Oí ayer a un jefecillo del PP (¿Martínez Pujalte, tal vez?) criticar la parte del auto del juez instructor del sumario del 11-M en la que constata que no ha encontrado el más mínimo indicio que relacione a ETA con los autores de los atentados de Madrid. Ironizó el del PP –que, por lo que le oí, no parecía muy dotado para la ironía– con la pretensión, para él inverosímil, de que los terroristas de uno y otro género se comporten «como el aceite y el agua».
Me temo que la gente del PP, y la que le baila el agua en los medios de comunicación, no tienen mucha idea de cómo trabajan las organizaciones armadas clandestinas que han adquirido más experiencia.
El IRA, por poner un ejemplo arquetípico, funcionó siempre con un enorme hermetismo en sus relaciones exteriores. El Sinn Féin podía tener muchísimos contactos por todo el mundo y con todo el mundo, pero el IRA mantenía sólo las relaciones imprescindibles, casi todas ellas ligadas a sus necesidades de abastecimiento, y prácticamente ninguna con grupos armados extranjeros. De ETA se puede afirmar tres cuartos de lo mismo, sobre todo desde que se desvanecieron sus relaciones con el FPLP palestino.
La razón es tan lógica como elemental: tanto el IRA como ETA han sabido muy bien, y desde hace mucho, que todos los servicios secretos habidos y por haber cuentan con agentes infiltrados en los más diversos grupos y grupitos armados, y que un objetivo primordial de esos agentes es acercarse a ellas invocando el internacionalismo subversivo y obtener el máximo de información. Tanto el IRA como ETA han vivido siempre con la obsesión de no ser víctimas de los agentes provocadores, y pese a ello lo han sido. ¡Como para fiarse del primer chalado que aparece diciendo que Alá es grande y que hay que volar medio Madrid!
Eso sin contar con que las simpatías de la otra parte tampoco estaban ni mucho menos aseguradas. A los ojos de la mayoría de los islamistas fanatizados, los miembros de ETA son una banda de infieles merecedores de la condenación eterna.
Algunos agitadores del PP parecen sacados del guión de Help!, la segunda película que hizo Richard Lester con los Beatles, en la que salen un cura protestante y un enloquecido consagrado a los sacrificios rituales a la diosa Kailí que simpatizan de inmediato entre ellos quejándose de la falta de vocaciones religiosas. Resultaba realmente cómico, pero por disparatado. Del mismo modo que no todos los miembros de todas las confesiones religiosas están condenados a entenderse, no todos los terroristas de todos los terrorismos se aman a primera vista. Aunque no sé si los Martínez Pujalte de la troupe popular estarán psicológicamente preparados para captar una idea tan compleja.
Post data.– El País insiste en patear el diccionario... y yo en señalarlo. Una de las portadas de la edición digital de esta pasada madrugada, sustituida luego por otras más actuales, llevaba como titular principal uno que informaba del coste que supuso para «el erario público» la presencia militar española en Irak. Eso de «el erario público» es una perfecta chapuza contra la que alertan muchos libros de estilo. El erario –véase el DRAE– es el departamento de la Administración también llamado Hacienda. De modo que es público por definición. El día menos pensado nos hablan de «el Gobierno público».