2007/09/27 04:50:00 GMT+2
Ponen de chupa de dómine al Gobierno porque quiere ayudar a los jóvenes a alquilar pisos. Tengo amigos que me aseguran que las medidas anunciadas son erróneas y sólo servirán para encarecer los alquileres. Es posible. No puedo discutirlo. No soy experto en la materia.
Los que me sublevan son los que se oponen al proyecto alegando que el Estado no puede soportar semejante carga económica. No paran de dar voces, indignados porque dicen que el Gobierno está tirando la casa por la ventana acordando toda suerte de gastos sociales. Según ellos, ese electoralismo va a dejar al erario con una mano delante y otra detrás.
Cuando uno calcula cómo administrar sus exiguos ingresos, examina el conjunto de sus gastos y determina en qué capítulos puede mostrarse más sobrio y cuáles otros no tienen vuelta de hoja, porque son imprescindibles. A los críos hay que llevarlos a la escuela. La abuela tiene que estar asistida. Y si hay que prescindir de aperitivos y de camisas caras, se prescinde.
Así deben verse los Presupuestos Generales del Estado. ¿Que no nos podemos permitir la adquisición de más aviones de caza y más tanques, porque son carísimos? Pues no se compran. ¡Total, para lo que nos iban a servir! ¿Que nos sale por una pasta sostener el equilibrio bancario? Pues que se las arreglen los bancos entre ellos, que dinero no les falta. ¿Que es una ruina sufragar los gastos de una familia real tan inútil como venal? Pues nos mercamos un presidente de República barato, y a otra cosa. De lo que no podemos prescindir es de escuelas, de hospitales, de infraestructuras, de jóvenes emancipados y de viejos debidamente atendidos.
“¡Demagogia!”, replican algunos. Ya. Pero, ¿qué culpa tengo yo de que los hechos sean demagogos?
Nota de edición: segunda columna que Javier publicó en Público: Demagogia de los hechos.
[Aparecido en Público el 27/09/07, dentro de la sección El dedo en la llaga.]
Coda
Ayer fue día de inauguraciones.
La de Público en los quioscos, para empezar. Parece que tuvo bastantes problemas de distribución. A muchos sitios llegaron pocos ejemplares –pocos para la demanda que hubo, se entiende–, a otros llegó tarde y a algunos otros, según me cuentan, no llegó, sin más. Yo recorrí el centro de Bilbao entre las 12:00 y las 14:00 y en todos los quioscos en los que paré me dijeron que se les había agotado a muy primera hora de la mañana. Está bien que así sea, pero no puede considerarse un signo suficientemente significativo, ni mucho menos. Habrá que comprobar qué efecto tuvieron la curiosidad propia del primer día y el regalo del DVD. Lo sabremos en 15 días, más o menos.
A quienes me han llamado o escrito para darme sus opiniones y hacerme llegar algunas críticas les insisto en lo que ya he escrito y dicho varias veces durante estos días pasados: mi único papel en el periódico consiste en que mando cada día una columna y me la publican. Empieza y acaba ahí. Siendo así, lo que guste o disguste del nuevo periódico a los unos o a los otros me concierne lo mismo que a cualquier otro ciudadano.
Veo que algunos tienden a suponer que, siendo yo columnista del diario y teniendo un cierto bagaje informativo y reflexivo sobre la realidad vasca, algo deberé de pintar en las cosas que se escriben sobre Euskadi en el periódico. Pues no.
Pondré un ejemplo que espero que sea ilustrativo. En los muchos años en los que fui jefe de Opinión de El Mundo, no recuerdo haber pedido consejo jamás a un columnista antes de tomar postura ante ningún fenómeno de la política vasca. Los discutía –y mucho, como es natural– con el director, y a veces también con otros miembros de la Redacción, pero nunca con columnistas. Ni se me pasó siquiera por la imaginación la posibilidad de telefonear a Umbral, por ejemplo, para ver qué pensaba sobre esto o aquello.
Bien, pues es exactamente eso lo que ahora hacen conmigo en Público, y muy bien hecho está.
Inauguré ayer asimismo algunos cambios en este blog.
La inclusión de publicidad de Google ha llamado la atención a algunos y algunas. En realidad, apenas tiene importancia. Hoy en día aparece en casi todos los blogs. Veremos si nos da algo de calderilla para sufragar los gastos que genera el mantenimiento de la web. Y si no la da, la quitamos. Excuso decir que no está previsto que llegue nada a mi bolsillo.
También he decidido admitir comentarios a mis Apuntes. Otro aspecto secundario. No creo que pueda sacar tiempo ni siquiera para leerlos. Por lo menos no todos, y menos todos los días. No porque me considere por encima de nada, sino porque tengo muy poco tiempo disponible.
Y esto es todo por hoy.
Escrito por: ortiz.2007/09/27 04:50:00 GMT+2
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2007/09/26 07:25:00 GMT+2
Ahora se llama «radical» a todo lo que tiene aspecto de desaforado, burro e intolerante, a nada que parezca relacionado con el gremio de la política.
Si unos cuantos queman en Girona fotos de los reyes, no tarda nada en aparecer alguna autoridad que nos hace saber que ha sido cosa de «radicales». Si otros incendian un autobús o un cajero automático en Euskadi, rápidamente nos los identifican como «radicales». Si se intenta catalogar a los islamistas dispuestos a cargarse a cualquier viandante de Occidente para distinguirlos de sus correligionarios pacíficos, se les llama «radicales» y ya está.
El asunto me repatea por dos motivos.
Primero, porque «radical», en rigor, es aquel que apunta a la raíz de las cosas, sin irse por las ramas. El Diccionario de la Academia define así el término, en tanto que sustantivo: «Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático.»
Segundo, porque se habla de lo radical como lo opuesto a lo apacible, lo moderado y lo tolerante. Sin embargo, muchos de quienes son tenidos por moderados no tienen nada de estupendos. Por poner un ejemplo: nadie calificaría al rey de Marruecos de «radical»; sin embargo, vaya pieza. Otro ejemplo: ¿son «radicales» las Fuerzas Armadas de EEUU destacadas en Irak? No he oído a nadie que las tilde de tales. Pero ¿no sería un pelín excesivo presentarlas como tolerantes?
Al final, y aunque lo hagan sin pretenderlo, cuando hablan de «radical» parten del sobreentendido de que un radical es, por fuerza, alguien que se expresa desde fuera del sistema constituido, sin respetar las componendas pactadas por la gente de orden.
Pues bien: si de eso se trata, me declaro radical. Aspiro a ir a la raíz de lo que nos pasa. Y estoy dispuesto a defender «reformas extremas, especialmente en sentido democrático.»
Nota de edición: ésta fue la primera columna que Javier publicó Público: Perdonen: aquí un radical.
Coda
El texto anterior es el de la columna con la que he inaugurado hoy mi sección diaria en Público, el periódico que acaba de llegar a los quioscos. La sección se llama El dedo en la llaga. A partir de ahora, lo más corriente será que este Apunte cotidiano se componga de mi diario Dedo en la llaga, al que añadiré alguna coda de complemento, como ésta.
Aprovecho la primera para contar que ayer fue la fiesta de inauguración del diario. La cosa se celebró en un sitio llamado Telefónica Arena, que es un pabellón enorme situado en la Casa de Campo, en Madrid. Muchísima gente, muchísimas copas –da testimonio de ello el dolor de cabeza que me habita en estos momentos–, discursos estupendamente breves y, como colofón, un tan largo como inesperado concierto de Bryan Ferry, el líder de Roxy Music. Yo no tenía ni idea de que lo habían contratado para la ocasión, y me quedé pasmado, porque me gusta, y porque además More Than This –que la interpretó– es una de mis canciones favoritas. Llevaba un grupo excelente y el sonido fue llamativamente limpio (sospeché que estaba siendo grabado para convertirlo pronto en DVD). Hizo un muy bello homenaje a la versión de Jimmy Hendrix del All Along The Watchtower de Bob Dylan, interpretó algunas piezas más de Dylan, otra de John Lennon y las clásicas suyas. Lo peor que tuvo fue que yo tenía previsto largarme pronto, porque hoy me espera un día del carajo, pero tuve que quedarme, porque uno no ve todos los días a Bryan Ferry, con lo cual hoy voy a estar fundido hasta la hora de irme a la cama.
Todavía no he tenido tiempo de leer con calma el nuevo periódico. He comprobado ya, eso sí, que he de prepararme para lo que siempre me ocurre en todos los periódicos: que me corrijan lo que no deben corregirme. Me pidieron que escribiera una Carta al Director (Carta del Lector, en este caso) porque, tratándose del primer número, no las había reales, y les mandé una argumentando una de mis reivindicaciones clásicas: que se instauren servicios municipales de recogida gratuita de cadáveres. Me divirtió hacerlo, porque también escribí una carta en términos similares para el primer número de El Mundo. En la carta, escrita en tono de coña, metí numerosas bromas, entre ellas la de decir que mi misiva era una Carta al Director «com cal, que decimos en Euskadi». Como muchos de vosotros sabréis, com cal es una expresión catalana, equivalente al comme il faut francés o al como es debido castellano. Pues bien: se ve que quien editó mi texto no sabe catalán, creyó que era un lapsus calami mío y me corrigió. Con lo que ha salido… ¡«con cal»! Cuando lo vi me dije: «Lógico. Como la fiesta se celebra en el Telefónica Arena, han decidido que demos… una de cal y otra de arena.»
Escrito por: ortiz.2007/09/26 07:25:00 GMT+2
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2007/09/25 04:30:00 GMT+2
Alea jacta est (*). Esta noche cruzamos el Rubicón. Mañana saldrá a la calle el primer número de Público, el nuevo diario al que me he pasado con armas y bagajes.
La apuesta es doble, en mi caso.
Una parte me la juego con todos vosotros. Es la que nos dirá, con el paso de los días, si la aventura tiene posibilidades de éxito, si el periódico se va haciendo un hueco, si realmente contribuye a dar voz a la izquierda y si va a servir para que la libertad de expresión salga, así sea un poco, del estado catatónico en el que se encuentra en esta España de hoy, monocorde, zafia y autosatisfecha.
La otra parte de la apuesta es exclusivamente mía, personal e intransferible. He dejado un periódico que navega viento en popa y en el que tenía el porvenir asegurado –en la medida en la que se puede tener el porvenir asegurado–, para implicarme en un negocio difícil, del que puedo salir escaldado, como de tantos otros anteriores.
Lo único que puedo deciros es que me habría sentido fatal si no me hubiera atrevido. Recuerdo siempre el poema de Konstantinos Kavafis al que Lluís Llach puso música y tituló A la taverna del mar. Al final, los fracasos que más nos minan el buen ánimo son los que nunca pudimos sufrir, porque nos arrugamos y rehuimos la pelea.
He decidido atreverme a fracasar una vez más, fiel a la consigna que Jorge Oteiza nos dio a tantos: «Nunca malogres tu carrera de perdedor con un éxito de mierda».
Cuento con el respaldo de los míos (aunque en mi caso sería más correcto decir «de las mías»), que no tienen nada de cobardes. Lo reconozco: eso es jugar con ventaja.
_______
(*) No llevo ya la cuenta de la cantidad de lectores que me han llamado la atención por haber escrito –anteayer, creo– «alma pater». ¡Hombres de poca fe! Era una broma, sin más, que hice jugando con el tópico «alma mater». No necesito que me digan que «alma» es femenino. Creo que alguna vez he contado que de joven fui profesor de latín. Así fue. Lo tengo bastante oxidado, pero no hasta ese punto.
Aprovecho la ocasión para sugerir a otros lectores que, antes de escribirme para decir que no entienden o que les parece inadecuado el uso de tal o cual palabra o expresión, consulten el diccionario. Puede que a ellos les resulte instructivo. Y seguro que a mí me ahorran tiempo.
Escrito por: ortiz.2007/09/25 04:30:00 GMT+2
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2007/09/24 05:45:00 GMT+2
Llevo varios días ejercitándome en la escritura de columnas de algo menos de 1.800 caracteres, espacios incluidos, que son los que tendrán los artículos que voy a sacar a diario en Público a partir de pasado mañana. Como quiera que llevo muchos años dedicándome a hacer columnas de un tamaño bastante mayor (las de El Mundo tenían algo más de 2.800 caracteres), he de reciclar mis hábitos.
Cuando me planteé esa reconversión, me puse trascendente y recordé el lema que Bertolt Brecht tenía puesto en la pared de su estudio, a modo de consigna: «La verdad es concreta». Me dije: «Evita enrollarte y ve directamente al meollo del asunto». Pero, a medida que he ido escribiendo columnas del nuevo tamaño, para ir practicando, me he dado cuenta de que lo que me hace falta no es sintetizar más, sino abarcar menos. Dividir la realidad en parcelas más chicas. Mis columnas de El Mundo figuraban en una sección llamada «Zoom» (*). Lo que he de hacer ahora es ajustar mi zoom al encuadre que me piden. Eso ofrece una ventaja: al centrar la mirada en un espacio más concreto de la realidad, dejaré disponibles muchos otros aspectos de los asuntos que trate, lo que no me vendrá nada mal, puesto que voy a escribir todos los días.
Yo no sé cómo abordan su trabajo otros columnistas. Con alguno he hablado de ello de manera tangencial en alguna ocasión. Hubo uno que me preguntó, en un acto de ésos a los que por lo general no voy, en plan de famoseo, copas y canapés: «Y tú, Ortiz, ¿cuánto tardas en escribir una columna?». «Depende», le respondí. «Por lo general, unas dos horas. La mayor parte la dedico a argumentar lo que pretendo explicar, pero reservo un buen tiempo luego para la corrección, porque me gusta que parezca que está escrito de una tacada». «¡Qué barbaridad!», exclamó el hombre. «¡Yo las liquido en un cuarto de hora!». No pude callarme. «Se nota», le dije.
Quizá a partir de ahora tarde algo más, incluso. Porque, como me enseñó mi maestro Robert Escarpit (**), si quieres ahorrar tiempo a quien te lee, tienes que gastarlo tú.
________
(*) No escogí yo el cintillo. Fue cosa de Manuel Hidalgo, que me antecedió en la jefatura de la sección de Opinión de El Mundo. Supongo que, de haberme correspondido la elección, habría preferido alguna palabra que figure en el Diccionario de la Lengua Española. De todos modos, tampoco me incomodó nunca. Para mi rincón en Público he seleccionado un lema que ya usé en tiempos juveniles para una serie de columnas de prensa: El dedo en la llaga. Luego he comprobado que hace algunos años salió una película que llevaba ese título. Me da igual: yo lo vi primero.
(**) Robert Escarpit (1918-2000), columnista y maoísta ultraheterodoxo girondino, fue el genial consagrador del género periodístico llamado billete o recuadro, que es como los periodistas solemos llamar a los artículos de opinión brevísimos, de apenas seis u ocho líneas. Él lo publicaba a diario en la primera página de Le Monde bajo el epígrafe Au jour le jour («El día a día»). Ha tenido muchos imitadores, pero ninguno ha alcanzado nunca, ni de lejos, su maestría, como demuestra a diario Antonio Gala. Escarpit, que hablaba un castellano más preciso que la mayoría de los españoles, fue mi decano en el Instituto Universitario Técnico de Burdeos, donde di en estudiar periodismo a comienzos de los setenta, y trató de orientar mis pasos. Sin éxito, como es obvio. Me gestionó una beca muy generosa, por lo que le estaré eternamente agradecido.
Escrito por: ortiz.2007/09/24 05:45:00 GMT+2
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2007/09/23 08:45:00 GMT+2
Acudí ayer a la Fiesta del PCE para participar en una mesa redonda. (Por cierto que en esta ocasión la mesa redonda no era rectangular, como suele suceder casi siempre: nos colocaron ante una fila de mesitas de terraza, cosa bastante adecuada, porque estábamos al aire libre, en el espacio de uno de los stands del festejo).
Se trataba de hablar sobre «La República en los medios de comunicación». Los ponentes éramos seis, lo que llevó a que el acto resultara bastante largo.
Las intervenciones fueron interesantes, excepción hecha de la mía, construida con ideas y argumentos que me da que he repetido ya demasiadas veces. Además, como me tocó intervenir en penúltimo lugar, tuve todo el rato la sensación de estar martilleando clavos que ya habían remachado quienes me habían precedido.
Me gustó un argumento que empleó Pascual Serrano, el alma pater de Rebelión. Comentando la reacción del gremio periodístico ante el asunto de la caricatura de El Jueves, llamó la atención sobre los muchos medios que argumentaron que había sido un error secuestrar la publicación porque eso amplificaba los efectos antimonárquicos del chiste. Qué gente más rijosa: hace como que te está echando una mano… y es verdad, te la echa, pero al cuello, postulándose como la más astuta en la verdadera defensa de la Monarquía.
Al oírlo, me vino a la memoria el proceso que tuvimos en Saida (una revista roja que fundé en 1977 y conseguí hundir en cosa de meses) por culpa de un artículo editorial mío titulado «¡Viva la República!», que nuestra siempre atenta autoridad judicial consideró injurioso (*). En la defensa de los encausados –cinco amigos se declararon coautores del escrito–, el político y abogado Pablo Castellano argumentó que el artículo podía justificarse porque se había publicado antes de la aprobación de la Constitución. ¡Casi me da un ataque de apoplejía! ¡Como si la aprobación de la Constitución hubiera atemperado nuestro rechazo de la Monarquía juancarlista! ¡Como si estuviéramos allí pidiendo perdón!
José Manuel Martín Medem amplió muy bien la observación de Pascual Serrano, lamentando que en el caso de El Jueves la profesión periodística –su sector menos insano, supongo que quería decir– no haya reaccionado suscribiendo un documento tipo «Yo también soy El Jueves». Tiene razón. La oportunidad de ese género de respuestas nos la demostraron ayer mismo varios cientos de gerundenses, que se juntaron para quemar fotos de la Cosa Real. ¿Qué hará ahora la Audiencia Nacional? ¿Procesarlos a todos?
La culpa de cómo está nuestra maldita realidad hay que buscarla (también) en el hecho de que la derecha española está siempre movilizada y presta al combate, mientras que la izquierda se muestra pasiva, indolente, desmotivada. Así le va.
______
(*) En varias ocasiones he recibido correos de gente que me pedía información sobre aquel artículo. Los daré hoy, aprovechando el tema del Apunte. Precisaré, antes de reproducirlo, que si he conseguido recuperarlo ha sido gracias a un buen amigo del Ateneo Republicano de Valladolid, que conserva el ejemplar correspondiente de Saida y me lo ha fotocopiado. Informo, además, de que los editoriales de la revista aparecían siempre con la firma de Ramón Collar. Era en homenaje a un hermosísimo y emocionante poema de César Vallejo, incluido en su libro de guerra titulado España, aparta de mí este cáliz. Empezaba el poema: «Aquí, / Ramón Collar,/ prosigue tu familia soga a soga, /se sucede, / en tanto que visitas, tú, allá, / a las siete espadas, /en Madrid, / en el frente de Madrid.»
Dicho lo cual, aquí va el texto del artículo que tantos problemas nos trajo, sobre todo por la referencia final a los batracios.
¡VIVA LA REPUBLICA!
–Ramón Collar–
A la hora de plantearse el problema de la forma de Gobierno, parece claro que hay muchas y buena razones de principio para optar por las republicanas, desechando las monárquicas. La República, al colocar la jefatura del Estado también bajo el sufragio popular, muestra una coherencia democrática de la que carece el sistema monárquico.
Desde un punto de vista formal, cabría objetar a las Monarquías occidentales su inutilidad, su parasitismo. Esta objeción vendría precisamente justificada por las declaraciones de tantos liberal-monárquicos que se escudan en la pretendida inhibición en la vida política concreta de los monarcas, al parecer situados por encima de las banderías políticas. En la práctica, sin embargo, la cosa es más grave. Porque, al margen de que las Monarquías puedan ser un caro adorno, son también y sobre todo, un factor de continuismo y de estabilidad para los manejos políticos de la burguesía. Pero nuestra intención no es disertar con vaguedades acerca de las Monarquías y las Repúblicas en general. Nuestra obligación es incidir en el tema desde el ángulo concreto del aquí y ahora. No de las Monarquías, sino de esta Monarquía. A ello va dedicado nuestro dossier quincenal. El lector volverá a comprobar en él que la izquierda no tiene un punto de vista homogéneo al respecto, y podrá interrogarse sobre las razones aducidas por unos y otros.
Hay cosas que, sin embargo, forman parte del dominio de lo objetivo. Es un hecho objetivo que, históricamente, en el Estado español, las formas republicanas de Gobierno se han identificado con el progreso, y las monárquicas con la reacción. Es un hecho igualmente objetivo que la Monarquía fue rechazada en su día por la vía del sufragio universal y que, a lo largo del casi medio siglo posterior, no fue echada de menos, ni poco ni mucho, por los pueblos del Estado español. Es un hecho objetivo también, y cuanto, que esta Monarquía fue engendrada en las entrañas mismas del fascismo, creció en ellas, juroles fidelidad, acató sus desmanes...
Demasiadas cosas en un plato de la balanza. ¿Y en el otro? «Una función de equilibrio», «una labor de puente», «un elemento estabilizador»... Por nuestra parte, damos en creer que, si aquí ha habido equilibrio, puente y estabilización – en la medida en que ha habido–, no se debe a las discutibles virtudes de un personaje, sino a los intereses concretos de la clase dominante y a la relación de fuerzas sociales en presencia. Convengamos igualmente en que las virtudes aducidas son demasiado coyunturales y momentáneas, aún en el supuesto de que fueran reales, como para que hubieran de obligamos a cargar de por vida con toda una cohorte de reyes, reinas, príncipes, princesas, cortesanos y cortesanas en general.
Sobre todo si se tiene en cuenta que aquí –a diferencia de esas fábulas en que las ranas se transforman en reyes– corremos francamente el peligro de que el rey nos salga rana.
Escrito por: ortiz.2007/09/23 08:45:00 GMT+2
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2007/09/22 06:09:00 GMT+2
Hoy se celebra el Día Europeo Sin Coches. Por lo menos
en algunas ciudades, como Madrid (quizá en algunas otras no sea así), la
jornada en cuestión ha dejado de ser una invitación a la ciudadanía para que renuncie
al uso de vehículos privados para convertirse en una operación de cosmética
política montada por la autoridad municipal, que obliga a la gente a
respaldarla quiera que no.
Escribo esto cuando aún no ha amanecido, pero no me
arriesgo demasiado si vaticino que el Día Sin Coches será todo un éxito. El
Ayuntamiento de Madrid ha cerrado al tránsito tal cantidad de calles céntricas
que recorrer la ciudad en coche, e incluso atravesarla, va a representar una
aventura de alto riesgo a la que la gran mayoría, supongo, renunciará.
Pero el propio Ayuntamiento aporta la prueba de su
demagogia: anuncia que ha ampliado de manera extraordinaria el parque de
autobuses en circulación y que ha incrementado la frecuencia y los límites
horarios del Metro. Con lo que viene a reconocer que, si la población recurre
tanto al coche como medio de transporte urbano, es porque los medios públicos
son insuficientes.
No es una hipótesis. Está demostrado. Un reciente
estudio realizado en Madrid ha permitido establecer que, pese a los atascos, las
personas que se sirven de su coche para acudir al trabajo tardan menos que las
que recurren al transporte público. Y eso no es sólo cierto para quienes se desplazan a puntos muy distantes de su domicilio, sino incluso para gente que vive
relativamente próxima a su centro laboral.
La prueba la tengo bien cerca: si Charo, mi mujer,
optara por ir en metro a la escuela en la que ejerce de maestra, tendría que
hacer dos transbordos y recorrer siete estaciones. En autobús sería todavía peor:
emprendería una excursión disparatada. Sin embargo, en coche no tarda más de un
cuarto de hora o 20 minutos, por mucha circulación que haya. Todo ello por la
muy sencilla razón de que no hay ningún transporte público que una los dos
puntos en línea más o menos recta.
Lo mismo me sucedía a mí cuando trabajaba en El Mundo. En metro, siete estaciones y
un largo transbordo. En coche, diez minutos. Y en moto, cinco. Huelga decir que
jamás fui a trabajar en metro. Ni una sola vez, en 11 años.
He oído testimonios de trabajadores y trabajadoras de
la Comunidad de Madrid que declaran invertir todos los días dos horas, e
incluso más, para ir a trabajar y volver a su casa.
Y luego aparece Ruiz Gallardón, en plan de gran
promotor del Día Sin Coches. ¡Qué bonito, un día sin coches, y además a la
fuerza! Pero ¿y los 364 restantes?
¿Por qué no los declara oficialmente Días Con Coches?
________
Nota añadida a las 09:25.– Como muchos me habéis planteado asuntos sobre el diario Público a las que no he sabido contestar, os recomiendo que leáis el turno de preguntas y respuestas al que se somete el director del nuevo periódico, Nacho Escolar, en su propio blog. Certifico que os resultará interesante.
Y a mí me toca ahora empezar a asearme, que dentro de un rato he de ir a la Casa de Campo de Madrid, donde voy a participar, dentro de los actos de la fiesta del PCE, en una mesa redonda sobre «La República en los medios de comunicación», junto con dos periodistas a los que no conozco personalmente, Javier Parra y Andrés Villena, y otros dos que son viejos conocidos: Pascual Serrano y José Manuel Martín Medem. Nunca he sentido especial devoción por el PCE, pero he mantenido y mantengo excelentes lazos de amistad con algunos de sus militantes, empezando por Julio Anguita. Y me encantará volver a saludar a Pascual Serrano y Martín Medem. Pero, gracias a la gracia del Día Sin Coches, voy a tener que recorrerme Madrid entero en plan subterráneo. ¡Con lo a gusto que me habría ido yo a la Casa de Campo en mi scooter, disfrutando del solecillo que luce hoy sobre Madrid!
Escrito por: ortiz.2007/09/22 06:09:00 GMT+2
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2007/09/21 06:40:00 GMT+2
¿Es noticia de interés general que va a salir un nuevo
diario con venta en el conjunto del territorio estatal? No creo que haya
demasiadas dudas de que lo es. ¿Es propio de un buen profesional de la información ocultar una noticia cuando
refleja algo que no le gusta? Tampoco creo que quepa mucha discusión al
respecto. Sin embargo, es eso lo que han hecho hoy casi todos los periódicos
españoles, según he podido ver esta mañana en sus ediciones digitales. No
recogen el anuncio de la próxima aparición en los quioscos del nuevo diario Público, difundido ayer por sus
promotores en conferencia de prensa.
Por lo que he podido ver, el único periódico
importante que refleja la noticia es El
Mundo, que incluye una crónica amplia
de la mentada conferencia de prensa, firmada por Mariví Casanueva, y una
columna de Raúl del Pozo («¡Salud, Público!»)
que es hasta cariñosa (*). Habrá quien piense que El Mundo obra así porque cree que Público, que se define como «de izquierdas», puede robar ventas a El País, cosa que le beneficiaría de
rebote. No digo que no haya de por
medio ningún cálculo de ese estilo –doy por hecho que lo habrá–, pero recuerdo
que, cuando apareció el luego desaparecido El
Sol, yo escribí un pequeño editorial en El
Mundo dando la bienvenida al nuevo colega y deseándole buena suerte, en
nombre del necesario pluralismo. Pedro J. Ramírez lo leyó, frunció el ceño y me
dijo: «Bien, vale… Sí, resulta elegante... Pero no insistamos, ¿eh?» No lo
vetó, pese a que la aparición de El Sol no
beneficiaba en nada los intereses empresariales de El Mundo.
Ya sé que eran otros tiempos, pero con todo y con eso.
En las últimas fechas he recibido una copiosa
correspondencia electrónica de lectores que me piden datos sobre el nuevo
periódico, una vez enterados de que voy a escribir en él. A veces me solicitan
información en general; otras, sobre detalles (quién va a ser el corresponsal
en su localidad, a quién pueden enviarle un currículo para ofrecer sus
servicios, etc.). Contesto desde aquí a todos, y contesto diciendo la pura
verdad: no sé casi nada. He ido sólo un par de veces por la Redacción para
tratar de asuntos referentes a la columna que publicaré en sus páginas y no he
querido entretenerles más de lo imprescindible, ahora que trabajan
frenéticamente para salir a la calle el próximo 26. Se añade a eso que, por
impropio que parezca en un periodista, no soy nada cotilla y odio meterme en
donde no me llaman. He visto que el director del nuevo periódico, Nacho
Escolar, ha abierto en su blog un foro de preguntas a las que promete
responder. Invito a mis preguntantes a que se dirijan a él.
La parte que me toca la tengo clara y la dejo clara:
voy a escribir en Público una columna
diaria, de lunes a domingo, y la voy a escribir a mi modo, porque eso es lo que
me han pedido y porque no sé hacer otra cosa, pero no tengo ninguna
responsabilidad ni ningún mando ni en la empresa editora ni en su estructura
periodística, porque ni me lo han ofrecido ni lo quiero.
Bastantes lectores me han preguntado por mi actitud
hacia el nuevo diario. Ya he dicho que tengo interés en ver cómo se me da lo de
la columna diaria, aunque la experiencia haya demostrado sobradamente que no me
asusta escribir todos los días. La dificultad principal no estriba en escribir
a diario, sino en conseguir que el resultado mantenga un nivel medio que (me)
resulte aceptable.
Fuera de eso, ¿digo algo sorprendente si añado que
espero y deseo que Público tenga
éxito? No sólo por mi propio bien personal, sino también por el bien colectivo.
Porque el actual panorama periodístico español resulta tirando a deprimente.
_______
(*) No pongo enlace a la columna de Raúl del Pozo en El Mundo porque sólo es visible en la
versión de pago. Puede verse otra referencia a la conferencia de prensa de ayer
en Periodista
Digital.
Escrito por: ortiz.2007/09/21 06:40:00 GMT+2
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2007/09/20 08:20:00 GMT+2
Prisa acentúa
su presión en contra del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Me da igual –a los
efectos de este Apunte de hoy, quiero decir– si los asuntos que
esgrime son más o menos razonables. La cuestión es que los esgrime, y que lo
hace en tono llamativamente desabrido.
Está claro, en todo caso, que no son historias de la
entidad de las que los medios del grupo Prisa (El País y la Ser, en particular) podrían haber manejado durante la
Presidencia de Felipe González, cuando el orden del día de la política española
se componía de empresas fraudulentas montadas para la financiación ilegal de su
partido, detenidos torturados y luego enterrados en cal viva y partidas
presupuestarias ministeriales que se repartían entre los altos cargos para su
uso y disfrute particulares. Entonces no sólo no metían esas noticias en
portada y a cuatro columnas, sino que, si se ocupaban de ellas, era casi
siempre para hablar de los intereses que podían estar sirviendo quienes las
aventaban. Resultaban patéticos. Imaginad que alguien se presenta en Comisaría
a denunciar que se ha producido un asesinato y la Policía, en vez de investigar
si es verdad que ha habido un crimen y quién lo ha cometido, se pone a
especular con la posibilidad de que el denunciante esté deseando quedarse con
el piso del asesino. Pues más o menos.
Me cuentan que en Prisa confían en que podrán
reconducir al final sus relaciones con el Gobierno de Zapatero –es decir,
conseguir que Zapatero acepte seguir la línea que le trazan– porque hay
elecciones generales a la vuelta de la esquina y el PSOE no puede permitirse
acudir a ellas con El País y la Ser
segándole la hierba bajo los pies. Es un argumento de peso, sin duda. Pero
también cabe volverlo por pasiva: ¿pueden dedicarse El País y la Ser a minar las posiciones de Zapatero, arriesgándose
a que pierda las elecciones en parte por su culpa y se queden con el Gobierno
los Rajoy, Acebes y Zaplana, con todo su coro de medios afines preparado para
disfrutar de la vuelta de la tortilla? Para mí que no. No tengo claro cómo
razonan los herederos de Jesús Polanco (que me cuentan que están a la greña,
aunque seguro que no es para tanto). Supongo, en todo caso, que no serán tan
torpes como para renunciar a lo regular conocido en beneficio de lo pésimo por
conocer.
Pero la soberbia a veces juega muy malas pasadas. No
voy a apelar al mito de Sansón, al que se le atribuyó haber provocado su propia
muerte para acabar de paso con la vida de sus enemigos filisteos, porque los
mitos, como los sueños de Segismundo, mitos son, pero sí he visto a gente que,
con tal de chinchar a sus adversarios, ha sido muy capaz de hacerse a sí misma
la puñeta a base de bien.
Esperemos no estar en vísperas de una versión
hispánica e innovadora de La conjura de
los necios.
Escrito por: ortiz.2007/09/20 08:20:00 GMT+2
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2007/09/19 06:10:00 GMT+2
El Estado español no se proclama laico, pero sí aconfesional. Es lo que viene a deducirse del artículo 16 de la Constitución, que es, por cierto, uno de los más confusos de ese texto legal, ya de por sí proclive a lo confuso. (Dice: «Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española». ¿Y de dónde se sacaron los constituyentes que la sociedad española, en tanto que tal, tiene creencias religiosas? ¿Y a qué obliga, en concreto, «tener en cuenta»? ¿No es tan posible tener en cuenta para bien como para mal? Etcétera.)
El Estado español pretende que es aconfesional, digo.
Madrugador impenitente (y la broma del adjetivo no es broma, en este caso), muchas mañanas, poco antes de que den las 6, me toca oír en Radio Nacional de España, que no escuchar, un miniespacio que se autotitula «Buenos días nos dé Dios», en el que algún señor, por lo común sacerdote, siempre católico, se echa una parrafada proselitista digna de cualquier púlpito. ¿A cuento de qué? ¿Por qué, si el Estado se define como aconfesional, la audiencia de la radio de titularidad pública, a la que no hay por qué atribuir de antemano ninguna creencia religiosa, debe ser sometida (y además en ayunas) a ese intento sistemático de adoctrinamiento? No veo que haya nada que lo justifique pero, de haberlo, debería aplicarse por igual a las diversas confesiones religiosas y, ya de paso, también al gremio de los agnósticos y ateos, a los que podrían asignarnos el espacio «Buenos días no dé la vida… y no Dios, que no existe».
La explicación de tan irritante costumbre, sin correspondencia en «los países de nuestro entorno» (que es como nuestros gobernantes llaman a la Europa rica, olvidándose de que Marruecos, Argelia y Túnez también están en nuestro entorno), hay que buscarla en algo tan simple como que siempre ha sido así. La Radio Nacional de España actual lo heredó de la Radio Nacional de España franquista, y ninguno de sus directivos, desde 1977 hasta hoy, ha tenido la sensatez y el espíritu libre necesarios para quitar de su programación diaria el absurdo sermón sectario.
Habrá a quien le parezca que la reflexión está traída por los pelos, pero a mí esto del «Buenos días nos dé Dios» me parece un excelente reflejo de cómo fue la tan alabada Transición de la dictadura del 36-76 al régimen parlamentario actual. A falta de ruptura, hubo montones y montones de hábitos y costumbres del franquismo que se mantuvieron en la España subsiguiente. O sea, en ésta.
Y ahí siguen.
_________
Post.– Me tendréis que perdonar, pero me es materialmente imposible responder a los correos electrónicos que he recibido en estos dos últimos días. No podría hacerlo ni aunque dedicara una jornada entera a ello. De modo que estoy obligado por las circunstancias a quedar muy mal.
Recuerdo que hace unos meses alguien me escribió una carta en la que me decía: «Si no le importa, diga a su secretaria...». Me entró un ataque de risa. ¡Mi secretaria! Yo soy mi propio secretario, y no doy abasto con las obligaciones que me impone mi jefe, que soy yo mismo (y que, como todos los jefes, es/soy un borde).
De modo que perdonadme y no toméis a mal mi falta de respuesta. Ya se irá tranquilizando esto y podremos escribirnos normalmente.
Escrito por: ortiz.2007/09/19 06:10:00 GMT+2
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2007/09/18 07:55:00 GMT+2
Me temo que ayer estuve en la boca –y en los teclados– de mucha gente. Recibí un verdadero aluvión de mensajes de correo electrónico y, por lo que he visto, mi nombre se paseó muchos cientos de veces por algunos foros.
No he tenido tiempo de leerlos. Menos ayer que cualquier otro día, porque se murió la madre de un amigo y fuimos a estar con él y a tratar de levantarle el ánimo con nuestras pavadas. Acabamos de copas a las tantas.
Sí me dio tiempo de comprobar que ha habido comentarios para todos los gustos. Por lo que he visto, la mayoría han sido de alegría, aunque de signo opuesto. Unos se han alegrado de que me haya ido de El Mundo porque no les gustaba que escribiera en ese periódico y prefieren con mucho que vaya a potenciar Público, el diario de próxima aparición. Otros parece que están radiantes porque son fieles seguidores de la línea editorial de El Mundo y les tocaba mucho las narices que apareciera cada dos por tres en la página 2 diciéndoles lo contrario de lo que ellos piensan.
Supongo que es normal que las cosas funcionen así, pero no deja de producirme cierta melancolía ese empeño colectivo en que nos agrupemos por sectas: los de derechas, bien juntitos y por su cuenta; los de izquierdas, compactos y en nuestra trinchera. Y todos, los unos y los otros, a regodearnos con lo propio y a cocernos en nuestra propia salsa.
He apreciado muy mucho algunos –pocos– comentarios de lectores de El Mundo que me han manifestado su discrepancia radical con mis ideas y su agradecimiento por haberles ayudado durante años a revisar constantemente sus creencias. Estimaban el ejercicio de esgrima intelectual, por decirlo de algún modo, al que les invitaba dos veces por semana.
De los muchísimos mensajes que recibí ayer, uno de los que más me gustó fue el que me envió Pedro J. Ramírez, mostrándome su estima personal y profesional y deseándome mucha suerte. Acababa citándome el célebre Good night and good luck. Bien por él. ¿Para qué quedar mal, si se puede quedar bien? Le respondí en idéntico tono. Él y yo pensamos de modo muy distinto, pero nos respetamos, y eso es bueno.
Digamos que está en las antípodas de un personaje risible que me escribió para comunicarme que está deseando que llegue la próxima guerra civil para matarme. Toma ya.
He visto en una web, Periodista Digital, muy venida a menos –me recuerda al Sábado Gráfico de los setenta, con sus portadas de señoritas en biquini–, que cita mi marcha de El Mundo hablando de «amarga despedida». No sé en qué será especialista quien dirige eso. Quizá en despedidas amargas, aunque no por voluntad propia. En todo caso, está claro que la psicología no es lo suyo. Mi despedida de El Mundo no ha tenido nada de amarga, y menos de rencorosa. Guardo un gran recuerdo del tiempo que he estado en ese periódico, aunque haya tenido mis más y mis menos, como todo pichichi en cualquier empresa. No respiro por ninguna herida, porque no hay heridas.
Y ya está bien de hablar de este asunto.
Si he de seros sincero, hoy me habría divertido mucho más escribir sobre el Día Sin Coches, que el Ayuntamiento de Madrid ha preferido celebrar este año… ¡en sábado! El año próximo será mucho más guay, porque tocará en domingo. Y que conste que no hay en ello ninguna fatalidad de calendario: los organizadores de esa jornada de coartada total avisaron a los ayuntamientos de que podían trasladar la celebración a cualquier día laboral. Pero Gallardón es así. Él se cuelga la medalla y a por la siguiente.
Escrito por: ortiz.2007/09/18 07:55:00 GMT+2
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