He recibido bastantes críticas al artículo que escribí anteayer para Noticias de Gipuzkoa, del que me hice eco ayer en estos Apuntes. Algunas críticas se dirigen contra el artículo en su conjunto, reprochándome haber puesto a caldo a todo dios y hablar como si yo estuviera libre de cualquier falta. El tono del escrito y los términos que empleé fueron, en efecto, muy duros y despectivos. Reflejaban el enfado, el abatimiento y la decepción que me entraron tras saber del atentado de la T-4. De haberlo escrito ahora, el aparato verbal me habría resultado más contenido, desde luego, pero las tesis de fondo serían las mismas, a saber: 1ª) la responsabilidad del atentado del aeropuerto de Barajas es de ETA; y 2ª) la culpa del fracaso de este intento de proceso de paz recae sobre todos sus protagonistas, en particular sobre los dos principales: la propia ETA y el Gobierno de Madrid.
Estaría dispuesto a asumir también mi cuota de culpa, pero no veo cuál podría ser. Mi único papel en este asunto ha sido el de comentarista y, en esa condición, creo haber cumplido con mi deber al señalar los peligros que se corrían, reconviniendo muy en especial a quienes, de forma en mi opinión irresponsable, daban la tregua por irreversible. Todavía el pasado viernes, en una tertulia de Radio Nacional de España en Cataluña, volví a mostrar mi alarma por la pasividad del Gobierno de Zapatero, que tantos meses después del inicio de la tregua no sólo seguía sin mover un dedo en asuntos tan claves como la situación de los presos y la ilegalidad de Batasuna, sino que, además, alardeaba de no haber hecho nada «relevante», según reiterada expresión de Pérez Rubalcaba.
Los hay también que, según sus propias inclinaciones políticas –perfectamente lícitas, por supuesto–, me achacan no tener en cuenta las condicionantes a los que han estado sometidos los unos o los otros. Sí los tengo en cuenta.
Entiendo muy bien, por ejemplo, las enormes dificultades que ha afrontado Rodríguez Zapatero, sometido a un acoso político y mediático realmente feroz. Pero, sin desconocer en absoluto esa presión (¿cómo podría pasarme desapercibida, si la tengo delante de las narices todos los días?), creo que es justo responder que, en primer lugar, Zapatero contribuyó a la crianza de los cuervos que luego se le han lanzado a los ojos (fue adalid del pacto antiterrorista y de la ley de partidos que ahora tanto aplauden el PP y sus propagandistas) y que, en segundo lugar, no podía desconocer que, si se metía por la vía de la negociación con ETA, iba a tener que aguantar el chaparrón, y hacerlo sin pestañear, con todas sus consecuencias. Su intento de estar en la procesión y repicando no auguraba nada bueno.
Del lado de la izquierda abertzale me critican porque, dicen, no tengo en cuenta que una apuesta tan decidida por la paz como la suya podía ser inicialmente unilateral, para poner en marcha el proceso, pero precisaba de prontas contrapartidas visibles, a la vez simbólicas y concretas, que avalaran lo bien fundado de su estrategia y tranquilizaran a los sectores más intransigentes de su propia base social. Y que no han recibido nada de eso, sino todo lo contrario: leña y más leña de la Audiencia Nacional, inmovilismo total en la política penitenciaria, acoso policial, etc., etc.
¿Que no lo tengo en cuenta? ¡Claro que sí! ¡Pero si hago colección de correos electrónicos de lectores habituales que me declaran que están aburridos de leerme todo eso cada dos por tres! Lo sé de sobra, pero respondo con dos argumentos. El primero es de principios: no estoy dispuesto a ir a ningún lado con gente que es capaz de volar un aparcamiento público, corriendo el riesgo de que suceda lo que, según todas las trazas, ha sucedido en este caso. En segundo lugar: esa vía, además de perversa, es políticamente inútil. La experiencia ha demostrado ya hasta la saciedad que la insistencia de ETA en la lucha armada sólo sirve para crear más dificultades a los objetivos que se supone que persigue. Mírense las sucesivas plataformas reivindicativas de la propia izquierda abertzale desde los años ochenta hasta ahora: cada vez más a la baja. Por ese camino, no van a conseguir ni salvar los muebles. Y encima se trata de muebles que ni siquiera son suyos.
Comprensibles son muchas cosas. Aceptables, muchas menos.
Notas varias. – A quienes no voy a responder, porque no veo cómo, es a quienes me dicen que si opino lo que opino es porque me paga El Mundo y su perverso propietario de piscinas, ni a quienes me espetan que si zahiero a Zapatero es porque añoro a Aznar, ni a los que sostienen que, como en el fondo soy un antiespañol anarquista (sic), jamás podré entender a las gentes bien nacidas (resic!). Si algún día tengo humor para ello, reproduciré aquí algunas de las cartas subidas de tono que me llegan. Hay un individuo que me escribe cada tanto concentrando sus críticas en la constatación, realmente inapelable, de que estoy gordo y viejo. (Me entran ganas de pedirle que me mande una foto suya. Para enriquecer el debate, más que nada. Si está como Paul Newman a la altura de El golpe, juro que me daré por vencido.)