Ha transcurrido un mes desde el atentado de la T-4. Dentro de unas horas me tocará aparcar allí. En este breve lapso han ocurrido muchas cosas. Demasiadas, y casi ninguna agradable. Han ocurrido tantas, y de tanta importancia, que asuntos que en otro momento habrían atraído mi atención de inmediato me han pasado en esta ocasión casi desapercibidos.
Uno de ellos fue la manifestación insólita –en el sentido literal de la palabra– de guardias civiles uniformados en Madrid. Aprovecho hoy para dar mi opinión, más que nada porque es probable que no coincida con la de buena parte de quienes me leen. La enunciaré sucintamente, porque tengo prisa.
Lo primero de lo que dejaré constancia –y en eso es posible que no tengamos demasiadas discrepancias– es de mi oposición a la existencia misma de la Guardia Civil, no ya sólo por su tétrico historial, sino por su realidad presente. Se trata de un cuerpo cuyo carácter híbrido, entre lo militar y lo policial, no crea más que problemas. Son muchos los estados que tienen varios cuerpos policiales con funciones teóricamente diferenciadas, aunque siempre en parte solapadas. Parece que creen que eso crea una «sana emulación». Dejo eso al margen. Aquí me limito a preconizar la desaparición de la Guardia Civil tal cual es.
En segundo lugar, soy partidario del reconocimiento de todos los derechos y libertades fundamentales, entre ellos el de sindicación y el de manifestación, a todos los ciudadanos, incluidos los que desempeñan su oficio vestidos de uniforme. Ese reconocimiento debe estar regulado, por supuesto. Como se comprenderá, no resultaría aceptable que hubiera una manifestación de militares a la que acudieran con tanques y vehículos blindados. Pero esa regulación debe ser lo menos limitativa posible.
En tercer término, y por lo que tengo visto, las reivindicaciones que esgrime la Asociación de Guardias Civiles son bastante razonables. Su situación salarial y laboral es, en comparación, notablemente peor que la de otros miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Pero, cuarto y último punto, que es el que puede resultar más controvertido: desapruebo que los integrantes de un cuerpo militar, o policial, o militar-policial, puedan emplear una vía de protesta que saben que es contraria al Reglamento por el que se rigen. Por la razón, para mí muy elemental, de que malamente pueden exigir a los demás ciudadanos el acatamiento de las leyes, y reprimirlos si no las cumplen, aquellos que se las saltan cuando les conviene. Los guardias civiles no están autorizados a manifestarse públicamente y en grupo cuando se encuentran en el ejercicio de sus funciones, y ése es el caso cuando visten su uniforme. En consecuencia, mal.
¿Que han decidido arriesgarse a ser sancionados con tal de llamar la atención sobre sus problemas y sobre el incumplimiento de las promesas que el PSOE les hizo? Bien, pues lo han logrado. Las dos cosas: llamar la atención y ser sancionados.