Mi pueblo alicantino es de esos de los que suele decirse que nunca pasa nada, como en el melancólico y hermoso filme de Juan Antonio Bardem.
En Miravete de la Sierra, provincia de Teruel, la decena de vecinos que lo pueblan se aprovechó del título de la película del director de Calle Mayor para realizar hace poco una campaña turística simpática: presumían de que en su aldea nunca pasa nada, incluso aunque adelantes el reloj.
En mi pueblo de la comarca del Alacantí, aunque sea bastante más grande que Miravete (tiene unos 800 habitantes, entre fijos y fijos discontinuos, como yo), puede parecer que nunca pasa nada, pero es falso. Pasan muchas cosas, sólo que bastante de ellas afloran poco o no afloran en absoluto. Supongo que de la mayoría ni me entero, porque vivo en una casa rural y aislada, situada a 2 km. del pequeño casco urbano.
De todos modos, se vea más o menos en la superficie lo que sucede, mi pueblo no suele aparecer casi nunca en los papeles. Alcanzó cierta notoriedad tras las últimas elecciones municipales, porque una candidatura de gente opuesta a la mayoría dominante impugnó los resultados, alegando que el PP había inscrito en el censo a un buen puñado de ciudadanos que ni vive en el pueblo ni lo frecuenta, lo cual retrasó la formación de la Diputación de Alicante, hasta que la Junta Electoral se pronunció (a favor del PP, por supuesto). El asunto no era menor. Si un partido poderoso infla el censo electoral de un pueblo tan pequeño con un par de centenares de votantes importados de la ciudad, se lleva las elecciones de calle. Y el pueblo podrá no tener mucha prestancia pero, tratándose de una zona de fuerte actividad turística y con amplias perspectivas de expansión urbanística (aunque ahora estén momentánea y venturosamente frustradas), el control municipal puede acabar resultando muy rentable.
El pasado sábado mi pueblo volvió a aparecer en los papeles, y hasta en los telediarios, para mi gran sobresalto. El ventarrón que sopló con furia por aquellos pagos mediterráneos provocó la caída de un muro de piedra, de los tantos que se montan por allí para delimitar las fincas o apuntalar los bancales, y las piedras desprendidas aplastaron a un vecino, que murió en el acto. Por lo que he leído, el accidente se produjo a menos de 500 metros de mi casa.
Cómo somos algunos. Tras lamentar el suceso –qué menos–, no he parado de preguntarme qué desastres habrá provocado en mi propio predio ese recalcitrante vendaval de 130 km/h. Así que supere esta maldita gripe que sigue persiguiéndome, habré de ir a comprobarlo para hacer el balance de daños.
El 29 de diciembre de 2000 viví allí un fuerte azote de viento, aunque supongo que muy inferior al de la pasada semana. Escribí entonces un Apunte que reproduzco, por si fuera de vuestro interés.
Se llamaba El viento de siempre y decía:
«Es todavía de noche. El viento sopla fortísimo. Mi casa, situada en una colina, está totalmente desprotegida, salvo por el lado del porche, flanqueado por una hilera de pinos. El viento se ceba con nosotros. He bajado las persianas, por miedo a que revienten los vidrios de las ventanas.
Escucho el viento. Actúa por rachas. De repente, se calma. Zumba el silencio. Y, súbitamente, vuelve a arrancar, terrible, estremecedor, y todo tiembla.
Trato de establecer la cadencia, en un intento de que la Razón recupere terreno frente a la Naturaleza desatada. Pero el miedo me vence.
Sé tan poco sobre la Naturaleza. Nunca he vivido con ella. No la entiendo. ¿Por qué el ventarrón sigue esas rachas? ¿Y por qué es mucho más fuerte por la noche que por el día? Me da miedo.
Ahora la fuerza con la que golpea es impresionante. No quiero ni pensar en lo que estará sucediendo fuera. Imagino que muchos tiestos se habrán roto, pero no me atrevo a salir. Lo mismo se me viene algo encima.
Ha parpadeado la lámpara. No sé si volverá a irse la corriente, como ayer, y tendré que continuar escribiendo a la luz de las velas, junto al fuego de la chimenea. Espero que no.
He puesto algo de música, supongo que para aferrarme a la civilización.
............
Se ha producido un apagón. Y luego otro. Y otro más. Éste ya mucho más largo. Escribo ahora a la luz de una vela.
Dan las 6. Enciendo un transistor para escuchar las noticias. Si siempre me resultan extrañas las declaraciones políticas, en esta situación no consigo ni siquiera entender lo que pretenden.
Parece que ahora viene otro momento de calma del viento.
Oigo que hay un lío con el Parlamento vasco y las víctimas del terrorismo. Me niego a decidir qué pienso de eso, si es que pienso algo. Quizá consiga reflexionar algo sobre ello cuando vuelva a tener electricidad. O cuando amanezca. O cuando se calme definitivamente el viento.»
Comentarios
Escrito por: Ego.2009/01/26 13:52:6.813000 GMT+1
Escrito por: Gorka.2009/01/26 18:05:37.064000 GMT+1
vjsdeg
La estructura de tu web impide que podamos hacer comentarios a tu artículo de "Público", y por ello la única posibilidad que tenemos es acudir a este espacio de participación de los "Apuntes del Natural", abusando -- puntualmente-- de tu confianza.
Pues eso. Que la explicación del anterior párrafo viene a cuento de que quiero felicitarte por tu artículo "Rouco vuelve al ataque" de hoy martes de "Público". Muy bien escrito, como siempre. Y coincido contigo con la indignación que supone que una campaña respetuosa con la creencias/no creencias de la gente sea entendida por este hombre como un ataque a la libertad de expresión y una falta de respeto (¿?).
Cuando se originó la campaña en Inglaterra la reacción de los sacerdotes fue que esta idea de los carteles en los autobuses les hacía reafirmarse en su creencia en Dios. Magnífico. ¿Comparamos esa reacción con la del señor Rouco? En estos detalles se ve a las claras los años luz que les hace falta recorrer a algunos para entender mínimamente en qué consiste eso llamado democracia.
Saludos cordiales, Javier ¡Y enhorabuena por tu trabajo!
Escrito por: esteve.2009/01/27 09:11:18.594000 GMT+1