Me manda un lector el texto del editorial de «Libertad Digital» del pasado domingo. Sabe que no suelo leer –ni oír– las cosas de ese grupo de gente y cree que me conviene estar al tanto de los extremos a los que llega su órgano de expresión internáutica cuando sus patrones se sinceran sin ningún comedimiento. Tiene razón. El párrafo-fárrago sobre el que me llama la atención, y que me veo obligado a reproducir en su totalidad para que quienes lo lean puedan seguir los meandros de su cavilación, dice lo siguiente: «...ETA no tiene la intención de volver a matar, porque en sus cálculos opera el dato de la absoluta dependencia que Zapatero siente respecto de los movimientos de la organización asesina. Mientras el Gobierno siga cediendo (de forma subrepticia o despótica, pero siempre, siempre, de espaldas a los españoles), la banda va a seguir marcando el paso con su chantaje. Y mientras pase otro día más sin que los terroristas maten, el presidente del Gobierno va a seguir especulando electoralmente con la expectativa de paz y no moverá ni un solo dedo ante los desafíos de ETA, ya se trate del robo de un arsenal o de un nuevo comunicado amenazante. En ese juego de tramposos consiste la estafa de esta paz. Ése es el acuerdo que Zapatero y la ETA ya han alcanzado. El día en que ETA decidiera matar a su primera víctima después de la tregua, Zapatero sería historia y, con un Gobierno del PP como alternativa, las opciones de ETA de conseguir sus objetivos políticos, también.» [Las cursivas son mías.]
No dudo de la pureza de las ensoñaciones diurnas o nocturnas de los responsables de Libertad Digital. Lo que me planteo es qué aspiraciones podría albergar alguien que estuviera de acuerdo con su razonamiento y que no transpirara la moralidad episcopal que a ellos les desborda por los cuatro costados. Y me parece obvio: si lo único que está permitiendo que Zapatero se mantenga en el Gobierno y que ETA siga teniendo opciones de conseguir sus fines políticos es que no se ha producido ningún atentado mortal achacable a la organización terrorista, lo deseable es, sencillamente, que se produzca.
Pero ¿cómo lograr que haya un muerto causado por ETA?
Ésa sí que es una pregunta tonta, recordando como recordamos –como yo, por lo menos, recuerdo– que fueron legión los que sostuvieron en su día que lo verdaderamente inaceptable de los GAL, lo que no cabía perdonar a sus promotores, es la chapuza que montaron. No lo que hicieron, sino cómo lo hicieron.
Así pues, si lo rechazable no es matar, sino matar mal, lo único que se requiere es organizar las cosas como se debe, de manera que a nadie se le ocurra dudar de que el atentado ha sido cosa de ETA. ¿Infiltrados? ¿Agentes provocadores? ¿Una supuesta escisión? Nada es fácil, pero tampoco imposible.
La desdichada experiencia me tiene demostrado que, cada vez que se me ocurre una aberración que podría resultar muy beneficiosa para alguien, ya ese alguien –o alguien en las cercanías de ese alguien– está pensando cómo conseguir que se produzca.