Apenas llevamos nada de campaña electoral y ya estoy deseando que termine. No es que no me interesen los resultados. Es que sólo me interesan los resultados. Me sobra la campaña.
Para quienes seguimos con detalle la actualidad política diaria –en mi caso tanto por vocación como por profesión–, las campañas electorales resultan siempre tirando a superfluas. Nos conocemos de sobra el paño y tenemos más que formado nuestro criterio. (Otra cosa es que lo tengamos bien formado. Podemos estar equivocados, por supuesto, pero no vamos a apearnos de nuestros eventuales errores por lo que éste o aquel suelte en un mitin.)
Dando eso por descontado, cuando digo en esta ocasión que me sobra la campaña electoral, no creo estar hablando como politólogo –vaya un palabro–, sino como ciudadano corriente y moliente. Porque la actual campaña electoral es tan obvia en todos sus aspectos, está tan llena de tópicos repetidos hasta la saciedad, no desde hace cuatro días sino desde hace cuatro años, que me cuesta creer que haya nadie en sus cabales que la necesite para decidir nada.
Lo cual no quiere decir que no se oigan cosas graciosas. Lo malo es que la mayoría son involuntariamente graciosas.
Varias de las que me resultan más cómicas tienen a Mariano Rajoy por protagonista. ¿Os habéis fijado, por ejemplo, en la seriedad y la insistencia con la que afirma que dará todo su apoyo al Gobierno de Zapatero… si el Gobierno de Zapatero hace lo que él quiere? «Ilegalice a ANV y tendrá todo nuestro apoyo», repite sin parar.
Son transparentes como ellos solos. Los técnicos en mercadotecnia electoral le han dicho a Rajoy que no cae demasiado bien entre los votantes centristas que se oponga siempre a todo lo que hace el Gobierno, por sistema, y entonces sale con esa oferta de colaboración que ni es oferta de colaboración ni nada que se le parezca, pero que suena como si lo fuera. «Deme usted la razón y tendrá todo mi apoyo», podría decir, por las mismas.
Más oscuros y oblicuos me resultan los movimientos de una candidatura que no se presenta a las elecciones: las del grupo Prisa.
Esa gente está jugando con fuego y no sé en qué medida lo hace con plena conciencia de lo que se juega. Anoche oí la tertulia de la Cadena Ser y me quedé de piedra: ¡parecía la Cope! Ataques y más ataques contra el Gobierno de Zapatero. Uno de los contertulios –muy cercano familiar de cierto líder socialista, por cierto– se planteó, en medio del consenso general, lo difícil que resulta decidir si Zapatero es un perfecto canalla o solo un imbécil. Él optó por lo de imbécil.
Entretanto, El País fabrica portadas que el propio Rajoy no haría mejor.
Admito que esa parte de la campaña electoral –la subterránea– es la que más me interesa.
Es obvio que Prisa está instalada en el tardofelipismo.
Ayer, un veterano periodista, lúcido y combatiente de pro, me dijo: «Una de las más imperdonables cosas que hizo Felipe González, y cuidado que hizo muchas, fue llevar a Aznar a La Moncloa». Pues no sé en qué medida sus afines mediáticos no están preparándose para repetir la jugada.