Decididamente, hoy no es mi día.
Anoche, como había tenido una jornada bastante fatigosa, decidí ir pronto a la cama, sabiendo que este miércoles tampoco iba a ser precisamente muy tranquilo y queriendo afrontarlo descansado. Mi plan era levantarme con las primeras luces del alba, como tarde, escribir mi Apunte del Natural correspondiente y bajar a Alacant a los estudios de la Radio Televisión Valenciana para participar en la tertulia de Radio Euskadi (los entes autonómicos de radiotelevisión tienen acuerdos de colaboración, a través de la FORTA, de los que me beneficio).
No eran aún las 11 de la noche y ya estaba en la cama. Me dormí rápidamente, porque apagué pronto la radio, cabreado por la orientación que estaban dando a las noticias. Volvieron a insistir en que la detención de Pablo Muñoz, acusado de colaborar en el cobro del impuesto revolucionario, era una demostración de que «el Estado de Derecho no se da tregua contra ETA» (sic!). Ya lo había oído varias veces antes a lo largo del día, pero no estaba vacunado todavía contra la indignación. Tiene particulares bemoles oír frases así en las ondas de la Cadena Ser, que no dice ni pío de que uno de los detenidos en esa operación judicial ha sido durante años y sigue siendo el principal responsable, incluso jurídico, de Radio Irún, de la propia Cadena Ser. Si los detenidos son etarras, según ellos mismos los presentan, ¿no tienen nada que decir del que figuraba en sus propias filas?
Así que me dormí, dándole vueltas a lo de Pablo, y también a los tremendos atentados de Bombay. Me intrigaba la elección del lugar del atentado, habida cuenta de que Al Qaeda nunca ha colocado en la lista de sus peores agravios internacionales el conflicto de Cachemira. Pero también me llamaba la atención el hecho de que los autores hubieran escogido un día 11. Como el 11 de septiembre. Como el 11 de marzo. Claro que la masacre de Londres fue el 7 de julio. ¿Casualidad?
Por lo general yo no duermo más de 6 horas seguidas. Para cuando suena el móvil, que utilizo como despertador, ya llevo un buen rato de pie. No ha sido hoy el caso. Me he despertado a las 8 menos veinte porque ha sonado el teléfono. Me llamaban de Radio Euskadi para darme la relación de los temas previstos para la tertulia. Estaba somnoliento y aturdido. «Pero ¿qué ha pasado? ¿Por qué no ha sonado el despertador? ¿Cómo he podido dormir tanto?». Nada parecía tener sentido. Me he vestido en un santiamén y cinco minutos después ya estaba arrancando el coche. He avisado a la radio de que no era imposible que llegara tarde, aunque lo he hecho por mera prudencia. En condiciones normales, de mi pueblo en lo alto a la carretera general de la costa hay unos 10 minutos. Y desde ese punto, en El Campello, hasta Alicante, se viene a tardar normalmente entre 20 y 30 minutos, según la intensidad de la circulación. Hoy he hecho el primer tramo en menos de 10 minutos, pero desde El Campello al edificio de RTVV he tardado la friolera de tres cuartos de hora. Estaban conectándome el micro cuando el conductor del programa, convenientemente avisado, me ha hecho la primera pregunta. Nervios a espuertas.
El mismo fenómeno de la ida me ha sucedido a la vuelta. El atasco circulatorio no era igualito, sino algo mayor, todavía. (No he parado de preguntarme: «¿Y de dónde salen tantos coches? ¡Porque supongo que los turistas no se ponen a circular ni a las 8 ni a las 9 de la mañana!».) El regreso ha tenido otra particularidad: he tenido que parar a repostar gasolina, con todo lo cual en vez de 55 minutos he tardado 70. He llegado a casa lo antes que he podido, pero tarde. Había quedado a las 10:30 con una gente que tiene que repararme un cachivache eléctrico que me pusieron defectuoso. He llegado a las 10:40. Había una nota en la puerta: «Hemos pasado a las 10:30». Hay que saber lo que cuesta conseguir que cualquier reparador de lo que sea se avenga a subir hasta mi casa, en el quinto pino, perdida en la montaña, para hacerse cargo de lo desesperante que puede ser que, cuando por fin se decide a venir, sea yo el que no esté.
Relacionados con mi precipitado abandono de la casa a las 7:45, me he topado con varios problemas más, pero tampoco es cosa de levantar aquí acta de todo.
Consternado por la marcha del día, he optado por sentarme un rato. Y he vuelto a acordarme de Pablo Muñoz, que es el factótum periodístico del grupo Noticias –Diario de Noticias de Navarra, Diario de Noticias de Álava, Diario de Noticias de Gipuzkoa). Es eso pero, para mí, es también –y sobre todo– un buen amigo. Me he vuelto a decir que es absurdo e innecesariamente cruel que, habiéndose ofrecido él mismo a declarar voluntariamente tras enterarse (¡por otros medios de comunicación!) de que su nombre había aparecido durante el interrogatorio de uno de los detenidos, Garzón haya ordenado detenerlo. Y he vuelto a decirme también qué disparatado es plantearse que Pablo tenga nada que ver con el cobro de una extorsión de ETA, método de recaudación mafioso contra el que él mismo ha escrito montones de veces.
Me lo ha comentado hace un rato por teléfono un amigo madrileño: «Pero es que todas esas cosas sobre Pablo Muñoz las sabéis tú y los que estáis al tanto de los asuntos de Euskadi, pero para los que andamos por Madrid, o por Sevilla, o por Valencia, ese hombre, aunque quede en libertad sin cargos dentro de tres días, habrá quedado ya marcado de por vida. Y cuando alguien mencione un Diario de Noticias, no faltará el que diga: “¿Pero eso no estaba relacionado con ETA?”»
Y tiene razón.
De modo que he empezado pensando que hoy no es mi día por algunas tonterías de tipo decididamente menor que me han salido mal y he acabado asumiendo, obligado por las circunstancias, la auténtica desgracia –que es del día de hoy, pero viene de lejos y no tiene pinta de terminarse pronto– de la que Pablo Muñoz es circunstancial víctima. Por decirlo resumidamente: estamos en manos de auténtica gentuza.