Según va pasando el tiempo, cada vez sabemos más sobre Euskadi.
Bien es cierto que casi todo lo que vamos sabiendo es por exclusión. En negativo. Estamos adquiriendo un conocimiento más y más completo sobre lo que Euskadi no es y a lo que no se parece.
Ya sabíamos que no se asemeja en nada a Irlanda, de modo que tratar de extraer del proceso de paz irlandés alguna lección aplicable a la realidad vasca sólo podría ser una demostración irrefutable de la perfecta estupidez de quien lo intentara.
Nos constaba también que el caso vasco no puede relacionarse ni de lejos con las experiencias vividas por los países bálticos (todos ellas, sin embargo, muy homologables entre sí, por lo visto), ni con la de Eslovaquia, ni con la de Ucrania, ni con la de Croacia. Menos aún con episodios históricos anteriores, como el que condujo a la independencia de Finlandia, que se separó de Rusia ejerciendo su derecho de autodeterminación tal vez con la oculta esperanza de llegar algún día a triunfar en el Festival de Eurovisión cantando en inglés, igual que los rusos.
Por abreviar: lo más en común que han tenido todos los muchos procesos de autodeterminación que ha vivido Europa desde hace un siglo, de creer lo que dicen los próceres con cátedra de hispanismo químicamente puro, es que ninguno de ellos ha tenido nunca ni el más mínimo parecido con el caso vasco.
El ejemplo más inmediato que nos están ofreciendo de ello es el de Montenegro, que va a votar sobre su posible independencia de Serbia precisamente gracias a que no se parece a Euskadi en nada de nada. El líder de los socialistas vascos, Patxi López, lo ha explicado claramente, por si alguien tenía dudas: el derecho de autodeterminación está reservado a los pueblos sometidos a situaciones coloniales, cuyos ciudadanos están oprimidos y carecen de representación institucional. O sea, que López tiene claro que Montenegro es una colonia de Serbia, que sus nacionales carecen de derechos y libertades –en comparación con la población serbia, se entiende– y que la representación institucional que han tenido hasta ahora puede considerarse nula a todos los efectos. Una tesis fascinante, que sería bueno que López desarrollara con el debido detalle y que, una vez convenientemente depurada en el plano teórico, podría aplicar a todos los demás países antes mencionados, haciéndonos ver cómo Eslovaquia, Ucrania, Croacia, etc., eran colonias, todas y cada una, y nosotros sin saberlo.
Quien ha zanjado de modo más definitivo cualquier discusión al respecto es Mariano Rajoy, que viene explicando urbi et orbi desde hace semanas que el pueblo vasco, sencillamente, no existe. Eso, sin duda alguna, resuelve el problema de raíz. ¿Cómo va a ejercer el derecho de autodeterminación de los pueblos un no-pueblo? El descubrimiento de Rajoy, que deja con el culo al aire a incontables tratadistas, desde el Imperio Romano hasta nuestros días, convierte al pueblo vasco es un fenómeno imposible de comparar con nada. Ni siquiera consigo mismo.
Lo que no sé es a cuento de qué existe un Estatuto de Autonomía del País Vasco que habla de «el Pueblo Vasco o Euskal Herria». El PP debería hacer alguna propuesta práctica para remediar ese dislate.