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2007/03/11 07:50:00 GMT+1

La sencillez del mensaje

Muchos analistas coinciden en señalar que un obstáculo grave con el que se topa la política que ha hecho suya Rodríguez Zapatero (con respecto a los asuntos internos: las cuestiones internacionales discurren por otros derroteros) viene dado por su relativa complejidad. Que no cabe explicarla en un plisplás, con cuatro afirmaciones sumarias y un par de referencias terminantes a los genitales.  

Algo de eso sí que hay. Pongamos por ejemplo –bien candente– la disputa por el caso De Juana. Qué duda cabe de que, si proclamamos a grandes voces que es una canallada que el Gobierno haya puesto en libertad a un asesino que apenas ha pagado por sus delitos de sangre, nadie tendrá la más mínima dificultad para comprendernos.

Habremos dicho una mentira como la copa de un pino, pero facilísima de entender.

Y es verdad que refutarla representa un engorro. Hace falta explicar que la deuda que tenía que pagar De Juana por sus asesinatos está ya saldada. Y que lo está porque se le aplicó la ley que era de rigor. Y que tanto da que esa ley guste ahora más o menos, porque era de obligado cumplimiento. Y que, si el individuo sigue sin ser puesto en libertad –porque no lo ha sido–, es en razón de que la fiscalía propició un procedimiento penal contra él por lo escrito en dos artículos de prensa cuyo contenido era de una diplomacia exquisita, comparado con el texto de un libro por cuya autoría el Gobierno del PP le concedió amplios beneficios penitenciarios. 

Sí que es un poco liado. Nada cuya comprensión requiera de elevados conocimientos académicos, pero tampoco simplezas que quepa resolver en 59 segundos.

Sin embargo, tampoco hay motivo para que los asesores de Zapatero se desesperen por la dificultad de competir en contundencia y sencillez (o simplismo, llámelo cada cual como quiera) con el mensaje que los Rajoy, Acebes, Zaplana y demás Aguirres están lanzando de continuo al electorado. A Zapatero le basta con pintar con crudeza –y a brochazos, porque de eso se trata– el panorama que los electores van a tener ante sí: «Ya habéis visto quiénes son y cómo son los que se aprestan al abordaje», puede decirles. «Los habéis oído gritando con total sinceridad y con perfecta crudeza lo que les sale de las entrañas. Ya sabéis de la rabia, el odio y el ánimo de revancha con el que vienen a por los que no somos ni “normales” ni “bien nacidos”, es decir, a por los demás. Os consta que muchos de ellos no se lamen las heridas de 2004, sino las de 1976. Decidid en consecuencia.»

Si plantea la opción con esta crudeza, verá que es amplia mayoría la gente que no se hace notar de sábado en sábado entre Cibeles y Colón porque prefiere estar tan tranquila en su casa, o paseando con los críos, o en el cine, o jugando al tute con los amigos.

Gente la mar de normal, y tan bien nacida como cualquiera al que le hayan nacido en cualquier parte.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: La sencillez del mensaje.

Escrito por: ortiz.2007/03/11 07:50:00 GMT+1
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2007/03/10 05:00:00 GMT+1

¿Qué amigos tiene Zapatero?

Me cuentan que Pérez Rubalcaba está entre cansado y harto, y que quisiera irse. Ignoro si será verdad. No me extrañaría demasiado. Me consta que el de Solares tiene a veces sus baches anímicos, y qué duda cabe de que éste sería un momento muy propicio para caer en uno. De todos modos, no he oído que haya roto su carné de socio del Real Madrid, lo que demuestra que tampoco está tan bajo de moral.

Bromas aparte, comprendo que en el entorno de Rodríguez Zapatero se sobrelleve la situación actual con su tanto de desánimo.  Y con no poca perplejidad. Es cierto que el presidente del Gobierno cuenta con muchos apoyos en el mundo de la política «profesional». No hay más que ver lo arropado que está en el Congreso de los Diputados, donde sólo el PP le quiere mal. (Aparentemente.  Luego volveré sobre esto.)

Pero ¿y en la calle? Escribo estas líneas horas antes de la manifestación convocada por Rajoy en Madrid. Doy por hecho que acudirá a ella la tira de gente. Aunque el domingo nos tocará rebajar las cifras (porque habrá que rebajarlas, dada la irreprimible inclinación que siente el bando nacional por el tremendismo en todas sus variantes), admito sin resistencias que, sobre todo del Ebro para abajo, se ha creado un importante estado de opinión antigubernamental. No pretendo postularme como sondeo de opinión ambulante, pero lo noto allá por donde voy. El personal anti-Zapatero hace notar su presencia a todas horas y en donde sea, con la excusa que sea. El martes pasado me dejó perplejo un menda que viajaba junto a mí en el avión que nos trasladaba de Bilbao a Madrid. Cuando el comandante dijo: «Esperamos llegar a nuestro destino a la hora prevista», el tipo dijo en voz alta: «¡Con tal de que no sea a la hora de Zapatero…!», estupidez palmaria que un buen puñado de pasajeros rió cual si se tratara de una brillante muestra de ingenio.

Puedo equivocarme, pero para mí que la razón fundamental que explica la mala prensa que tiene Rodríguez Zapatero está, precisamente, en la prensa. En los grandes medios de comunicación de masas, en concreto.

He explicado muchas veces –y teorizado otras tantas– cómo funciona la cadena de producción de lo que se entiende por opinión pública. Los principales mass media escritos son su referente original. Ellos cuentan las cosas como les conviene que sean contadas y las arropan con las opiniones pertinentes. Da igual que en España los grandes periódicos no se vendan demasiado. Lo importante es que se venden bien; en donde conviene. A la hora del alba, e incluso mucho antes, están ya en las redacciones de las principales cadenas de radio y de televisión, que los toman como pauta. Acogen reverencialmente el bolo alimenticio –ya bien triturado, en avanzada fase de digestión– y le dan curso.

Cuando los grandes medios escritos discrepan mucho entre sí, cada cadena de radio o televisión se apunta a la versión que mejor le cae (o que mejor cae a sus propietarios). Pero si lo que les ponen por delante es un enorme montón de descalificaciones sumarias, apenas ensombrecidas por media docena de comentarios que dicen desmayadamente que tampoco es para tanto, y que la vida es muy compleja, y que qué iba a hacer el presidente, el pobre, y que es cierto que la ha armado buena (o sea, mala), pero que, eso sí, con la mejor voluntad… pues entonces el españolito medio, enamorado como está de las ideas sencillotas –porque tampoco va a perder su tiempo de trabajador por cuenta ajena pensando por cuenta propia–, deduce que va a ser verdad que ese Zapatero es un capullo que si no se ha vendido al oro de Moscú es porque ahora el oro de Moscú está con las mafias marbellíes, pero que fatal, garrafal, catastrófico, en todo caso.

El problema principal de Zapatero –no el único, por supuesto, pero sí el principal, en mi criterio– es que no cuenta con un aparato de propaganda que respalde debidamente sus decisiones. No sólo que las respalde: que las resalte como inteligentes, meditadas, estratégicas, profundísimas, avaladas por las mentes más preclaras del mundo entero, infinitamente superiores a las pavadas reaccionarias de sus oponentes, etcétera, etcétera.  Como hizo Felipe González, que tenía que vender una mercancía impresentable, pero contó con los medios para disfrazarla (hasta que ya no hubo manera, claro).

Los emporios mediáticos que se supone que deberían respaldar a Zapatero –los dos: tanto el público como el privado– tienden a tratarlo con displicencia, como mirándolo por encima del hombro.  Los servidores del ente público han descubierto que no tienen por qué temer a las represalias de sus jefes, porque se han vuelto pusilánimes. Y los del engendro privado han sido debidamente aleccionados por sus patronos, que sostienen que Zapatero sólo estará bien cuando se muestre disciplinado y actúe como le tienen dicho, que es lo que no hace.

Zapatero no es víctima de la inteligencia de sus enemigos (que, por cierto, y por mucho que eso moleste a todos los que creen que el derechismo es una de las múltiples manifestaciones de la oligofrenia, no son tontos). Es víctima, sobre todo, del escaso fervor que le manifiestan quienes se supone que deberían tenerle arreglado el escaparate. Buena parte de los cuadros del PSOE sólo lo apoya cuando no tiene más remedio, y de aquella manera. Entretanto, los medios de comunicación presuntamente afines hacen ímprobos esfuerzos para dejar claro que sólo le son afines cuando no les queda más remedio.

Me ha llamado muy en particular la atención la malevolencia descarada con la que Felipe González ha tratado estos últimos días a su sustituto en el cargo. Nadie que conozca medianamente el género puede pensar que González se metiera inocentemente de hoz y coz en el charco de la actualidad para decir que él, de encontrarse en la situación de Zapatero, también habría aplicado a De Juana el segundo grado penitenciario. Sabía de sobra que todo el mundo iba a recordar que él dejó morir a un preso de los GRAPO en huelga de hambre. Y lo que eso iba a acarrear.  Por no hablar de su muy peculiar sentido de la oportunidad, que le ha llevado a aprovechar estos días –precisamente estos días– para presentar un libro de Rafael Vera, convicto estafador y secuestrador, reivindicando el buen nombre de los GAL, en la práctica. Y Rodríguez Ibarra haciendo el coro.

Es obvio que hacen todo eso a propósito. Porque ellos tampoco son tontos.

De modo que Zapatero podrá contar con el respaldo –condicional, pero claro– de todos los otros grupos parlamentarios, a excepción del PP, pero tiene peligrosamente en el alero, si es que no en el arroyo, el apoyo de quienes política y mediáticamente se suponía que integraban sus huestes.  

Es lo malo que tiene salir vencedor cuando quienes te apoyaron en la contienda tenían previsto que perdieras.

Escrito por: ortiz.2007/03/10 05:00:00 GMT+1
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2007/03/09 07:00:00 GMT+1

El precio de una negra

La mozambiqueña Graça Machel denunció en el II Encuentro de Mujeres Españolas y Africanas, clausurado ayer en Madrid, que el mundo occidental trata con más consideración a las vacas que a las mujeres africanas. «Moralmente, una vaca no puede ser mejor tratada que una mujer», subrayó Machel, de cuyos títulos de autoridad no voy a hacer mención, porque me ocuparía más espacio del que dispongo.

«Moralmente», dijo. Pero no estaba hablando de moral, sino de economía.

La cuestión que planteó remite directamente a la consideración de los respectivos valores de cambio.

Antonio Machado rechazaba, como Graça Machel, la confusión entre valor y precio. Hermoso, dignísimo error, pero error. El valor de cambio –el precio– se establece en función de criterios de rentabilidad, dentro de los cuales la ética, e incluso la estética, no pintan nada. Uno paga tantos euros por un litro de ácido sulfúrico, pongamos por caso, no porque considere que el ácido sulfúrico es entrañable, bello y noble, sino porque le sirve. Y paga esa cantidad de euros porque le compensa.

Pues tal cual. En los mercados africanos, las vacas alcanzan un alto valor de cambio no sólo porque sirven para dar leche y, llegado el caso, una gran cantidad de carne, sino también –y sobre todo– porque no abundan. Las mujeres jóvenes tienen una buena fuerza de trabajo y otras potencialidades estimables, sin duda, pero no son extraordinarias. Ni sus potencialidades ni ellas mismas. Hay negras de sobra.

Graça Machel se refirió a las mujeres africanas porque estaba en un encuentro de mujeres, pero podría haber hecho comparaciones similares –de hecho las apuntó– referidas a los hombres de su misérrimo continente abandonado. ¿A cuanto está el kilo de miserable negro? (Perdón por no decir subsahariano. Ya sé que da igual dejar que se mueran de asco, pero que es espantoso utilizar un lenguaje políticamente incorrecto.)  

Por no hablar de sus niños: ¿cuánto cuesta un niño negro aleccionado para disparar contra quien sea, cuando sea?

¿Cuánto vale un miserable africano para un niño africano que dispara?

¿Por cuánto le sale una pobre africana a un pobre africano que la explota y oprime?

No se trata de preguntas retóricas. Todos esos kilos tienen precio. El libre mercado está para eso.

Es posible que los hombres africanos estén más cotizados que las mujeres africanas. Tal vez porque tienen más fuerza de trabajo, metidos en una mina o empujando un carro. O porque las mujeres estén menos dispuestas a empuñar un kalashnikov y destripar a varias docenas de sus semejantes.

¿Hiere vuestra sensibilidad que me exprese en estos términos, deliberadamente crudos? De ser así, no culpéis a los términos. Culpad a la realidad. O id más al fondo: culpad a los criterios que la rigen. Están consagrados por lo que llamamos «libertad de mercado».

Ah, por cierto: el presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, tuvo palabras muy amables a la hora de clausurar el II Encuentro de Mujeres Españolas y Africanas. No dijo nada sobre el precio de las mujeres y las vacas. Por supuesto.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: El precio de una negra.

Escrito por: ortiz.2007/03/09 07:00:00 GMT+1
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2007/03/08 05:00:00 GMT+1

Recuerdos en sepia

Hoy voy a recordar otra vieja historia. Ya me hago cargo de que, como siga así, estos apuntes míos en sepia, rescatados del pasado, pueden acabar apestando a naftalina, pero, en fin, son lo que son, y tampoco tiene nadie la obligación de aguantarlos, ni puede quejarse, porque no los paga.

El suceso del que hoy me he acordado debió de suceder allá por 1995, más año arriba que año abajo. Juraría que ya lo he comentado alguna vez, aunque creo que no por escrito.

 Fue el caso que estaba yo dando algunas charlas por tierras de Navarra, invitado por gente amiga, y una buena tarde me tocó ir a perorar a un cierto lugar de cuyo nombre puedo y quiero acordarme, pero que no cito, porque para qué.

Quedé con mis anfitriones, nos tomamos un algo y nos dirigimos plácidamente al local en el que iba a tener lugar la charla.

Según íbamos acercándonos, noté que había cierta algarabía por los andurriales. «¿Qué es eso?», me interesé. «Una manifestación», me respondieron. «Ah, ¿sí? ¡Qué bueno! ¿Y contra qué?», continué, con ánimo festivo.

Me quitaron el festejo al punto: «No es contra qué. Es contra quién. Va contra ti.»

Pocas veces en mi vida he sentido tanto estupor. ¿¿¿Contra mí???

Pero, como era obvio que mis amigos no estaban gastándome ninguna broma, me fui directo al lugar de la trifulca.

Lo primero que vi fue una hilera de jóvenes que sostenían una pancarta –muy bien hecha, por cierto– en la que se leía: «El Mundo tortura y manipula».

Me acerqué a ellos. Les pregunté si podía hablar con alguien que hiciera las veces de portavoz. Se me presentaron dos. Les dije que estaban organizando un acto injusto. Que, aparentemente, lo único que sabían de mí es que era subdirector de El Mundo, y que de eso habían sacado muchas conclusiones, todas ellas igual de sumarias. Les argumenté que, como quiera que la conferencia que me proponía dar algunos minutos después era sobre la situación de los medios de comunicación, quizá podríamos llegar a un acuerdo: ellos aplazaban momentáneamente su manifestación, por otro lado no demasiado masiva, entraban a oír la conferencia, tomaban nota de su contenido, examinaban si, visto lo visto y oído lo oído, cabía acusarme de complicidad con prácticas de tortura y manipulación y, tras todo ello, volvíamos a hablar.

Deliberaron un rato, al cabo del cual me comunicaron que estaban conformes.

Entraron a la conferencia. Eran una veintena.

Se situaron al fondo de la sala y, según comencé a hablar, ellos empezaron a armar gresca. Me interrumpí y les dije: «Vamos a ver. Esto de las conferencias tiene sus reglas de funcionamiento. Se supone que, para tener claro que soy un impresentable reaccionario, españolista y opresor, tenéis que esperar a que os aporte oralmente la prueba. Si no paráis de hacer ruido, no os enteraréis de lo que digo y, por ende, no vais a saber a ciencia cierta hasta qué punto me merezco cualquier cosa. ¿Por qué no os calláis un rato, escucháis mi rollo y, una vez lo hayáis convenientemente destripado, empezáis a abroncarme como me merezco?».

Noté que algunos de ellos se reían, lo que me pareció un buen síntoma.

Al acabar la conferencia, tuvimos un animado coloquio, interesante de verdad. Uno de los jefes del gremio de los reventadores me hizo una pregunta que empezó tal que así: «Bueno, supongo que tú no, pero hay periodistas que…» Me eché a reír. Él entendió por qué y acabamos riéndonos los dos. El uno del otro; el uno con el otro.

Aquello terminó y llegó el momento de emprender la retirada.

–Bien ¿no? –comenté a mis anfitriones.

–Bueno. Déjalo en que te ha salido bien, sin más –me respondió uno de ellos.

–Pero, ¿por qué? –me extrañé–. Les he invitado a razonar. ¿Qué tiene eso de malo? ¡Dialogando se entiende la gente!

–Mira, Ortiz –insistió mi anfitrión, conservando el buen tono y cuidándose de no resultar hiriente–: por las mismas que hoy han optado por entrarte al trapo, estos mismos han respondido en otras ocasiones a otros que, como tú, les reclamaban diálogo racional… soltándoles un pedazo de hostia en los morros y dando la polémica por zanjada.

–Pero, bueno, ¡qué me dices! ¿Es que están todos locos? –me salió del alma.

–No; qué va. No es cuestión de locura. Es gente disciplinada, sin más. Les dicen que hay que montar el pollo a este o el otro porque interesa, y lo hacen, y eso es todo. Hoy has tenido suerte; les has cogido con el pie cambiado. Y no, no son ni locos ni tontos: ya has comprobado que, cuando se ponen a razonar, tampoco lo hacen tan mal. Es que se han metido en esa dinámica, y no hay manera.

–Pues qué pena, ¿no? –dije, por decir algo.

–Ya, claro –me contestaron, supongo que por contestar algo.

Escrito por: ortiz.2007/03/08 05:00:00 GMT+1
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2007/03/07 07:45:00 GMT+1

¡Hagan fuego, señores!

El PP y el PSOE se aprestan a despedazarse mutuamente en aplicación de la más importante de las reglas de toda polémica celtibérica que se precie, según la cual el agraviado debe prescindir de defenderse y concentrar todos sus esfuerzos en demostrar que el otro es todavía peor.

Estamos ante el tipiquísimo «¡Pues mira que tú!». El uno recrimina al otro que se esté mostrando implacable con quienes han decido la atenuación de los rigores del régimen de reclusión impuesto a De Juana Chaos cuando existen pruebas fehacientes de que hace 17 años exigía que se actuara precisamente así con los huelguistas de hambre de los GRAPO, y el otro responde que cómo puede considerar «de humanidad elemental» la aplicación de medidas penitenciarias que hace 17 años rechazaba de medio a medio apelando al principio de autoridad. El uno reprocha al otro estar poniendo en práctica, en general, una política penitenciaria débil y acomodaticia con respecto a los presos de ETA, y el otro le contesta que fue él quien se comportó de ese modo, sólo que a mayor escala, cuando la responsabilidad de los regímenes penitenciarios estuvo en sus manos. ¿Qué el uno se pone un lazo azul? Pues el otro dos. Entretanto, los GAL aparecen en el escenario, y el PP reprocha a los del PSOE su participación en aquella apestosa trama olvidándose de que lo primero que hizo Aznar al respecto, así que llegó a la Moncloa, fue negarse a desclasificar los papeles del Cesid, inventándose toda una alambicada teoría sobre lo mal que está que los gobernantes miren hacia atrás.

Ante esta situación, quienes no estamos pringados en nada de todo esto, ausentes de militancias y complicidades que nos condicionen, tenemos ante nosotros dos posibilidades. Una pasa por pedir a los unos y los otros –ya hay bastantes que lo están haciendo– que sean prudentes y que paren de sacarse los trapos sucios respectivos, porque van a acabar descuartizándose malamente y el espectáculo general va a resultar penoso. La otra posibilidad –a la que me apunto– es animarles a que sigan en ello con todo el furor del que sean capaces, precisamente para que no haya ni pasteleos ni complicidades que oculten las respectivas calañas. Con una condición, eso sí: que respeten las disposiciones establecidas por la Convención de Ginebra en cuanto a las reglas que deben respetarse en las guerras. En este caso, debemos insistir muy en especial en la necesidad de que se saquen a relucir todas las vergüenzas del oponente de las que tengan noticia, pero sin inventarse ninguna y sin hacer acusaciones personales infamantes basadas en meros rumores sin contrastar o relativas a cuestiones de la vida privada e íntima de quienes participan en la contienda.

A mí no me asusta este ejercicio colectivo de reproches (siempre que se den, insisto, con acatamiento de las leyes de la guerra política). Al contrario: me parece sano. Es la famosa κάθαρσις (catarsis) de los griegos: limpieza, purificación. Sólo que en lugar de emprenderla cada uno en su propio bando, se la hace al otro, recibiendo a cambio la misma medicina. Por mí, adelante.

 

Escrito por: ortiz.2007/03/07 07:45:00 GMT+1
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2007/03/06 05:00:00 GMT+1

El derecho a cambiar

Ayer mencioné la portada de El Mundo del 31 de mayo de 1990 evocando los tiempos en los que ese periódico –en el que sigo escribiendo y publicando dos veces por semana– tenía una línea editorial bastante coincidente con las posiciones que yo sigo haciendo mías en la actualidad. Cité ese número de El Mundo, pero no pude hacerlo con la debida precisión porque, como conté, no tenía a mano el ejemplar correspondiente. Ignacio Escolar se hizo eco de ello en su muy útil y visitado blog (www.escolar.net) y, al cabo de pocas horas, ya había un lector que colgaba un pdf con la portada de marras. ¡Gracias!

La lectura de aquella primera página, que reproduzco infra, demuestra que, en efecto, como ya avanzaba en mi comentario, mi memoria es tirando a aproximativa. El título del pie de foto no hablaba de Mauthausen. A cambio, en el texto se aludía a «los horrores del nazismo». O sea, que más o menos.

Para ahorraros el trabajo de ampliar la imagen, incluyo al final los dos textos en los que El Mundo se refirió a esa foto y ese asunto. Me consta que el pie de foto de portada fue cosa mía. El pequeño editorial asociado no lo sé; creo que no. Entonces yo no era todavía subdirector de Opinión –es decir, no era editorialista–, pero, en tanto que jefe de Redacción y opinante full time, metía algo de baza.

De lo que sí estaba encargado por entonces era de elegir la cita de autor que aparece todos los días en el frontispicio del periódico, justo debajo de la cabecera. Aquel día seleccioné una frase de Teresa de Ávila, más conocida por Santa Teresa. Decía: «Si no hemos perdonado nosotros, demos sentencia contra nosotros, que no merecemos perdón». ¡Qué hermosa, qué impecable, qué penetrante reflexión, venida de una época en la todavía no era infrecuente que los cristianos ejercieran de cristianos! Cuando la he leído hace unas horas, se me ha ocurrido emparentarla con otra de El Padrino, de Coppola. Es la misma idea, sólo que elaborada sin intención ética, con espíritu fríamente militar (o mafioso, que para los efectos tanto da). «Nunca odies a tus enemigos. Si los odias, no podrás juzgarlos», sentenciaba el personaje que inmortalizó Al Pacino.

Se equivocará, en cualquier caso, quien crea que he sacado a relucir esta historia para afear a la dirección de El Mundo su cambio de orientación editorial. Cualquiera que haya seguido el rastro de mi huella escrita sabe que siempre he defendido el derecho de los demás –digo «de los demás» porque a mí nunca me ha hecho demasiada falta ejercerlo– a cambiar de opinión ante cualquier dilema ideológico, político o social.

Cuando he defendido ese derecho, sólo he puesto interés en subrayar dos extremos, y en ellos vuelvo a insistir en esta ocasión.

1º) Me merece mucho más respeto el cambio de ideas de aquel que se adhiere a otras peor cotizadas en el mercado de la compra-venta ideológica que el de quien cambia de rollo para adherirse a otro más cómodo, mejor aceptado y más en boga. En varias ocasiones he puesto el ejemplo bastante ilustrativo, en mi opinión, de Jorge Verstrynge, que se ha ido escorando más y más hacia la izquierda, hasta ser malísimamente mirado por quienes hace años quisieron elevarlo a los mayores altares. Él sostiene que es mentira que haya salido perdiendo, y entiendo muy bien en qué sentido lo dice, pero la suya fue una apuesta decidida a favor de los perdedores, lo que lo hace digno de (mi) estima.

2º) Lo que no sólo no acepto, sino que además me repatea los higadillos hasta dejarlos hechos fosfatina, es que algunos individuos que optan por abandonar el ideario que fue el suyo y deciden abrazar otro diametralmente opuesto se lancen a afirmar con total aplomo, en su nuevo papel de conversos, que aquellos que nos mantenemos en la defensa de las ideas que ellos sostuvieron durante mucho tiempo no somos, en realidad, sino basura, gentuza de la peor calaña y enemigos de cuanto de decente hay en esta vida. ¿Es así como juzgan su propio pasado?

Eso es lo curioso: que no. En lugar de inclinar mansamente la cabeza y admitir que la lucidez no ha sido su más acreditada especialidad, como atestiguan sus bandazos, se dedican a descalificar a sus anteriores compañeros de viaje con el mismo fervor con el que se proclaman adalides de la última Verdad Absoluta descubierta.

De modo que es lícito cambiar, por supuesto, pero deben hacerlo, quienes lo quieran, admitiendo que cambian (condición primera) y respetando debidamente a los que no cambian, en la conciencia de que tienen sus buenas razones (como ellos saben muy bien, porque las sostuvieron en el pasado).

Fuera de eso, tampoco tengo nada en contra de que cada cual vaya situándose donde se encuentre más cómodo. Feliz él: otros no tenemos más posibilidad que vernos siempre mal mirados.

__________

 Y ahora, las adenda que he prometido.

Primera, el pie de foto de la portada del El Mundo del 31 de mayo de 1990. Decía así:

 «En España, en 1990

»Esta imagen no procede de los archivos de los horrores del nazismo ni de ningún campo de refugiados del Tercer Mundo. Esta fotografía ha sido tomada hace muy pocos días en un hospital español y corresponde al grapo Fernando Fernández. Las bandas que unen sus esqueléticas extremidades a la cama son las ligaduras que lo mantienen atado al lecho, para impedir que se desprenda de la alimentación forzosa. El Mundo considera que ésta es una forma de tortura y que ningún ser humano merece tan indigno trato cualesquiera sean sus delitos. Según fuentes próximas a sus defensores, otros 17 reclusos se encuentran en un estado similar.»

Y éste es el pequeño editorial que ese mismo día El Mundo dedicó al hecho en sus páginas de Opinión. Dijo:

«Una forma de tortura

»La doliente imagen del grapo Fernando Fernández, convertido ya en despojo humano, apurando las últimas semanas, tal vez los últimos días de su vida, ocupa hoy un sitio destacado en la portada de El Mundo. Un horror que vale más que mil palabras y que aspira ser un aldabonazo en la sensibilidad de una sociedad indiferente al dolor ajeno, a veces demasiado pendiente de la condición política de estos seres humanos. Pero la imagen pretende ser, sobre todo, un toque de atención a la conciencia del Gobierno, pasivo ante el tremendo problema y esquivo a la hora de asumir responsabilidades. Porque le concierte, y mucho, lo que muestra descarnadamente la foto, por más que el ministro de Justicia Enrique Múgica se empeñe en decir que el Ejecutivo no tiene nada que ver con la muerte de los grapos en huelga de hambre. Al Estado, en última instancia, le interesa fijar en su retina el lastimoso estado del preso y reparar, sobre todo, en las gruesas correas con las que está atado de pies y manos a la cama. Una forma de tortura que no merece ni Fernando Fernández –un terrorista con un siniestro historial delictivo a sus espaldas– ni ninguna otra persona, independientemente de los delitos que haya podido cometer.»

Escrito por: ortiz.2007/03/06 05:00:00 GMT+1
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2007/03/05 08:00:00 GMT+1

Hace 17 años

Hace días aludí oblicuamente a aquel momento. Debió de ser a finales de mayo de 1990 (*). Por aquel entonces yo ejercía de jefe de Redacción de El Mundo, que llevaba apenas medio año en los quioscos. La foto nos la trajo la abogada Paca Villalba, defensora de varios presos de los GRAPO que estaban a la sazón en huelga de hambre. Era ministro de Justicia Enrique Múgica. En aquel tiempo, Instituciones Penitenciarias dependía de ese Ministerio.

Múgica es hombre que ha reservado siempre para el ámbito familiar su capacidad de enternecerse. Con los presos de los GRAPO estaba decidido a ser implacable, y lo fue. No se dejó impresionar ni poco ni mucho por el deplorable estado al que les condujo la huelga de hambre y ni se inmutó cuando uno de ellos falleció. Anteayer lo comentó en Valencia, añadiendo que, de ser por él, con De Juana se debería haber hecho lo mismo, es decir, nada.

Pero El Mundo en 1990 no estaba en esa posición, ni mucho menos, y cuando Villalba nos trajo la foto que retrataba el deplorable estado en que se hallaba uno de los presos en huelga de hambre, convertido en poco más que un esqueleto y amarrado a la cama por orden de la superioridad, decidimos publicarla. Destacada y en primera página.

No fue una decisión unánime. Tampoco sencilla. Varios miembros de la Redacción, en particular de la sección de Nacional, se indignaron con nosotros. La discusión más dura no fue sobre la publicación de la foto, sino sobre el pie que la acompañaba. Es una pena que la hemeroteca on line del periódico no se remonte a aquel año. Eso me impide rescatar el texto tal cual finalmente apareció. Era un pie de foto de esos que se inician con una frase destacada, a modo de pequeño titular. Por lo que recuerdo, decía algo así como: «Esto no es Mauthausen, 1942; es España, 1990». El texto, similar al que apareció años después en el libro de recuerdos 10 años en los que se creó El Mundo –que es el que acompaña a la foto aquí abajo–, no pretendía que fuera injusto que ese hombre estuviera en la cárcel, pero apelaba a razones de humanidad para reclamar que se le diera un trato diferente.

Supongo que no hará falta decir qué posición mantuve en aquella muy agria discusión. Sí puede resultar interesante recordar que al final salió la foto con ese texto gracias a que el director del periódico asumió también esa línea argumental.

Lo cuento porque el suceso me ha venido a la cabeza, sin más. Y porque encontré la fotografía. Es un episodio curioso.

Javier Ortiz. Apuntes del Natural (5 de marzo de 2007).

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(*) Este apunte va a resultar una ocasión excelente para que quienes lo lean acierten a distinguir sin sombra de duda entre dos usos del verbo «deber» que no tienen nada que ver entre sí. Primer uso: «deber», a secas. Expresa obligación. Ejemplo: «Dile a Pepe que debe estar aquí a las cuatro en punto». Equivale a una exigencia o necesidad imperiosa. Segundo uso: «deber de». Indica probabilidad. Por ejemplo: «Son las cuatro y llaman a la puerta. Debe de ser Pepe.» Muchísima gente los confunde. Un auténtico especialista en esta confusión –y en otras muchas, pero ahora me estoy refiriendo a ésta– es el ugetista Cándido Méndez: «Los empresarios deben de ser conscientes…», dice. Craso error. Como he explicado, «deber de» expresa probabilidad. Él lo suele emplear para referirse a cosas que considera obligatorias, pero muy poco probables.

Lo que yo cuento en este apunte está rescatado mal que bien de mi dudosa memoria, de modo que hay que considerar que es probable que sucediera así –altamente probable, me atrevo a decir– pero no del todo seguro, al menos en sus detalles.

Escrito por: ortiz.2007/03/05 08:00:00 GMT+1
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2007/03/04 05:00:00 GMT+1

Por duplicado

Hoy no quería escribir de lo que más me apetecía escribir, porque hubiera acabado por insistir airadamente en un puñado de evidencias, y eso es algo que doy por hecho que no os merecéis (la mayoría).

Tenía unas ganas casi irreprimibles de enfatizar cómo Iñaki de Juana, en efecto, puede acabar en libertad tras cumplir menos de 20 años de reclusión por 25 asesinatos, cosa que muchos consideran una birria, pero que no parece indignar a nadie –y menos a esos muchos– que la treintena de víctimas mortales de los GAL hayan quedado a beneficio de inventario, como si no valiera la pena enfadarse porque no se haya hecho nada serio contra quienes decidieron su muerte, contra quienes la planearon y contra quienes la ejecutaron.

También me apetecía preguntar a los paladines hispanos de la buena conciencia universal cuánto tiempo tarda un asesino en dejar de serlo. O sea, cuándo prescribe esa impronta, si es que alguna vez lo hace. Y si lo hace para todos. Porque veo que, en el caso de De Juana, han decidido que es y será asesino de por vida, y así lo califican a todas horas venga o no venga a cuento, pero constato que, si se trata de individuos que cometieron crímenes espantosos cuando ejercían de gerifaltes del franquismo,  dan sus actos por sobradamente redimidos y perdonados. O ni eso: los agasajan como gentes de bien, con derecho a afirmar, como De Juana, que no se arrepienten en absoluto de haber librado a unos cuantos de la pesada carga de vivir.

Pero, según se me han ocurrido estas reflexiones, he concluido de inmediato que estaba de sobra ahondar en ellas, de puro evidentes que resultan.

Me he planteado entonces la posibilidad de huir de todas esas obviedades y escribir sobre una exposición que se está celebrando en Vitoria, a la que ayer se refirieron en un noticiario de la televisión pública vasca que me dediqué a ver, pese a encontrarme en Madrid (o precisamente porque me encontraba en Madrid, vaya usted a saber). La cosa tenía un lema que decía (y que seguirá diciendo, porque no creo que la hayan clausurado ya): «Quien maltrata a una mujer deja de ser hombre para convertirse en bestia».  Le pregunté a Charo, mi mujer: «¿Qué te parece ese lema?». Y ella, que estaba a otras cosas, me respondió lacónica: «Una bobada». A lo que le repliqué: «No estoy de acuerdo.  No es una bobada. Son varias». Pero de inmediato tuve la sensación de que ya había escrito en alguna ocasión sobre algo parecido y, gracias a Google, comprobé en seguida que sí. Lo había escrito, y lo había hecho con la suficiente rotundidad y precisión como para que careciera de sentido volver sobre ello, diga lo que diga al respecto mi buen amigo Gervasio Guzmán.

En vista de lo cual, me concentré en la visión de la luna llena, dispuesta a trocarse en eclipse poco después, según lo anunciado. Y me divirtió. Y le saqué unas cuantas fotos muy bonitas, hasta que el eclipse fue total y mi máquina se negó a registrar aquella levísima circunferencia tenuemente rojiza.

Me dije: «Voy a escribir sobre esto». Pero, por elemental precaución, repasé si nunca había desarrollado ideas semejantes a las que se me estaban ocurriendo en ese momento. Y comprobé que, por fortuna o por desgracia, sí: ya lo había hecho, sólo que a propósito de una lluvia de estrellas tan bien programada en su día como este eclipse de ayer.

De todos los déjà vu de ayer, éste fue el que menos recordaba y el que más me gustó. Lo leí como si fuera de otro, porque no lo recordaba en absoluto.

Decía así (copio tal cual):

Título: La palabra del cielo

Fecha de publicación: Viernes 13 de agosto de 2004

Texto:

«Las radios se pasaron el día diciéndolo: "Trasnoche un poco y podrá ver la lluvia de estrellas que va a producirse esta madrugada".

No trasnoché en absoluto, pero pude verlo muy bien. A las horas que me levanto, todavía noche cerrada, y en este rincón milagrosamente aislado de la costa mediterránea, donde ninguna luz eléctrica estropea la vista del firmamento estrellado, el espectáculo estaba servido.

Pero no me llamó demasiado la atención. Sí; a cada poco se veía el resplandor veloz de un gramo de polvo convertido en luminaria celeste. ¿Y qué? Me había tomado el trabajo de leer en la Red algo sobre el fenómeno: esa lluvia que no llueve, esas perseidas que no tienen nada que ver con la constelación de Perseo, esas estrellas fugaces que no son estrellas, esas lágrimas de San Lorenzo que ni son lágrimas –menos mal: alguien que no llora– ni tienen más relación con San Lorenzo que la que le regala el aburrido calendario católico. Me enteré de qué es un meteoro y qué un bólido, y de cómo, con muy mala suerte, un meteorito puede incluso darte en la coronilla y hacerte ver las estrellas.

Es posible que el espectáculo fuera hermoso, pero me interesó más bien poco. No acabé de verle la gracia al hecho de que unas cosas que entraban en la atmósfera a velocidad de vértigo parecieran unas cosas que entraban en la atmósfera a velocidad de vértigo.

Me olvidé de las perseidas y me quedé contemplando la serena –la engañosa– tranquilidad y la impresionante quietud –la falsísima quietud– de las estrellas suspendidas del firmamento.

Qué increíble espectáculo.

Pensé que ésa es la auténtica maravilla, aunque esté cada noche ahí arriba, dejándose ver sin nadie que la cite en los noticiarios. Aporta la demostración irrefutable –y angustiosa– de que nuestros sentidos nos conceden una percepción de la realidad que es verdadera y falsa, a la vez.

Todo es así, pero nada es así.

El cielo estrellado nos obliga a asumir la contradicción permanente en que se desenvuelve nuestra existencia. Lo quieto está quieto, pero en vertiginoso movimiento. Lo pequeño –ese puntito de luz en la bóveda negra– es realmente pequeño pero, al propio tiempo, inmenso. Lo importante es minucia y el mero accidente, capital.

Mirando la noche, sin luz humana que la desdibuje, cabe sentir por un momento el vértigo de todas las realidades que se juntan en eso que llamamos realidad.

Es entonces cuando nos vienen las ganas de creer en Dios. Pero el ejemplo de Prometeo acude rápido para rescatarnos de la divinidad. Lo cantó Brel: «No eres Dios. Eres mucho mejor: ¡eres un hombre!».

El cielo nos lo dice: nuestros desvelos no sirven para nada, pero hacen falta.»

  Es lo que escribí entonces. Anoche sentí algo muy parecido.

Cómo y cuánto me alegro de mi mala memoria, aunque a veces me enfade con ella. Gracias a su intervención, soy capaz de disfrutar por duplicado.

Escrito por: ortiz.2007/03/04 05:00:00 GMT+1
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2007/03/03 10:00:00 GMT+1

De charla sobre el 11-M

Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán.

–Antes de que me olvide: hay un amigo que ya me ha contado tres veces que está muy enfadado contigo porque te mandó un correo electrónico mostrándote su disconformidad con no sé qué escrito tuyo y dice que no has tenido el rasgo de buena educación de responderle.

–Jopé, Gervasio –le contesto–, espero que hayas tenido el detalle de informarle de que no cuento con los medios que necesitaría para mantener correspondencia, y menos aún para polemizar, con la mucha gente que me escribe cada día. Ojeo todo lo que me mandan, quitando las misivas de los insultadores profesionales, que meto en una lista especial de la que se encarga mi programa anti-spam. Si tuviera que atender debidamente el correo, perdería en ello toda la mañana, o más. Y ni quiero ni puedo. Debo ganarme la vida. La gente no sabe que otros responden a todos los que les escriben sea porque les escribe poca gente, sea porque disponen de un programita de ésos que envían automáticamente respuestas protocolarias –una chorrada propia de un cantante de moda–, sea porque tienen alguien que atiende sus necesidades de secretaría, lo que, como sabes muy bien, no es mi caso.

–Pues no; no le dije nada de eso. Le dije sólo que ya te lo contaría.

–Vale, estupendo –doy por concluido el capítulo, en un tono no demasiado amistoso–. Y a ti, ¿qué tripa se te ha roto hoy?

–Oye, tío, no la emprendas conmigo, tú que tanto te quejas de los que se empeñan en «matar al mensajero». Sólo quería contarte eso y decirte que me resulta extraño que lleves tanto tiempo sin hacer ningún comentario sobre el juicio del 11-M. Empezaste mostrando tu desconfianza hacia todo lo que se cuece en la Audiencia Nacional, en general, y hacia el juez Gómez Bermúdez, en particular, y después de eso, silencio. ¿No tienes nada que decir del mar de fondo de este juicio?

–Vas para Sherlock Holmes en versión española, Gervasio. Efectivamente: si no he comentado nada sobre eso, es porque no he sentido la necesidad de hacerlo.

–Pues es raro, porque está toda esa polémica sobre la hipotética intervención de ETA en el atentado, en la que siguen emperrados, entre otros, algunos de tus compañeros de profesión.

–Pero es que tampoco tengo nada que decir sobre eso, porque ya lo dije en su día. A mediados de julio, si no recuerdo mal, hice un recuento del estado de la cuestión que abarcaba todos los aspectos fundamentales del caso.

–¿Y tú te crees que la gente recuerda todo lo que ha leído, en el supuesto de que lo haya leído?

–Bueno, eso es cierto. Quizá conviniera que explicara, así fuera muy en breve, por qué se me hace especialmente cuesta arriba entrar en los detalles de ese juicio para descartar desde dentro la hipotética participación de ETA en los atentados del 11-M. Se debe a que mi convicción es previa. Sé que ETA siempre se ha opuesto a cometer atentados en colaboración con otras organizaciones. Menos lo iba a hacer en este caso, tratándose de una pandilla de aspecto espantoso, compuesta por unos cuantos fanáticos islamistas y un puñado de delincuentes comunes que apestaban a confidentes a un kilómetro. Si ETA hubiera querido llevar a cabo ese atentado, podría haberlo hecho por su cuenta, sin necesidad de colaboración externa: tenía la gente y los explosivos necesarios. De lo único que hubiera tenido que preocuparse es de los topos que tiene infiltrados en sus propias filas. Razón de más para no tener tratos con gente como la que se sienta ahora en el banquillo de la Audiencia Nacional.

–¿Estás absolutamente seguro de que no puedes equivocarte?

–Gervasio, sabes de sobra que desconfío por principio de los absolutos. Nunca estoy absolutamente seguro de nada. Pero, salvando esa advertencia: sí; me parece que puedo asumir esa afirmación como una certeza razonable.

Aprovecho su momentáneo silencio para darle una larga cambiada con su tanto de coña y despedirme.

–Bueno, Gervasio: perdona que te deje, pero es que tengo un montón de correspondencia pendiente de contestar.

Escrito por: ortiz.2007/03/03 10:00:00 GMT+1
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2007/03/02 09:00:00 GMT+1

Preguntas y respuestas

Pregunta.– La medida adoptada ayer por el Gobierno con respecto a la situación penitenciara de De Juana, ¿es la cesión a un chantaje de ETA?

Respuesta.– No «de ETA», para empezar. De  Juana inició su huelga de hambre por iniciativa propia, sin pedir opinión a la dirección de ETA, que probablemente le habría desaconsejado hacerla. La organización terrorista no tenía ningún motivo para dar tanto protagonismo a De Juana. Tampoco veía que se tratara de plantear en esos términos la acción reivindicativa de los presos.

Con su decisión de ponerse en huelga de hambre, De Juana situó a ambas partes –al Gobierno y a ETA– ante una situación muy difícil de gestionar. Otra cosa es que, tal como han evolucionado los acontecimientos, ETA haya acabado sacando partido propagandístico de ellos, lo que parece indudable.

Pregunta.– ¿Pero el Gobierno ha cedido o no ha cedido a un chantaje?

 Respuesta.– Cuando se habla de chantaje, se da por supuesto que al chantajeado se le está planteando que, si quiere evitar el mal con el que se le amenaza, ha de hacer algo impropio, si es que no ilegal. No es el caso. El Gobierno de Zapatero ha actuado en este caso de modo perfectamente legal, puesto que la solución que ha elegido entraba dentro de sus atribuciones y ha contado con el aval del juez encargado del caso.

Se trata, pues, de una decisión conforme a Derecho. Otra cosa es que pueda considerarse políticamente incorrecta, e incluso incorrectísima. Eso ya depende de los planteamientos y los deseos del que opina.

Zapatero se encontraba en una situación pésima, obligado a elegir entre dos males. Podía optar por dejarlo todo tal cual, resignándose a la posibilidad de que De Juana muriera, tal como hicieron en su día Felipe González y Margaret Thatcher. (Por cierto: algunos deberían recordar lo que dijeron de Felipe González en 1990, cuando no impidió que el preso de los GRAPO José Manuel Sevillano muriera tras una muy prolongada huelga de hambre.)

La otra posibilidad que tenía Zapatero, que es por la que finalmente se ha inclinado, comportaba también notables inconvenientes. Él ha considerado que menores.

Pregunta.– ¿Hubiera podido el presidente del Gobierno escapar de este avispero?

Respuesta.– Sí, aunque sólo en parte. Recordemos que todo este penoso episodio se inició cuando se supo que De Juana, en aplicación del Código Penal anterior, había cumplido ya su condena por 25 asesinatos e iba a quedar en libertad. El entonces ministro de Justicia, López Aguilar, aseguró que había que evitar como fuera que eso sucediera, para lo cual estaba dispuesto –dijo– a «construir nuevas imputaciones» ad hoc. Es lo que se hizo, forzando el procesamiento de De Juana por dos artículos publicados en Gara.

O sea: para evitar una reacción adversa del PP y de determinados sectores de la opinión pública hostiles por principio a la excarcelación de De Juana, se realizara por las razones y en las condiciones que fuera, el Gobierno inició un camino de irregularidades jurídicas que lo único que ha hecho es devolverle al punto de partida, sólo que un año después y en peores condiciones.

Es una piedra en la que este Gobierno no para de tropezar desde 2004: una y otra vez, evita tomar determinadas decisiones por miedo a la reacción airada de la derecha, sin asimilar que la derecha le va a poner el grito en el cielo en todo caso, haga lo que haga, tome esas decisiones, otras o ninguna.

Pregunta.– ¿Es ésta, como se está diciendo, la primera vez que un Gobierno democrático se inclina ante el chantaje de ETA?

Respuesta.– Ya he dicho antes que no creo que pueda hablarse en este caso de rendición ante un chantaje. Pero, aunque cupiera calificarlo así, no sería tampoco la primera vez que sucede. ¿Es que aquí ya nadie recuerda que el Gobierno de Adolfo Suárez pagó en 1979 el rescate de 200 millones de pesetas que ETA exigía para poner en libertad al secuestrado Javier Rupérez? Según se filtró  después, el pago se hizo con cargo a los presupuestos de RTVE. Es decir, que el Gobierno de España entregó a ETA dinero público. ¡Eso sí que fue ceder a una extorsión, en el sentido más literal del término!

Pero no pidamos ni rigor intelectual ni respeto por los hechos a quienes ya han demostrado su irrefrenable tendencia a «construir imputaciones». También contra Zapatero. Digo mal: sobre todo contra Zapatero.

Escrito por: ortiz.2007/03/02 09:00:00 GMT+1
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