He estado siguiendo las noticias sobre lo que dijo Josu Jon Imaz en Madrid acerca de la posibilidad de un acuerdo entre el PNV y el PP en el caso de que Rajoy ganara las próximas elecciones generales.
Me he preocupado seriamente por mí mismo. Es evidente que mis aptitudes perceptivas y analíticas no están a la altura de las circunstancias. Porque casi todo dios ha estado de acuerdo en que lo que dijo es muy revelador, en tanto que yo no le vi la chispa por ningún lado.
Os contaré cómo vi yo la cosa según oí hablar de ella. La escena es la siguiente: el presidente del PNV está dando una conferencia en Madrid y un asistente le pregunta si descarta de antemano cualquier posibilidad de compromiso con un PP hipotéticamente gobernante. Entonces, Imaz se quita el embolado de encima respondiendo que él no tiene por qué descartar nada.
Imaginé que se le vinieron a la cabeza dos ideas elementales. Una: cualquiera sabe qué PP sería ése, en qué condiciones estaría, qué necesidades tendría... y qué cabría obtener de él, en función de esas necesidades. Y dos: no hay que olvidar lo que hizo el PNV con Aznar tras su primera victoria electoral, cuando le sacó un montón de concesiones a cambio de un voto de investidura carente de compromisos ulteriores.
Supuse que Imaz había contestado a la pregunta a partir de ese par de consideraciones y no di mayor importancia al asunto.
Pero es obvio que me equivoqué. Porque todo el orbe politólogo, de Madrid a Bilbao pasando por Barcelona, vio una trastienda enorme a su respuesta.
Puestos a buscar interpretaciones torcidas a esa
conferencia, yo habría ido por otros derroteros. Habría empezado por
preguntarme a qué se debe el gran interés que pone el presidente del EBB en estar
cada dos por tres en la Villa y Corte, favoreciendo que los círculos políticos
y mediáticos capitalinos digan y repitan que con él da gusto, porque es muy sensato
y muy razonable, no como el tal Ibarretxe, que es un fundamentalista, etc.
Me habría planteado qué necesidad tenía Imaz de exponer a los cuatro vientos el catálogo de condiciones que pone para admitir a Batasuna en la «normalidad democrática» en el mismo punto y hora en el que los tribunales españoles estaban por demostrar que la «normalidad democrática» tiene alguna vigencia por estos pagos. Y a qué vino ese empeño en superponer su discurso básicamente hostil a la izquierda abertzale a la declaración que iba a realizar el Gobierno vasco en contra de la Ley de Partidos y del comportamiento del Ejecutivo de Madrid y de su Fiscalía.
Me habría preguntado todo eso, pero con ello sólo habría demostrado mi despiste.
Los analistas verdaderamente informados, los que tienen auténtico olfato para rastrear las noticias, supieron mostrarnos que lo que está en cuestión no es si el nacionalismo vasco va a seguir siendo conflictivo o si va a reeditar la entente con el PSE y el PSOE que caracterizó la Presidencia de Ardanza. Que lo realmente apasionante es que Imaz ha declarado que no descarta la posibilidad de llegar alguna vez a algún acuerdo con Rajoy, en el supuesto de que Rajoy acabe por pintar algo y no sea estrangulado por el conjunto de viajeros de ese Orient Express que es el actual PP.
Lo admito: estoy cada vez más out.