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2008/01/17 05:30:00 GMT+1

Ilegalizaciones

Ante la inminencia de la ilegalización de ANV y EHAK, los escasos dirigentes de la parte de la izquierda abertzale asociada a Batasuna que quedan en libertad multiplican los llamamientos a la solidaridad y a la protesta unitaria.

Hay en sus demandas un par de puntos que me parecen dignos de reflexión.

El primero se refiere al diferente tratamiento que aplican a los actos que implican un claro desdén por los derechos humanos, según quiénes sean los que los protagonizan. Si es ETA o son los aficionados a la kale borroka los que reparten leña contra quienes se les ponen por delante, así sea en un terreno estrictamente político, ellos se niegan a condenar tales desmanes, alegando que las condenas no llevan a ninguna parte porque estamos ante manifestaciones del «contencioso que enfrenta al Estado español con Euskal Herria», que hay que enmarcarlas en ese contexto y que sería un error evaluarlas aisladamente. Sin embargo, cuando alguno de los suyos es torturado por la Policía, o ellos mismos ven lesionado tal o cual de sus derechos, nunca he visto que emitan un comunicado diciendo que no vale la pena condenar lo que les pasa, porque las condenas no conducen a nada y se trata de algo que se enmarca… Etcétera, etcétera.

El segundo punto que me llama la atención de esos llamamientos a la respuesta unitaria contra las previsibles ilegalizaciones de ANV y EHAK es la forma tan rara que los dirigentes de Batasuna tienen de preconizar la unidad política: poniendo a caldo a casi todos los demás partidos. Eso no plantea sólo un problema bastante obvio de falta de diplomacia, sino también de llamativa carencia de lógica. Si casi todos los demás partidos vascos merecen ser catalogados como agentes del enemigo, como ellos pretenden, ¿qué sentido tiene pedirles que se enfrenten a quien sirven?

En lo que a mí respecta y en relación a este asunto, tengo claras dos cosas.

 La primera es que manifestaré mi total rechazo de la ilegalización de ANV y EHAK. No porque simpatice con su modo de hacer política, sino porque sostengo el criterio de que los partidos no delinquen. En puridad jurídica, sólo pueden delinquir los individuos (me refiero, claro está, a delitos de tipo penal). Si algún miembro de algún partido –de los dos citados o del que sea– merece ser llevado ante los tribunales por algo que ha hecho, que lo lleven. Pero los partidos no son sus dirigentes: constituyen instrumentos para que la ciudadanía pueda estar representada a todos aquellos niveles en los que la representación es posible. Prohibir un partido es privar a una parte de la sociedad de su derecho a estar representada.

Lo segundo que tengo claro es que manifestaré mi rechazo a esas ilegalizaciones por mi cuenta, sin apoyar ninguna iniciativa que esté amparada por Batasuna. Tengo mi propio criterio, y no me gustaría nada que se confundiera con planteamientos que no sólo no comparto, sino que me pillan a kilómetros de distancia ideológica y política.

Escrito por: ortiz.2008/01/17 05:30:00 GMT+1
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2008/01/16 06:00:00 GMT+1

Patentes y marcas

Acabo de escribir una columna para Público sobre las diversas pendencias que hay hoy en día sobre el uso de determinadas marcas comerciales. He citado sólo dos casos, pero sonados: el de una sociedad financiera francesa que exige la exclusiva del nombre “Leonardo”, que utilizan también una asociación cultural y una fábrica textil, por lo menos (además del señor Di Caprio), y el de la empresa española de fabricación y venta de ropa Zara, que se queja de que los oriundos de la histórica localidad turca del mismo nombre pongan el nombre de su ciudad a productos y establecimientos, aunque no tengan la menor relación con el gremio de la multinacional del leonés Amancio Ortega.

Según escribía la columna y pensaba en estas historias de marcas registradas, recordaba los apuros que pasé para registrar un nombre que pudiera servirnos para una revista. Y eso que mi pretensión no era encontrar una denominación de uso general, utilizable para todo y en todos los lugares del globo, sino tan sólo una cabecera de revista, que por entonces, 1977 (no sé si se seguirá manteniendo esa clasificación), se llamaba “un registro de la clase 16”.

Acudí al Registro de Patentes y Marcas creyendo, ingenuo de mí, que había tomado las debidas precauciones, porque llevaba una lista de algo así como 40 nombres posibles. ¡Alguno serviría!

Primera sorpresa: había una cola que no tenía nada que envidiar a las que se forman ahora ante las taquillas de los conciertos de Bruce Springsteen. En cuanto hice el cálculo de la velocidad a la que se movía aquello, me di cuenta de que tenía para no menos de seis horas. Me dio para leerme una novela entera.

Pero lo peor no fue eso, sino que, cuando ya por fin pude acceder al funcionario encargado de la cosa, él hombre cotejó cachazudamente los nombres de mi lista con los que figuraban en los librotes de registro correspondientes, tras de lo cual me informó… ¡de que todos, absolutamente todos, estaban ya registrados!

Tuve una sensación de vértigo total. Decidí que yo no volvía a hacerme esa cola ni aunque me asparan. De modo que, apelando a la benevolencia del buen hombre, le pedí que me prestara un voluminoso atlas que tenía sobre la mesa.

Lo abrí al azar. Me encontré con un mapa del Magreb. Me puse a mirar a toda velocidad nombres de poblaciones. Encontré un pueblo cuyo nombre me pareció bonito. Le dije: “Mire, por favor, si está registrado Saida”.  Sacó el tomo correspondiente y lo repasó.  “No, mira, ése no”. Di un bote de alegría: “¡Pues regístrelo a mi nombre, por favor!”

Y así fue como tomó nombre aquella revista.

Quien no haya pasado por una experiencia como aquella no puede hacerse cargo de la impresionante actividad diaria que tiene el Registro de Patentes y Marcas. Seguro que hoy en día todo está informatizado, pero la actividad real, aunque no se vea físicamente, apuesto a que es aún mayor.

Hay toneladas de gente empeñada en hacerse con la propiedad del nombre de casi todo lo imaginable. Es lo mismo que ahora con los dominios de internet. Los hay que se dedican a comprobar si algunas marcas de reciente aparición y económicamente pujantes se han olvidado o no han tenido aún tiempo de registrar su nombre. Como sea ese el caso, ellos compran los derechos del título de la marca. Discretamente. Dejan que se vaya haciendo más y más popular y, cuando la cosa está ya madura, acuden a los propietarios a decirles que o les dan una pasta gansa o los llevan a los tribunales.

Alguna vez he contado,  creo, que también allá por 1977 me pidieron unos amigos de Bilbao que les evitara tener que viajar a Madrid para un trámite tan chorra y que registrara yo la marca “Euskadiko Ezkerra”. Les hice el favor, pero hube de ponerla a mi nombre, lógicamente. Al cabo de los años, aquella coalición se rompió. Quienes se quedaron con el uso del nombre no eran, a decir verdad, ni santos ni de mi devoción, y algún conocido malévolo me sugirió: “¿Por qué no ejerces tus derechos y les metes en un lío?”. Supongo que, en efecto, se habría montado un lío completo, porque habrían entrado en conflicto diversos registros: yo era propietario del nombre, pero doy por hecho que el partido acabó formalizándose ante el Ministerio del Interior.  ¿Cómo atender los derechos de las dos partes?

Fuera como fuere, me negué a hacer nada de ese estilo. “Para bien o para mal, Euskadiko Ezkerra son ellos; no yo”, respondí al maligno.

Al final dio igual, de todos modos. Fueron los propios dirigentes de Euskadiko Ezkerra quienes se encargaron de destruirla, aunque mantuvieran las siglas como mero adorno.

Escrito por: ortiz.2008/01/16 06:00:00 GMT+1
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2008/01/15 05:30:00 GMT+1

Asuntos de herriko tabernas

ABC publicó ayer que es posible que Batasuna trate de escudarse en Zutik! para presentarse a las elecciones, en caso de ilegalización de ANV y el PCTV.

Según el periódico madrileño, Zutik! es un partido independentista. Primer problema: Zutik! no es un partido independentista. No se define como tal y cuenta con muchos militantes, a los que conozco, que no se consideran independentistas.

Pero eso es lo de menos. Lo más importante es que los integrantes de Zutik! no sólo están en contra de ETA, sino que tampoco simpatizan con Batasuna, ANV, PCTV o como opten por llamarse según les vengan dadas. La gente de Zutik! no se negó a una confluencia táctica coyuntural con esa parte de la izquierda abertzale cuando, con el acuerdo de Lizarra y la fundación de Euskal Herritarrok, pretendió que daban la espalda a la acción terrorista y optaba por una actividad exclusivamente pacífica. Pero volvieron a distanciarse en cuanto se demostró que eso era un bluf.

El artículo de ABC de ayer resultaba hasta risible, por su falta de consistencia y sus disparates. Llegaba a argumentar que la utilización de Zutik! por Batasuna podría venir facilitada porque algún dirigente de Zutik! perteneció a ETA en el año de la Tarara. Argumento ridículo donde los haya: el propio Partido Socialista de Euskadi tuvo de presidente a Mario Onaindia, que no sólo había sido miembro de ETA, sino de los más encumbrados y con pistola al cinto. Hasta algún importante colega de ABC en Madrid tiene en su equipo rector a un ex miembro de ETA que llevó pistola. No creo que haya ni un solo partido político vasco que no tenga en sus filas a algún ex militante de ETA. Hasta el propio PP cuenta con algún ex de ETA que ejerce de simpatizante, si es que no de militante.

Pero el aspecto más delirante del artículo de ABC es su inaudita falta de rigor periodístico. Podría exhibirse en las facultades de Ciencias de la Información como muestra de lo que no es lícito hacer. Su autor afirma con toda tranquilidad que no tiene confirmación “por ahora” (sic!) de que Batasuna haya hecho ninguna gestión al respecto, y menos todavía de que Zutik! la haya tomado en consideración, pero añade, como si con ello aportara una prueba valiosa, que “el asunto está en las herriko tabernas”. Punto. Eso es todo. ¿Se puede ser más frívolo justificando la tesis central de un artículo? ¿En qué herriko tabernas está? ¿Se ha pasado el autor (que data el artículo en Madrid) por muchas? ¿Por cuáles? ¿Y cómo está “el asunto” en las herriko tabernas? ¿En los tablones de anuncios?  ¿En alguna charla de barra? ¿O el policía que le ha pasado ese bulo no le ha aportado más detalles?

La parte más perversa del artículo de ABC va por la parte de la cadena de culpabilidades a la que contribuye. Se trata de provocar, por la vía del efecto dominó, una amalgama que extienda un manto de culpabilidad sobre el máximo de oponentes vascos al PP. Desencadena una supuesta lógica que se sitúa en la mejor escuela de McCarthy: 1º) si Batasuna busca escudarse en Zutik! (como se demuestra porque “el asunto está en las herriko tabernas”), por algo será; 2º) Zutik! concurrió a algunas elecciones en coalición con Aralar, así que son de la cuerda; 3º) Aralar está asociado con Ezker Batua, que es integrante del Gobierno vasco; 4º) Por otra parte, Zutik! tiene relaciones fraternales con Batzarre, que forma parte de la coalición Nafarroa Bai. Y así hasta que uno se canse.

A nada que pongan un cierto interés en buscar conexiones, les saldrán un montón de sospechosos más, desde el obispo de San Sebastián… hasta yo mismo. A lo peor yo más que la mayoría, puesto que Zutik! nació de la unión del EMK y la LKI, y yo tuve mucha vinculación con el EMK (a diferencia del obispo de San Sebastián).

Media Euskadi… ¿qué digo media?... tres cuartos de Euskadi pueden estar en vísperas de ser denunciados porque tal vez Batasuna se plantee utilizarlos. ¡Y ellos sin saberlo! La culpa es suya, por no frecuentar las herriko tabernas tanto como los redactores de ABC.

Escrito por: ortiz.2008/01/15 05:30:00 GMT+1
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2008/01/14 05:50:00 GMT+1

El sopor real

Tuve hace años una comida muy exótica con un empresario japonés. Trabajaba yo por aquel tiempo en una revista marítimo-pesquera (nunca he ocultado que he hecho cosas muy curiosas en la vida). El empresario japonés nos invitó a un colega y a mí a comer y, con ayuda de un intérprete, nos sometió a un interrogatorio verdaderamente absurdo sobre tópicos de los que hubiera podido informarse en cualquier folleto ministerial, sin recurrir a nosotros: capturas de tal especie y de tal otra, número de puertos pesqueros…

Pero lo mejor fue la traca final. Cuando se hartó de hacernos preguntas, a la hora de la sobremesa, se despidió muy amablemente, nos agradeció nuestra colaboración… ¡y se quedó dormido! ¡Allí mismo! ¡Sentado, en actitud muy educada, y sonriente!

El intérprete nos explicó que eso en Japón es muy normal, y que los más habilidosos del país del sol naciente son capaces de dormirse en la mesa incluso sin cerrar los ojos.

Lo que pasa es que los de por aquí tenemos dificultades para saber qué hacer en una situación así. ¿Te quedas? ¿Te vas?

Lo que probablemente ignora España es que tiene un Rey japonés. Ayer me enteré de que hace unas semanas Don Juan Carlos recibió a un dignatario extranjero con el que departió amablemente durante unos cuantos minutos, de manera protocolaria, hasta que, de improviso, le dejó con la palabra en la boca para iniciar un sueño reparador. Se le quedó traspuesto, sin más. El testigo que me relató la escena, con el regocijo presumible, me dijo que la cara de estupor del político foráneo fue de película. Le pasó como a mí con el empresario japonés: no sabía si darle unos golpecitos en el brazo, si carraspear fuerte para despertar a la marmota o si levantarse e irse.

Yo le dije a mi confidente: “Oye, que sueño tenemos todos. No es una prerrogativa de la plebe. Yo me he dormido en actos de lo más solemnes”.

Y el muy vitriólico me respondió: «Ya, pero tú no tienes sueldo de Rey. Y nunca has dicho que entregarás hasta tu último suspiro al servicio de todos los españoles. Si al menos hubiera dicho "hasta el último ronquido…"»

_______

Añadido.– Ahora que veo que El País lleva hoy de titular de portada a "Txeroki", tomando el nombre como alias de Garikoitz Aspiazu, me acuerdo de una anécdota que me contaron hace poco. La cosa sucedió en una cena que compartieron hace unos meses un dirigente socialista vasco y Josu Urrutikoetxea, por nombre de guerra "Josu Ternera". El socialista, al cabo de un buen rato de sobremesa y ya en plan de confianza, preguntó a su interlocutor: "Oye, y Txeroki ¿tiene tanto poder como se dice?". A lo que su interlocutor respondió: "Perdona, pero es que no sé quién es Txeroki".

Al parecer, "Txeroki", como en su día "Artapalo", es un nombre utilizado a título colectivo. Hay un grupo que se hace llamar "Txeroki", pero sólo a efectos de clandestinidad, para no ir por ahí hablando del Comité Tal o del Pleno Cual.

Lo que no quita para que la prensa con sede en Madrid haya revelado en varias ocasiones la verdadera identidad  tanto de "Artapalo" como de "Txeroki".

Escrito por: ortiz.2008/01/14 05:50:00 GMT+1
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2008/01/13 05:30:00 GMT+1

Ángel González

Ayer murió Ángel González, el último de los referentes poéticos del siglo XX que me quedaba (seguro que por pura ignorancia mía). Estuvo César Vallejo, estuvo Blas de Otero y estaba Ángel González.

No tuve ninguna relación personal con él. Directa, quiero decir. Una mañana de hace algunos años, en la Feria del Libro de Madrid, me acerqué a que me firmara mi enésimo ejemplar de “Palabra sobre palabra” (es un libro que siempre he prestado y nunca me han devuelto). Le dije quién era y le cité nuestras amistades comunes, pero para mí que ni me escuchó. Me puso una dedicatoria ritual y eso fue todo. Así suelen ser esas cosas.

Poesías aparte, sabía que una noche de autos, allá por 1977, trató de ligar con una novia mía, sacando partido de su reconocido pico de oro, de que era un juerguista divertido –eso me contó ella– y de que cantaba mejor que yo algunas rancheras.

Siempre admiré su brillantez en la construcción de endecasílabos y su perfección en la ironía y el sarcasmo.

Como tributo de admiración a su obra poética, voy a copiaros uno de los poemas que más al alma me llegaron en mi primera juventud. Hasta me acuerdo de dónde y cómo lo leí por primera vez.

Se llamaba (se llama) “Alocución a las veintitrés”, que era por entonces (hablo de mediados los sesenta) la hora a la que solían acabar las cenas de quienes cenaban. Y decía:

Ciudadanos perfectos a estas horas,
honorables cabezas de familia
que lleváis a los labios vuestra servilleta
antes de pronunciar las palabras rituales
en acción de gracias por la abundante cena:
vuestra responsabilidad de sólidos pilares
de la civilización y de Occidente,
del consumo de bicarbonato sódico
y del paternalismo hacia la servidumbre,
exige de vuestra parte
cierta ignorancia de hechos también ciertos,
un esfuerzo final en bien de todos,
la tozuda incomprensión de algunas realidades,
la fe más meritoria, en resumen,
que consiste en no creer en lo evidente.

Yo podría jurar que la tierra está fija
–ya lo juré otras veces–­
y que el sol gira en torno a ella;
yo podría negar que la sangre circula
–lo seguiré negando, si hace falta–­
por las venas del hombre; yo podría
quemar vivo a quien diga lo contrario
–lo estoy quemando ahora–.

No es que sean importantes los asuntos
objeto de polémica:
lo importante es la rígida
firmeza en el error.
Pues las mentiras viejas se convierten
en materia de fe, y de esa forma
quien ose discutirnos
debe afrontar la acusación de impío.

Con esto, y una buena cosecha de limones,
y la ayuda impagable de nuestros coaligados,
podemos esperar algunos lustros
de paz como esta de hoy,
en una noche semejante a esta de hoy,
tras una cena lo mismo que ésta de hoy.

Tal como siempre, pues, pedid conmigo:
Más fe, mucha más fe.
Que en cierto modo,
creer con fuerza tal lo que no vimos
nos invita a negar lo que miramos.

 _________

 Post data (al margen por completo de lo anterior).– Varios lectores me escriben diciendo que la columna que saqué ayer en Público ya la habían leído antes.

Tendré que decir yo que su comentario ya lo había leído antes. Lo había leído y lo había respondido. Lo haré otra vez. (Empiezo a sentirme tentado de guardar esto que estoy redactando ahora como un recurso de cortar y pegar, para reproducirlo cada tanto.)

Diré, en primer lugar, que no es cierto que ya hubieran leído esa columna: habrán podido leer un texto similar, pero no el mismo.

En segundo lugar: lo que les suena haber leído no es una columna de Público, sino un Apunte del Natural.

He explicado ya varias veces que con frecuencia he utilizado y sigo utilizando los Apuntes como una especie de “banco de pruebas”, del que luego rescato algunos textos para convertirlos en columnas.

En tiempos actué así para elaborar mis escritos para El Mundo. Ahora hago lo mismo para Público.

Los Apuntes son textos como de andar por casa, que me leen al día tan sólo unas 2.500 personas, de promedio. Utilizo los comentarios que me vienen de esa franja de lectores y lectoras para pulir las ideas, suprimir digresiones innecesarias, añadir argumentos que no estaban… y elaborar artículos destinados al “gran público”.

Tal vez no sea ocioso recordar que no cobro por los Apuntes del Natural, sino por las columnas que me publican en la prensa de papel. De ellas vivo. Espero que mis lectores acepten, en su indulgencia, que trate de rentabilizar al menos una pequeña parte de la labor de diletante que desarrollo en la Red.

Escrito por: ortiz.2008/01/13 05:30:00 GMT+1
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2008/01/12 05:30:00 GMT+1

La Audiencia Nacional

A veces algunos acontecimientos importantes se explican por factores muy secundarios. Secundarios vistos a escala social, aunque sus protagonistas hayan podido vivirlos del peor modo. No me refiero al llamado  “efecto mariposa”,  sino (por poner un ejemplo) a la diarrea que impidió que tal histórico estratega militar pudiera centrar toda su atención en la planificación de una batalla decisiva, o a los furúnculos que hicieron que tal otro intelectual que los padecía en sus posaderas se explicara mal en un pasaje decisivo de su más encumbrada obra teórica.

He conocido bastante de cerca la realidad de la Audiencia Nacional. La he conocido en parte en directo, por relación con algunos de sus personajes más señalados, y también a través de intermediarios, aunque no menos directos.

Lo que he visto por mí mismo y lo que me han contado testigos presenciales bastaría y sobraría para decidir el cierre de esa instancia judicial por meras razones de salud pública.

¿Puede haber jueces que muestren particular saña en el tratamiento de los asuntos vascos porque estén vengando afrentas personales, reales o supuestas, que creen haber recibido en Euskadi? Por los datos que me han dado, la respuesta es sí.

¿Puede que haya otros jueces, carreristas de cuerpo y alma, que vayan modulando su modo de actuación según crean que pueden recibir mejor cobijo, ora del PSOE, ora del PP? Vaya que sí.

¿Puede que algunos más tiren por aquí o tiren por allá para mejor zancadillear la carrera del colega (o la colega) del despacho de al lado, a quien odian como si les fuera la vida en ello? Ahí la respuesta ha de ser todavía más rotunda: desde luego que sí, con total certeza.

La Audiencia Nacional no es una instancia judicial, aunque ejerza de tal. Es un parvulario. Sus cabezas visibles son una banda de críos y crías que se mueven por pulsiones infantiles o, como mucho, adolescentes.

Les han dado un poder inmenso, prácticamente descontrolado, y lo usan como les viene en gana, según sus estados de ánimo o sus intereses personales del día.

Lo peor no es que ellos sean así de primarios. Lo peor son los efectos.

Escrito por: ortiz.2008/01/12 05:30:00 GMT+1
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2008/01/11 05:30:00 GMT+1

Debatir racionalmente

Me han llovido chorreos a gogó por mis columnas sobre la tortura. Reconozco que los que más me han divertido han sido los sanguinolentos: “Ojalá te hubieran dado tres tiros cuando te detuvieron y te hubieran reventado la sesera”, “Ortiz, hijo de puta, etarra cabrón, te tenemos fichado”, etc. Aunque no han alcanzado la altura sublime del que me llegó hace unos meses y que colmó mi devoción por el surrealismo: "Quisiera que hubiera una nueva guerra civil para poder matarle", me escribió uno.

También me han fascinado algunos supuestos apoyos, igual de partidarios de la violencia, pero por el lado contrario, en plan: “No te preocupes, que ya les llegará a esos cerdos fascistas su San Martín”.

Craso error: sí me preocupo. No quiero que a nadie le llegue su San Martín.

De los mensajes que he leído –imposible leerlos todos: me han llegado toneladas–, el que más me gustó fue el de un señor, creo que canario, que me decía algo así como: “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero lo expone usted con argumentos racionales y, por eso mismo, debatibles.”

¡Cielo santo, si no aspiro a otra cosa! ¡Gracias, mil veces gracias!

Es esa actitud la que quisiera tener siempre enfrente. A favor o en contra.

Debatamos racionalmente. Le aseguro, estimado señor, que, si sus argumentos demuestran ser de más peso que los míos, los aceptaré. No pertenezco a ningún Santo Oficio.

Escrito por: ortiz.2008/01/11 05:30:00 GMT+1
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2008/01/10 05:30:00 GMT+1

El consuelo del tonto

El catarro que me acompaña desde hace 15 días empieza a hartarme. Anteayer volé a Bilbao para intervenir en Pásalo, el programa de televisión en el que colaboro, y mantuve más o menos el tipo gracias a la medicación, pero regresé a Madrid hecho migas. Dormí poco y mal, porque los accesos de tos me tuvieron frito. Me levanté, estuve escribiendo un par de horas y me volví a la cama. Cuando logré empezar a dormir en serio sonó el teléfono, allá por las 06:45. Supuse que eran los amigos de Ràdio 4, que querían que les comentara todo el asunto de las últimas detenciones, torturas y demás, pero no tuve fuerzas ni para descolgar.

El pasado miércoles también hube de anular mi participación en la tertulia de Radio Euskadi porque la tarea resultaba superior a mis fuerzas: hubiera tenido que trasladarme desde Aigües a Alicante a las 7 de la mañana para acudir a los estudios de Ràdio 9, estar allí una hora, regresar a Aigües... Tres horas como mínimo, afónico y en un estado deplorable.

Todos nos quejamos en relación a lo que tenemos. Yo me quejo de las enfermedades porque, aparte de los males de cajón que aportan a todo hijo de vecino, a mí me causan problemas específicos de cierta importancia, porque soy un trabajador autónomo y gano en función de lo que realizo. ¿Que no intervengo en tal programa? Pues no cobro. ¿Que no escribo tal artículo? Pues no me lo pagan. En ese sentido, envidio a los trabajadores por cuenta ajena –yo lo he sido durante muchos años– que, cuando están enfermos, se quedan en la camita y siguen cobrando lo mismo.

Pero cobrar lo mismo no es necesariamente mucho. Tal vez ni siquiera lo necesario. Y además, hoy en día, ser trabajador por cuenta ajena tampoco quiere decir gran cosa, dada la precariedad laboral que reina. Y los hay que ni siquiera pueden especular con las diferencias entre ser trabajadores de uno u otro tipo porque, sencillamente, carecen de trabajo. Y están las múltiples ventajas que tiene ser tu propio jefe, marcarte tus propios horarios, echarte las broncas privadas que te vienen en gana...

Este tipo de reflexiones comparativas me vienen de muy crío.

Una mañana de la primavera de 1959 bajaba mal que bien por el Paseo del Duque de Mandas, en San Sebastián, a la altura del viejo estadio de Atotxa, con mi hermano Bobi, que me acompañó a un centro médico para que me retiraran el yeso que me habían colocado para tratar de corregirme un bulto que me había salido en el empeine del pie izquierdo. El médico que me había aplicado ese tratamiento era, por cierto, un Martín Santos, hermano del psiquiatra que escribió Tiempo de silencio.

Después de haber estado un par de meses con el yeso, cuando me lo quitaron, comprobamos con no demasiada satisfacción que el bulto seguía en el mismo sitio. De hecho, ahí sigue.

Bajaba yo la cuesta de Egia metido en ese tipo de reflexiones tan mías, a mis 11 años, tratando de comunicarle a mi hermano mis sentimientos: «Bueno, tampoco importa tanto… A mí no me duele… He visto en la clínica a gente que lo tiene mucho peor… Hay chavales que tienen problemas de lo más jodido…»

Mi hermano me cortó en seco: «Vale, sí, de acuerdo. Déjalo. Mal de muchos, consuelo de tontos».

Supongo que os haréis idea de que, si me acuerdo de aquello, es porque no me hizo ninguna gracia.

Pero esa manera de pensar está en mi ser. Sigo igual.

No puedo dejar de pensar que siempre hay muchísima gente que lo tiene muchísimo peor. Aunque los mocos no me dejen ver el bosque.

_________

Me cuentan que Periodista Digital, que en tiempos me pareció un "periódico de periódicos" útil, pero que dejé de leer cuando se convirtió en una cosa cutre, facha y cotilla a raíz de su cambio de director, se ha referido a mí hablando de que me fui de El Mundo "por la puerta de atrás" porque reprochaba a Pedro J. Ramírez haberme "desplazado", o algo así.

Me da que el director de ese sitio web –que sí hubo de salir de El Mundo por la puerta de servicio– trata de conjurar sus propios fantasmas a mi costa. Yo, como sabe todo aquel que leyera mi carta de despedida de El Mundo, no reproché a Pedro J. Ramírez ningún maltrato especial. Me fui de ese periódico agradeciéndole  (y le sigo agradeciendo) las muchas deferencias que tuvo conmigo. Y Ramírez se despidió de mí con elegancia y afecto.

El director de Periodista Digital sabe que el tipo de cosas que escribo ahora las he escrito siempre, también en El Mundo, aunque Ramírez discrepara de ellas. Pero las respetaba.

Hay un dicho portugués, que seguro que tiene alguna equivalencia castellana, que sostiene que "quien tiene el techo de cristal no debe andar a pedradas". A mí no me gusta nada entrar en el terreno de las referencias ad hominem, pero hay alguno que debería ser más realista y acordarse de todo lo que los demás sabemos y nos callamos, en los más diversos terrenos, antes de ponerse a tirar piedras a tontas y a locas.

Hace tiempo bromeé en una columna escribiendo que debo de ser de los pocos que podrían decir, como cantó John Lennon en el Album Blanco de The Beatles, aquello de que Todo el mundo tiene algo que ocultar, excepto yo y mi mono.

Pues eso. Si quieren criticar lo que escribo, háganlo, que me da igual. Pero harían mejor en evitar las referencias biográficas quienes tienen una trayectoria que sólo puede repasarse con la nariz tapada.

Escrito por: ortiz.2008/01/10 05:30:00 GMT+1
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2008/01/09 05:30:00 GMT+1

Torturas kilométricas

La realidad de la tortura me impresiona desde muy joven.

En los años del franquismo, e incluso en los de la Transición, fui detenido bastantes veces, pero sólo en una ocasión –bueno, en ocasión y media– me sometieron a tratos de violencia física importante.

La media fue en agosto de 1968, en la comisaría de San Sebastián, cuando a un cabo de la Policía Armada le tocó las narices que le dijera a un detenido al que subían a interrogar: “¡Ánimo! ¡Resiste!”. Me sacó de la celda y me dio un repaso allí mismo. Nada del otro jueves. En pocos minutos se dio por satisfecho.

La otra fue más complicada. Eran ya tiempos de la tan celebrada Transición, Martín Villa ejercía de ministro de la Gobernación y me detuvieron a la salida de una reunión de la Comisión Ejecutiva de Coordinación Democrática, que era el organismo supuestamente unitario de la oposición al franquismo.

Esa vez las cosas se complicaron más. Decidieron someterme a la legislación antiterrorista y me tuvieron cinco días en los locales de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, en Madrid. En esa ocasión se aplicaron a conciencia. Me pegaron todo lo que les vino en gana. Me hicieron una buena brecha en la mandíbula –culpa de un anillo hortera que llevaba uno de los policías– y me dejaron hematomas y contusiones por todo el cuerpo. (Aunque me esté feo presumir, he de decir que salí a los cinco días, gracias a la intercesión de los entonces fiscales y buenos amigos José Antonio Martín Pallín y Jesús Vicente Chamorro, sin haber declarado ni siquiera mi domicilio, si bien notablemente perjudicado, con no pocos puntos de sutura y la ropa hecha una calamidad, por culpa de la sangre).

Cuento esto para que os hagáis cargo de que, cuando hablo de malos tratos policiales, no abordo un problema teórico y lejano, sino algo que llevo muy metido en mi memoria y en mi resentimiento. De hecho, la única incursión que he hecho en el mundo del teatro en tanto que autor fue una pieza, francamente desagradable, titulada José K, torturado, que me encargó un productor amigo y que nunca se ha podido estrenar, porque ningún empresario se ha atrevido a asumir el riesgo.

Todo esto puede permitiros haceros una idea de por qué me tomo tan a pecho las noticias que huelen a tortura a diez kilómetros.

Escrito por: ortiz.2008/01/09 05:30:00 GMT+1
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2008/01/08 04:10:00 GMT+1

Dos preguntas

Es tremendo el golpe –nada comparable con lo recibidos por Igor Portu, sobre los que acabo de escribir una columna para Público–  que supone el regreso a la rutina ciudadana tras unas vacaciones en el campo. Aunque sean cortas.

Me hizo gracia ver ayer a un amigo, que ha pasado las Navidades con nosotros en nuestra casa de Aigües, en la costa-montaña alicantina, sentado en un poyo del jardín y mirando melancólicamente el valle.

“¿Qué te pasa?”, le pregunté.

“Que no quiero volver a Madrid”, me contestó.

Poco más allá estaba mi suegro, con la misma mirada perdida, apuntando al fondo, donde se levanta la montaña del Cabeçó d’Or.

“Yo me quedaría”, dijo.

Debo precisar que, por suerte (y ya veremos por cuánto tiempo), nuestra casita mediterránea está en un paraje limpio, abierto sin obstáculos a un gran valle, sin edificaciones colindantes, y tan intensamente silencioso que los pasos de un gato en el jardín por la noche parecen un estruendo.

Para mí que muchos ciudadanos (habitantes de ciudad, quiero decir) sufrimos la nostalgia del modo de vida campestre. Con independencia de que nunca hayamos vivido en el campo. Cuando podemos disfrutarlo, descansamos del ruido. Hacemos cosas sencillas. Nos organizamos una rutina que, a fuerza de plácida y sin complicaciones, consigue que los días pasen sin hacerse notar. Se nos cambia el tempo de la vida.

 Además, hay sitio. El uno está buscando nidos de procesionarias en los pinos de abajo. La otra está a 200 metros colgando la colada al aire libre. El de más allá, limpiando de yerbajos el camino. (Luego estoy también yo, sin ninguna gana de ponerme pastoril, ante el ordenador y con un catarrazo de mil pares. Pero también lo habría tenido en Madrid, y puede que peor.)

Estábamos recogiendo ya todo, para enfilar la carretera y volver a la rutina laboral de siempre, cuando me quedé oteando el terreno y pensando en mi jubilación, que está a tiro de un lustro. “En esta zona pondré un par de bancales, con almendros y limoneros, y en esta otra un poco de huerta, con algunas tomateras…”

Y a continuación me hice dos preguntas.

La primera fue: “¿Seguro que te gustará vivir durante meses y más meses en este aislamiento? ¿No será que te encanta, pero sólo por lo que contrasta con tu vida habitual de ahora?”

Y luego vino la segunda pregunta, de más difícil contestación todavía: “¿Quién te ha dicho que dentro de cinco años seguirás vivo?”

Escrito por: ortiz.2008/01/08 04:10:00 GMT+1
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