Apuntes del Natural

Este rincón mío en internet va ya para los nueve años. Empezó en el año 2000. Para crearlo me apoyé en un programilla muy elemental y en la ayuda que me prestaron varios amigos bastante más duchos que yo en el manejo de páginas web.

El 24 de enero de 2006, hoy hace tres años, pasó a convertirse en un blog (en un blog de blogs, en cierto modo) gracias al trabajo, éste ya decididamente profesional, de CodeSyntax, prestigiosa empresa de informática radicada en Eibar (Gipuzkoa), que le dio su actual presentación, de fácil manejo y de estética sobria y elegante, ponderada por muchos especialistas.

CodeSyntax tuvo el detalle de ponerla en marcha el 24 de enero, para hacerla coincidir con mi cumpleaños. Podría haberlo hecho también porque el 24 de enero es la festividad de San Francisco de Sales, patrón de escritores y periodistas (una humorada de mi madre, la de hacerme nacer ese día del año), pero para mí que el personal de CondeSyntax no está muy al tanto del santoral.

Desde su aparición pública en 2000, esta página ha sido actualizada a diario. En sus primeros siete años y medio, y en lo que a mi aportación personal se refiere, con textos ad hoc, titulados primero Diario de un resentido social y luego Apuntes del Natural. Durante ese lapso, sólo falté a mi cita con la red en media docena de ocasiones: una, por el súbito fallecimiento de mi madre; las otras, por averías del servidor. Desde que empecé mi colaboración diaria con Público, lo que he hecho, previo pacto con la dirección del periódico, es incluir aquí todos los días la columna que publico en la edición de papel y, de tanto en tanto, añadir algún Apunte del Natural. En los Apuntes escribo comentarios que, por una u otra razón, no me apetece dirigir a lo que convencionalmente se llama “gran público”.

Aprovecho este comentario para expresar mi reconocimiento a los muchos amigos y amigas que me han echado una mano durante todo este tiempo: Mikel, Juanjo, María, Jesús, Pako, Luistxo, Juanito, Alberto, Cristina, Pablo, Óscar… Podría llenar 30 líneas con nombres y me dejaría demasiada gente fuera.

Pues nada; a seguir en ello.

Desde hace algo así como un lustro, cada vez que cumplo años experimento un intenso regocijo interior. No veáis ni sombra de espiritualidad en esa reacción: podéis estar seguros de que no me hace ninguna gracia contemplarme cada vez más viejo. Es el fruto exclusivo de la constatación aritmética de que me falta otro año menos para alcanzar mi jubilación.

Ahora me quedan cuatro, si es que en el ínterin no alteran las leyes y a mi salud no le da por largarme al otro barrio.

Algunos amigos están convencidos de que mi afán de jubilarme es resultado del desagrado y la decepción que siento por la profesión periodística y por la actividad política, en general, incluida la que se pretende de izquierda. Creen que, amargado por el tinglado de la nueva farsa, estoy deseando echar la persiana y retirarme a plantar tomates y a cuidar jazmines a orillas del Mediterráneo.

Se empeñan en politizarlo todo. Lo de los tomates y los jazmines pueden darlo por seguro: me encanta la idea, aunque no sé si habré de delegar esas tareas en otras personas, dado el deplorable estado de mi columna vertebral. Lo que pueden descartar en todo caso es lo de la persiana. Mientras esté en condiciones de sentarme ante un teclado y una pantalla, seguiré informándome y continuaré escribiendo. Vaya que sí.

A lo que aspiro con la jubilación no es a salir corriendo y ponerme una venda en los ojos para no ver todo lo mucho circundante que me desagrada. Pretendo algo mucho menos ideológico y mucho más arrastrado: quiero dejar de pagar todos los meses una pasta gansa a la Seguridad Social (funciono como autónomo y cotizo la cuota máxima) y, ya de paso, empezar a cobrar lo que he ingresado durante años en un oneroso plan de pensiones, espero que productivo. Si todo sale bien, contando con lo que dejaré de pagar y con lo que empezaré a cobrar, alcanzaré una situación económica independiente, relativamente modesta pero suficiente para continuar escribiendo lo que me dé la gana durante el tiempo de vida que me quede.

Y, bueno, si ya de paso puedo plantar algunos tomates y cuidar olorosos jazmines a orillas del Mediterráneo, miel sobre hojuelas.

Me levanto pronto, como siempre, compruebo desolado que persiste mi calamitoso estado febril, me reconforto al comprobar que cuento con algún hueso y un par de músculos que no me duelen gran cosa y me pongo a leer la prensa por internet. Mi estupor es completo: el agravamiento de las previsiones económicas, la guerra de Gaza, la crisis del gas ruso, la despedida de Bush, la inminente llegada de Obama a la Casa Blanca, el nuevo atentado de ETA… todos los acontecimientos significativos del momento tienen que apretar las filas para hacer hueco a la gran noticia del día: ¡ha dimitido el presidente del Real Madrid!

Mi primo Emilio, que está pasando unos días con nosotros –y que guarda educada pero prudente distancia de mi persona, porque confiesa que él es un enamorado de los virus y los pilla todos, a nada que se le dé la oportunidad–, me contaba anoche que, en uno de los larguísimos paseos que él y su mujer están dándose por la Villa y Corte, entraron a tomarse un vermú en una tasca en la que la parroquia debatía animadamente sobre la crisis madridista. Uno de los participantes en la plática, de ésos tan típicos por aquí que sostienen con una mano el vaso de vino y con la otra la barra, sentenció: “Desengañaos. Ni Zapatero, ni Solbes, ni Rajoy, ni Aznar, ni la Banca, ni la madre que los parió. Lo más importante que hay en España es el Real Madrid”.

Vista la prensa capitalina de esta mañana, no me atrevería a llevar la contraria al filósofo de la taberna.

Siempre se recurre al tópico romano: pan y circo. Tengo para mí que son vasos comunicantes: a menos pan, más circo.

Tuve un profesor de filosofía, allá por los tiempos del franquismo, cuyo agnosticismo era palmario, pero que se cuidaba de reconocerlo explícitamente, por temor a las represalias de las autoridades educativas nacional-católicas. Hombre desenvuelto, a veces incluso un tanto cínico, solía recurrir a divertidos subterfugios para darnos a entender lo que pensaba sin decirlo abiertamente. Recuerdo uno de esos recursos suyos que me hizo particular gracia. “Las personas nos componemos de cuerpo y alma, sin duda –nos dijo, con sonrisa burlona–. Pero es curioso cómo la introducción de 200 centímetros cúbicos de coñac en el cuerpo de una persona puede provocar que su alma se ponga a hacer tonterías”.

Como él, yo tampoco creo en un alma distinta del cuerpo. El pensamiento, lo mismo que los sentimientos, lo mismo que los estados de ánimo, son fruto de variables orgánicas de muy diverso tipo que acaban condicionando el funcionamiento del cerebro.

Esto viene a cuento de que tengo un trancazo de mil pares. He pasado la noche tosiendo sin parar y con constantes escalofríos, sin apenas pegar ojo. El desastre ha sido tal que me han llamado a primera hora de la mañana de RNE -Ràdio 4 para que hiciera una de mis habituales colaboraciones sobre política vasca y, con harto dolor de mi corazón –uno vive de esas cosas–, les he tenido que decir que no, porque no queda muy allá que un comentarista se arranque con un concierto de toses en medio de una parrafada.

Sin embargo, lo que son las cosas. O cómo somos algunos. Febril, tosiendo y hecho una caca, he mandado mi columna para Público y aquí estoy escribiendo esto, contando con que la gente que me lee no oye mis continuas toses ni ve mi deplorable aspecto.

Aparentemente, mi cuerpo no está para ningún trote, pero albergo dentro de mí una fuerza misteriosa, de la que apenas sé nada, que me impide dejar de escribir, por mal que me encuentre. ¿Será eso lo que algunos llaman alma?

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Relevo en la dirección de "Público"

Antes de que empecéis a preguntarme por ello, os diré que no tengo ni la más mínima idea de por qué Ignacio Escolar ha sido destituido como director de Público. A mí nadie me ha comunicado nada. Él tampoco da ninguna explicación en su blog (cosa comprensible, dado que, según cuenta, va a seguir colaborando con el diario en tanto que comentarista político).

Puesto a desconocer, tampoco sé nada del nuevo director. Creo que nunca nos hemos visto.

Una universitaria que está realizando un trabajo sobre el columnismo en el Estado español me planteó hace escasos días un cuestionario. Para dar cierta difusión al trabajo invertido y sacarle alguna rentabilidad, reproduzco a continuación sus preguntas y mis respuestas.

 –Usted que tiene tanta experiencia en el mundo del columnismo, ¿cómo se hace un periodista de opinión?

–Me pasa como al burgués gentilhombre de Molière, que hablaba en prosa y no lo sabía. Nunca he teorizado la práctica del género. En mi caso particular, se han reunido tres condiciones: discrepo desde mi adolescencia del curso que sigue la realidad política y social, siento un deseo casi enfermizo de explicar el porqué de mis infinitas discrepancias y me fascina la escritura y las posibilidades expresivas que ofrece.

–Desde septiembre de 2007 escribe una columna diaria en “Público”. ¿Escribir al día es difícil?

–Puede serlo, si sufres un ataque de apendicitis o una embolia cerebral. En caso contrario –e incluyo en mi caso la posibilidad de tener un gripazo con 40º de fiebre o estar con un brazo en cabestrillo–, no sólo es fácil, sino necesario. Es mi único modo de no reventar.

–“El dedo en la llaga” analiza la política nacional e internacional desde hace un año y medio todos los días. ¿Vive enganchado a las noticias?

–Sí. Desde primeras horas de la madrugada, y gracias a internet, leo cada día bastantes periódicos, locales y foráneos. Da igual el día de la semana, del mes o del año del que se trate. Además, tengo varias antenas de satélite que me permiten conectar con muchas emisoras de radio. Los noticiarios de TV, en cambio, apenas los veo.

–Para usted, que ha realizado tantas columnas a lo largo de su vida y está acostumbrado a escribir al día, ¿cuáles son las claves de una buena columna?

 –Cada cual tiene su estilo. Yo suelo esforzarme por escoger un razonamiento poco trillado, que me parezca que puede aportar algo a quienes me leen, aunque no lo compartan o incluso les disguste. Otros y otras disfrutan luciéndose con la exposición de ideas o estados de ánimo que la mayoría social comparte previamente. En cuanto a la técnica, sigo la de más solera en la historia de la literatura: exposición, nudo y desenlace.

–Siendo cofundador del diario “El Mundo” y habiendo dimitido por razones ideológicas, según explica usted mismo, ¿cómo ve en la actualidad a este periódico?

–No lo leo a fondo todos los días; sólo lo ojeo. Dentro de los periódicos de la derecha española, creo que es el que está hecho con más inteligencia y más intuición periodística. Pero puedo estar influido por el hecho de que sigo teniendo muchos amigos que trabajan en él.

–Habrá notado un cambio enorme de escribir en “Público” a “El Mundo”.

–No. En El Mundo, en tanto que columnista, escribí siempre lo que me dio  la gana. Y, salvo en una ocasión en la que me metí con un accionista del propio periódico, nunca tuve el más mínimo conflicto, lo que no es poco decir cuando se habla de una trayectoria de 17 años, a lo largo de los cuales escribí muchas veces oponiéndome a la línea editorial del diario.

–¿Qué futuro le augura a “Público”?

–Soy mal augur. Preví que El Mundo se estabilizaría en una cifra de ventas próxima a los 60.000 ejemplares y ya el primer día superó los 100.000, así que es mejor no hacerme demasiado caso. Público ha ido corrigiendo alguno de los defectos que yo, que soy un periodista de la vieja escuela, le encontré inicialmente. Se ve que tiene cintura, que dicen los futbolistas. Considero que un diario que muestra interés por muchos de los problemas que trata Público y que otros desdeñan constituye una necesidad social. Una necesidad minoritaria, pero lo suficientemente numerosa como para sustentar sobradamente su existencia.

–Ha vivido la dictadura, el exilio, la transición y la democracia desde el periodismo. ¿Cómo cree que han evolucionado los medios en las últimas décadas en nuestro país?

–Tras un breve momento prometedor, la evolución de los medios ha sido espantosa. No sólo por lo que cuentan, sino por cómo lo cuentan. Son tan sectarios como mediocres. De tener que formular un diagnóstico general, diría que el periodismo (y no sólo en España) está clínicamente muerto. La práctica totalidad de los grandes medios no son sino extensiones de las oficinas de prensa de macrogrupos empresariales que, en lo fundamental, se dedican a hacer propaganda de sus propios intereses.

–¿Y el periodismo de opinión?

–Me atengo al dicho según el cual los perros no comen carne de perro. Prefiero no opinar sobre la opinión.

–Usted ha trabajado en la radio, la prensa y la televisión. ¿Con cuál de las tres se queda?

–Lo mío es escribir. La radio también me divierte, aunque menos. La televisión me resulta frustrante. Siempre recuerdo lo que escribió un crítico del semanario satírico francés Le Canard Enchaîné: en televisión, toda argumentación que lleve más de dos minutos resulta pesadísima, pero no hay ninguna argumentación inteligente sobre un problema complejo que pueda hacerse en menos de dos minutos.

–Ha escrito una decena de libros sobre cuestiones políticas y entre ellos sorprenden dos libros sobre el matrimonio. ¿Se pasará a la novela algún día?

–Jamás. Cada cual tiene que ser consciente de sus límites. La novela requiere imaginación, y yo, como diría Henry Miller, tengo la capacidad de fabular propia de una almeja.

–¿Trabaja en algún libro en este momento?

–No mío. En tanto que director de colección de la editorial Foca, del grupo Akal, reviso originales de libros ajenos, para aconsejar o desaconsejar su publicación. En estos momentos no siento la necesidad de escribir ningún libro, que en todo caso sería de ensayo. Vivo sin esa angustia: si me decidiera a escribir otro libro más, no tendría ningún problema para publicarlo. He escrito una decena de libros, he plantado muchos árboles y he tenido descendencia. Se dice que es lo necesario para culminar una carrera, ¿no?

Todos los días recojo de la prensa algún hecho que me sugiere un comentario, es decir, una posible columna. A veces son varias las noticias que me resultan curiosas, chocantes o polémicas. Las voy abordando en la medida de mis posibilidades pero, como sólo me publican una columna diaria, al cabo de unos cuantos días me topo con que tengo un puñado de recortes sobre sucesos que ya han perdido actualidad. Entonces hago limpieza y reinicio el acopio.

Esta mañana –más bien madrugada– he emprendido una de esas operaciones de actualización de mis recortes y me he encontrado con varios destinados impepinablemente a la papelera que, sin embargo, siguen llamándome la atención.

Uno da cuenta del sobreseimiento de la causa abierta hace años por la Audiencia Nacional contra Abu Dahdah por una supuesta labor de financiación de Al Qaeda. El tribunal dice ahora que la acusación del ministerio fiscal estaba “absolutamente desprovista de todo apoyo fáctico”. A eso habría que añadir que la Audiencia condenó en 2005 a Abu Dahdah a 15 años de cárcel por su participación en los atentados de las Torres Gemelas, sentencia que el Tribunal Supremo anuló tras constatar que carecía por completo de base probatoria. Son muestras de cómo funciona ese órgano tan especial de la justicia española: acusaciones sin base, sentencias sin pruebas.

Otro recorte habla del anteproyecto de reforma de la Ley de Extranjería aprobado por el Gobierno a mediados de diciembre. Resulta llamativo (y sería cómico, de no resultar trágico) que el secretario general del Grupo Popular, José Luis Ayllón, criticara al Ejecutivo por haber “plagiado” (sic!) varias propuestas presentadas por el PP. Todo parece una broma de mal gusto: que el Gobierno socialista asuma postulados llamativamente reaccionarios del PP (sobre reagrupación familiar de los inmigrantes, sobre permisos de trabajo para sus cónyuges e hijos, sobre su derecho a la sindicación, asociación, huelga y manifestación, sobre periodos de retención, etc.) y que el PP, en plan SGAE, en vez de felicitarse por ello, reclame derechos de autor.

Otro recorte que no voy a tener más remedio que depositar en la papelera da cuenta del informe de Human Rights Watch, también de mediados de diciembre, que constata que las fuerzas marroquíes de ocupación del Sáhara recurren habitualmente a la tortura contra los detenidos a los que relaciona con el Frente Polisario.

Tengo varios recortes más, pero la relación podría hacerse demasiado larga.

Se acabaron las vacaciones escolares madrileñas y yo, que dependo de ellas a título consorte, regreso también hoy para la capital del Reino, por carretera y con manta.

Se me hace duro abandonar la paz de este apartado rincón que nos hemos apañado para tener a orillas del Mediterráneo, donde nada nos abruma y todo nos arropa. Hemos pasado unos días deliciosos en compañía de Mariano, el padre de mi mujer, y de un viejo amigo, Raúl, compañero desde los tiempos de Saida (1977), ambos infatigables trabajadores del campo: siempre que vienen, hacen equipo con Charo y limpian todos los hierbajos, plantan de todo… y se quedan baldados. Yo, como tengo la coartada de mis padecimientos vertebrales, miro cómo trabajan y les felicito mucho.

Hemos tenido varias visitas igual de encantadoras, con las que hemos podido reír, intercambiar experiencias recientes (algunas agradables; otras menos, por luctuosas) y tomar una copa (o dos).

En resumen, que han sido unas felices fiestas, por más que no hayamos hecho nada de especial, ni hayamos tirado la casa por la ventana, ni nos hayamos masacrado a regalos, ni falta que hacía.

Pero da igual: en cuanto te descuidas, se acaban.

Todos los años por estas fechas se me ocurre la misma chorrada, y lo peor es que la digo: “Un año más; otro año menos”.

Dentro de pocos días me caerán los 61 tacos. No me angustia el paso del tiempo. He hecho en la vida todo lo que tenía que hacer, en lo íntimo y en lo profesional, y me ha ido bastante bien, hechas todas las cuentas.

Me apunto a lo que me dijo hace muchos años José Bergamín: “Yo, para estas alturas, soy ya un autor póstumo”.

Entretanto, seguiré soportando estoicamente el ruido atronador de mi calle de Madrid, el caos circulatorio que me rodea, los malos humos de todo tipo, el frágil sueño que me acompaña en cuanto piso la meseta… O sea, y por resumir: la vida.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (7 de enero de 2009).

Ya sé que, estando el mundo como está, hablar de retransmisiones deportivas parece frívolo, pero no lo es, porque lo de menos son las retransmisiones deportivas, y lo de más, la falta de profesionalidad periodística que evidencia el fenómeno: los medios españoles se niegan a conceder importancia –y a veces incluso a mencionar– los acontecimientos deportivos que retransmite la competencia. Ayer lo comprobé una vez más: todos los periódicos daban cuenta de que Rafael Nadal iba a jugar la final del trofeo de Abu Dhabi con Andy Murray, pero ninguno informaba de qué canal de televisión lo iba a retransmitir en directo. Porque se trataba de un canal perteneciente a un grupo empresarial rival. ¿Qué la información es un servicio público? ¡Anda y que te den!

Menciono lo del deporte porque llega con frecuencia a extremos cómicos, pero se trata de una práctica generalizada. Hoy en día, hay que leer los diarios con plena conciencia de los intereses que tienen en cada noticia los grupos macroempresariales a los que pertenecen, en los que suele haber bancos, editoriales, industrias farmacéuticas, petroleras, cinematográficas… y partidos políticos, o facciones de tal o cual partido político. Todas las noticias que afectan al lobby patrocinador están filtradas y mediatizadas para atender mejor sus ambiciones, aunque para ello haya que deformar la realidad hasta dejarla irreconocible.

El resultado –uno de los resultados– es la pérdida de credibilidad de los medios. Mucha gente ya sólo se toma en serio la fecha que figura en la primera página. Y alguna (es mi caso), ni eso.

Me telefoneó ayer por la mañana un amigo guipuzcoano: “¿Te has enterado de lo de EiTB?”. Sí; me había enterado. Él sabe que soy colaborador de Radio Euskadi y que tengo un puñado de muy buenos amigos y amigas en el edificio que ETA acababa de destrozar.

“Si yo hiciera viñetas para la prensa”, me dijo, “publicaría una diciéndole a ETA que nos damos por felicitados”. Sarcástico y ajustado a la fecha.

Me incomoda la gente que da más o menos importancia a los atentados según le pillen de más cerca o de más lejos, sea físicamente, sentimentalmente o en ambos sentidos. No voy a conceder una relevancia superior a la bomba contra la sede central de EiTB porque yo mismo visite aquella casa con cierta frecuencia o porque allí trabajen muchas personas a las que tengo afecto. Es un crimen penal y es un disparate político igual de reprobable que todos los demás atentados.

De modo que no tengo que decir sobre esa barbaridad nada que no haya dicho ya sobre tantas otras del mismo género. ETA no sólo provoca catástrofes. Ella misma es una catástrofe, incluso para sus propios simpatizantes y para la causa que cree estar defendiendo.

La asamblea de trabajadores de El País decidió por abrumadora mayoría hacer huelga ayer y hoy, para que el periódico no saliera a la calle ni hoy ni mañana.

Sin respetar la decisión democrática de sus empleados, la dirección de Prisa se las ha arreglado para confeccionar un remedo de diario que ha plantado en los quioscos.

Ayer nos llegó un mensaje de gente amiga de El País pidiéndonos que difundiéramos, en plan “pásalo”, la consigna de no comprar el diario ni hoy ni mañana. Lo paso.

La razón que ha provocado la convocatoria de huelga es complicada, como casi todo lo que tiene que ver con las entretelas de los medios de comunicación actuales: Prisa ha decidido crear una empresa de gestión publicitaria segregada de la estructura de El País y los trabajadores entienden que esa decisión forma parte de un plan de progresivo desmantelamiento del diario. Sabiendo lo poco propicias que son las redacciones de los grandes diarios a declararse en huelga, doy por hecho que habrán tenido muy buenos motivos para hacer sonar las señales de alarma.

Lo que más me indigna es el perfecto desahogo con el que la dirección del diario del difunto Jesús Polanco ha decidido recurrir al esquirolaje para confeccionar el ejemplar de circunstancias que ha salido hoy. Lo he ojeado (estoy suscrito a la edición digital) y he comprobado que apenas incluye noticias firmadas. Se ve que los escribanos de la patronal han preferido escudarse en el anonimato.

Me ha resultado doblemente desagradable ver la firma de algunos columnistas a los que tengo estima. No sé si los habrán cogido despistados –no es fácil, pero tampoco imposible–, si Moreno y los suyos habrán rentabilizado textos escritos con anterioridad a la huelga o si habrán colaborado por propia voluntad en la salida del engendro. Ya se sabe: in dubio, pro reo. Si uno carece de pruebas de culpabilidad, no debe condenar. Pero el caso es que las firmas están ahí: Diego Manrique, Manuel Rivas, Carlos Boyero…

Cuando trabajé en El Mundo participé en varias huelgas, incluso siendo subdirector. En una ocasión en la que la dirección del periódico recurrió a la policía para distribuir el periódico sin respetar un acuerdo de huelga general eché sapos y culebras urbi et orbi. Lo aclaro para que nadie se piense que lo anterior lo he escrito porque se trata de El País.

Mi lema en circunstancias de ese género se ha basado siempre en la burla de ese dicho bobo que dice: “Con la Patria, como con la madre; con razón o sin ella”. Yo digo: “Contra el patrón, siempre; con razón o sin ella”. Pero nunca me he visto sin razón.