2008/01/07 05:30:00 GMT+1
Perdonadme que sea como soy. Tengo claro que lo que más me conviene, por muchos motivos, es hacer caso omiso de las invectivas que recibo. Pero es que responder a algunas me parece de utilidad general.
Me escribe un señor que está indignado porque no respondo a sus correos y porque me envió un libro suyo del que no he escrito nada. Ese señor, que seguro que se considera un humanista, no se hace cargo de que yo recibo un montonazo de correos electrónicos todos los días y de que mi tiempo –eso cuando no estoy enfermo, como lo estoy desde hace más de una semana– es muy limitado. Digamos que, en mi caso, la demanda es abrumadoramente superior a la oferta. No doy más de mí, ni veo por qué habría de darlo. Si tuviera una oficina, con un equipo, un par de secretarios y toda la pesca, podría quedar estupendamente con todo el mundo. Pero soy yo y solamente yo. Hago lo que puedo. Atiendo a mis obligaciones laborales, cuando me es posible (el pasado miércoles no pude entrar en una tertulia de radio porque estaba patéticamente afónico, y todos estos días he desatendido a varias obligaciones editoriales, porque el cuerpo no me daba para más).
Hay gente que se piensa que los demás estamos perpetuamente disponibles. Y obligados a estar disponibles.
Seguro que no piensan eso mismo de sí mismos.
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Alguien, con bastante sentido, me pide que aporte alguna bibliografía sensata sobre la llamada Guerra de la Independencia. Yo recuerdo el Guerra y Revolución en España de Carlos Marx, muy sugestivo, pero mi tontuna senil me impide acordarme de otros trabajos que he leído. Supongo que no será mala idea volver a Tuñón de Lara y su La España del Siglo XIX.
Escrito por: ortiz.2008/01/07 05:30:00 GMT+1
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2008/01/06 07:47:11.220000 GMT+1
Aparte de que se trate de un año bisiesto –cosa que no me molesta porque yo sea supersticioso, sino porque en febrero habré de trabajar un día más para cobrar lo mismo–, 2008 empieza a caerme mal por culpa de las muchas celebraciones con las que nos va a castigar. Supongo que tendremos una avalancha sobre Mayo del 68, la Primavera de Praga, el Sgt. Pepper’s de The Beatles, los hippies norteamericanos, la oposición a la guerra de Vietnam…
…Y el 2 de mayo de 1808, que se nos viene encima con doble centenario y todo.
Que conste que no tengo nada en contra del análisis de aquel periodo histórico, en sus múltiples vertientes, contradictorias como pocas. Todo lo contrario. Fue una época apasionante, aunque ciertamente triste. La Guerra de la Independencia puso de manifiesto algunas de las constantes más llamativas de nuestra Historia, empezando por el carácter profundamente venal y egoísta de los Borbones. Para mí tiene doble interés, porque un antepasado mío (padre de uno de mis tatarabuelos, o algo así) fue personaje relativamente importante en la contienda, en la que se distinguió, a lo que parece, primero matando franceses y luego haciendo el caldo gordo a Fernando VII, actitud servil que le valió un marquesado.
La fecha podría ser excelente ocasión para que el común de los españoles se enterara de la importante trastienda que tuvo esa guerra, tan mitificada y tan caricaturizada. Sería importante, por ejemplo, que todo el mundo tuviera claro el decisivo papel que cubrieron en ella las tropas inglesas. Insisto: decisivo. Y lo mucho que se aprovecharon de la situación los sectores más retrógrados e inquisitoriales de la sociedad española para combatir el libre pensamiento y volver a hundir a España en otra larga noche de piedra.
Pero lo que vamos a aguantar, me temo, no va a ser una revisión rigurosa de aquel periodo, sino otra exhibición más de la panoplia de todos los tópicos nacionalistas sobre la furia y el carácter insumiso del noble pueblo español, que no aceptó someterse, etc., etc. Cuando lo cierto es que ese mismo pueblo –su parte más bullanguera– celebró el fin de la guerra al grito de “¡Vivan las caenas!”, festejando al rey vendido y aprovechando la ocasión para perseguir a sus coterráneos más progresistas.
Si bien se mira, tampoco hemos cambiado tanto.
Escrito por: ortiz.2008/01/06 07:47:11.220000 GMT+1
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2008/01/05 05:30:00 GMT+1
Un célebre humorista me contó hace tiempo lo cabreante que le resultaba que, en las escasas ocasiones en las que había pretendido tener una intervención seria ante los asistentes a un espectáculo, expresando opiniones y sentimientos de fondo, sin broma alguna, el público se le echaba a reír cada dos por tres. Creían que estaba contando chistes. “Estoy condenado a ser gracioso”, me dijo. “Y, si no lo soy, también lo soy”.
Eso, que él se tomaba casi como una maldición particular, es un mal que nos persigue a todos bajo diversas formas. Mucha gente te oye (o te lee) a partir de diferentes ideas previas, sobre la vida en general, sobre ti en particular y sobre el asunto del que tratas, más en concreto, y está decidida a confirmarlas cueste lo que cueste. Como no le des motivos para ello, es tu problema. Las confirma igual.
En los asuntos de incomunicación de este género pueden influir otros factores, por supuesto. Por ejemplo: es perfectamente posible que uno no haya sabido expresar bien lo que quería decir, y que sea eso lo que justifique la incomprensión.
Cada día recibo una buena cantidad de correos electrónicos cuyos remitentes me dicen lo que piensan sobre lo que escribo. Les presto la atención que puedo (que a veces, por desgracia, no es mucha, y menos todavía cuando estoy enfermo, como me sucede desde hace una decena de días). Pero los ojeo, en todo caso.
Y siempre me topo con un puñado de ellos que me dejan perplejo.
“¿He escrito yo en algún lado que no haya que castigar a quienes conducen a 180 kilómetros por hora?”, me pregunto. “¿He mostrado benevolencia hacia quienes fuman en los WC de los hospitales, yo, precisamente yo, que me he pasado en diversos hospitales bastantes semanas del año pasado y que he montado el pollo a varios individuos a los que he pillado fumando?” Repaso lo que escribí y compruebo que lo único que argumenté es que el Gobierno (el español entre tantos otros) tiene una actitud cada vez más severa y punitiva hacia los infractores de base, mientras sigue comportándose de manera indignantemente suave con las grandes empresas que infringen la ley. ¡Eso, sin más! ¿Por qué hay quien decide atribuirme lo que no he escrito y ponerme de defensor de lo que no defiendo?
Leen lo que quieren leer. Hasta me he topado con gente que da por hecho que defiendo la desmovilización ciudadana contra la sentencia del sumario 18/98 y, en general, contra no sé cuántas causas más de las que todos los que saben de mi trabajo tienen constancia que son centros fijos de mi preocupación y de mi actividad.
“Bah, da igual. Tiene que haber gente para todo”, me dijo ayer mi buen amigo Gervasio Guzmán, que me telefoneó para desearme feliz año.
Me molesté también con él y le respondí: “¿Y por qué tiene que haber gente para todo?”
Escrito por: ortiz.2008/01/05 05:30:00 GMT+1
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2008/01/04 06:15:00 GMT+1
He estado escribiendo hace un rato una columna más o menos intemporal sobre las jefaturas de algunas ONG, y sobre cómo hay personajes que se las arreglan para vivir años y más años del cuento solidario, cuando de pronto me he acordado de un asunto gracioso, que es el de quienes no viven del cuento, sino del poema.
Hay algunos escritores a los que la Diosa Fortuna no ha dotado de fama, pero que tienen oficio, como decimos en el gremio, y que son capaces de redactar en poco tiempo un romance, un soneto o una ristra de tercetos encadenados capaces de aguantar el tipo y dar el pego. Les da lo mismo sobre qué. Ellos escriben sobre lo que se tercie.
Bueno, pues me sé de algunos, tan necesitados como dispuestos, que tienen la especialidad de enterarse de todos los concursos de poemas que convocan todos los ayuntamientos de España. Cada mes hay decenas de convocatorias, tirando a cutres, que anuncian premios de poesía de temática diversa (las fiestas patronales suelen dar bastante juego), pero que tienen premios en metálico de cierta consideración: 300 euros, 600 euros…
Ellos se presentan a todos los certámenes que pueden, y pueden bastante. Como los poetas con los que compiten suelen ser, por lo general, de los que hacen endecasílabos de trece sílabas –que riman con involuntaria libertad, cuando hay suerte–, no es nada infrecuente que se lleven el premio. Oye, pues 300 euros de éste, 600 del otro y tres o cuatro 600 de los de más allá, al cabo del mes se hacen un capitalito, que añadido a su salario de correctores de pruebas del Boletín Oficial de la provincia que sea, da para ir tirando, y ni tan mal.
La parte peor es que les imponen la obligación de ir a recoger el premio. Y tener que viajar cada dos por tres para que te entreguen un titulillo en un pueblo perdido y para que un alcalde ignoto te dé un abrazo ante la parroquia y se empeñe en cenar contigo… pues sí, es una penitencia importante. Pero el que algo quiere algo le cuesta.
Escrito por: ortiz.2008/01/04 06:15:00 GMT+1
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2008/01/03 05:30:00 GMT+1
Algunos lectores me han escrito extrañados porque el otro día escribiera que en las manifestaciones celebradas en Euskadi contra la sentencia del sumario 18/98 ha habido poca gente. Me dicen que en una que se congregó en Bilbao hubo una muchedumbre considerable, cercana a las 25.000 o 30.000 personas. Me pilló lejos, los medios de comunicación de Madrid no la reflejaron debidamente, no estuve todo lo alerta que debía y no me enteré, de modo que lo único que puedo hacer es disculparme por haber generalizado con tanta ligereza.
Sin embargo, considero que la tesis central de mi artículo no andaba descaminada. Una manifestación de 30.000 personas no es desdeñable, ni mucho menos, pero en Euskadi todos sabemos que cada vez hay menos gente dispuesta a movilizarse en la calle por la causa que sea. La gimnasia revolucionaria que mantenía la izquierda abertzale radical hace algunos lustros, con demostraciones mucho más numerosas y, sobre todo, mucho más constantes y mucho más tensas, ha dado paso a un pulso con el Estado de intensidad muy inferior. Es así. A cada cual podrá parecerle mejor o peor, pero es un hecho.
Del mismo modo que es un hecho que las movilizaciones rituales contra ETA movilizan cada vez a menos gente.
Hay un hastío creciente, que nos abarca a todos: a los de un bando, a los del otro y a los que miramos con desconfianza a los dos bandos. Cada cual por sus razones, sus rechazos y sus sospechas particulares, me imagino, pero cada vez más confluyentes en las ganas de no estar todo el puñetero día dándole vueltas al contencioso.
Escribió Carlos Marx que la Humanidad sólo se plantea problemas que puede resolver. No me costaría discutir esa sentencia (para empezar, la Humanidad, en su totalidad, no se plantea problemas de ningún tipo), pero sí es cierto que los humanos tendemos al realismo, lo cual nos mueve a no apreciar en exceso la idea de darnos de cabeza contra la pared todos los días.
En Euskadi somos muchos, muchísimos, los que nos hemos dado de cabeza muchas veces, muchísimas, contra las muchas paredes que se han interpuesto en nuestros deseos de paz y de autodeterminación. Y los que nos hemos hartado de que los unos o los otros hayan tratado de sacar partido de nuestros sentimientos por distintas vías.
Es ese conglomerado de apreciaciones el que traté de reflejar en mi columna. Sin éxito, probablemente.
Escrito por: ortiz.2008/01/03 05:30:00 GMT+1
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2008/01/01 07:45:00 GMT+1
En mis intentos de comportarme en la vida conforme a los dictados de la Razón, me disgusta la importancia mágica que la mayoría de los humanos asigna a determinadas fechas: santos, cumpleaños, aniversarios, números redondos, salidas y entradas del año, Días de la Madre, Primeros de Mayo, Sietes de Marzo, Aberris Eguna (o sea, Aberri Egunak), etc. En alguna ocasión he bromeado sobre eso escribiendo tonterías tales como: “En recordatorio de que hoy hace justamente dieciocho años, cuatro meses y veinte días del momento en el que…” Bah, bromas.
Ayer llegué a mosquearme por el renovado impulso que la telefonía móvil ha dado a esa manía. Estuve en una comida en la que, de los cinco comensales que éramos, tres dedicaban lo mejor de sus esfuerzos a mandar y recibir, de manera que no sería exagerado describir como compulsiva, mensajes de felicitación del Año Nuevo. Por lo que iban contando mientras accionaban sus pulgares con saña feroz, no había la más mínima duda de que tantos los y las remitentes como las y los receptores de sus mensajes sabían de antemano, sin necesidad de enviar ni recibir nada, que la otra parte siente aprecio por sus personas y les desea lo mejor no sólo para este año 2008, sino incluso también para los siguientes.
La única duda que podía haber es que mis acompañantes tuvieran interés en la comida que nos había congregado. Pero eso es algo muy típico de estos tiempos de ahora. Estás paseando por la calle con alguien y de pronto le oyes decir cosas que no sabes a cuento de qué vienen. Te giras y descubres que está hablando por teléfono con otra persona.
De todos modos, y precisamente porque trato de acomodarme a los dictados de la Razón, ayer me paré a reflexionar sobre el asunto y me di cuenta de que tal vez la principal razón por la que ahora llevo mal el rollo de las felicitaciones de Año Nuevo es que algunas de las felicitaciones que me han acompañado durante buena parte de mi vida se han convertido en imposibles, por desaparición de la otra parte.
Así que, a las 00:05 de 2008 y apesadumbrado por mis propias contradicciones, cogí el teléfono y llamé a mi hija con la muy convencional intención de desearle feliz año.
No hubo nada que hacer. Las líneas estaban saturadas.
Escrito por: ortiz.2008/01/01 07:45:00 GMT+1
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2007/12/31 08:00:00 GMT+1
Charles Foster Kane, el ciudadano Kane de la celebérrima película de Orson Wells, dice, justo antes de morir en su ostentosa mansión de Xanadú, una palabra que se consagró como misteriosa en la historia del cine: “Rosebud”.
El misterio de la palabra se desvela después, cuando se ve que “Rosebud” (pronúnciese Rosbad) era el nombre que llevaba escrito un pequeño trineo que el magnate había usado de niño. El moribundo lo recuerda ensoñando su infancia.
Al final de la película, alguien tira el trineo al fuego de una chimenea, como parte de una operación de limpieza, tratando de deshacerse de objetos inservibles.
Hay una persona muy allegada a mí que lleva mal que evoque a lo bruto algunos episodios de mi infancia. Episodios como suelen ser muchos de los infantiles: crueles, violentos, desconsiderados. Creo que se piensa que los mitifico. No es verdad. Yo fui un crío colérico, soberbio y melancólico, con el que es muy improbable que simpatizara si me lo pusieran hoy por delante. Pero me acuerdo.
Ayer hube de tomar una decisión drástica que me retrotrajo a mi infancia. Una ruptura imprescindible, inevitable y justa, pero muy honda y muy amarga.
Me salió del alma decir: “Rosebud”.
Todos tenemos algún “Rosebud” en la memoria.
Escrito por: ortiz.2007/12/31 08:00:00 GMT+1
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2007/12/30 07:00:00 GMT+1
Todo el mundo sabe que el buen trabajador, cuando no tiene más remedio que ponerse malo, lo hace en fin de semana (o en vacaciones, si se trata de una enfermedad que abarque un periodo más amplio).
Lo importante es que la empresa no se entere y no se vea afectada.
En mi caso eso es imposible, porque soy mi propia empresa, pero no me escapo de la regla: he aprovechado que en los próximos días no tengo ni televisión ni radio para pillarme un trancazo de mil pares.
En vez de arreglármelas para sacar partido del sol mediterráneo, que se está portando, y dedicarme a lo más parecido al dolce far niente que me permite la vida, voy y me pongo fatal, agarrando un gripazo, o un catarrazo, o lo que sea que tenga, que me da igual cómo se llame, porque es igual de fastidioso.
Bueno, en todo caso mañana será fin de año, esté yo griposo, mocoso o no, y quiero aprovechar la ocasión para desearos muchas felicidades.
Quizá me decida a cumplir con una tradición personal y escriba para Público una columna explicando por qué me gusta la costumbre española de desear muchas felicidades, en plural. Por qué creo en ese plural.
Precisamente porque no creo en la felicidad, en singular. En mi criterio, uno puede conseguir parcelas de felicidad, momentos estupendos, pero no instalarse en la felicidad permanente. Sobre todo porque la felicidad, si es absoluta, deja de ser feliz, al no poder contrastarse con nada distinto: el dolor, la pena, el hastío.
Decía Hegel que en la claridad absoluta no se ve nada. Yo, que soy más hegeliano, afirmo que la claridad absoluta no existe.
En todo caso, tengo tan claro que este 2007 ha sido una mierda, que me apunto a lo que sea. Feliz 2008.
Escrito por: ortiz.2007/12/30 07:00:00 GMT+1
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2007/12/29 05:30:00 GMT+1
Hay un sector de mis lectores más asiduos que se me enfada sistemáticamente cada vez que hago alguna alusión crítica al régimen castrista. Ayer me dieron caña (por correo electrónico, se entiende) por mi referencia a la hermandad Fidel-Raúl y a cómo se están pasando los trastos entre sí.
Varios de mis críticos me dicen que esa transferencia de poderes se ajusta a la legalidad cubana, refrendada por una enorme proporción de votos emitidos en su momento. ¿Y? No era ese aspecto el que yo puse en cuestión en mi artículo. Si de votos se trata, me sé de referendos que han logrado más del 100% de votos favorables.
Los hay que me señalan que Raúl Castro ha sido desde siempre un compañero de armas de Fidel. Con lo cual estoy de acuerdo, porque es un dato objetivo. Pero habrá que dilucidar qué clase de compañero de armas.
Raúl Castro fue, por mucho tiempo, el más fiel representante de la burocracia prosoviética dentro del ala castrista del Partido Comunista Cubano. Un aparatchik.
Cuantos hemos estudiado la historia de la revolución cubana sabemos que el enfrentamiento entre Raúl Castro y Ernesto Guevara fue de los que hacen época. El Che se distanció radicalmente de las posiciones de Moscú, tanto en el plano político como en el ideológico, y Raúl Castro montó en cólera por ello, porque él estaba en perfecta sintonía con los jefes de la Unión Soviética. Demostró que tenía de rebelde lo que yo de madridista. Le echó en cara a Guevara haber dicho en Argelia que la URSS era una estafa sustentada en un ejército (excelente definición) y Fidel no tuvo los redaños de tomar partido en esa disputa, lo que abocó al Che al autoexilio.
Si de entrar en polémica sobre el régimen castrista se trata, me presto voluntario. Para mostrar mi distancia crítica, pero desde posiciones de izquierda. Para decir lo que opino, por ejemplo, de que, teniendo Cuba casi un 40% de población de color, el Comité Central del Partido Comunista Cubano sea de un blanco que ya quisiera para sí el mejor detergente. Argumento que cabría repetir en relación a las mujeres, que son mayoría en la isla.
He dicho muchas veces, y lo repito ahora, que el castrismo ocupa un puesto bajísimo en la lista de mis repudios. Si de juzgar los regímenes americanos se trata, seguro que está entre los que menos aversión me produce.
Pero que nadie me pida un aplauso, porque no lo daré.
Javier Ortiz. Apuntes del Natural (27 de diciembre de 2007).
Escrito por: ortiz.2007/12/29 05:30:00 GMT+1
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2007/12/28 05:30:00 GMT+1
Siempre he rechazado el afán que ponen algunos solteros profesionales en teorizar sobre el matrimonio. Los más irritantes son ciertos curas que se empeñan en cantar las virtudes de la vida matrimonial pese a admitir su falta de experiencia directa. Si no saben, ¿por qué hablan? Si no la quieren para ellos, ¿por qué se la recomiendan tan efusivamente a los demás? Dejen las peroratas para quienes, como mi amigo Gervasio Guzmán, que se ha casado ya cinco veces, tienen amplio conocimiento de la materia.
En ese sentido, quisiera expresar mi hondo reconocimiento a la sinceridad (un tanto abrupta, si se quiere) de Don Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, que sentenció: “El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo” (Camino, 28).
De lo que sí pueden hablar con conocimiento de causa muchos curas, en cambio, es del abuso a menores. Guardo desde mis tiempos escolares el recuerdo, incluso con nombres y apellidos, de algunos curas que eran especialistas en esas prácticas. Si la Compañía de Jesús dudara de mi palabra, no tendría ningún inconveniente en aportar no sólo los nombres de los curas en cuestión, sino también el de varios testigos directos, víctimas incluidas.
De hecho, yo dejé de confesarme a los 12 años porque me excedían las maniobras manuales que el confesor intentaba una y otra vez con mi persona. Aquel personaje tuvo una contribución impagable en mi acceso al ateísmo.
No quiero presuponer nada acerca de la biografía íntima del obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez. Pero, cuando digo nada, digo nada. Según cuentan los periódicos, el señor obispo asegura que “hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan”.
Él sabrá de qué habla (*), pero lo suyo recuerda mucho a lo del juez de Cataluña que absolvió a un acosador sexual argumentando que la víctima iba con minifalda. Sólo le faltó decir: “Y uno no es de piedra”.
Estoy seguro de que don Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife, tampoco es de piedra. Pero me ha resultado significativo que hable de niños, y no de niñas. Y que le dé tantas vueltas y revueltas a la consideración de la homosexualidad.
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(*) Aunque no sepa hablar: la expresión “adolescentes de 13 años que son menores” es todo un homenaje a la tautología. Si tienen 13 años, son adolescentes y son menores. Sin remedio.
Post data.– No comento nada del asesinato de la señora Bhutto, porque mi ignorancia sobre el asunto roza el absoluto. Me ha parecido interesante este artículo, que os recomiendo.
Escrito por: ortiz.2007/12/28 05:30:00 GMT+1
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