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2007/05/20 06:00:00 GMT+2

La nueva generación

Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán. Quiere que charlemos de cómo va la campaña electoral. Le digo que, aunque hablo a partir de impresiones muy parciales, sin mayor fundamento sociológico –y probablemente demasiado madrileñas–, no veo que haya demasiado entusiasmo popular ante la convocatoria del próximo domingo. «Me da que puede registrarse una abstención muy alta», vaticino.

–Ándate con ojo –me dice–, porque te mueves en ambientes muy de izquierdas, y eso te puede engañar. Es la izquierda la que está desmovilizada en esta ocasión. Yo a la derecha la veo motivada.

Me hace gracia el aplomo con el que se expresa Gervasio. Para empezar, yo no me muevo en ambientes «muy de izquierdas». Me muevo muy poco y, desde luego, no en ambientes. En segundo lugar, uno, por mucho que se mueva, tampoco puede convertirse en un instituto de opinión ambulante. Pero, ya que estamos en ello, le pregunto a qué atribuye él la desmovilización de la izquierda que ha detectado.

–Estamos ante los efectos de un nefasto cambio generacional –dictamina.

Me deja perplejo. ¿«Un nefasto cambio generacional»? Le pido que se explique.

–En parte la culpa la tienes tú y muchos más como tú –sigue–. Os habéis pasado años pretendiendo que vuestra generación, la del 68, se había apoderado del poder en todas sus manifestaciones, incluyendo la política, la economía, la cultura y toda la pesca; que la maldita troupe del 68 se había convertido en una embolia que impedía la llegada de sangre fresca al organismo social, bla-bla-bla; que había que dar el relevo y favorecer la irrupción de gente joven y nueva… Bueno, pues al final lo habéis conseguido, y el resultado está siendo un desastre.

–¿Hablas de Zapatero? –digo, tratando de abrirme paso en toda esa maraña.

–Hablo de Zapatero y de muchísimos más, que te los topas en todas partes. En la administración, en la literatura, en el cine, en los medios de comunicación… Te hablo de gente que no tiene ninguna formación política, que se cree que estar preparado es hablar tres idiomas, que carece de referencias históricas, que…

–¡Eh, eh, eh, Gervasio! ¡Para el carro! –le interrumpo–. ¡Te estás montando una película! ¿Tratas de decirme que, por poner un ejemplo, Felipe González era más estupendo y merecía mucha más estima que Zapatero? ¿Echas de menos los GAL y Filesa?

Se me enfada.

–¡No me seas demagogo! Lo que yo te digo es que esta gente de ahora no tiene capacidad de ilusionar,  de movilizar… Que aburren a las vacas, y eso se nota, y ya verás si se va a notar el domingo que viene.

Opto por tomármelo a guasa.

–Te entiendo, Gervasio. No deberíamos haber permitido que irrumpieran estos jovenzuelos, tipo Solbes y Fernández de la Vega.

Acabada la conversación y colgado el teléfono, me quedo pensativo. No comparto el argumento generacional, pero algo hay en lo que dice Gervasio que me huele que apunta a un problema real, aunque no sabría cómo acotarlo.

No se me marcha el pensamiento tanto al mundo de la política como al de los medios de comunicación.

Hace unos años, es posible –seguro, incluso– que hubiera más canallas al mando. Pero, desde luego, había menos imbéciles.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: La nueva generación.

Escrito por: ortiz.2007/05/20 06:00:00 GMT+2
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2007/05/19 05:00:00 GMT+2

Hay que joderse

Quienes me conocen saben qué problema se me planteó cuando a Pedro J. Ramírez le sacaron a relucir su historia con Exuperancia Rapú, vídeo incluido.  Se lo dije directamente a él: «Pedro, lo siento, pero no puedo escribir en tu defensa, porque eres mi patrón.  Si el asunto fuera con Juan Luis Cebrián, no haría una columna, sino toda una serie. Pero a ti no puedo defenderte, porque mucha gente pensaría que te estoy haciendo la pelota, y eso no va conmigo».

 Lo que quizá sorprenda a algunos es lo que Ramírez me respondió. «No te preocupes. Lo entiendo», me dijo.

Yo hubiera querido argumentar que las diversiones privadas de la gente me la traen al pairo. Que Ramírez puede hacer con su entrepierna lo que le venga en gana, puesto que nunca ha puesto su entrepierna como ejemplo de nada.

Me explico. Si un individuo dice que es un crimen y lanza ataques desaforados contra quienes se masturban, y de pronto nos enteramos de que él se forra a pajas, considero que es lícito denunciarlo,  pero no por pajillero, sino por hipócrita. Pero si  ese alguien jamás ha dicho que esté feo hacerse pajas, no veo qué hacemos los demás hablando de sus hábitos privados.

De modo que, cuando el otro día salió a relucir la historia de Ruiz Gallardón y la señora Corulla (que no sé qué historia es, en el supuesto de que haya alguna historia y de que tenga componentes sexuales, cosa que no sólo ignoro, sino que además no me importa), salté: «Vale, Javier: de esto sí que puedes hablar sin que nadie sospeche que lo haces por intereses privados».

Pero al momento me quedé  parado.

Me dije: «Hum… Tú sabes que no tienes intereses privados en este asunto, pero ¿puedes demostrarlo?»

Hay gente que podría pensar que los tengo.

Primer punto: Alberto Ruiz Gallardón es hijo de un caballero de costumbres de las que antes se llamaban licenciosas –así me lo han contado quienes tienen motivos para saberlo– pero de discurso público catolicón a machamartillo, que tuvo la santa jeró de atacar sin piedad en un espacio de televisión a una señora, que a la sazón era mi mujer, allá por el año de la Tarara («Si yo fuera presidente», se llamaba el programa) porque ella admitió que había abortado voluntariamente. La puso de vuelta y media.

Ya sé que Alberto Ruiz Gallardón no tiene la culpa de que su padre fuera así (aunque no me consta que haya repudiado jamás su comportamiento televisivo, puesto que de televisión hablamos). Pero puede haber quien piense que le guardo una especie de inquina genética por aquella historia, por más que no sea verdad. (Creo tenerlo claro todo: su señor padre ejercía de carca militante, porque se dedicaba a eso, y mi pareja de entonces ejercía de defensora militante del derecho al aborto, porque también se dedicaba a eso, aunque no cobrara por ello, a diferencia del jacarandoso progenitor del ahora alcade madrileño.)

Pero, ay, también puede haber quien deduzca que, si lo defiendo y me enfado porque se saquen a relucir sus historias presuntamente privadas –que insisto en decir que no tengo ni idea de si existen o no, y que además no me importa–, lo hago por interés, porque escribo en un periódico que sostiene la causa del PP y, claro, ya se sabe, etc., etc.

Con lo cual, me veo en la obligación de pronunciarme  poco y mal sobre estos asuntos, afecten a quien afecten. Puedo hacerlo aquí, en la semi-intimidad de este blog, que es como de andar por casa, pero no en las páginas de El Mundo, que constituye un ágora rematadamente pública.

Hay que joderse.

Escrito por: ortiz.2007/05/19 05:00:00 GMT+2
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2007/05/18 06:20:00 GMT+2

Elogio de la alternancia

Un escándalo en la Hacienda de Irún, que ya está en los tribunales y que ha acarreado alguna dimisión política, ha servido para que diversos comentaristas, vascos y de otros lares, se hayan referido a los inconvenientes que presenta que unas u otras administraciones públicas sean gobernadas durante demasiados años por el mismo partido.  Para mí que el caso no es el más adecuado para ilustrar la idea. Por diversas razones: porque se refiere a instituciones gobernadas en coalición, no por un solo partido; porque la administración tributaria está en muy buena parte regida por funcionarios, no por políticos… y porque en este asunto hay un mar de fondo de pendencias partidistas que, por lo menos para mí, no están nada claras.

Pero, hechas esas salvedades, en lo fundamental estoy de acuerdo. En principio (no como un dogma, pero sí como idea general), es bueno que en los poderes públicos haya alternancias, aunque no supongan verdaderas alternativas.

Julio Anguita solía insistir en la importancia de esa distinción, que es justa. No se trata de que se quite Andrés de Ramón para que se ponga Ramón de Andrés (los franceses dicen Blanc Bonet y Bonet Blanc). La cuestión no es desplazar a unos individuos que tienen un modo de gestionar la cosa pública para poner a otros que tal cual, sobre poco más o menos, sino acabar con un modo de gobernar para abrir paso a otro. ¡De acuerdo, por supuesto!

Ahora bien: la experiencia me ha demostrado que tampoco hay que desdeñar los aspectos positivos –menores, pero positivos– que puede tener que Andrés de Ramón sea sustituido por Ramón de Andrés, por así decirlo. O sea, y por expresarlo directamente, y un tanto a lo bestia: que dejen de gobernar unos impresentables para que, durante un cierto tiempo, lo hagan otros impresentables.

He hablado de la experiencia. La mía me dice que, cuando una pandilla de políticos impresentables (porque los políticos impresentables actúan siempre en pandilla) lleva ya una cierta cantidad de años sentada en sus poltronas, lo suyo tiende a dejar de ser un gobierno para convertirse en un régimen. Se convierten en una casta. Establecen unas redes de influencias, una trama de chanchullos, todo un sistema de complicidades que acaba por solidificarse y adquirir carta de naturaleza.

La mayor ventaja de que aparezcan otros es que son otros, por definición. Y eso hace que se rompan los esquemas, que se abran las ventanas y se oree el ambiente durante un cierto tiempo. No necesariamente mucho: algo. Los nuevos, una vez instalados, tienen que hacer su aprendizaje.  El perfecto burócrata, el aparatchik, el político corrupto, no nace: se hace. Y, mientras se está haciendo, es imperfecto. La alternancia permite cambiar a un político corrupto que empieza a ser perfecto por otro que todavía está en ello.

Pero –y puesto que de experiencia hablo– el problema no estriba en admitir el principio general, en abstracto, sino en acordar quiénes conforman pandillas impresentables instaladas desde hace demasiado tiempo y quiénes no. Por volver al inicio de este apunte: no pocos de los comentaristas que han señalado que sería bueno que los gobernantes guipuzcoanos dejaran paso a otros, de otros partidos, para que haya renovación, etc., etc., se cuidan muy mucho de defender que suceda lo mismo en Madrid, o en Valencia, o en Baleares.

Y al revés.

Y perdón, que no soy de los que tiran la piedra y esconden la mano. Acabo de leer un reportaje sobre Marinaleda y su alcalde, Sánchez Gordillo, que lleva un cuarto de siglo en el cargo. Pues vale, lo admito: no me importaría nada que siguiera.

Que, como dicen en Andalucía y en Renfe: así es la vía.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Elogio de la alternancia.

________

P.D. Javier Solana ha recibido el Premio Carlomagno, que ya había distinguido años atrás a Juan Carlos I y a Felipe González. También a su abuelo, Salvador de Madariaga, de quien no recuerdo qué maledicente aseguró: "Es un gran políglota. Es capaz de decir bobadas en seis o siete idiomas diferentes".

Bueno, lo que nadie podrá negar es que el jurado de este premio tiene criterios firmes.

Escrito por: ortiz.2007/05/18 06:20:00 GMT+2
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2007/05/17 08:00:00 GMT+2

La convicción

Los mensajes políticos se simplifican hasta extremos absurdos, disparatados. En eso, los maestros son los «oiga, mirusté» del Partido Popular, a los que les importa un bledo que lo que estén diciendo no tenga la menor apoyatura en los hechos. Ellos insisten erre que erre en sus acusaciones extravagantes, convencidos de que hay una parte considerable de la opinión pública, mucho más proclive a parlotear en la barra del bar que a documentarse, que se quedará con su copla.

Rajoy se ha especializado en la variedad más extrema de esta técnica. Consiste en renunciar a aportar cualquier tipo de dato o hecho que pudiera justificar sus afirmaciones, que respalda pura y exclusivamente en su convicción. Día a día, tras soltar los dos o tres «oiga, mirusté» reglamentarios –que le son tan caros como a Felipe González le eran los «porconsiguiente»– lanza la acusación que sea, cuidándose de precederla de la coletilla multiusos de moda: «Tengo la convicción de que…».

Ejemplo, típico de estas fechas electorales que corren: él dice que Zapatero mantiene conversaciones secretas con ETA y que ha llegado con la organización terrorista a acuerdos que no confiesa. ¿Cómo lo sabe? ¿En qué se concretan esos supuestos acuerdos? ¿Qué pruebas tiene de lo que dice? ¿De dónde se lo saca? ¡De su convicción! Él está convencido de que es así, y con eso basta.

Desde hace un par de días estamos en plena campaña cayuco-electoral. El guión es sencillo: «Por culpa de las regularizaciones masivas de inmigrantes ilegales que realiza el Gobierno de Zapatero, las costas canarias se están llenando otra vez de cayucos». Respuesta: 1º) Hace ya mucho tiempo que no se ha producido ninguna legalización masiva que afecte a la situación de los inmigrantes sin papeles; 2º) Las medidas que se han tomado al respecto en los últimos meses han sido todas ellas restrictivas; 3º) La afluencia de cayucos a las costas canarias es inferior a la de otros años por estas mismas fechas; 4º) La entrada de inmigrantes vía Islas Canarias es mínima en comparación con la que se produce a diario a través de aeropuertos y por tierra, a través de la frontera con Francia…

Y 5º (y más importante): la llegada de inmigrantes sin papeles se debe a la existencia de empleadores que ofrecen trabajo sin papeles. Es de cajón: si se produce la oferta, es porque existe demanda. Es falso que los inmigrantes africanos acudan a España porque entre nosotros hay riqueza y bla-bla-blá. Vienen –los que no están de mero paso– porque saben que pueden conseguir trabajo, del tipo que sea. Furtivo, muchas veces. Y Rajoy tiene que saber, a nada que haya querido enterarse, de que la gran mayoría de esos empleadores furtivos tienen sus negocios en zonas en las que el PP está sólidamente asentado y en las que no sólo no hace nada por acabar con el empleo ilegal, sino que lo protege.

Pero todo eso da igual, oiga, mirusté.

Estoy esperando a ver cuánto tarda Rajoy en decir que lo de los cayucos es resultado de un acuerdo entre Zapatero y ETA. Apoyándose, por supuesto, en que él tiene la convicción de que es así.

Escrito por: ortiz.2007/05/17 08:00:00 GMT+2
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2007/05/16 07:20:00 GMT+2

Un breve apunte

Fue una escena extraña.

Ayer, en Bilbao. Justo después de comer. Me senté a leer un rato, haciendo tiempo para ir a la televisión, a la tertulia en la que participo. Empecé por quedarme perplejo mirando el enorme cartelón de propaganda electoral que cubre toda la gran fachada de Sabin Etxea, la sede central del PNV. El anuncio se compone de varias viñetas, unidas por el símbolo de "seguir" propio de las pantallas de informática, casi todas de significado muy transparente (unas porque son los retratos de los candidatos, otras porque aluden a asuntos municipales clave). Pero en el centro de todas hay una que no supe interpretar. Se ve un anuncio breve de un periódico color salmón que dice: «Se necesita profesor de inglés». Y abajo: «Vota PNV».

Dándole vueltas al mensaje del anuncio y tratando de encajar las piezas del rompecabezas, me fui a tomar un café en un bar cercano que, amén de ser espacioso y tranquilo (primer punto), tiene camareras que saben en qué consiste un café italiano (un ristretto) y lo preparan bien. Reanudé la lectura de mi novela que, puedo asegurarlo, no es la más amable y divertida que haya leído en mi vida. Estaba en un punto en el que un ex alcohólico (o sea, un alcohólico), un tipo desastroso, vuelve a las andadas después de que hayan encontrado el cadáver de su mujer desaparecida algo así como tres décadas atrás, se emborracha y recibe una paliza de un matón de bar, que le saca media dentadura de una patada en la cara. Todo muy agradable.

Según estoy enfrascado en la lectura, veo –noto, casi, por el rabillo del ojo– que ha entrado una joven y se ha sentado en un taburete de la barra, cerca de mí. Ha pedido un café con leche y se ha puesto a llorar a moco tendido. Así, como el Jef de Brel. Trata de secarse las lágrimas y los mocos con servilletitas de papel. Busco en mi portafolios un paquete de pañuelos de celulosa y, discretamente, haciendo como que no, se lo paso. Se vuelve y me dice, con un hipo: «Gracias». Yo también vuelvo la cara y la miro. Me quedo horrorizado, aunque intento no demostrarlo. No parece tener más de 25 años, pero es una ruina. Ojerosa, desdentada. Su problema es obvio: caballo.

La chica me mira de nuevo y dice con una sonrisa de pena: «¡Andá, eres tú!».

«Claro. Quién, si no», respondo, devolviéndole la sonrisa.

«No; quiero decir que te he reconocido», contesta.

Le saludo, le doy una palmadita en la espalda y me marcho.

No sé por qué razón, me fui dándole vueltas a la frase. «¡Que me ha reconocido! ¿Cómo va a saber quién soy yo, si no sabe quién es ella?»

Mala línea de pensamiento, si uno quiere animarse.

Quién se conoce realmente, etcétera.

Escrito por: ortiz.2007/05/16 07:20:00 GMT+2
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2007/05/15 06:00:00 GMT+2

En campaña

Apenas llevamos nada de campaña electoral y ya estoy deseando que termine. No es que no me interesen los resultados. Es que sólo me interesan los resultados. Me sobra la campaña.

Para quienes seguimos con detalle la actualidad política diaria –en mi caso tanto por vocación como por profesión–, las campañas electorales resultan siempre tirando a superfluas. Nos conocemos de sobra el paño y tenemos más que formado nuestro criterio. (Otra cosa es que lo tengamos bien formado. Podemos estar equivocados, por supuesto, pero no vamos a apearnos de nuestros eventuales errores por lo que éste o aquel suelte en un mitin.)

Dando eso por descontado, cuando digo en esta ocasión que me sobra la campaña electoral, no creo estar hablando como politólogo –vaya un palabro–, sino como ciudadano corriente y moliente. Porque la actual campaña electoral es tan obvia en todos sus aspectos, está tan llena de tópicos repetidos hasta la saciedad, no desde hace cuatro días sino desde hace cuatro años, que me cuesta creer que haya nadie en sus cabales que la necesite para decidir nada.

Lo cual no quiere decir que no se oigan cosas graciosas. Lo malo es que la mayoría son involuntariamente graciosas.

Varias de las que me resultan más cómicas tienen a Mariano Rajoy por protagonista. ¿Os habéis fijado, por ejemplo, en la seriedad y la insistencia con la que afirma que dará todo su apoyo al Gobierno de Zapatero… si el Gobierno de Zapatero hace lo que él quiere? «Ilegalice a ANV y tendrá todo nuestro apoyo», repite sin parar.

Son transparentes como ellos solos. Los técnicos en mercadotecnia electoral le han dicho a Rajoy que no cae demasiado bien entre los votantes centristas que se oponga siempre a todo lo que hace el Gobierno, por sistema, y entonces sale con esa oferta de colaboración que ni es oferta de colaboración ni nada que se le parezca, pero que suena como si lo fuera. «Deme usted la razón y tendrá todo mi apoyo», podría decir, por las mismas.

Más oscuros y oblicuos me resultan los movimientos de una candidatura que no se presenta a las elecciones: las del grupo Prisa.

Esa gente está jugando con fuego y no sé en qué medida lo hace con plena conciencia de lo que se juega. Anoche oí la tertulia de la Cadena Ser y me quedé de piedra: ¡parecía la Cope! Ataques y más ataques contra el Gobierno de Zapatero. Uno de los contertulios –muy cercano familiar de cierto líder socialista, por cierto– se planteó, en medio del consenso general, lo difícil que resulta decidir si Zapatero es un perfecto canalla o solo un imbécil. Él optó por lo de imbécil.

Entretanto, El País fabrica portadas que el propio Rajoy no haría mejor.

Admito que esa parte de la campaña electoral –la subterránea– es la que más me interesa.

Es obvio que Prisa está instalada en el tardofelipismo.

Ayer, un veterano periodista, lúcido y combatiente de pro, me dijo: «Una de las más imperdonables cosas que hizo Felipe González, y cuidado que hizo muchas, fue llevar a Aznar a La Moncloa». Pues no sé en qué medida sus afines mediáticos no están preparándose para repetir la jugada.

Escrito por: ortiz.2007/05/15 06:00:00 GMT+2
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2007/05/14 05:45:00 GMT+2

Los adivinos

Ayer, en cambio, a diferencia del sábado, sí presté atención al fútbol, lo cual me deparó un conjunto de sensaciones similar al que me suele aportar la contemplación de la realidad política y social diaria: alguna satisfacción menor, bastantes disgustos y toneladas de aburrimiento.

Igual también que me suele suceder cuando observo el triste deambular de la vida política, me las arreglé para distraerme con algunos asuntos anecdóticos laterales.

Me divertí, sobre todo, con la comparación entre dos penaltis.

En uno de ellos, en el momento en el que se iba a ejecutar la falta, un defensa del club sancionado se puso a hacer aspavientos indicando a su portero por dónde estaba él seguro que iba a ir el balón. El guardameta le hizo caso y se lanzó en esa dirección. El balón fue por la contraria. Gol.

Excuso decir que el defensa no dio ninguna muestra de considerarse culpable.

En el otro sucedió en principio lo mismo: el defensa hizo señas al portero avisándole de la orientación que iba a llevar la pelota. El otro le hizo caso, se tiró hacia allí y la paró. El avisador lo festejó como si fuera él mismo quien hubiera hecho la parada. Y sus compañeros lo mismo: lo felicitaron tanto o más que al portero.

Me vino a la memoria la historia de un cura guipuzcoano (de Arrasate, creo que me dijeron) que se hizo célebre en los años cincuenta y sesenta por cómo se las arreglaba para conseguir que algunos mozos se libraran de hacer el servicio militar («de ir la mili», que es como se decía). El cura cobraba por la gestión una buena pasta, pero planteaba el asunto con total franqueza: «Vosotros presentad los papeles para que los militares declaren inútil al chico –decía a los padres del mozo– y yo haré a continuación todo lo que pueda. Pero, quedad tranquilos, que si no consigo nada, os devuelvo el dinero».

Y así sucedía. Si los militares tomaban en consideración las alegaciones y decidían que el chaval no era útil para el servicio de armas (porque no veía tres en un burro, por estrecho de pecho, porque tenía los pies planos, por tísico, por majara o por lo que fuera), el cura se embolsaba las pelas. ¿Que rechazaban la solicitud? Pues él, religiosamente –cómo no–, reintegraba el dinero.

Lo que se supo pasado el tiempo es que el afamado cura intermediario jamás intermedió nada ni hizo ninguna gestión para librar a nadie de nada.

En realidad, no tenía el más mínimo contacto con el Ejército español. Era un mero calculador de probabilidades. Había observado que, de cada tantas alegaciones de inutilidad, tantas eran atendidas. Se apuntaba al porcentaje y cobraba por él.

Igual que los defensas de los penaltis de ayer. ¿Que dicen que el balón va a ir a la derecha y va a la derecha? Pues son geniales y todo el mundo los festeja. ¿Que no? Pues mala suerte, asunto concluido y a otra cosa.

Un amigo mío –pongamos que Gervasio Guzmán, para abreviar– tiene una vecina que ejerce de adivina. Cuenta con muchos clientes y se forra echándoles las cartas. Cada dos por tres le llaman por el telefonillo del portal. «¿Quién es?», responde la adivina. Y Gervasio, acordándose del chiste que contaba Eugenio, comenta: «¡Y pregunta quién es! ¡Vaya mierda de adivina!»

Lo importante no es acertar, sino que se note mucho cuando aciertas.

Escrito por: ortiz.2007/05/14 05:45:00 GMT+2
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2007/05/13 04:20:00 GMT+2

Esto no hay por dónde cogerlo

No sé muy bien por qué. Estaba indolente, después de varias horas de conducir y de haberme perdido al entrar en Madrid, donde las infinitas obras medio acabadas –o medio empezadas– convierten en la cosa más fácil del mundo ir a un sitio cuando pretendes dirigirte a otro.

No me apetecía gran cosa ver fútbol. Tampoco una película. Es verdad que hubiera podido leer durante un rato y echarme luego a dormir, sin más. Pero el caso es que no lo hice.

En fin, vuelvo al inicio: no sé muy bien por qué.

El caso es que anoche vi el Festival de Eurovisión.

Fue una experiencia traumática, pero estremecedora. Y, en todo caso, sorprendente.  

Me descubrió un montón de realidades que no sólo desconocía, sino que no tenía ni la más mínima idea de que pudieran existir.

La parte menos interesante del evento me pareció la musical. Las canciones, aunque quizá en su inspiración primigenia fueran diferentes –y alguna cabe que no irremediablemente horrible–, venían a ser todas la misma, en virtud del estruendoso pachún-pachún de los arreglos. Aunque no las oí todas, desde luego, y tampoco puedo decir que les prestara una enorme atención constante, saqué la conclusión de que las habían pasado a las pobres, una tras otra, por la misma máquina estropiciadora, de manera que tanto daba que esta o aquella hubiera podido convertirse, de ponerse a ello, en una pieza folk, en un vals o en una polca, porque el producto final era el mismo pachún-pachún ensordecedor.

La razón principal por la que no podía concentrarme en la faceta musical del acontecimiento era que otros elementos de lo exhibido me distraían sin parar.

Para empezar, el aspecto de los concursantes. No había visto una estética pareja desde que mi hermano Bobi me llevó a ver a Johnson en El Molino de Barcelona en 1969. El Molino era a la sazón una sala de fiestas o teatro de varietés muy popular. Según como te lo tomaras, podía resultar bastante divertido o rematadamente deprimente. Acudían a él no pocos señores entrados en años que competían por deslizar algún billete por el escote de las coristas y vedettes que, según aseguraba el cartel de la entrada, cantaban. Me llamó la atención lo mucho que podían tardar aquellos señores en realizar una tarea en principio tan sencilla como introducir un billete de veinte duros en un muy holgado escote. El caballero que se hacía llamar Johnson, hombre tirando a añoso, salía vestido de cigala (sic), cargado de lentejuelas,  y el público le llamaba de todo y él tenía respuesta rápida e incisiva para cualquier improperio.  (Pongamos que alguien le gritaba: «¡Maricón!». Pues él contestaba: «¡Para lo que gustes, tío bueno!». Y así.)

Podría considerársele un precursor de la estética de la Orquesta Mondragón.

En todo caso, un referente clarísimo de los actuantes en el Festival de Eurovisión de ayer.

El escenario, así como la decoración y la ambientación globales del palacio que dio acogida al concurso eurovisivo, eran de traca. En el sentido más literal de la expresión, porque cada dos por tres empezaban a salir fuegos de artificio por todos los rincones, mientras las luces giraban y cambiaban de tono a una velocidad tan innecesaria como mareante. El resultado general –supongo que no pretendido– era de verdadera pesadilla.

No obstante, lo que me causó una más viva y lacerante impresión fue el público.

Porque lo de los presuntos artistas lo entiendo: si te pagan por hacer eso, pues lo haces. Sin complejos, que diría Rajoy.  (Desde ese punto de vista, puedo incluso hacerme cargo de lo maquilladísimos que iban. Quizá lo hacían para que nadie pudiera reconocerlos por la calle a partir de hoy.) Además, en tanto que periodista, soy incapaz de ponerme demasiado severo con las ruindades que los demás tienen que hacer para ganarse la vida.

Pero, lo del público ¿por qué? ¿Qué necesidad tenían esos miles de personas de estar todo el rato gritando, elevando los brazos como posesos, dando voces y agitando banderas, muchas de ellas de ignota procedencia? ¿Qué les habían dado? ¿Cómo podían saber, incluso, qué carajo estaban cantando los que ocupaban el escenario, si ellos no paraban de bramar por su cuenta, rivalizando en estruendo con los concursantes?

Me pareció todo rarísimo.

Incluyendo a los representantes de TVE, los para mí perfectamente desconocidos D’Nash, que a saber dónde se habían dejado a Crosby, Still y Young.

Rematé el esperpento horas más tarde leyendo la crónica que hizo del Festival la agencia Efe, en la que nos informó de que la ganadora, la serbia Marija Serifovic, «empezó a cantar a los 12 años y ya entonces era capaz de cantar temas como 'I will always love you', de Whitney Houston.»

Prescindiendo del hecho de que yo mismo tengo una vecinita de 10 años que es capaz de cantar esa canción (la cuestión no es cantarla, sino cómo), habrá que informar a la afamada agencia desinformativa de que I Will Always Love You no fue compuesta por Whitney Houston, por mucho que la mozuela nos martirizara con ella en una sensiblona película de infausta memoria. Que la compuso muchos años antes e interpretó –con bastante más arte, además– una señora de voz increíble y muy comentada pechera, que nació en Sevierville (Tennessee, USA) el 19 de enero de 1946 y sigue respondiendo al nombre de Rebecca Parton. O sea, Dolly Parton.

«Esto no hay por dónde cogerlo», dijo uno de los componentes del grupo español D’Nash, tras conocer el resultado de la votación.

No precisó a qué se refería al hablar de «esto». Según de lo que hablara, y de cuánto abarcara, podríamos estar de acuerdo.

Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: No hay por dónde cogerlo.

Escrito por: ortiz.2007/05/13 04:20:00 GMT+2
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2007/05/12 07:00:00 GMT+2

Le 13 Mai

El 13 de mayo de 1968 –le 13 Mai– París se convirtió en la capital de todas las manifestaciones. ¿Cuántos obreros y estudiantes se plantaron en la calle aquella mañana para clamar contra la vieja Francia de Charles de Gaulle? Quizá fue ese 13 de mayo cuando se inventó la unidad de medir manifestaciones, que tanto éxito ha tenido en el Madrid de los últimos años: «Un millón», se dijo.

39 años después, el recién electo presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy, ha declarado que la esencia de su programa es «enterrar Mayo del 68».

Invito a leer el texto del discurso en el que lanzó esa encendida proclama, que sus seguidores tomaron de inmediato como santo y seña. Su descripción de Mayo del 68 se parece a lo que realmente sucedió entonces como un huevo a una castaña. De dar por buena su pintura apocalíptica, aquel mes se habría escenificado en Francia el triunfo del Maligno, seguido de toda su corte de fieras infernales. Según él, venció entonces la indisciplina, la inmoralidad, la insolencia frente a los mayores, la vagancia, la falta de higiene…

Lo primero que habría que recordarle a Sarkozy –aunque no hace falta, porque lo sabe muy bien– es que en Francia, en aquel mayo del 68, quien triunfó fue la derecha.

En todos los frentes.

Las revueltas estudiantiles de aquellos días, precedentes del 13 de mayo, fueron muy llamativas y espectaculares («muy mediáticas», que se diría ahora), pero no produjeron ninguna revolución política. No hubo ningún cambio en el poder. Provocaron que los grandes sindicatos, a la vista del cabreo general, decidieran subirse a la marea para forzar al Gobierno a negociar algunas reformas laborales y sociales, logrado lo cual dieron orden de desconvocatoria y el asunto fue languideciendo hasta que se acabó. De Gaulle aprovechó la situación para declarar fuera de la ley a unos cuantos partidos de extrema izquierda, que se limitaron a cambiar de nombre para regresar a la legalidad, et puis c’est tout.

¿Y en eso consistió el famoso 68? No; ni mucho menos.

En 1968, aparte de los acontecimientos de París, hubo también fuertes revueltas estudiantiles en Italia y en la República Federal Alemana.

Se produjo la llamada Primavera de Praga y la invasión soviética de Checoslovaquia.

En los Estados Unidos de América cobró muy importantes dimensiones el movimiento contra la Guerra de Vietnam (eso, de un lado: del otro, muchos universitarios gringos decidieron fumarse todo lo fumable y explorar toda suerte de posibilidades corporales, en tanto sus congéneres negros decían que ya estaba bien de que los trataran como racaille, que diría Sarkozy).

Se produjo la ofensiva del Tet, que demostró al mundo que el Ejército de los EEUU también podía sufrir en Indochina su particular Dien Bien Fu y salir con el rabo entre las piernas, como finalmente acabó sucediendo.

Entretanto, unos cuantos miles de kilómetros al norte, en la República Popular China arrasaba la Gran Revolución Cultural Proletaria (en la que, por cierto, apenas hubo nunca proletarios, pero ése es otro asunto.)

Incluso en Euskadi tuvimos acontecimientos clave: ETA inauguró su lista de víctimas del Estado y el Estado su lista de víctimas de ETA.

1968 fue un año crucial para el mundo, en términos generales, pero no por lo que Sarkozy pretende. Fue el año en el que, por muy diversas circunstancias, cristalizó la necesidad de cambiar muchas de las jerarquías de valores que regían a escala internacional desde el fin de la II Guerra Mundial.  Era necesario redefinir los usos y costumbres generacionales, culturales (también políticos, en parte).  Había que asumir una moral distinta, gustara más o menos. Había que materializar las consecuencias del baby boom. Había que acostumbrarse a los efectos del inicio de la globalización (al rock & roll y al pop, sin ir más lejos). Había que asimilar el enfrentamiento entre las superpotencias, el hundimiento del mundo colonial… Todo había cambiado y, en consecuencia, el orden social estaba obligado a cambiar. Para que nada cambiara, sobre todo.

1968 fue un año que simboliza un relevo que se hizo necesario. Ni bueno ni malo: necesario, sencillamente.

 En ese sentido, la demonización que hace Sarkozy del Mayo del 68 resulta grotesca, ridícula. Uno no puede criticar que el verano suceda a la primavera. Los fenómenos histórico-naturales tienen su lógica, y no cabe sino inclinarse ante ella. El propio Sarkozy es un resultado (o una excrecencia, si se quiere) del cambio que simbolizó 1968.

Dicho lo cual, también tienen lo suyo de cómicas las reivindicaciones del Mayo del 68 que hace hoy nuestra izquierda biempensante y acomodada, nostálgica de sus propias invenciones. Yo no estuve entonces en París –fui de los pocos que no se movió de aquí–, pero me vi obligado a emigrar a Francia poco después, por razones no demasiado voluntarias, y me documenté lo suficiente como para saber que entre lo que ahora se mitifica de aquella revuelta estudiantil y nuestra kale borroka reciente no hay más diferencia que el color de la matrícula de los vehículos quemados.

Escrito por: ortiz.2007/05/12 07:00:00 GMT+2
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2007/05/11 05:00:00 GMT+2

Cuatro reyes y un revólver

Parece que se discute bastante –entre los especialistas, claro– sobre si es constitucional o no lo que se está haciendo con las candidaturas de la izquierda abertzale vasca. He leído a un jurista que, tras dejar constancia irritada de media docena de verdades constitucionales de Pero Grullo, afirma: «Sé que no sirve para nada lo que estoy escribiendo». Me ha recordado el modo en el que Carl Marx remató su crítica al Programa de Gotha, optando por el latinajo: «Dixi et salvavi animam meam».

«Que luego nadie me venga con que no lo dije», habría que traducirlo al román paladino.

Para mí que, llegados a ese punto, lo que se impone es recordar el principio constitucional supremo, que formuló con franqueza Al Capone redefiniendo las reglas del póquer: «Cuatro ases pierden contra cuatro reyes y un revólver».

El Poder (con mayúscula) funciona así. «Quien tiene las armas tiene el Poder», escribió Mao Zedong. La Constitución Española de 1978 dedicó a eso su artículo 8º. ETA, que se autodefine como «militar», no lo teoriza, pero lo deja muy claro: si estás de acuerdo, perfecto; si no, ve haciéndote un seguro de vida, o un traje de madera. Todos los poderes, incluyendo el ejecutivo, el legislativo y el judicial, tienen un único nombre, por más que se considere de mal gusto citarlo: el poder coercitivo.

Las cosas son así, es cierto. Pero son así en último término. Lo cual quiere decir que existen términos previos, que a veces se hacen notar, aunque en España no mucho y sólo de vez en cuando.

Me cuentan que hay no poco nerviosismo en las altas instancias españolas porque podría ser que el Tribunal de Estrasburgo dictaminara no dentro de mucho que la Ley de Partidos que rige por aquí es un bodrio jurídicamente infumable.

Den ustedes por descontado que nuestras autoridades  están haciendo todo lo posible para que tal dictamen no se produzca, pero tampoco es tan sencillo conseguir que los integrantes de un tribunal supranacional –que tienen su prestigio, o eso se creen– hagan como si fueran todos Jiménez de Parga. Se recuerda del ex presidente de nuestro Tribunal Constitucional que introdujo una sesión del alto organismo llamando la atención de los presentes sobre sus deberes para con el Estado, entendido como causa suprema. Pero, para considerar que un asunto es cuestión de Estado y avenirse a sacrificar en su ara cualquier hipotético remilgo o zarandaja, lo primero que se precisa es que uno se sienta –sea– parte de ese Estado. O sea, que viva de él y comprenda la importancia de aquella otra máxima romana: primum vivere, deinde philosophari (*). Primero, vivir; después, filosofar. Ahí está el peligro: los jueces de Estrasburgo parece que no están en ésas.

Lo más deprimente para los que todavía nos movemos animados por tontos principios/prejuicios es la certeza de que quienes tienen capacidad de decisión sobre todos estos asuntos no están reflexionando sobre ellos guiados por la idea fija de hacer justicia, ni mucho menos. Que lo suyo es más bien mirar de reojo a ver quién tiene cuatro reyes, a ver quién cuatro ases, a ver quién un revólver y a ver quién un montón de cartas en la manga y, ya de paso, una cuenta corriente con muchos ceros.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Cuatro reyes y un révolver.

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(*) Tratando de comprobar la más correcta ortografía de este latinajo, que siempre se me atraganta, me he topado con otra frase que tenía olvidada, también atribuida a Aristóteles –que para mí que no hablaba en latín, pero ésa es otra– y que apunta en la dirección diametralmente opuesta: «Amicus Plato, sed magis amica veritas» (o sea: «Platón es mi amigo, pero más amiga mía es la verdad»), cosa que se pretende que dijo en cierta ocasión en la que se vio obligado a contrariar los dictados de su corazón para sujetarse a los de la razón.

A Aristóteles lo habrían expulsado del Tribunal Constitucional español a hostia limpia.

Escrito por: ortiz.2007/05/11 05:00:00 GMT+2
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