa, otro millón. Ayer, la Asociación Nosecuantos de la Familia Decente, o algo así, anunció que, como el Gobierno se empeñe en que en las escuelas se imparta una asignatura de educación cívica para explicar a las criaturas que existen diferentes tipos de familia y varias opciones sexuales que pueden estar en su origen, su Asociación preconizará una objeción de conciencia ad hoc, que será seguida –amenaza– «por un millón de padres». Padre arriba padre abajo, supongo.

 SUPERMÁN.– Se ha estrenado otra película con la historia de Supermán. He oído que es un pestiño que no le llega ni a la suela de los zapatos a la versión que hizo Richard Donner (con guión, oh sorpresa, de Mario Puzo). Ayer pasaron en un canal de satélite (TCM) esa primera entrega, hecha en 1978. Empecé a verla (a oírla, más bien) porque la emitían en versión original. Yo la recordaba doblada al castellano y tenía curiosidad por oír las voces originales. Me pareció también bastante aburrida. Tanto, que la atención se me desvió hacia lo puramente anecdótico.

Recuerdo alguna de las preguntas que se me fueron ocurriendo. ¿Por qué en el planeta Krypton hablaban inglés? ¿Por qué Jor-el, el padre de Supermán, transmite todos sus conocimientos a su pequeño hijo antes de que el planeta sea destruido y nuestro pequeño héroe parta para la Tierra, pero su madre, Lara, no le aporta ninguno? ¿Carecía de ellos o fue sólo víctima del machismo de los guionistas? ¿Por qué Jor-el promete a los miembros del Consejo de Krypton que ni él ni su mujer abandonarán el planeta para salvarse, pese a que nadie le ha pedido tal cosa –sólo que no alarme a la población– y, sobre todo, cuando ni siquiera ha consultado tan decisiva cuestión con su señora? En fin, ¿cómo puede ser que en el momento en que se destruyó Krypton no hubiera ningún otro integrante de tan avanzada civilización dándose un garbeo por el espacio estelar, aparte de Terence Stamp y los otros dos condenados a vagar por el cosmos? Se habría librado también de la muerte.

Y así.

Escrito por: ortiz.2006/07/15 09:20:00 GMT+2
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