«Un hombre pasa con un pan al hombro. ¿Voy a escribir después sobre mi doble?» César Vallejo, dibujante de imágenes poéticas tan aparentemente disparatadas como realmente eficaces, directas y contundentes, planteó lo mismo –mejor, pero lo mismo– que Jean Paul Sartre en una de sus reflexiones más sociales: «Ante la realidad de un niño que muere de hambre, ¿para qué sirve la literatura?»
Yo habría respondido a Sartre: «Para muchas cosas. Entre ellas, para hablar de los niños que mueren de hambre, y para maldecir a quienes los condenan a muerte». Y a César Vallejo, del que tanto he aprendido: «Escribiremos después, César, claro que sí, sobre tu doble».
Ayer hubo un desastre patético en Nigeria, que tiene y no tiene petróleo (lo tienen unos pocos, no lo tienen los más), y una barbaridad múltiple en Somalia, y muchas en Irak, incluyendo el anuncio de una pena de muerte que las máximas autoridades mundiales callan en público y ríen en silencio, y se murió el bobo de Gerald Ford, mientras otro bobo, sucesor suyo, cubría el hueco diciendo bobadas igualitas a las que decía el interfecto antes de seguir siendo bobo, pero ya interfecto, y volvían a oírse tonterías sobre los desastres naturales en el Pacífico, y se desmentía el cáncer de Castro, del que sólo habían hablado hasta ahora los que no hay ninguna razón para suponer que supieran nada de la materia, y...
Y yo me enfadé muchísimo porque traté de dar de baja un servicio contratado por error (error provocado, pero error) con Telefónica de España y no lo logré, pese al mucho interés que puse en el empeño, porque mi decisión resultó materialmente imposible (un imposible provocado, pero imposible). Y, además, no logré, por mucho que lo intenté, que en este rincón de la Red pudiera leerse lo que había escrito a las 5:30 de la madrugada, porque la Navidad es estupenda y es lo que tienen las fiestas, que todo va a su aire, y Felices Pascuas, y Próspero Merimé.
Vuelvo al inicio: frente a las muchas tragedias que padece la Humanidad, que además se ha fabricado un agujero en la capa de ozono que no veas, etcétera, etcétera, ¿qué importancia tiene que lo que uno escribe no aparezca publicado donde se suponía que debía hacerlo?
Ninguna. Salvo para uno.
Ya ves, César, mi buen difunto: al final, todos acabamos escribiendo sobre nuestro doble.