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2006/12/31 08:58:00 GMT+1

De mal en peor

[Los amigos de Noticias de Gipuzkoa me pidieron que les escribiera unas cuantas líneas reflexionando sobre el atentado de ayer en la T4 de Barajas. Les mandé este texto.]

Siempre he detestado la costumbre ególatra de esos comentaristas de prensa que se empeñan en ser los protagonistas de la noticia, o sea, y como se suele decir, el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Pero, con todas las reservas debidas y sin el menor deseo de pintar ni más ni menos que nadie, ayer, según oí la mala nueva, me resultó inevitable recordar que en ese lugar de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas y a esa misma hora del día este servidor de ustedes suele estar todas las semanas. Para viajar a Bilbao.

De haberme encontrado ayer allí, cabe que hoy no estuviera conmovido por la noticia. Ni conmovido ni nada. Que no estuviera, sin más.

La consideración de lo cual, de todos modos, tampoco altera en nada los elementos de mi análisis. Porque, hubiera estallado la bomba donde hubieran tenido a mal colocarla, y hubieran sido las víctimas éstas, aquellas o las de más allá, mi reflexión habría sido la misma, a saber: qué mal, pero qué rematadamente mal lo habéis hecho.

Nadie vea en mi afirmación la menor voluntad de derivar las culpas. Cuando alguien dispara un tiro, o cuando coloca una bomba –o cuando aprieta el nudo de la soga de una horca, que de todo hay hoy en día–, el culpable es él. Si ETA fue la autora del atentado de ayer en Barajas, como parece, la responsabilidad de lo sucedido –las responsabilidades, en plural: desde las penales hasta las políticas– serán suyas. Pero no sólo.

Son patéticos.

Fue patético ver ayer a Arnaldo Otegi, anonadado –sinceramente anonadado, estoy seguro– afirmando que, según él, nada se ha acabado. Me dieron ganas de responderle: «¡Y tanto! Si, como muy bien nos has explicado todos los días y a todas horas, en realidad el proceso nunca ha arrancado, ¿cómo podría detenerse? Por definición, lo que no tiene inicio no puede tener término».

Más lástima todavía me produjo –ayer se me evaporó por completo el sentido del humor: de  lo contrario lo mismo me entra la risa– el presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, diciendo que ha ordenado interrumpir todas las iniciativas relacionadas con el proceso de paz. A ése prefiero no encontrármelo cara a cara en los próximos meses, porque supongo que me sería inevitable cogerlo por las solapas de su impecable traje de Armani y espetarle: «Pero ¿cómo vas a suspender lo que no has hecho? ¿Cómo vas a interrumpir la perfecta pasividad en la que has estado desde el pasado marzo? Pero, si llevas meses presumiendo de no haber movido ni un dedo, ¿qué mano vas a mover ahora hacia atrás?»

Comparto el sentimiento, aunque no el pensamiento, con los que se apresuraron a declarar –los socios del Gobierno de Vitoria y demás almas voluntariosas y cándidas, Llamazares y ERC incluidos– que se niegan a aceptar que el proceso haya terminado. 

Amigas, amigos, compañeros: venga, dejémonos de ensoñaciones y pisemos tierra. Una tregua se caracteriza porque no hay hostilidades. Si hay hostilidades, no hay tregua. Es así de sencillo. Así de penoso, pero así de sencillo. Estamos igual que antes de marzo de 2006, pero peor, porque nada retorna al pasado sin pagar su peaje de decepciones y amarguras.

Aquí hay demasiada gente que se ha pasado de lista.

Se han pasado de listos, y mucho, los estrategas de la izquierda abertzale que daban por hecho que el PSOE, con tal de apuntarse el tanto de la paz y sus inevitables réditos electorales, acabarían por hacer concesiones políticas de importancia que permitieran vestir el muñeco del abandono de las armas y convertirlo en un triunfo póstumo.

Pero se ha equivocado aún más, demostrando su estupidez casi histórica, apoteósica, ese mediocre al que los españoles han puesto al frente de su Gobierno, ese personajillo que creyó que  todo estaba tan maduro que lo único que le hacía falta era sentarse en el portón de su casa y esperar a que pasara por delante el cadáver del enemigo. Se pensó que no tenía por qué hacer nada, que le bastaba con mirar con sus límpidos ojos azules de miope a la cámara de televisión para que le lloviera el maná, con los votos parlamentarios de los supuestos disidentes vascos y catalanes en plan de claque operística.

Ayer por la mañana, un amigo irundarra, excelente observador del panorama  político vasco, español e internacional, me dijo, a la vez entristecido y socarrón: «En todas las partes del mundo hay imbéciles. En todas partes hay cenutrios como los de Batasuna. Bobos solemnes como los del PSOE. Envenenados de mala fe como los del PP. Sosos bienintencionados pero carentes de ideas como los del tripartito del Gobierno vasco. Pero, ¿por qué nos han tocado a nosotros todos ellos a la vez?»

A lo que yo le respondí: «Estarás de acuerdo en que esto que está sucediendo ahora mismo algunos lo habíamos anunciado muchas veces. Pero, qué más da. Los lúcidos tenemos casi tan mala prensa como los altruistas. ¿Has visto tú alguna vez un monumento a Casandra?»

Pero, puestos a vaticinar, me arriesgo a hacer otro vaticinio: dentro de no demasiado, volveremos a hablar del proceso de paz. En términos no demasiados distintos a los actuales.

Pero desde ahora mismo le hago ya un aviso a ETA: cuanto más tarde en llegarse a la paz (a la paz formal, ya sé), en tantos peores términos llegará para Euskadi.

Escrito por: ortiz.2006/12/31 08:58:00 GMT+1
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2006/12/30 09:50:00 GMT+1

Aberrante

He sentido una reacción de enorme repugnancia y de profundo horror a la vista (y el oído) de las informaciones difundidas esta mañana por los grandes medios de comunicación. Parecen de acuerdo en que Sadam Husein ha acabado sus días en la horca  por culpa de los muchos crímenes que cometió. Es una afirmación aberrante. Sadam Husein no ha muerto por lo que hizo de malo. Lo que hizo de malo no generó ninguna fuerza con vida propia con capacidad para llevarlo al patíbulo. Sadam Husein ha muerto porque unos hombres han decidido matarlo, con independencia de sus crímenes.

Y digo –y digo bien– «con independencia de sus crímenes» por dos razones básicas. Primera porque, si los integrantes del poder político que han ordenado la ejecución de esta sentencia fueran contrarios a la pena de muerte, habría dado igual que los crímenes de Husein hubieran sido más o menos, éstos o los otros. Y segunda porque, si la comisión de crímenes como los que se le han imputado a Sadam Husein condujera automáticamente a sus autores al cadalso, ni les cuento la cantidad de gobernantes del mundo entero que habrían terminado sus asquerosos días colgando de una soga o estarían a punto de hacerlo.

De modo y manera que el titular correcto, preciso y objetivo de la noticia en cuestión no debería ser del tipo «Sadam Husein, ahorcado por los crímenes que cometió en su época de gobernante», sino «Sadam Husein, ahorcado porque en el Irak ocupado se aplica la pena de muerte a los criminales del bando opuesto».

Pero la cuestión no acaba aquí, ni mucho menos. Porque el asunto no estriba sólo en determinar si Sadam Husein merecía morir ahorcado por el crimen del que fue declarado culpable. Conviene preguntarse por qué ese crimen en concreto, consistente en una operación de venganza desplegada contra una población chií que entrañó la muerte de 148 personas,  merecía ser examinado, esclarecido (es un modo de hablar) y sentenciado, y no, en cambio, todos los demás crímenes de los que el ex dictador estaba acusado. Formulada la pregunta de modo más directo: ¿en qué medida este juicio no ha sido llevado a sus últimas e irreversibles consecuencias para  impedir que hubiera más juicios sobre lo sucedido en Irak durante la presidencia de Husein?

Porque, dejémonos de mandangas: todo el mundo sabe, por ejemplo, que el régimen baazista de Husein desarrolló durante muchos años una campaña sistemática de exterminio de la resistencia kurda, que causó no 148, sino muchos miles de víctimas civiles. Y todo el mundo recuerda (o no, porque la memoria colectiva es fragilísima) que el régimen de Husein lanzó una guerra brutal contra Irán, que contó con el beneplácito y el apoyo político, diplomático y militar de Washington y Moscú, guerra que resultó un fiasco, pero en la que el ejército iraquí se sirvió, lo mismo que en sus campañas contra el pueblo kurdo, de armas químicas proporcionadas por sus aliados occidentales.

Y, claro, si esos crímenes se juzgaran, podría ser que algunas grandes potencias, de ésas que ahora ocupan Irak, tuvieran que dar algunas explicaciones enojosas. Y a lo peor algunos de sus ex dirigentes se encontrarían en la desagradable tesitura de acompañar a Sadam Husein en el cadalso.

Escrito por: ortiz.2006/12/30 09:50:00 GMT+1
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2006/12/29 08:20:00 GMT+1

Cuanto peor... ¿peor?

Dicen que el Gobierno de Irak –o sea, el de Washington– va a proceder al ahorcamiento de Sadam Husein en cosa de nada. Algunos afirman que saben incluso la fecha en que se aplicará la sentencia.  Hablan del próximo martes, 2 de enero.

Hace ya muchos años que me apeé de la doctrina simplona según la cual «cuanto peor, mejor», ésa que cifra sus expectativas de transformación social en «la agudización de las contradicciones». La experiencia me ha mostrado que, con anonadante frecuencia, cuanto peor, peor, y que las contradicciones, cuanto más se agudizan, más pinchan. Pero en este caso no estoy seguro de que no quepa hacer una excepción.

Empezaré por decir que a mí la putrefacta existencia de Sadam Husein me la trae al pairo. No soy, ni por el forro, del género de los que creen que todo individuo, por el hecho de serlo, es portador de valores eternos que sólo Dios tiene derecho a dar y quitar, etcétera, etcétera. Estoy en contra de la pena de muerte, pero no porque me encante la existencia de todo bicho viviente, sino porque creo que el poder político (oficial o en la oposición) se envilece al aplicarla. Al igual que la tortura, la pena de muerte priva de toda dignidad a quienes se supone que tienen la obligación de marcar las normas de la relación social.

En este caso, y atendiendo a la totalidad de los factores en presencia, me parece que la ejecución de Husein, si logra que el Gobierno de Washington y sus lacayos de Bagdad se degraden todavía más ante la opinión pública internacional –y ya también, de paso, norteamericana–, puede tener efectos más positivos que negativos.

Aunque cualquiera sabe.

Decía Mao Zedong –aunque me temo que no fue muy consecuente con ello– que lo malo que tiene cortarle a alguien el cuello es que, si luego compruebas que fue un error, ya no lo puedes remediar. Me parece otra razón muy poderosa contra la pena de muerte. Aunque ése sea un problema más de George Bush que mío.

Escrito por: ortiz.2006/12/29 08:20:00 GMT+1
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2006/12/28 05:45:00 GMT+1

¡Inocentes, inocentes!

Insomne otra noche más, para variar, he empezado por ocupar el mucho tiempo que se me presentaba hasta el amanecer en tareas de mantenimiento informático. (Siempre hay algún aparato que falla. Uno como mínimo. No desconsidero las ventajas que tiene eso: no me deja oportunidad de aburrirme. Hoy le ha tocado el turno a un disco duro externo y a la conexión entre la agenda electrónica y el ordenador. Para mí que la electrónica soporta mal mi enviciamiento viajero. Lleva, la pobre, una semana igual que yo, como cagallón por acequia: Madrid, Vitoria, Bilbao, Santander, Reinosa, de nuevo Santander, de nuevo Bilbao, de nuevo Madrid, ahora Aigües... ¿Cómo no va a entrar en crisis? Yo también. Acabamos odiando el asfalto solidariamente.)

Una vez constatada mi incapacidad para resolver ninguna de las dos averías, me he conectado a internet y me he dedicado a cotillear la prensa. De inmediato me he puesto en guardia. «¡Ojo, Javier, que estamos a 28 de diciembre! ¡Atención a las inocentadas!». Así que me he empeñado en localizar noticias que presentaran el aire inconfundible, absurdo o chorra, de las bromas que los periódicos españoles (no todos, pero sí bastantes) suelen gastar los 28 de diciembre.

¿Inconfundible, he escrito? Tururú. Todas las portadas de todos los diarios incluyen en el día de hoy noticias (supuestas noticias) que bien podrían ser bromas, unas de mejor, otras de peor gusto. Al final, el único método que he encontrado para distinguir las noticias que no pretenden ser inocentadas –o sea, que se supone que van en serio– ha sido el del factor común. Si salen en varios diarios, hay que concluir que no son de coña, por mucho que lo parezca.

Ejemplo: varios periódicos aseguran que Fernando Sánchez-Dragó va a encargarse de presentar los informativos nocturnos de Telemadrid. Ergo va a ser verdad.

Cuando yo era joven (me niego a escribir «en mis tiempos»: mis tiempos son éstos de ahora, mientras alguna funeraria no certifique lo contrario), al que se le gastaba una broma tonta tal día como hoy y picaba se le señalaba con el dedo entre risas diciéndole: «¡Inocente, inocente!».

Ahora, todos los periodistas deberíamos salir a diario a la calle, señalar con el dedo a quienes transitan por ella y gritarles entre risotadas: «¡Inocentes, inocentes!»

¡Mira que creerse lo que les contamos! ¡Mira que tomárselo en serio!

Comenté el pasado miércoles en la tertulia de Radio Euskadi una noticia aparecida la víspera en diversos medios y que me llamó mucho la atención. Decía que, según no sé qué encuesta, algo así como un tercio de los niños españoles sostienen que en algún momento de su vida, a hurtadillas, ha visto a los Reyes Magos o a Papá Noel en sus casas en el momento de dejar los regalos de Navidad. Saqué una conclusión de la noticia que a mi amigo José Ignacio Lacasta le provocó la risa. Dije: «Esto demuestra que, si los medios de comunicación nos ponemos de acuerdo, podemos convencer a muchísima gente de cualquier cosa. De lo que sea».

Ésa era la parte negativa de la reflexión. Pero también tenía una parte positiva, su exacto reverso, que no mencioné (e hice mal): por mucho que toda la prensa se ponga de acuerdo para contar la misma trola, siempre habrá gente que no se la tragará.

Expresado de otro modo: ¿qué quiere decir que haya una mayoría conformista? Pues está muy claro: que una minoría no lo es.

_________

Nota.– Ha muerto Pierre Delanoë. Escribió letras de canciones que nos sabemos casi todos (incluyendo a muchísimos de los que se creen que no). Un caso curioso, y poco conocido, es el del clásico norteamericano Let It Be Me, una de las canciones más versioneadas de la historia de la música pop. Mucha gente la atribuye a los Everly Brothers. Originariamente se tituló Je t’appartiens y fue compuesta por Gilbert Bécaud (música) y Pierre Delanoë (letra). A algunos norteamericanos les encanta hacer refritos (ellos lo llaman remakes) de éxitos musicales y cinematográficos franceses. Lo peor es que se los apropian. Son efectos colaterales que tiene estar educado en una cultura imperialista.

Escrito por: ortiz.2006/12/28 05:45:00 GMT+1
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2006/12/27 07:40:00 GMT+1

Hablaré sobre mi doble

«Un hombre pasa con un pan al hombro. ¿Voy a escribir después sobre mi doble?» César Vallejo, dibujante de imágenes poéticas tan aparentemente disparatadas como realmente eficaces, directas y contundentes, planteó lo mismo –mejor, pero lo mismo– que Jean Paul Sartre en una de sus reflexiones más sociales: «Ante la realidad de un niño que muere de hambre, ¿para qué sirve la literatura?»

Yo habría respondido a Sartre: «Para muchas cosas. Entre ellas, para hablar de los niños que mueren de hambre, y para maldecir a quienes los condenan a muerte». Y a César Vallejo, del que tanto he aprendido: «Escribiremos después, César, claro que sí, sobre tu doble».

Ayer hubo un desastre patético en Nigeria, que tiene y no tiene petróleo (lo tienen unos pocos, no lo tienen los más), y una barbaridad múltiple en Somalia, y muchas en Irak, incluyendo el anuncio de una pena de muerte que las máximas autoridades mundiales callan en público y ríen en silencio, y se murió el bobo de Gerald Ford, mientras otro bobo, sucesor suyo, cubría el hueco diciendo bobadas igualitas a las que decía el interfecto antes de seguir siendo bobo, pero ya interfecto, y volvían a oírse tonterías sobre los desastres naturales en el Pacífico, y se desmentía el cáncer de Castro, del que sólo habían hablado hasta ahora los que no hay ninguna razón para suponer que supieran nada de la materia, y...

Y yo me enfadé muchísimo porque traté de dar de baja un servicio contratado por error (error provocado, pero error) con Telefónica de España y no lo logré, pese al mucho interés que puse en el empeño, porque mi decisión resultó materialmente imposible (un imposible provocado, pero imposible). Y, además, no logré, por mucho que lo intenté, que en este rincón de la Red pudiera leerse lo que había escrito a las 5:30 de la madrugada, porque la Navidad es estupenda y es lo que tienen las fiestas, que todo va a su aire, y Felices Pascuas, y Próspero Merimé.

Vuelvo al inicio: frente a las muchas tragedias que padece la Humanidad, que además se ha fabricado un agujero en la capa de ozono que no veas, etcétera, etcétera, ¿qué importancia tiene que lo que uno escribe no aparezca publicado donde se suponía que debía hacerlo?

Ninguna. Salvo para uno.

Ya ves, César, mi buen difunto: al final, todos acabamos escribiendo sobre nuestro doble.

Escrito por: ortiz.2006/12/27 07:40:00 GMT+1
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2006/12/26 20:49:39.999000 GMT+1

El abrazo del oso

Mis conocidos saben de la elevada consideración que tengo por el pensamiento de fondo que animó una frase muy rotunda y muy citada de August Bebel (1840-1913), el patriarca de la socialdemocracia alemana. El bueno de Bebel, al que supongo que el título de «patriarca» no le haría demasiada gracia (fue también uno de los precursores de la lucha contra el machismo y, por ello, contra el sistema patriarcal), se mosqueó un día que leyó un piropo que le había dirigido un medio de prensa reaccionario y exclamó: «¡Ah, viejo Bebel! ¡Qué tontería habrás hecho para que esta gentuza te alabe!»

Me quedé con esa copla y la he tenido siempre muy presente en mi propia existencia, que no se ha caracterizado precisamente por las lisonjas y recompensas recibidas de manos de aquellos a los que he tratado como enemigos (que no rivales: los rivales se integran en otra categoría).

Mis enemigos han tenido por lo general el buen gusto de odiarme, y he de agradecérselo, porque de ello se desprende que les he fastidiado.

En esa misma línea, también he ponderado en alguna otra ocasión –puede ser que en estos mismos apuntes: llevo mal la cuenta de lo escrito– la fábula del alavés Félix María de Samaniego llamada El perro y el cocodrilo, inspirada en otra del clásico Fedro, esclavo que fue bajo la Roma de Augusto, en la que cuenta cómo un perro que pasea a orillas del Nilo desconfía de la recomendación de un taimado cocodrilo, que le dice que es bueno para la salud beber parado. Él continúa al trote, y hace bien en no seguir «del enemigo el consejo».

Bueno, pues concretando: el diario El Mundo ha decidido nombrar a María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta del Gobierno español, «personaje del año». La distinción se ha visto acompañada de una muy extensa entrevista, obra de Victoria Prego, en la que la vicepresidenta tiene ocasión de demostrar cuán honrada y feliz se siente. En lugar de horrorizada.

Lo más curioso es que Prego, que no tiene ni un pelo de tonta, le deja caer la maldad nada más arrancar la entrevista: «Éste no es el periódico que más alabe al Gobierno, así que a lo mejor este premio le crea problemas», le espeta. A lo que Fernández de la Vega, dando prueba de su muy hispánica frivolización de los absolutos, le responde: «En absoluto».

Ya digo que Victoria Prego no es tonta, pero para mí que no se dio cuenta del lapsus freudiano que tuvo al decir «a lo mejor». ¡«A lo mejor le crea problemas»!

Aunque cualquiera sabe.

De ella, que tuvo la inteligencia y el buen sentido de despedirme de una tertulia radiofónica, aunque no la valentía de admitirlo (trató de culpar a otros), recuerdo una maldad que me hizo gracia. Alguien –sí recuerdo quién, pero da igual– comentó: «¡Hay que ver qué barbaridades dice este Ortiz!». Y ella, como quien no quiere la cosa, con esa sonrisa tan suya, no demasiado tranquilizadora, contestó: «¿Y lo que dice te parece muy fuerte? ¡Pues si supieras lo que se calla!»

Escrito por: ortiz.2006/12/26 20:49:39.999000 GMT+1
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2006/12/25 06:00:00 GMT+1

Nochebuena

Cuando era crío, el día de Navidad me gustaba porque todos se levantaban tarde: mis padres, y mis hermanas y hermanos, que eran un montón, y hasta aquellas mozas que con inigualable espíritu democrático llamábamos «chachas». Yo trataba de adelantarme a todos, porque sobre la mesa del comedor quedaban bandejas de restos, entre los que siempre había turrón de Jijona, delicioso, y porque –preparaos– podía acceder sin problemas al cajón de las medicinas, que encerraba uno de mis manjares predilectos: el bicarbonato.

Me tomaba a escondidas dos o tres cucharadas de bicarbonato sódico y me sentía en la gloria.

¿Por qué? Y yo que sé.

Supongo que, si me encontrara ahora en aquel ambiente, en un piso como aquel, con tanta gente y en aquellas condiciones, me parecería espantoso y tendría unas ganas irreprimibles de salir huyendo.  De hecho es lo que hice, en cuanto pude, que fue relativamente pronto.

Acabo de oír en la radio una vieja canción de Los Chalchaleros –de los originarios: Víctor José Zambrano y los otros tres salteños–, y quizá por eso me ha sobrevenido esta reflexión no demasiado melancólica. «Que tiempo feliz, el de la niñez» –decían–, «mirá, yo no sé para qué pasará. Palabrita e Dios que dan ganas e llorar de sólo pensar que no volverá».

Yo no guardo un gran recuerdo de mi niñez, precisamente porque guardo un recuerdo bastante preciso.

Pero que nadie me tome por un implacable ridiculizador de los sentimentalismos navideños.  A mí, mi infancia, que le den dos duros. Pero daría cualquier cosa por volver diez años atrás, cuando iba en Nochebuena a San Sebastián a encontrarme con mi madre, y a agasajarla, y a que notara –las palabras se me daban peor– lo muchísimo que la quería.

Dios, cómo me falta esa mujer.

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Un recado para Jabier Muguruza:

Jabi, te oí ayer por la mañana en Radio Euskadi.

Pues eso; que un abrazo.

Ya ves que estamos más o menos en las mismas.

Y lo peor es que el paso del tiempo no arregla gran cosa.

Escrito por: ortiz.2006/12/25 06:00:00 GMT+1
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2006/12/24 06:00:00 GMT+1

En la piel de toro

La ministra Cristina Narbona –que no es la integrante de la troupe de Zapatero que peor me cae, hombres incluidos– ha declarado que,  si de ella dependiera, prohibiría que se estoqueara a los toros de lidia. No lo ha dicho exactamente así (supongo, para empezar, que no pondría mi mismo cuidado en evitar la expresión «toros bravos»), pero ésa fue su idea, si no la he malinterpretado: llegar a una solución a la portuguesa, admitiendo que se maltrate a las toros, pero rechazando que los maten.

En mi criterio (que probablemente coincide con el suyo en este asunto), lo mejor sería acabar por completo con el deplorable espectáculo de la tauromaquia, pero el compromiso transaccional que propone  no me disgusta. Podría mejorarse añadiendo una cláusula que prohibiera a las administraciones públicas colaborar con (y no digamos subvencionar) cualquier tipo de ceremonias rituales degradantes (lo que incluiría, claro está, las procesiones de flagelantes y otras impudicias celtibéricas), pero tampoco quisiera mostrarme demasiado perfeccionista, al menos por hoy.

Pese a su moderación, que acabo de realzar, la propuesta de Cristina Narbona ha sido de inmediato respondida y criticada de manera encendida, no sólo por la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo (¡faltaría más!) y de María, sino también por varios supuestos socialistas y hasta por algún presunto comunista. Ahí han estado al quite (muy taurinos ellos, como se ve) desde el nunca mal ponderado Pérez Rubalcaba al inexplicable Gaspar Llamazares (¿que les dirá a sus socios ecologistas?), pasando por... ¡Felipe González!

Una de las ventajas que tiene ser ex –de no ocupar un cargo público: algo que compartimos los periodistas– es que uno habla de lo que se le pone. Puede obviar todo lo que le parece antipático, innecesariamente conflictivo o excesivamente complejo. Por eso es doblemente llamativa la toma de posición de González con respecto a la tauromaquia.

El ex presidente del Gobierno asegura que su dilatada experiencia le ha permitido tener conocimiento de espectáculos mucho más brutales que los que se escenifican en los cosos taurinos. Según lo oí, me entró también a mí un ataque de casticismo y, recordando la afición del sevillano por el billar francés, me dije: «¡Así se las ponían a Fernando VII!»

Y le respondí mentalmente, y ahora por escrito: «¡Por supuesto que sí! En su larga carrera, usted, señor González, ha sabido, y muy de cerca, de cosas mucho peores: de secuestros y de atentados mortales, como los realizados en nombre de los GAL, y de los inicios sangrientos de esa aventura que ahora prosigue su curso en Irak y en Afganistán, y de las guerras balcánicas realizadas en nombre de un derecho de autodeterminación que usted sólo admite cuando lo proclaman los Kohl y CIA (con mayúsculas), y de las reconversiones industriales perpetradas a pelo y sin anestesia con el concurso graneado de la Guardia Civil, y de la traición al pueblo saharaui, y de la venta de armas al Chile de Pinochet (¿se acordará también de eso?) y a la Turquía genocida del pueblo kurdo... ¿Qué representan, al lado de todo eso, unos cuantos cornudos de más o de menos sobre la piel de toro?»

Dicho sea sin acritú, por supuesto.

Escrito por: ortiz.2006/12/24 06:00:00 GMT+1
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2006/12/23 06:45:00 GMT+1

Mucho ruido, ninguna nuez

Si hacemos el recuento de cuanto se escribe y dice a diario sobre el llamado proceso de paz vasco, obtendremos una lista interminable. Cada jornada nos aporta una nueva catarata de proclamas a cargo de supuestos protagonistas, de sedicentes expertos y de medios generalmente bien informados, buena parte de las cuales vienen a decir –asunto bastante risible, si bien se mira– que lo más prudente sería no decir nada.

Hay en todo ese ruido mucho afán de notoriedad, sin duda, y de vanidad –Pérez Rubalcaba levantó el otro día su dedo acusador en contra ese vicio, que tan bien conoce– y de ganas de darse ínfulas, en general, pero nos convendrá no pasarnos de ingenuos y de simplones: tonterías privadas al margen, hay en ello también mucho de táctica deliberada destinada a llenar el vacío real con la apariencia de algo

Porque, de creernos lo que oímos y vemos en los medios de comunicación, no paran de suceder cosas: que si el Gobierno y ETA se han reunido durante dos días, con Josu Urrutikoetxea en el papel estelar y no se sabe quién en el papel estrellado; que si el ministro del Interior no confirma ni desmiente nada, pero que ambas afirmaciones, de suyo bien lacónicas, le dan para hablar en muchos medios y durante muchísimo tiempo; que si no hay que confundir lo preliminar con lo iniciado, ni lo interrumpido con lo roto; que si hay dos mesas, una mesa o ninguna silla; que si Rajoy aprueba que se hable con éste, pero no con el otro, y que se trate de A, pero jamás de B...

No son –y, en el fondo, eso lo sabemos todos– sino ganas de enredar. De enredar para distraer la atención de lo sustantivo, a saber: que el Gobierno tiene sus prioridades, pero que en ellas la consecución de la paz (de la continuación de la guerra por otros medios) en Euskadi está muy por debajo de las imprescindibles rentas electorales venideras, y que al PP le pasa al revés, pero lo mismo, y que a los medios de comunicación, lo propio, aunque en su caso las rentas sean más variadas, porque pasan a la vez por las urnas y por el EGM. A ninguno le gusta demasiado el panorama, pero todos temen que se altere, no sea que con la alteración les vaya todavía peor.

Lo cierto es que, desde la declaración de tregua de ETA, no ha parado de haber ruido, pero sigue sin atisbarse ninguna nuez. El obispo Uriarte  ha publicado una homilía de Adviento excelente, pero sólo porque enumera algunas verdades de las llamadas del barquero. Una (que no hay modo de que la clase política capitalina asuma): que, más allá o más acá de ETA, existe un problema vasco que debe ser arreglado por vía negociada. Otra: que mientras el Gobierno no tome ninguna iniciativa relacionada con los presos –al menos eso–, los otros tampoco darán ningún paso más.

Vale. Entretanto, feliz 2007. (Para algunos más que para otros, espero.)

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Mucho ruido, ninguna nuez.

Escrito por: ortiz.2006/12/23 06:45:00 GMT+1
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2006/12/22 07:50:00 GMT+1

Conversaciones discretas

Estuve ayer, conforme había anunciado aquí mismo a la hora del alba, en la recepción pre navideña del lehendakari Ibarretxe, en Vitoria. A los efectos de este comentario –o sea, dejando de lado la parte musical y los aspectos gastronómicos del acto, que estuvieron a la altura de lo esperable (o temible) en este género de acontecimientos político-sociales–, puedo decir que el viaje me valió la pena, tanto más considerando que de todos modos tenía previsto desplazarme hasta el Cantábrico. 

Primero vino el discurso de Ibarretxe, de duración aceptable, doblemente –dicho sea en el más literal de los sentidos– al ser bilingüe.

El lehendakari ha acabado adoptando  una técnica que presenta ciertas ventajas. No divide sus intervenciones en dos partes nítidamente separadas, sino que va pasando del castellano al euskara y del euskara al castellano, buscando a menudo formas distintas de decir lo mismo.

Me pareció oportuno su enfado con la epidemia de verborragia que padece la clase política (y su subsección periodística) en relación al llamado «proceso». Ironizó a cuenta de los políticos y periodistas (y políticos periodistas, y periodistas políticos) que se pasean por la escena «como los chulos de playa» –la comparación fue suya– sacando pecho y dándose ínfulas de estar al cabo de la calle, como si todos los protagonistas de la política subterránea perdieran a diario el culo –esto es ya de mi cosecha– para tenerlos al detalle de cada cosa o cosilla que ha sucedido, sucede o va a suceder. Tiene razón. Llegan a resultar insufribles. Y verdaderamente dañinos.

Me disgustó, a cambio, que insistiera una vez más en el tópico de que «hay que separar paz y política». Entiendo lo que quiere decir, pero me parece mal. Contribuye a difundir en la ciudadanía la idea de que la paz (cosa noble donde las haya) debe evitar el contacto contaminante de la política, sobreentendida como una actividad sectaria, nada altruista, tirando a rastrera. La política es como casi todas las potencialidades humanas; depende de quién y para qué se ejerza. Procurar la paz sin intenciones ocultas ni deseo de sacar de ella rentas distintas de las colectivas es hacer política, vaya que sí. Política en el más noble de los sentidos de la palabra, próximo del etimológico.

Acabado el discurso, deambulé por el recinto charlando con los unos y los otros. Había mucha, muchísima gente perfectamente desconocida para mí, vinculada, según me hicieron saber los expertos, a muy diversos sectores empresariales y administrativos. Fui deteniéndome a charlar con algunos políticos, varios elementos destacados del mundo académico y unos pocos colegas periodistas que considero dignos de crédito. También pude intercambiar breves impresiones con dos de mis víctimas editoriales: el propio lehendakari Ibarretxe y el también lehendakari, sólo que de otra rama, Xabier Arzalluz. Como este género de encuentros se realizan dando por hecha la discreción mutua (lo que en la jerga periodística se suele llamar off the record), no voy a dar cuenta aquí de nada de lo que oí (me refiero al conjunto de la gente con la que hablé, no a los dos que he citado nominalmente). Aparte de que en casi todos los casos me interesó más captar el estado de ánimo de la gente con la que hablaba que en obtener de ellos ninguna información concreta.

Mi impresión de conjunto no fue muy distinta de la que ya tenía antes de acudir al acto en cuestión. Constaté que quienes saben algo de lo que hablan están preocupados y, en parte, también algo desalentados. Y que buena parte de su preocupación y su desaliento surgen de la evidencia de que el Gobierno de Madrid tiene muchas preocupaciones que pasan por delante de la búsqueda de la paz. Preocupaciones de ésas que se reflejan en las encuestas que no paran de salir... y de contaminar. Hay muy pocos que tengan la paz como norte fijo y demasiados que sólo piensan en lo que puede suceder en las próximas elecciones.

Hubo un diálogo que, no diciendo con quien lo tuve, puedo reproducir, porque me parece que da muchas pistas.

–Si ETA acaba decidiéndose a romper la tregua –dije yo–, me temo mucho que lo hará poniendo un muerto, o varios, sobre la mesa.

Y mi interlocutor dijo:

–Y regalará las siguientes elecciones al PP.

Ése es el género de cálculos que se está haciendo casi todo el mundo. Puf.

Escrito por: ortiz.2006/12/22 07:50:00 GMT+1
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