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2006/11/01 05:00:00 GMT+1

Ya

Primer asunto.

Leo en un periódico: «Israel ha violado las condiciones del alto el fuego impuestas por las Naciones Unidas para el conflicto del Líbano».

Oigo en una radio a Javier Solana: «Las condiciones del alto el fuego acordadas por la ONU en Líbano deben ser respetadas por todos, sin excepción».

Respondo al primer titular: «Ya. ¿Y?»

Contesto a la sentencia campanuda del campanudo Solana: «Ya. Y si Israel no las acepta, ¿qué? ¿Vas a pedir que la sancionen? Pongámonos en el imposible caso de que te atrevieras a solicitarlo. Y si no aceptara la sanción, ¿qué?»

Amos anda.

Cambiemos de tercio.

Segundo asunto.

Retorno a la prensa: «Bush, satisfecho por el regreso de Corea del Norte a la mesa de negociación».

Alguien me ha apuntado una reflexión estupenda a ese respecto: «¿Ves lo que ha pasado con Corea del Norte? El Irak de Sadam Husein fue invadido no porque tuviera armas de destrucción masiva, sino precisamente porque no tenía armas de destrucción masiva. Si las hubiera poseído, como las posee el régimen de Piongyang, el gobierno de los EEUU no se habría atrevido a atacarlo.»

No digo nada, porque no hay nada que decir. El argumento responde a una lógica aplastante.

Me planteo la posibilidad de trasladar esa lógica, de sentido común más que obvio, a la realidad de Euskadi.

Dedico a la idea un par de minutos. Y a continuación la abandono.

Algo me dice que resulta más sensato seguir hablando de Irak y de Corea.

Escrito por: ortiz.2006/11/01 05:00:00 GMT+1
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2006/10/31 06:40:00 GMT+1

¿Agua? No. Tocado. Hundido.

La ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, propone que los ayuntamientos fijen en 60 litros la cantidad de agua por persona y día, cuyo consumo considera «razonable» –motivo por el cual cree que su precio debería ser «asequible desde el punto de vista de las tarifas» (me pregunto desde qué otro punto de vista podría serlo)–, y que, por contra, hagan más oneroso el consumo de cantidades superiores.

Lo primero que se me ocurre preguntarme, así, a bote pronto, es cómo supone la ministra que van a saber los ayuntamientos cuántas personas hay cada día en cada casa. Por ejemplo, hoy mismo en la mía. Aunque también puede ser que doña Cristina considere que los no empadronados en la ciudad en la que se hallen más o menos circunstancialmente deben chincharse e ir sucios y sedientos, o hacerles la puñeta a quienes les han dado cobijo, saliéndoles aún más caros.

Nada hay más injusto –y menos socialista, supongo– que tratar igual lo desigual. No tiene la misma necesidad de agua una persona que habita en Jaén que otra que reside en Cedeira o en Hondarribia, pongamos por caso. Tampoco precisa de la misma cantidad de agua un ciudadano, viva en la ciudad que sea, que alguien que mora en el campo, aunque no sea agricultor profesional.

Esto es algo que algunos ayuntamientos, adelantándose a las ideas de la ministra, han decidido que no vale la pena considerar, razón por la cual mi más próximo vecino de Aigües, en la comarca del Alacantí, acaba de pagar una factura bimestral de agua –¡en un pueblo que se llama Aigües! (*)– cercana a los 2.500 euros, porque toda el agua que dedica a mantener en condiciones una huerta razonable, en la que cultiva especies propias de la zona –sin césped, ni monerías ajardinadas, ni nada– le ha sido tarifada como de consumo personal. Si la ministra y sus seguidores prefieren que la gente que vive en el campo sin dedicarse profesionalmente a la agricultura deje que sus terruños se agosten, y que no pueda tener unas cuantas naranjas, limones y granadas de producción casera, no tienen más que insistir en esa línea astuta. Contribuiremos de ese modo, todos a una, a favorecer los incendios y a dar al paisaje mediterráneo ese estupendo color arcilloso y reseco que lo caracteriza cada vez más.

Que lo caracteriza –perdón: preciso– entre urbanización y urbanización, entre conjunto residencial y conjunto residencial, entre campo de golf y campo de golf.

Porque ése es el asunto.

En la costa mediterránea –al menos en la que conozco yo (y en la que espero encontrarme antes de que el sol llegue hoy a su cénit, todo sea dicho)–, los problemas de agua, que son de verdad acuciantes, no se derivan del consumo personal irracional (que existe, pero es el chocolate del loro) sino, en lo esencial, de dos realidades perfectamente visibles. La primera es el crecimiento urbanístico-turístico, auténticamente demencial, que se está fomentando para beneficio de muy pocos pero muy influyentes personajes. Y la segunda, la expansión disparatada de una agricultura de regadío ecológicamente absurda pero bancariamente envidiable.

Cabría mencionar más factores –el pésimo estado de las conducciones, por ejemplo–, pero no hace falta. Con lo ya apuntado, basta y sobra.

¿Cuál es el problema de la ministra? El mismo que padece toda la política del Gobierno del que forma parte: que no se atreve a ir a la raíz de los males y se contenta con juegos florales destinados a quedar bien ante la galería. Igualito que ha hecho su jefe con la Iglesia católica y las clases de religión. Dicho en pocas palabras: la ministra no se atreve a decirle a la alta burguesía mediterránea (o a la que sea) que su modelo turístico, urbanístico y agrícola es un crimen de lesa patria, y que se le ha acabado el chollo, y que ya puede ir a quejarse al lucero del alba, si tiene ganas y le pilla bien después de alguna de sus juergas nocturnas, porque con la Administración central no podrá contar más.

Y como no se atreve a tirar por esa vía, pues se entretiene echando la bronca y reclamando que les saquen los cuartos a los cuatro bobos que se empeñan en que sus veinte árboles frutales no se les vayan a freír espárragos.

Y que conste que no es mi caso. Yo, como no tengo tiempo de ocuparme de los árboles frutales, dejé que se murieran. Con lo cual hago un consumo de agua mucho más «racional». Que será del gusto de la ministra, supongo.

____

(*) Aigües: «Aguas» (en catalán, o en valenciano, que me da lo mismo, porque es lo mismo, variantes dialectales aparte).

«Mi» pueblo mediterráneo se llama así porque cuenta con aguas freáticas medicinales, gracias a las cuales tuvo un balneario, que fue también, según me han contado, sanatorio antituberculoso, y geriátrico, y no sé cuántas cosas más, y que se fue al guano y quedó en ruinas, pero que ahora están reconstruyendo, por supuesto, para llenarnos todo aquello de guiris, que consumirán agua a espuertas, como Dios manda. Sin que la ministra diga esta boca es mía, of course.

Escrito por: ortiz.2006/10/31 06:40:00 GMT+1
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2006/10/30 07:50:00 GMT+1

De apunte, nada

Sostiene el Diccionario de la Real Academia Española que un apunte es un «dibujo tomado del natural rápidamente». Es a esa acepción del sustantivo, tercera en el orden de preferencias del DRAE, a la que me acogí para bautizar este diario. Un lector puntilloso y un tanto guasón me lo recuerda para señalarme que mis apuntes del natural no se atienen a la definición, porque es imposible que los trace rápidamente, a la vista de su longitud.

Tiene toda la razón. Lo cierto es que, como recordarán los visitantes más veteranos de este sitio, mi propósito inicial sí que coincidía con la definición de la palabra. Mi idea era conformarme con dejar aquí a diario una breve reflexión; algunas líneas, sin más. Pero eso, como la experiencia (me) ha demostrado de manera inapelable, es incompatible con mi naturaleza rumiante.

Hoy he de pedir disculpas por ello de manera muy especial, porque va a ser el tercer día consecutivo que escribo sobre el medio centenario de TVE. Sigo rumiando la cosa, que en realidad daría no para un libro, sino para varios.

Uno de esos libros podría salir de un aspecto muy parcial al que aludí ayer de pasada. Me refiero a los comienzos del tratamiento de la música rock y pop en TVE, tan ligados a las primeras escaramuzas que se libraron a ese respecto en las radios (en la pública y en las privadas). Habría que contar por la brava cómo algunos tipos poco y mal preparados, pero muy desenvueltos y muy engrasados por el establishment de la época, lograron fama y fortuna dándoselas de pioneros, mientras otros, bastante más entregados a la causa y mucho mejor informados, tuvieron que traerse desde el quinto infierno los discos que había que traer pagándoselos de su propio bolsillo, porque no estaban muy bien mirados, y con razón.

Los primeros ahora hacen bromas recordando cómo las máximas alturas del Estado franquista les daban instrucciones indicándoles a qué artistas debían sacar todas las semanas. No oiréis a ninguno contar cómo cuando el régimen decidió prohibir la emisión de canciones de The Beatles, porque John Lennon había tratado irreverentemente a Jesucristo, ellos las programaron. No podrían. Tampoco podrían relatar cómo se negaron a aceptar el boicot contra Joan Manuel Serrat cuando el del Poble Sec se negó a representar a TVE en Eurovisión cantando en castellano. No podrían hacer nada de eso, porque cada vez que el alto mando les hizo saber que tenían que inclinar respetuosamente la cerviz, ellos la inclinaron hasta el suelo.

Pero ya me estoy liando. Un aspecto que me parece todavía más interesante, por poco tratado, y del que habría que escribir mucho más largo y tendido, no es el de lo facha que era la TVE facha cuando toda España era facha por definición, con Franco a la cabeza, sino el de lo increíblemente manipuladora y basurera que pudo seguir siendo la televisión pública cuando se suponía que ya nos habíamos instalado en un régimen de libertades democráticas y que el Gobierno estaba en manos de los mismísimos socialistas. De cómo pudo ser, por ejemplo, que Julián Sancristóbal, esbirro del terrorismo de Estado y a la sazón encarcelado como integrante de los GAL, abriera un Telediario, tal como si fuera un locutor de la casa, quejándose de la terrible persecución a la que, según él, Garzón y El Mundo (eran aquellos tiempos) estaba sometiendo a la pobre cúpula del Ministerio del Interior, con Pepe Barrionuevo y Rafa Vera a la cabeza. Es un ejemplo. Otra imagen que me viene al recuerdo sin hacer ningún esfuerzo es la de la locutora de turno anunciando que TVE se iba a querellar contra unos periodistas que habían denunciado que en Informe semanal se habían utilizado métodos repulsivos para obtener imágenes impactantes. Nunca olvidaré que aquel comunicado del Ente sostenía que en TVE no había ningún reportero que tuviera «las iniciales A. P.», citadas en la información periodística aludida. Hizo como si no supiera que uno de sus reporteros-estrella de aquella época era un tal Arturo Pérez, aunque bien es cierto que casi siempre citado también por su segundo apellido.

¡Ah, TVE! ¡Ah, si las paredes hablaran!

Pero ¿veis lo que decía al principio? ¿Qué tiene que ver todo este rollo con un apunte, que se supone que se traza rápidamente, si llevo aquí más de una hora dándole vueltas a todo este mejunje?

Escrito por: ortiz.2006/10/30 07:50:00 GMT+1
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2006/10/29 07:10:00 GMT+1

Deficiencias culturales

Mi cultura general –mi conocimiento de los datos que obran en poder de casi todos mis convecinos y convecinas– tiene grandes lagunas. Raras, si se quiere, pero lagunas.

Me sucede con cierta frecuencia que salen a colación determinados temas de conversación de los que es obvio que todos los presentes están al cabo de la calle y que a mí me dejan perplejo, porque no sé ni de qué van.

Recuerdo con verdadero bochorno el día en el que en una tertulia de televisión me encontré totalmente perdido porque empezaron a hablar de los entresijos de la familia Janeiro. Todos los presentes me miraron con incredulidad burlona cuando dije –porque era la puñetera verdad– que no sólo no tenía una opinión formada sobre los avatares de esa familia, sino que ni siquiera sabía de su existencia. Se rieron de mí, dando por supuesto que mi desconocimiento era fingido. ¡Puro esnobismo intelectualoide!

No era cosa de contarles que no tengo ni idea de ese género de cuestiones porque apenas veo las televisiones llamadas generalistas, pero no porque las considere indignas de mi intelecto superior, bla-bla-bla, sino porque, aparte de que no me fascine su irresistible inclinación al celtiberismo, llevo fatal el bombardeo de publicidad al que se entregan a todas horas. Así que puedo quedarme pasmado con una película del Oeste, o de espías, o de gángsteres –por no hablar de las de submarinos, que son mis favoritas–, o con un partido de fútbol de segunda, o con la reposición de una final entre McEnroe y Lendl, pero no soy capaz de estarme quieto ni cinco minutos delante de esos otros programas que, por lo visto y oído, la mayoría de la gente se traga sin pestañear. Incluyendo los telediarios de Lorenzo Milá, pese a la admiración que me producen sus prodigiosas contorsiones mandibulares y su capacidad para preocuparse más por los ultrasonidos de un delfín enfermito que por la masacre de cuarenta campesinos afganos hostiles a los amistosos esfuerzos que hace la OTAN por sacar a aquel país de la miseria.

Pero esas inclinaciones mías se me van convirtiendo cada vez más en limitaciones. Y así me ocurre que un día me dicen de algo (o de alguien, ya no recuerdo) que es metrosexual, y ya la tengo liada, porque ni sé qué es eso, ni si es bueno o malo. Y otro día me sueltan de alguien que es un friki, y lo mismo: estoy perdido.

Estos últimos días estoy fascinado con un anuncio de El País que proclama que el periódico sortea un loft. Lo leo y me quedo meditabundo. ¡Andá! ¿Y qué es un loft? No había oído hablar en mi vida de semejante cosa. Aporta una foto en la que se ve una mesa como de oficina y un bisillo (o sea, dos partes de un tresillo), pero no está claro si el loft es la habitación, el mobiliario o qué. He repasado buena parte de la papela que acompaña la promoción publicitaria, por puro interés morboso, pero no he encontrado ninguna explicación de qué narices es un loft. Ni el Libro de Estilo de El País ni el Diccionario de la Academia me han sacado de mi ignorancia. De modo que –deduzco– se ve que no hay ninguna necesidad de explicarlo, porque El País da por hecho que todo el mundo sabe que es un loft. Menos yo.

Y si fuera sólo cosa de palabras... En la portada de ese mismo periódico, hoy domingo, leo el siguiente titular: «Medem desarma a Alejandro Sanz». Y añade: «El cantante, que ha vendido 21 millones de discos, se sincera». Agradezco que en esta ocasión El País, como si fuera un periódico español, haya optado por escribir «discos» y no «copias», pero eso no me levanta la moral: ¡no sabía que existiera un cantante de éxito demoledor llamado Medem! 

Lo que digo: tengo serios problemas culturales.

___________

Volviendo a lo de ayer.– Retomo la cosa de TVE. Oí ayer a José María Íñigo en Radio Nacional evocar nostálgico los primeros años de la televisión franquista. Dijo, como para marcar distancias con «lo de ahora», que «entonces, para salir en televisión, tenías que haber hecho algo». Me pregunté de inmediato: «¿Como qué? ¿Haber firmado varias sentencias de muerte? Formar parte del Consejo Nacional del Movimiento?».

Se lo comenté horas después a un veterano de las lides musicales radiofónicas. Se echó a reír. «¿Íñigo ha dicho eso? ¡Qué caradura! ¡Que cuente cómo fueron sus inicios de enchufado en Londres, de la mano de la SER, mangoneada entonces por la mujer de Franco, cuando él no tenía otra cosa que hacer que contar las novedades musicales que había por allí y las contaba tarde y mal! Así hizo su fama.»

Escrito por: ortiz.2006/10/29 07:10:00 GMT+1
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2006/10/28 09:20:00 GMT+2

«Enseñándonos el mundo»

TVE cumple medio siglo de existencia y lo festeja con una campaña publicitaria en la que se vanagloria de haber estado «50 años enseñándonos el mundo».

Es una muestra perfecta de la realidad de España. En primer lugar, de la confusión mental y real que sigue existiendo entre los instrumentos del franquismo y los del régimen parlamentario.

Mucha gente joven desconoce cómo era TVE hace no ya cinco décadas –por entonces estaba al alcance de un sector mínimo de la población, económica y geográficamente muy selecto–, sino incluso hace cuatro. A la casa de mis padres en San Sebastián llegó por los primeros 60, cuando ya llevábamos algún tiempo recibiendo la señal de la televisión pública francesa. Eso nos ayudó a apreciar las diferencias.

En aquella época, TVE emitía de vez en cuando algún programa interesante, pero la norma era la propaganda fascista más exacerbada. Cualquiera de mi edad con memoria –un atributo que muchos consideran hoy en día de mal gusto– recordará los mítines que soltaban todos los días los Jesús Suevos de turno a cuantos habíamos logrado sobrevivir emocionalmente al garrote vil periodístico del telediario. TVE estaba repleta de propagandistas de las maravillas del franquismo, que competían en fervor fascista (ahora pretenden que fingido: peor me lo ponen) en las más diversas materias, desde la política pura y dura a la tauromaquia, el fútbol o la música.

TVE defendió durante los años 60 y 70 las causas más abyectas que se le pusieron por delante, en España y en el mundo. Todavía recuerdo las crónicas del que ejercía de corresponsal en Lisboa en los tiempos de la Revolución de los Claveles, contándonos cómo las «hordas marxistas» derribaban los restos del «hermano» régimen salazarista. «¡Enseñándonos el mundo»!

Al cabo de los años, no pocos de aquellos agentes del agit-prop franquista se pasaron con armas y bagajes (micrófonos, cámaras, despachos, coches oficiales, etc.) a la causa del Estado reconvertido por la Transición. Y siguieron medrando, por supuesto.

Que ahora se pueda montar este espectáculo bochornoso del cincuentenario, que mira hacia atrás no sólo sin ira, sino incluso con un punto de nostalgia condescendiente, es posible en razón de esa pequeña tontería de la que algunos irreductibles cascarrabias seguimos hablando: que aquí nunca se llevó a cabo una ruptura real que marcara un antes y un después, nítido, tajante, entre la dictadura y la democracia.

Han sido cinco décadas sin solución de continuidad. Sin solución.

No podría haber mejor telón de fondo para esta carnavalada de la desmemoria que el desmantelamiento de la radiotelevisión pública, para mayor loor y gloria de la manipulación privada.

Habría sido todo perfecto si hubieran cambiado una sola letra en el verbo de su lema. En lugar de «enseñándonos», deberían haber puesto «ensañándonos».

Nota de edición: Javier publicó una columna de parecido título en El Mundo: ¿Enseñándonos el mundo?

Escrito por: ortiz.2006/10/28 09:20:00 GMT+2
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2006/10/27 05:00:00 GMT+2

Un pájaro y un tornillo

Me escribe un estudiante que, tras decirme que nunca antes me había leído, se declara horrorizado por la rotundidad con la que afirmo que la derecha española no quiere el fin de ETA. No se detiene ni a considerar la literalidad de mi afirmación –da por supuesto que él sabe lo que yo quiero decir, aunque lo que haya escrito no sea eso–, ni tampoco a reparar en mi observación sobre la equivalencia de otras posiciones que no provienen de la derecha española. Se apresura a escandalizarse por la rapidez con la que emito mis condenas, que le parecen disparatadas.

Leyendo su misiva, que tiene todo el aspecto de ser perfectamente bienintencionada (¿por qué no iba a serlo?), me han venido a la memoria dos historias, una tirando a elegante (es china) y otra brutilla (es local).

Os las cuento porque tienen su interés, al margen de cualquier polémica.

La china me la relató mi buen amigo el dibujante Joaquín R. Gran.

Lo hizo con mimo, porque le concernía.

Contaba la historia de un emperador chino que llamó un buen día al mejor de los muchos dibujantes de su corte –ya se sabe del gusto chino por las caligrafías y los dibujos rápidos con pincel– y le pidió que le hiciera el retrato de un pájaro. (*)

El dibujante asumió el encargo y se retiró.

Pasaron los meses. El emperador, que no olvidaba su petición, mandó recado al concernido. «¿No tenemos nada?», le preguntaron sus enviados. «Decidle a mi señor que estoy en ello», respondió el artista.

Lo mismo sucedió a los dos años. Idéntica pregunta, la misma respuesta.

Cuatro años después, el emperador, ya decididamente molesto, optó por ir en persona a ver al dibujante. «Mi buen artista, ¿seguimos sin dibujo?», le inquirió, con gesto severo.

 El dibujante, con aire ensoñador, masculló: «Ah, sí, sí... El pájaro... Un momento». Y tomó entre los largos dedos de su mano derecha un pincel de delicadas cerdas, lo hundió en el tintero y zas, zas, zas, marcó media docena de decididos trazos sobre un pergamino.

Aquellas pocas enérgicas rayas, por momentos delgadas, de pronto más gruesas, se engarzaban entre sí dando vida a un pájaro maravilloso, lleno de fuerza y de energía, que parecía estar a punto de tomar vuelo desde el cuidado papel del esteta.

«¡Qué portento! ¡Qué manos tienes, hombre genial!», exclamó el emperador, extasiado.

Pero, al cabo de un instante, volvió su mirada, de nuevo adusta, en dirección al dibujante. «¿Y para dar media docena de brochazos has necesitado cuatro años?», le reprochó con enfado.

«Sed tan amable y bondadoso de acompañarme a mi estudio, señor», respondió el artista. Y condujo al emperador hasta el enorme salón de techo acristalado que utilizaba como lugar de trabajo. Por todas partes –paredes, suelos, ventanas, escaleras–, se veían dibujos de pájaros, en todos los colores, en todas las posiciones posibles. Cientos y más cientos de dibujos de pájaros.

Volviose entonces el artista hacia el emperador y le dijo con voz de acento cuitado: «Señor: para que pudiera dar los seis golpes de pincel correctos, éste tu devoto servidor ha necesitado dibujar durante cuatro años muchísimos miles de trazos torpes, inconvenientes, errados».

Y aquí acaba el cuento que me relató el dibujante Joaquín R.Gran... una buena tarde en la que, siendo su redactor-jefe, le pregunté cuándo narices iba a entregar una ilustración que le había encargado.

La otra historia, que posiblemente también conozcáis, describe lo que le sucedió a un menda al que no le arrancaba el coche. Nada: venga a darle a la llave, runrrún, el motor de arranque girando y que si quieres arroz, Catalina. De pronto, el tipo se da cuenta de que está aparcado justo frente a un taller de reparación. Se baja y le pregunta al encargado si puede mirar lo que le pasa a su vehículo. El hombre se acerca, le pide que levante el capó y que accione el arranque. El mecánico oye aquello, lo ojea, vuelve al taller, regresa con un destornillador, se sumerge bajo el capó y, al cabo de un minuto, le dice al del coche: «¡Vuelva a intentarlo!».

Y el otro vuelve a intentarlo, y el coche arranca.

«¡Fantástico! ¡Muchísimas gracias! ¿Qué le debo?», dice el automovilista.

«Cincuenta euros», le responde el del taller.

El de la avería lo mira con cara de escándalo: «¿Cincuenta euros por apretar un tornillo?».

«No, señor», le contesta el otro, sonriendo. «No le cobro por apretar el tornillo, sino por saber qué tornillo era el que había que apretar».

Son dos historias con moraleja.

Excuso decir que la moraleja a la que trato de apuntarme no pretende convencer a nadie de que yo soy muy bueno dibujando pájaros que parecen volar. Tampoco quiero que se me atribuya la capacidad de descubrir a la primera qué tornillos tienen flojos los demás, aunque en eso esté un poco más puesto.

Me conformo con que piense que, si hago una afirmación política rotunda y fugaz, que apenas ocupa línea y media, lo mismo no es una ocurrencia del todo frívola. Que a lo mejor se sustenta en alguna labor previa de reflexión y de análisis. Y hasta de conocimiento del terreno.

¿Vale?

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(*) Después he leído otras versiones del cuento en las que lo dibujado tenía que ser un cangrejo. Da igual.

Escrito por: ortiz.2006/10/27 05:00:00 GMT+2
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2006/10/26 05:00:00 GMT+2

Procesos de intención

Detesto los procesos de intención, pero hay ocasiones en que las intenciones, por mucha pudibundez retórica con que las disimulen sus alentadores, son obvias.

En concreto: todos sabemos que los dirigentes de la derecha política española y sus corifeos mediáticos (corrijo mi falta de rigor: los dirigentes mediáticos de la derecha española y sus corifeos políticos) no quieren bajo ningún concepto que desaparezca el terrorismo de ETA. No necesariamente por ninguna elucubración programática sado-masoquista –tampoco excluible, en principio–, sino, en lo esencial, porque intuyen que eso daría paso a una realidad política en la que no saben cómo podrían desenvolverse, en el caso de que fueran capaces de hacerlo.

Mientras haya ETA, saben qué decir y qué hacer. Lo de siempre. Pero, ¿a qué se dedicarían, de no existir ETA? Tendrían que reciclarse. Lo cual, para no pocos de ellos, sería un drama. No se les oculta que sus habilidades son más bien limitadas. Y que sus empresas valen para lo que valen.

Imagino que no pocos de ustedes se habrán planteado por qué el Tribunal Supremo del Reino de España ha decidido ejecutar ahora, precisamente ahora, determinados aspectos derivados de la sentencia de ilegalización de Batasuna, que fue dictada hace tres años, y que les intrigó que se decidiera a hacerlo a escasas horas de que el Parlamento Europeo votara una resolución de apoyo (o de rechazo) a las iniciativas de paz del Gobierno español con relación a ETA. Es posible que algunas otras iniciativas de la Audiencia Nacional les hayan generado perplejidades del mismo tipo.

No sé si habrán encontrado respuesta para sus dudas. Yo me he proporcionado una, moviéndome siempre en el pantanoso terreno de los procesos de intención, y he llegado a la conclusión de que toda esa gente está actuando, con toda probabilidad, por las mismas motivaciones por las que otros señores, que suelen vestir también de negro, decidieron que estábamos en el momento más adecuado para hacer un robo de armas en Francia rubricándolo con datos inequívocos sobre su autoría. Son tipos que quieren reconducir un proceso que no les gusta, que no les encaja, que no saben ni cómo afrontar ni cómo digerir.

Fue Samuel Johnson el que lo escribió hace ahora tres siglos: «El patriotismo es el último refugio de los sinvergüenzas». Friedrich Dürrenmatt dio una vuelta de tuerca aún más feroz (y pesimista) a la misma idea. Escribió: «Cuando el Estado se prepara para asesinar, se hace llamar patria».

No hablo desde ningún patriotismo. Hablo contra todos. No escribo desde la indignación –que me subleva, no lo oculto–, sino desde la pena. Y desde el asco.

Teníamos delante una magnífica oportunidad y la estáis arruinando.

Escribo «estáis» porque no me incluyo.

La posguerra sólo pueden proclamarla los que han hecho la guerra.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Procesos de intención.

Escrito por: ortiz.2006/10/26 05:00:00 GMT+2
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2006/10/25 08:59:00 GMT+2

Ars columnae

Una vez que el escritor ha puesto en limpio (o en lo que cree limpio) aquello que se le ha ocurrido, sea del género que sea, el texto deja de pertenecerle. Pasa a tener tantos dueños como gente repare en lo escrito. Y lo aprecie o lo desdeñe. Como quiera o sepa interpretarlo.

Cada escritor incluye en sus textos, más o menos consciente o inconscientemente, unos determinados códigos propicios para la interpretación, pero cada persona lectora tiene su propio sistema de desciframiento, en el que incluye muchas claves propias, fruto de su experiencia particular, que pueden ser de muy diverso género: cultural (dicho sea en el sentido más amplio del término cultura), ideológico, político, de estado de ánimo, de humor transitorio... A veces el propio autor escribe bajo el influjo de motivaciones varias y abre a propósito diferentes vías de acercamiento a su texto, abandonando ex profeso la pretensión de darle una forma acabada, cerrada, unívoca.

Sucede con cierta frecuencia que los que nos dedicamos a escribir (a comunicar) nos sentimos malinterpretados. Alguien nos cuenta cómo ha descifrado algo que hemos escrito y nos deja de piedra, porque su interpretación o sus sentimientos están muy lejos de las intenciones que nos movían (al menos en la medida en la que nosotros éramos conscientes de ellas). Eso cabe que suceda porque lo hemos hecho mal y no hemos acertado a comunicar lo que pretendíamos, pero también porque el mecanismo de descifre de quien nos ha leído manejaba otras claves, buscaba otros registros, respondía a otros estímulos, navegaba en otra longitud de onda. Lo cual a veces puede ser una pena, pero otras algo estupendo –no hay por qué desdeñar la posibilidad de ejercer de burro flautista–, y otras ser, sin más. A mí me sucede bastante a menudo que escribo en broma fingiéndome serio y alguna gente se cree que hablo en serio, o lo contrario, que estoy en plan solemne y me creen de vacile (lo que no suele caerle muy bien a mi exagerado sentido del ridículo).

Todo esto se complica algo más cuando el escritor (o escribidor, que suelo decir yo, para quitarle ínfulas a este oficio, que tampoco es como para echar cohetes) se autoimpone la obligación de producirse a diario, lo que hace muy conveniente, tanto para su propia supervivencia como para la de su amable público, que busque cierta variedad tanto en el temario –todo no puede ser «el proceso», ni siquiera hoy, que andan de jarana a su propósito por Estrasburgo– como en los tonos, que conviene discurran de lo muy serio a lo muy guasón, por el aquel de amenizar la existencia a los demás y, ya de paso, al escribidor propiamente dicho.

¿Y que por qué me he largado hoy este rollo? Para responder en bloque y sin acritud ninguna a cuantos de vosotras y vosotros, oh dilectos especímenes de mi dilecto público, me reprocháis últimamente que escriba sobre asuntos poco o nada trascendentales para el destino de la Humanidad, o me ría de mi propia sombra y de la de algunos más practicando juegos de escritura que no persiguen otra cosa que invitar a que nos tomemos todos algún respiro en este largo penar que es nuestra muy consciente existencia.

Si hasta ETA concede treguas, ¿por qué no habríamos de concedérnoslas nosotros, que somos de natural pacífico?

Las mías prometo que no son indefinidas.

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Nota bene.– Tengo prácticamente resuelta la interpretación de mi sueño de ayer, aunque debo mantenerla reservada, no porque afecte a mi vida privada (yo no tengo de eso), sino porque incluye elementos de información sobre asuntos privados de otras personas que tienen derecho a su intimidad. Lo único que se me escapa ya en la interpretación del sueño de marras, a estas alturas, es la nacionalidad colombiana de mis paramilitares. Si el entrenador del Real Madrid fuera colombiano, ya todo estaría aclarado. (Aunque, bien pensado, el nombre de Colombia viene de Colón, que era italiano... No sé...)

Escrito por: ortiz.2006/10/25 08:59:00 GMT+2
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2006/10/24 08:00:00 GMT+2

Un sueño paramilitar

Alguna vez he contado –no sé si aquí, o dónde– cómo mis sueños suelen ser bastante aburridos. Sueño con situaciones triviales, tediosamente cotidianas. Por ejemplo: voy paseando, una abuela me para y me pregunta si sé dónde está una calle, le digo que no y se acaba el sueño. O entro en la panadería, compro dos barras de pan, pago y salgo. Son sueños como para dejar en el paro a todos los psicoanalistas freudianos del mundo. Por eso, las poquísimas veces que he soñado algo curioso y extraño, lo he repasado para tratar de averiguar con qué material de mi vida diurna lo había fabricado y por qué ese hecho (o noticia, o lectura, o lo que fuere) le llamó la atención a mi subconsciente, por lo general tan remiso.

Hoy he soñado que una nutrida banda de paramilitares colombianos (colombianos, en concreto) se había hecho con el control de toda la franja cantábrica española y que estaban sembrando el terror patrullando las calles, deteniendo e internando en unas como naves de fábrica a todos los colombianos que localizaban. En principio no se metían con los españoles, pero sus maneras violentas resultaban terroríficas y no dudaban en disparar y matar a quienes les oponían resistencia. Habían conseguido poner a su servicio a las emisoras de radio y televisión españolas de la zona (sic) pero yo telefoneaba a Colombia (sic!) y me enteraba de que allí la situación era totalmente normal. En esto que entraba en una de las naves de internamiento, que en ese momento estaba vacía, y veía que allí era imposible permanecer, porque el agua corría en riachuelos por el suelo, que era de tierra [Observación.– Lo del agua puede tener explicación porque suelo dormir con la ventana abierta y esta noche ha llovido bastante en Madrid.] El caso es que el estado de aquel lugar insalubre me indignaba y me dirigía a los paramilitares colombianos para decirles que esa situación era inaceptable [Otra observación.– En ese momento del sueño se me ocurría que quizá lo que debería hacer era acudir a un puesto de la Guardia Civil o del Ejército español (?) para reclamar que tomaran cartas en el asunto, pero ni lo hacía ni se me ocurría preguntarme por qué las autoridades españolas se mantenían ajenas a todo aquello.] Ante mis protestas, los paramilitares me arrestaban, me ponían una pistola en la mano y me decían que o mataba a un hombre al que habían capturado (un hombre de alguna notoriedad pública en Euskadi, con el que tengo un cierto trato pero que no me produce sentimientos particulares, ni de simpatía ni de antipatía) o, si no, ellos me mataban a mí. Entonces yo me quedaba petrificado, pensando que la vida del menda en cuestión me importa una higa, pero que yo no podía inclinarme ante ese chantaje y que, de todos modos, vaya un modo más imbécil de morir. En ésas estaba cuando me he despertado, sin que quedara claro si tengo alma de héroe o de asesino ocasional.

He repasado las noticias de ayer, incluyendo las de la noche (suelo dormirme con la radio encendida, en la modalidad de sleep, y sé que a veces uno oye cosas en la fase inicial del sueño que incorpora al acopio del día). Pero nada me sugiere nada. No encuentro rastro ni de paramilitares, ni de Colombia, ni de ocupación de la cornisa cantábrica (exceptúo la actividad policial sobre las Herriko Tabernak: estaría demasiado traído por los pelos, incluso tratándose de mí) y tampoco me aparece para nada el personaje público al que me tocaba matar.

El caso es que me he quedado francamente intrigado. Y por eso me he puesto a contarlo, a ver si al objetivarlo se me desvelaba la clave. Pero nada.

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Disculpas. En mi apunte "divagador" de ayer hice una referencia a un centro de parálisis cerebral, dedicado a la infanta Elena, en la que me tomaba esa enfermedad como si implicara la incapacidad para utilizar el cerebro para razonar. Lo cual fue sólo muestra de la incapacidad que tengo yo para utilizar a veces mi cerebro para razonar. Un muy digno, inteligente y republicano lector de estos Apuntes que padece los inconvenientes de esa enfermedad me ha afeado el error, no sólo importante, sino también desagradable. Me disculpo ante él y ante todos por mi frivolidad y mi torpeza.


Escrito por: ortiz.2006/10/24 08:00:00 GMT+2
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2006/10/23 07:30:00 GMT+2

Divagando

Tiendo a divagar.

Bertolt Brecht tomó prestado de Lenin, a modo de divisa, un lema de Hegel: «La verdad es concreta». Me extraña que tres mentes tan eximias incurrieran en semejante simpleza. Para empezar, la verdad no existe. Existen muy diversas verdades. Es cierto que la exposición de algunas verdades puede ser relativamente concreta, pero la de otras, en cambio, no. Hay verdades complejas, no cerradas, sujetas a desarrollos diversos, no predecibles. Además, ¿cómo cuánto de precisa y acotada debe ser una exposición para que podamos tenerla en rigor como «concreta»?

¿Lo veis? Tiendo a divagar.

Ayer me puse a escribir sobre la estancia de Putin en Lahti, y eso me llevó a recordar los tiempos en los que Finlandia estuvo unida a Rusia, y lo cerca que ha estado siempre el territorio finlandés de San Petersburgo –con los problemas militares resultantes de ello–, y las diversas veces que el único puerto importante de Rusia en el Báltico ha cambiado de nombre, siempre para honrar a alguien prominente, siempre por razones de oportunismo político: San Petersburgo (en honor de Pedro el Grande), Petrogrado (para rusificar un nombre de resonancias extranjeras coyunturalmente indeseables), Leningrado (para celebrar a Vladímir Ilich Ulianov, alias Lenin) y de nuevo San Petersburgo (para apear de la honra al fundador del Estado de los Soviets).

Ese hilo de pensamientos me llevó a recordar que Lenin estuvo siempre en contra de esa costumbre de hacer la pelota a tales o cuales prohombres del Estado dedicándoles ciudades, instalaciones industriales, complejos deportivos, etc. A instancias suyas, la recién nacida URSS aprobó un decreto que proscribía esas prácticas de lo que ya por entonces empezó a llamarse «culto a la personalidad». Leningrado fue bautizada como Leningrado tras la muerte de Lenin y en contra de su expreso deseo. (Si Vladimir Ilich hubiera visto el mausoleo que le montaron cual santo embalsamado, sufre otro infarto y se muere aún más triste todavía.) Luego vinieron Stalingrado, Kalilingrado y todas las demás ciudades-fetiche.

Divagando-divagando –que es lo mío, como queda dicho–, me vine poco después de regreso para aquí y reparé en las múltiples singularidades ridículas que tiene por estos lares el culto a la (supuesta) personalidad. Por ejemplo: acaban de entregarse los Premios Príncipe de Asturias. ¿Puede alguien decir qué proezas extraordinarias ha hecho el segundo marido de Letizia Ortiz para que concedan su título a distinciones honoríficas tan principales? El mayor mérito que encuentro al mozo, y ya es encontrar, es que habla en un tono menos gangoso que su papá y con un acento menos griego que su mamá. Pero da lo mismo, porque tanto él como sus hermanas, por no hablar de sus progenitores, han sido receptores de toda suerte de homenajes a perpetuidad (esperemos que no) en el bautizo de premios, museos, calles, plazas, hospitales, polideportivos, salones de juego, hipódromos y (esto no me consta, pero lo supongo, porque sería de rigor) serrallos y lupanares. Cerca de mi casa, en El Campello, tenemos incluso un “Centro de Parálisis Cerebral Infanta Elena”, aunque admito que ese nombre lo mismo fue puesto a mala hostia.

Lo del culto a la personalidad es como un cáncer, que se cuela por todos los tejidos sociales. Acabo de ver los carteles que promueven la candidatura de Esquerra Republicana de Catalunya, en los que se ve a Josep-Lluís Carod Rovira –con el que tengo, por lo demás, una buena relación personal, dicho sea de paso– realizando un conjunto de actividades humanas, demostrativas de que es una persona como cualquiera. Gracias a esos carteles, nos enteramos de que Carod hace la compra, lee, charla con gente delante del Palau de la Generalitat e incluso se afeita porque –nos ilustra el cartel– los candidatos de ERC son «humanos como tú». (Mi amiga Marieta, que tiene retranca, me hace ver que ella es tan humana como el que más, pero todavía no se afeita.)

Yo no pido a los dirigentes políticos que sean humanos (entre otras cosas porque no sé qué clase de mérito es ése: Hitler era humano, y ya se vio la gracia que tenía en él semejante condición), ni tampoco que sean como yo, porque para ser como yo me basto y me sobro, valiente caca, sino que tengan buenas ideas, mejores propuestas y, a poder ser, algo más de preparación que yo, que sólo valgo para divagar. Y ni siquiera.

Escrito por: ortiz.2006/10/23 07:30:00 GMT+2
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