Un lector me reconviene amablemente por mi uso reiterado de la expresión «Gobierno de Madrid» para referirme al Ejecutivo español. Dice que Madrid tiene ya dos gobiernos propios (el de la comunidad autónoma y el municipal) y que esa desgracia por partida doble debería despertar mis instintos caritativos y hacerme desistir del intento de endilgarle un tercer gobierno que no es realmente suyo.
Aparte de reírle la gracia –porque la tiene–, le respondí telegráficamente que no vea en mí la menor animadversión hacia la ciudad de referencia, en la que paso buena parte de mi tiempo. Así sea sin entusiasmo particular, me siento parcialmente madrileño, no sólo por razones de residencia administrativa, sino también porque en Madrid he vivido la mayor parte de mi vida (tres décadas) y porque una parte de mi familia es gata (*). No sé si será verdad que los de Bilbao nacen donde les da la gana, pero los de San Sebastián nacemos donde nos nacen, y yo, al menos, me lo tomo como mera circunstancia: no lo pedí, como no lo pidió mi padre, al que lo nacieron en la calle de Hortaleza, pegadito a Augusto Figueroa.
Lo que cabe discutir –porque no es fácil inclinarse de un lado u otro– es si las capitales de los estados ganan o pierden por tener esa condición. Es verdad que deben padecer el rollo de ser identificadas con el poder correspondiente («Moscú ha hecho saber a Londres y París que, mientras Washington y Roma no acepten...», etcétera), y que eso las somete a suplicios complementarios (ser objetivo de los grupos terroristas, muy concretamente), pero también se aprovechan de algunos beneficios. No sé qué parte de la población de Madrid se alimentará de la capitalidad del Estado, pero me malicio que bastante.
La cosa puede parecer anecdótica –y lo es en parte–, pero tiene también su aquel: el Instituto Social de la Marina español, para el que trabajé durante tres años, tiene su sede... en Madrid. Que, como todo el mundo sabe, es un famoso centro marítimo.
Si a esa circunstancia se le añade el hecho de que la sede en cuestión está en la calle de Génova, juntito a la Audiencia Nacional y a la fortaleza del Partido Popular, y que se asienta en la casa natal de José Antonio Primo de Rivera... pues qué quieren ustedes que les diga. Demasiados simbolismos a la vez.
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(*) La Academia Española recoge
en su diccionario este uso cheli del
sustantivo/adjetivo «gato». Dice: «10. m. coloq.
Hombre nacido en Madrid.» ¡Estupendo! Y con las mujeres ¿qué hacemos? ¿Es tan difícil escribir «persona» en lugar de «hombre»?