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2007/12/01 07:17:00 GMT+1

Otra vez Chávez

No; no voy a escribir hoy sobre la sentencia del sumario 18/98, obra cumbre del garzonismo instructor. Mi punto de vista previo es conocido. Supongo que añadiré algo cualquier día de éstos en Público, donde aún no he publicado nada al respecto, pero lo haré, en todo caso, cuando se dé a conocer el texto de la sentencia, para fundamentar mis discrepancias con cierto rigor.

Prefiero comentar algunas cosas del presidente venezolano, Hugo Chávez.

Ya he escrito en anteriores ocasiones que su desenvoltura y su retórica no me van nada, probablemente porque las mías son herederas de la tradición racionalista y el laicismo de la izquierda europea, que van por derroteros culturales distintos.

Pero no sé si había dicho en alguna ocasión que me va muchísimo menos todavía el estilo de la oposición venezolana.

Ayer vi en televisión varias entrevistas con manifestantes partidarios del No en el referéndum de este fin de semana. Sus aires yanquis de imitación, su chulería de gente bien y la estupidez de sus argumentos chillones me revolvieron las tripas. Realmente me excede que alguien sea capaz de defender al Rey de España y, a la vez, decir que es intolerable que haya un jefe de Estado que quiere renovar su cargo por elección. ¿Es imbécil esa gente o nos toma a nosotros por imbéciles? Cierto: ambas posibilidades no se excluyen.

De todos modos, lo que me ha sumido en la perplejidad es la afirmación de Chávez según la cual o el Rey de España pide disculpas por el ya célebre “¡¿Por qué no te callas?!” o nacionalizará los servicios bancarios españoles existentes en Venezuela.

Señalaré los elementos que se me juntan en la reflexión.

Dos me salen de mi querencia a ponerme en plan estadista.

Primero: me pregunto en qué medida cabe decidir que los bancos españoles instalados en Venezuela son culpables de las intemperancias de Juan Carlos de Borbón y merecen ser castigados por ello. No digo yo que quepa declararlos inocentes: la Monarquía española asienta sus reales en poderes muy diversos, incluidos los financieros. Pero la argumentación jurídica de esa vinculación, así, de entrada, no me parece sencilla.

Segundo: ¿quiere realmente Chávez que las multinacionales consideren que sus negocios en Venezuela carecen de seguridad jurídica? (Convendrá que precise rápidamente que a mí la seguridad jurídica de las multinacionales me la trae al pairo. Pero yo no dirijo ningún Estado que diga acatar las vigentes leyes internacionales de comercio.)

Aparte de eso, y ya en plan particular, no sé muy bien qué me pide el cuerpo. Porque la verdad es que me divertiría mucho ver a Juan Carlos de Borbón solicitar disculpas a Chávez, así fuera por intermedio de Moratinos. Pero también me daría un alegrón ver al Santander y al BBVA perder un montón de pasta por culpa del Rey.

Supongo que Chávez tendrá claro que no hay ni una posibilidad sobre cien de que el Rey de España se disculpe ante él. (¿Quizá una sobre mil?)

Lo cual nos dará muy posiblemente la ocasión de comprobar si sabe en qué se diferencia una verdadera amenaza de una simple bravata. Un asunto que reconozco que me intriga, aunque esté de acuerdo con el aforismo que tanto le gustaba citar al infausto ex ministro español del Interior, José Luis Corcuera, según el cual los experimentos es mejor hacerlos con gaseosa.

Escrito por: ortiz.2007/12/01 07:17:00 GMT+1
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2007/11/30 05:40:00 GMT+1

Un cascarrabias

“Está hecho un cascarrabias”, le comento a mi buen amigo Gervasio Guzmán, que me telefonea para pedirme noticias sobre un conocido de ambos.

“Como tú, entonces”, se me ríe.

“¿Como yo?”, me extraño. “¡Pero qué dices! ¿Estoy yo hecho un cascarrabias?”

“¡De tomo y lomo! ¡Pero si no paras de rezongar contra todos y contra todo!”

Perplejo ante la tajante afirmación de Gervasio, así que cuelgo el teléfono hago una encuesta de urgencia. El resultado es concluyente: de los conocidos a los que he pedido opinión, doce de cada diez le dan la razón. Sólo cabe detectar un matiz: algunos sostienen que soy un cascarrabias porque hoy en día, tal como están las cosas, es imposible no serlo. Los demás lo tienen claro: creen que me excedo.

“Pero, ¿no te das cuenta de cómo polemizas en las tertulias? Te pasas el rato corrigiendo y llevando la contraria a todo el mundo, a veces de manera de lo más cortante y malhumorada”, me comenta uno.

“Encima, hablas como si no te dieras cuenta de que a mucha gente tus criterios le resultan chocantes, si es que no extravagantes”, añade otro.

“Sobre todo de palabra. Hay que reconocer que por escrito pareces más razonable”, matiza un tercero.

Siempre he tenido en gran estima las críticas de mis allegados. Doy por hecho que, si te zurra gente que sabes que te aprecia, no lo hace porque pretende hundirte, sino todo lo contrario. Aquello de que “quien bien te quiere te hará llorar” no es ninguna bobada.

He revisado a la luz de esas consideraciones varias de mis experiencias recientes. Y he llegado a algunas conclusiones. Por ejemplo, me he dado cuenta de que es perfectamente posible que ciertos medios de comunicación que en tiempos me jalearon bastante y que ahora me demuestran cada vez más desafección (permitidme que no dé nombres: sería muy poco elegante) no se estén comportando así sólo porque mis opiniones les echen para atrás, sino quizá también por cómo las enarbolo y defiendo.

Puede ser que tengan quejas, no todas necesariamente injustificadas. No a todo el mundo tiene por qué hacerle gracia que uno sea un borde.

Pero tampoco sé muy bien qué hacer con esa conclusión. Porque lo que parece excluido es que mi carácter pueda experimentar importantes transformaciones (positivas, quiero decir) a estas alturas de mi película.  

La introspección autocrítica podría servirme, eso sí, para entender mejor ciertas hostilidades laborales ajenas. Aunque no creo que nadie pueda reprocharme no haberlas encajado deportivamente en el pasado. Varios famosos responsables mediáticos podrían testificar que, cuando decidieron prescindir de mi colaboración, no les puse ninguna pega. Siempre entendí que, por las mismas que me habían llamado, podían despedirme. Una cosa es un contrato laboral, con sus cláusulas y todo eso, y otra un mero acuerdo de colaboración, que por las mismas que se inicia se finaliza.

Hubo alguien a quien una vez reproché –y tampoco demasiado– una sola cosa: que no acabara de dejarme claro si me había despedido o no. Pero lo hice tan sólo porque no sabía si se suponía que tenía que acudir al siguiente programa o no. Son cosas que, por antipático que resulte, conviene dejar claras a la gente.

Lo digo a modo de excusa, para dejar constancia de que sé muy bien que donde las dan las toman.

Fuera de eso, lo que tengo más claro es que estoy a punto de cumplir los 60 años. O sea, que estoy a un lustro de jubilarme, si la Parca no decide lo contrario.

Si de aquí a entonces sobrevivo, y si no prescinden de mis servicios definitivamente en todas partes, y si el Estado del Semibienestar no se hunde en el ínterin, y si también sobrevive la compañía de seguros a la que vengo alimentando para tener un plan de pensiones complementario más o menos digno… Bien, bueno: si se cumplen esas cuatro condiciones, problemáticas pero no imposibles, llegaré a los 65 años con medios modestos, pero suficientes como para financiarme, ya que no otra cosa, la posibilidad de ser cada día más cascarrabias.

La verdad es que me apetece un montón.

Escrito por: ortiz.2007/11/30 05:40:00 GMT+1
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2007/11/29 05:56:00 GMT+1

Prometeo en internet

Esta sección se llama Apuntes del Natural, pero lo que incluye no son realmente apuntes del natural, al modo de los que hacen los pintores. Ellos ven por ahí cualquier cosa, persona, situación, paisaje o lo que sea que les llama la atención y, a toda velocidad, sin preocuparse por el acabado, dibujan los trazos que consideran necesarios para retener la idea y desarrollarla más tarde. (O no, claro.)

Yo suelo hacer lo mismo, trasladado a mi género. A veces leo, oigo o veo algo que me sugiere un tema de artículo, sólo que no estoy en ese momento en condiciones de ponerme a escribirlo. Entonces, para no desaprovechar la idea, tomo unas cuantas notas en alguno de mis cuadernos, o en algún papel suelto, o grabo unas cuantas frases en una pequeña grabadora digital que suelo llevar conmigo.

Lo que pasa es que, en algunas ocasiones, en mi despiste, luego dejo el papel en el que escribí esa anotación metido con otros en cualquier montón de mi estudio, o paso la página del cuaderno sin fijarme demasiado en ella, o me olvido de la grabación. Hasta que un día, a veces al cabo de años, en una de las razzias que suelo emprender para ordenar mi caos de recortes, cartas, notas y demás, descubro ese “apunte del natural” y me animo a aprovecharlo.

Gracias al cielo, existe internet. Porque es perfectamente posible que el apunte que he encontrado de casualidad y que me ha devuelto una idea presuntamente interesante… ya lo hubiera utilizado en su día y me haya olvidado de ello. En ese caso, y si llego a sentir la sospecha, recurro al buscador correspondiente y lo compruebo, porque tampoco me gusta repetirme demasiado. (*)

Bien, pues es lo que me sucedió hace pocos días. Encontré una anotación, bastante elaborada, con una idea que me pareció que encajaba bien con todo lo que se está hablando últimamente sobre el cambio climático y demás, y me dispuse a desarrollarla. Estaba a la altura del segundo párrafo cuando me asaltó la duda. Me fui a Google, busqué y zas, allí estaba, igualita, aparecida como columna en El Mundo hace un montón de años.

Esta mañana he pensado que, si yo no recordaba haber publicado ese artículo, lo mismo la mayoría de vosotros tampoco. Y, aunque no pueda utilizarlo, por razones obvias, para hacer una columna en Público, tal vez a muchos de vosotros no os desagrade conocerlo.

El artículo se llamaba «Los monstruos de la Ciencia» y el texto decía lo que sigue:

« Epimeteo no atendió las advertencias de su hermano, el receloso Prometeo, y tomó por esposa a la bella Pandora, que Vulcano había creado con un poco de barro. La protegida de Minerva, Mercurio y Apolo aportó al matrimonio una misteriosa caja, regalo de Júpiter, que el ingenuo Epimeteo abrió sin pensárselo dos veces. De aquel regalo envenenado salieron al punto todos los males que desde entonces afligen a la estirpe de los hombres: la Enfermedad, la Guerra, el Hambre, la Querella, la Calamidad...

»Horrorizado, Epimeteo cerró de inmediato la espantosa caja. Pero ya era tarde: sólo consiguió impedir que saliera la Esperanza.

»¡Cuánto imprudente Epimeteo ha albergado la Tierra durante el último siglo y medio! La Revolución Industrial puso en marcha la máquina del progreso, que desde entonces no ha hecho sino acelerarse más y más en medio del aplauso y la admiración generales. Quienquiera que dudara de los beneficios absolutos del progreso y los avances científicos era tenido por peligroso reaccionario, enemigo del bienestar, de la socialización de la salud y de la puesta de la Naturaleza al servicio de la raza humana.

»Nos olvidamos de que no hay anverso sin reverso. De que la Ciencia no es ningún absoluto: sólo el nombre convencional que damos al pequeño espacio que no está ocupado por lo mucho que ignoramos. 

»La Humanidad empieza a comprobar con horror que ha abierto demasiadas cajas de Pandora. Que, entusiasmada por el lado rutilante de sus descubrimientos, les ha dado sistemática vía libre, pese a que en muchos casos apenas sabía nada de las posibles consecuencias negativas de sus criaturas. Y ahora, cuando los daños colaterales irrumpen en masa, se siente perpleja. La actualidad se nos llena de misteriosos males; de fantasmas de muerte nacidos de la mano del hombre: agujero en la capa de ozono, extraños cambios climáticos, derivaciones letales de la energía nuclear, enfermedades provocadas por el uso militar del uranio empobrecido, vacas locas...

»Y lo que nos quedará por ver.

»Lo peor no es lo que ya está hecho y no tiene vuelta de hoja. Lo peor es que no se ve que haya el menor deseo de aprender la lección. Porque seguir en las mismas resulta muy rentable para algunos, y esos algunos mandan. Mandan incluso sobre los que mandan.

»Cada vez que emerge un nuevo problema, hacen lo mismo: primero lo niegan; luego lo minimizan; finalmente, nombran un Comité para que lo investigue. Un Comité que pagan ellos. Que es de ellos.

»Cualquier cosa con tal de ganar tiempo. Y de hacérnoslo perder a nosotros.

»Pero perder el tiempo –en esto como en todo– es perder la vida.»
___________

(*) Debo reconocer que, si lo que descubro es que esa nota dio pie hace años a una hoja de mi Diario de un resentido social, que leía muy poca gente, o a cualquier otro tipo de artículo de andar por casa, no aparecido en prensa escrita, cabe que no me arredre y siga adelante, porque tampoco estoy tan sobrado de ideas como para ir malgastándolas tontamente.

Escrito por: ortiz.2007/11/29 05:56:00 GMT+1
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2007/11/28 06:00:00 GMT+1

La chispa

“Una sola chispa puede incendiar toda la pradera”, dice un viejo aforismo ruso. Y así es. Se requiere, claro, que la pradera esté muy seca. Que sea yesca. (*)

He oído las diferentes versiones que se han difundido sobre el accidente mortal que sufrieron dos chavales que iban en motocicleta y que chocaron con un coche policial en un suburbio de París el domingo pasado. Su muerte fue el desencadenante de los graves disturbios que se han vivido en los barrios periféricos de la capital francesa y en otras ciudades del país vecino.

¿Qué sucedió realmente? ¿Embistió la patrulla policial contra los críos o fueron ellos los verdaderos culpables del choque? No sé. Lo que sí sé es que, si miles de jóvenes de familias de origen inmigrante echaron de inmediato la culpa a los policías, no fue por casualidad.

Hay en Francia enormes barriadas, pueblos enteros, en los que el ambiente de enfrentamiento entre la juventud y las fuerzas del orden –del orden imperante– es pura yesca. La más mínima chispa puede incendiarlos.

En la Francia actual, si te llamas Ahmed o Yusuf –o aún peor: Yasmina o Saida– y tienes la tez tirando a oscura, da lo mismo que hayas nacido en la misma confluencia entre el Sena y el Marne y tengas un título universitario más francés que una java tocada al acordeón. Puedes apostar diez a uno a que tu empleo, en el caso de que lo consigas, será precario y estará mal pagado. Y a que te tocará vivir en un barrio pobre, desasistido e insalubre.

A partir de lo cual, todo dependerá de tu carácter. Si tiendes a que te hierva la sangre, será fácil que cualquier día te veas metido hasta el cuello en un fregado de éstos.

Momento en el que llegará Sarkozy y te llamará “escoria”.

________

(*) Ese aforismo es el que motivó, como sin duda muchos lectores sabrán, que el dirigente revolucionario Vladimir Uliánov (Lenin), llamara a su periódico Isjra, palabra rusa que quiere decir precisamente eso: “chispa”.

Escrito por: ortiz.2007/11/28 06:00:00 GMT+1
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2007/11/27 05:50:00 GMT+1

Un caso

Preparé ayer por la tarde un Dedo en la llaga dedicado a un aspecto muy actual –y bastante conflictivo– de la relación entre los progenitores y su descendencia infantil y juvenil: el de cómo controlar el uso que los chavales y las chavalas hacen de los teléfonos móviles y de los ordenadores personales. (*)

La tesis que expongo en la columna es que no es decente espiar lo que escriben los hijos e hijas, porque eso forma parte de su privacidad, de su intimidad, a la que tienen derecho. Que lo que hay que hacer es educar su manera de comportarse en la vida, los criterios por los que se rigen: enseñarles a pensar, en suma.

Justo justo tuve espacio de apuntar en la columna (máximo 2.200 caracteres)  que el espionaje de los actos de la prole, aparte de no ser ético, es muy poco práctico, porque los críos son muy listos a la hora de disimular. Les podrás coger en algún renuncio pero, si se ponen a ello, te burlarán montones de veces.

Según terminé de escribir la columna, me quedé mirando el texto con una insatisfacción de mil pares, considerando la cantidad de aspectos que había dejado de lado y las muchas derivaciones que no me había sido posible ni siquiera amagar, por falta de espacio.

Un ejemplo: que me parezca que está feo que una madre o un padre cotillee las cosas de un vástago que está dando síntomas de pasar por un momento complicado no quiere decir que no lo entienda, o que no lo pueda disculpar. Me consta que también dentro de los planteamientos de principios hay categorías, y no todos son igual de intransgredibles.

Me habría gustado también ilustrar más la tesis principal del artículo con algunos recuerdos de mi propia infancia y adolescencia. Creo que hubiera tenido interés relatar, por ejemplo, lo mucho que me marcó que el cura que oyó mi primera confesión, cuando tuve 7 años, cometiera la tropelía de contarla en público, aunque lo hiciera para subrayar mi inocencia y mi candidez. Rompió las reglas, violó mi intimidad e hizo que me sintiera totalmente ridículo. Casi 53 años después, todavía me sulfuro cuando lo recuerdo. Violentar la privacidad no ya de un adolescente, sino incluso la de un niño, puede tener efectos traumáticos graves.

Hubiera podido poner otro ejemplo de signo totalmente contrario: de crío, con 10 u 11 años, mis padres me permitieron que tuviera una caja de madera con candado. Una especie de caja fuerte en versión infantil. Era mi cofre del tesoro. Allí guardaba mis bobadas, las cartas que me escribía mi prima Mari Carmen (de la que estaba secretamente enamorado, a pesar de que era mucho mayor que yo, o precisamente porque era mucho mayor que yo), mis primeros y horribles poemas, el instrumental que utilizaba para falsificar las notas del colegio… Mis cosas. Tener ese reducto de privacidad, de secreto, me hacía sentirme importante. Fue importante.

También hubiera querido contar en la columna de marras que, por mucho que ponga el acento en la educación como aspecto clave, sé de sobra que no siempre la buena educación lo garantiza todo. (Tampoco la mala, en realidad. Hay chavales que han sido educados igual de bien, o de mal, y que han salido totalmente diferentes, incluso en su catadura moral.)

¿Cuál es el resumen de todo este rollo que acabo de soltar? Pues no lo sé. Mi intención inicial era demostrar que una columna de prensa no proporciona el espacio necesario para exponer debidamente un tema, pero al final me he quedado con la duda de si no será que a veces yo me empeño en meter en el espacio de una columna lo que debería desarrollarse en modalidades periodísticas (o ensayísticas) más amplias.

O sea, que puede que la culpa no la tenga la columna, como género, sino yo, como caso.

__________

(*) Supongo que será la columna que se publicará el próximo jueves. Suelo trabajar con un cierto adelanto, para que los imprevistos no me amarguen la vida, pero luego a veces cambio el orden de publicación y meto otras columnas por medio, para atender algún tema de más actualidad, más perecedero.

Escrito por: ortiz.2007/11/27 05:50:00 GMT+1
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2007/11/26 05:30:00 GMT+1

Augurios

Ayer quedamos a comer con un grupo de amigos.

Resultó interesante por partida múltiple.

Lo fue en lo personal, porque se trató de la primera actividad “social” de Charo desde que dejó el hospital (había que ver cómo sobrellevaba el esfuerzo) y la primera mía desde la muerte de mi hermano Josemari (también había que ver cómo lo llevaba, porque he pasado unos días un tanto misantrópico, si es que no directamente lúgubre).

La experiencia nos resultó positiva a los dos. Charo se cansó, pero dentro de límites muy aceptables, y yo me animé bastante.

Pero el encuentro me pareció también curioso por otro motivo: reparé en que, por primera vez en muchos años, no aprovechamos ni la comida ni la sobremesa para hablar de política.

El grupo reunido ayer se compone de gente bien informada. Algunos nos conocemos desde hace 30 años (¡desde la Redacción de la revista Saida!) y mantenemos una buena sintonía, en muchos planos. Suele ser frecuente que, cuando nos vemos en pandilla, aprovechemos para dar un repaso a la actualidad política (también en el sentido coloquial del término “repaso”: como ajuste de cuentas).

Pues lo curioso es que ayer la política salió a relucir poco y de manera bastante tangencial. Hubo algún comentario sobre la manifa de la AVT, algún otro –no demasiado amable, a decir verdad– sobre el último paso de la vicepresidenta Fernández de la Vega por el Vaticano (y sobre las fotografías que han inmortalizado el acontecimiento)… y poco o nada más. (*)

Me pareció significativo ese desinterés por la política. Sobre todo porque encaja con algo que vengo observando en los últimos meses en muchos de los ambientes en los que me muevo. No sólo en Madrid. También en Euskadi. Sobre todo en Euskadi, incluso, donde el cambio me ha parecido más brusco. Es mucha la gente que hasta hace nada se enrollaba durante horas debatiendo sobre las cosas de la política local y que ahora las mira con distancia, o no las mira, sin más.

No oculto mi impresión general: avizoro un panorama abstencionista importante.

Aunque lo mismo me equivoco. Puede que me esté pasando como a la rana de la fábula y esté mirando el cielo desde el fondo del pozo, creyendo que el pedacito de firmamento que veo es todo el firmamento.

Lo que sí puedo asegurar es que el pedacito que veo –que veo en torno a mí y que veo también en mí mismo– es de cansancio, de decepción y, sobre todo, de hastío.

________

(*) Hablamos también sobre el panorama de los medios de comunicación, pero para nosotros ese tema no se relaciona tanto con la política como con la vida laboral, ya que bastantes de los integrantes de la pandilla somos del gremio. Por cierto que me enteré de algunos asuntos jugosos, pero nuestras confidencias llevan implícito un compromiso de reserva. Ya los dejaré caer algún día de éstos (aunque sin citar las fuentes, claro.)

Escrito por: ortiz.2007/11/26 05:30:00 GMT+1
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2007/11/25 07:00:00 GMT+1

Voilà!

Un fenómeno curioso, que me da qué pensar: hay una proporción no desdeñable de la gente seguidora habitual de lo que escribo y difundo en esta web que muestra más interés por mis Apuntes del Natural que por las columnas (El dedo en la llaga) que saco en Público.

Los hay que me lo han comentado, e incluso alguno me lo ha teorizado. No es que tengan nada en contra de mis reflexiones sobre la marcha de la vida política y social, que no les estorban gran cosa y con las que suelen estar de acuerdo; es que les resultan más atractivos los comentarios de andar por casa que suelo incluir en los Apuntes. “Los veo –me escribe un lector– más cercanos a mi propia experiencia; me ayudan más a reflexionar sobre mis cosas”.

Para mí que la clave quizá no está tanto en que mis Apuntes tengan más conexión con su experiencia (a fin de cuentas, todo lo que experimentamos, incluido el IPC, es experiencia), sino en que conciernen más directamente a sus sentimientos que a su razón.

También puede que tenga algo que ver en esa preferencia el interés que los humanos solemos tener por mirar lo que se atisba a través de la ventana del vecino.

Me dice mi buen amigo Gervasio Guzmán: “No te enrolles, que la cosa es más sencilla. ¿No hay un montón de escritores con los que preferirías tener una comida que aguantarles una conferencia? Los Apuntes, como las sobremesas, son más propicios a la confidencialidad y al comentario relajado. Eso resulta siempre más grato.”

“No siempre”, le respondo. “Además –añado– no sé de dónde te has sacado que las conferencias se aguantan, por norma. Depende. Te pongo un ejemplo: yo conocí a Jean-Paul Sartre porque se me ofreció la oportunidad de asistir a una breve reunión personal que mantuvo con algunos conocidos suyos. Fue estupendo verlo y oírlo en persona, pero la cosa careció de mayor contenido. Hubiera preferido que nos diera una conferencia”.

“Ya –se me ríe en las barbas Gervasio–, pero algo me dice que tú no eres Sartre, precisamente”.

“Voilà!”, concluyo.  

Escrito por: ortiz.2007/11/25 07:00:00 GMT+1
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2007/11/24 08:00:00 GMT+1

Una autocrítica

Mi Dedo en la llaga de hoy en Público es, en parte, una autocrítica.

Hubo un tiempo en el que –en conversaciones privadas, creo que nunca en público– critiqué a Fernán-Gómez por haber aceptado papeles de protagonista en películas espantosas, algunas de ellas políticamente infumables.

Es una crítica de la que he acabado apeándome –o desdibujándola muchísimo– por dos razones.

La primera es que la toma de conciencia política de Fernán-Gómez fue paulatina: no nació siendo de izquierdas.

A nadie se le puede reclamar que tenga desde su primera juventud la lucidez a la que llegó de adulto. Bastante mérito tuvo alcanzándola con el tiempo.

La segunda, y principal, es la que trato de amagar en mi columna: la mayor parte de la gente trabaja, sencillamente, donde le dejan, donde le llaman y donde le pagan. Porque tiene que comer.

Obviamente, todo tiene sus límites. Si uno es electricista y le encargan del mantenimiento de los electrodos utilizados para torturar a los detenidos en un cuartel de Policía, es lógico que se plantee renunciar al trabajo. Pero también es cierto que un electricista puede buscarse una salida no sólo en muchas empresas, sino también en diferentes países, en tanto que un actor lo tiene mucho más crudo. (Aparte que, como decía arriba, todo depende de la radicalidad de sus ideas, y hasta de su edad. Cuando yo me fui al exilio, ya sabía que en Francia no necesitaban profesores de latín que hablaran mal el francés, pero eso me pareció secundario. Para empezar, porque o salía por piernas o la Policía de Franco se encargaba de que no trabajara ni de profesor de latín ni de nada. Y luego porque, con 21 años, no se me hacía muy cuesta arriba emprender otro camino laboral, como el que inicié en Burdeos consiguiendo un empleo como pintor de brocha gorda y vidriero. Lo dejé año y pico después, y a correr.)

Fernán-Gómez solía decir que él tendía a aceptar cuanto trabajo le ofrecían. Por dos razones. La primera, porque nunca sabía si ese trabajo, aunque fuera en una obra menor o dudosa, podía permitirle mejorarse como actor. La segunda, porque necesitaba tener ingresos, como todo pichichi.

A mi modestísima escala, y en condiciones históricas mucho más favorables a las de los años cuarenta y cincuenta, yo he hecho lo mismo que él, o que Paco Rabal, que trabajó en películas radicalmente anticomunistas siendo comunista.

Ni sé la cantidad de veces que me habrá tocado responder desde 1996 a 2007 a la pregunta: “Y tú, ¿cómo puedes escribir en El Mundo, siendo tu propia línea política tan opuesta?” Una y otra vez he debido responder: “Es que mi única especialidad es escribir artículos de opinión, y en El Mundo me permiten opinar lo que me da la gana, y lo publican en cientos de miles de ejemplares, y me pagan relativamente bien por ello, y no sé de ningún otro periódico que me ofrezca una alternativa mejor”. Cuando llegó Público y me ofreció una alternativa mejor (aunque no en todos esos planos, claro), cambié de empresa. A lo que no me habría avenido en ningún caso –no voluntariamente, entiéndaseme– es a dejar de publicar (punto uno) y a quedarme en la indigencia (punto dos).

Es casi absurdo tener que explicar algo tan obvio. Pero es que hay mucha gente que se cree que los creativos (todos, por definición, por el hecho de serlo) pueden imponer en qué condiciones, cuándo, cómo, en qué y para quién trabajan.  

Uno de estos días he leído que no sé qué superstar de Hollywood se ha quedado sin un multimillonario contrato para la realización de una película porque la productora no aceptaba algunos cambios que reclamaba en el guión. Si quienes aseguran ingresos de muchos millones de dólares se ven en trances así, ¿qué no será de quienes ni tan siquiera aportan un seguro de éxito?

Más grave es que alguien como yo, que debería saberse estas cosas de memoria, haya tenido alguna vez la debilidad de ponerse estricto con otros que deberían haberle merecido bastante más comprensión, si es que no mucho más respeto.

Escrito por: ortiz.2007/11/24 08:00:00 GMT+1
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2007/11/23 05:30:00 GMT+1

Josemari

Ha habido algunos amigos que no conocieron personalmente a mi hermano Josemari y que, a fuerza de oírme hablar de él, han acabado sintiendo la curiosidad de “ponerle cara”.

Ésta es una foto que le hizo Iván Ortiz, hijo de nuestro común hermano Bobi, el poeta (también muerto, por supuesto).

Escrito por: ortiz.2007/11/23 05:30:00 GMT+1
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2007/11/22 05:30:00 GMT+1

De paso por Aritxulegi

La suerte también cabe dentro de la mala suerte. Ayer nos hizo un tiempo hermosísimo, excepcional.

Un sol como de veranillo de San Martín, de una luminosidad fantástica, nos acompañó hasta Aritxulegi, que era el punto de montaña que me dejaron escoger para dar cobijo a las cenizas de mi hermano Josemari.

Para quienes no lo sepan, les diré que Aritxulegi está entre Oiartzun y Lesaka. Es una montaña que sirve de frontera entre Gipuzkoa y Nafarroa. Un lugar de belleza poco común. Es como si hubiera sido hecho para dar satisfacción a todos los tópicos sobre el paisaje vasco.

No pudimos acceder desde Lesaka, porque la carretera estaba cerrada “por voladura”, según decía un aviso puesto por la Ertzaintza, que me pareció muy adecuado al caso. Así que subimos y bajamos por la ladera guipuzcoana.

En la cumbre está la escultura que Jorge Oteiza hizo en granito para celebrar la memoria del padre Donosti, compositor de muchas canciones populares vascas. Desde allí se ve, por un lado, hasta la bahía de la Concha, y por el otro hasta la cumbre de Larrun, que une los estados español y francés y que es donde espero que algún día reposen mis propias cenizas.

Subimos dieciséis personas: un pequeño puñado de familiares cercanos y amigos del difunto.

No quisimos dar detalles sobre el encuentro porque preferíamos hacer algo muy íntimo.

Me tocó depositar las cenizas en el suelo, al borde de una ladera. Luego, quien quiso cogió un puñado y lo lanzó al viento. No hubo discursos ni nada por el estilo. Cada cual llevaba su propio responso en el corazón.

Todos hicimos bromas, para disimular las lágrimas.

Yo creo que a él le habría gustado un acto así, sobrio, fraternal y con buen humor.

Al bajar a Oiartzun, comimos algo y nos dispersamos. Tomamos sidra. Alguien hizo un brindis, recordando el de Rocco y sus hermanos, de Visconti: “Este vino que yo bebo, lo bebo a la salud de todos”.

Es cierto que, de joven, Josemari hubiera podido recordar -por guapo, por atrevido y por mujeriego- al Alain Delon de aquella época, cuando también (y tan bien) dio la réplica a Burt Lancaster en El Gatopardo.

Claro que Delon nunca tuvo el genio de pintor de Josemari.

__________

A todas y todos.- No sabéis hasta qué punto me han conmovido vuestros mensajes solidarios y cariñosos. Jabato, Mertxe, Josemi, Arantxa...Y todos los demás. Incluidos los viejos/nuevos amigos de EE.UU., Australia, Costa Rica... Es fantástico que algo tan simple como escribir devuelva tanto favor. No sé si os haréis idea de lo muchísimo que me habéis reconfortado.

Escrito por: ortiz.2007/11/22 05:30:00 GMT+1
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