Se hicieron públicos ayer los resultados de un sondeo realizado el pasado octubre por encargo del Gobierno vasco. El dato que más me llama la atención es el crecimiento del número de los partidarios de la independencia de Euskadi. Son el 27% de la población de la comunidad autónoma. (*)
Parece ocioso subrayar que con ese porcentaje de respaldo no podría imponerse en Euskadi la solución independentista en un eventual referéndum de autodeterminación. Pero no es eso lo importante, entre otras cosas porque no se atisba ningún referéndum de ese tipo en el horizonte inmediato (por más que el porcentaje de quienes respaldan el derecho del pueblo vasco «a decidir libre y democráticamente su futuro», según el propio sondeo, alcanza el 75%).
Lo que me parece realmente llamativo es que el independentismo vasco esté al alza. De hecho, el porcentaje de partidarios de la independencia de Euskadi es el más alto registrado nunca en este tipo de sondeos.
También Cataluña vive momentos de auge del independentismo.
¿Por qué?
Según lo que se lee y oye en muchos medios de comunicación con sede en la capital del reino, estaríamos ante el fruto obtenido por la labor segregacionista de los gobiernos de Vitoria y Barcelona. Pero esa explicación falla por su propia base, porque la labor segregacionista que denuncian no existe. Se trata en ambos casos de gobiernos autonomistas, que preconizan estatutos que podrán gustar más o menos a quien sea, pero que aparejan el mantenimiento de sus comunidades dentro del ámbito político español.
Tampoco la realidad económica y social de Euskadi y Cataluña propicia las reacciones independentistas. Más bien todo lo contrario. Proporciona en ambos casos razones para reivindicar un mayor peso de sus administraciones autónomas en la toma de las decisiones que se adoptan en ámbitos superiores, en Madrid o en Bruselas, pero no para establecer fronteras que resultarían, amén de artificiales, inútilmente costosas.
No. Por lo que constato, el sentimiento independentista está creciendo en Euskadi y en Cataluña como una reacción de respuesta a la malquerencia que muchos integrantes de ambas comunidades perciben en sectores muy visibles y audibles de la sociedad española.
Se trata, si bien se mira, de una reacción bastante comprensible. La del clásico «Pues si no me quieren, me voy». La actitud más merecedora de análisis, por lo que tiene de patológica —y de peligrosa—, es la contraria. La del «No te quiero, pero ni pienses en la posibilidad de irte».
Hay maridos así.
Y también estructuras de poder. En Yugoslavia, fueron las autoridades centrales de origen serbio las que se pusieron en ese plan, con los resultados conocidos.
(*) El sondeo, al estar basado en una muestra realmente amplia (2.879 personas), ofrece un elevado nivel de fiabilidad. Téngase en cuenta que la mayoría de los sondeos que se hacen sobre el conjunto de la población española de derecho, que es veinte veces mayor, suele realizarse con muestras de un tamaño similar. Estamos, en consecuencia, ante un «macrosondeo» con todas las de la ley.