El Ejército israelí ha lanzado una operación militar intensiva contra Gaza, sobre territorios supuestamente controlados por la autoridad palestina. Ha matado indiscriminadamente, ha tomado rehenes, ha destruido infraestructuras esenciales para la supervivencia de la población civil... La excusa que esgrime el Gobierno de Tel Aviv es el secuestro por milicianos palestinos de un joven israelí, Gilad Shalit, al que dice que quiere rescatar, pero ni siquiera los más incondicionales del Estado de Israel se atreven a argumentar que una ofensiva militar tan generalizada y tan cruel pueda servir para el objetivo aducido.
Israel ha desencadenado ese ataque feroz tras saberse que Hamas se disponía a rubricar una declaración política que incluía un reconocimiento implícito de la existencia del Estado de Israel.
La agresión israelí, radicalmente contraria a los principios básicos del Derecho internacional y cualquier cosa menos apaciguadora, ha sido acogida favorablemente por el Gobierno norteamericano. No ha merecido ni siquiera un atisbo de condena de la llamada comunidad internacional, UE incluida. El ministro español de Exteriores, Moratinos, ha aprovechado la ocasión para impartir su enésima lección de hipocresía, hablando de la necesidad de «retomar el camino de la negociación» –así, en abstracto– pero sin señalar directamente a quien una y otra vez dinamita ese camino.
La población palestina está harta de tanta guerra, de tanta penuria y de tanto sufrimiento, pero nadie con poder bastante le ofrece una salida aceptable. Ni siquiera una capitulación digna. Cada vez que cede en algo, Israel le impone una nueva condición, todavía más humillante. A la que se añade otra más en el siguiente paso.
Me pregunto si Israel y quienes le respaldan en sus agresiones –lo hagan abiertamente, como los EEUU, o mirando para otro lado, como la UE– serán conscientes del mensaje que están haciendo llegar al pueblo palestino. Se den o no se den cuenta de ello, le están diciendo: «Reconócelo: la vía de las concesiones sólo sirve al agresor. Has de encontrar el modo que les obligue a hacerte caso; la manera de convertirte en inaguantable para ellos».
Le están pidiendo por la vía de los hechos que rivalice con los sionistas en brutalidad, en crueldad. Que convierta su desesperación en arma de destrucción masiva.
Ya ha habido quien ha blandido la amenaza: volver a atentar contra objetivos civiles israelíes, pero ahora a mayor escala, buscando hacer el máximo daño. Practicar el terrorismo, en suma. El terrorismo en sentido estricto, es decir, las acciones destinadas a aterrorizar a la población civil del enemigo para que se revuelva contra su Gobierno, por pura autodefensa.
Para mí que, cuando esa gente abre fuego con tanta facilidad contra objetivos palestinos, no se da cuenta cabal de que está jugando, en efecto, con fuego.