Os lo cuento porque, aunque en principio me cabreó, luego acabó pareciéndome que tenía su punto de gracia.
Paseaba la semana pasada con Charo, mi compañera de infortunios, por el centro de Santa Cruz de Tenerife. Ella pretendía comprar tabaco a buen precio (es fumadora: no es perfecta) y yo aspiraba a comprar mi enésimo receptor de radio a buen precio (soy aparatómano: tampoco yo soy perfecto).
Hicimos nuestras respectivas gestiones y emprendimos el regreso hacia el hotel, bajo un sol de injusticia.
De repente, un tipo me para.
–¡Anda, tú aquí! –me suelta–. ¡Qué alegría verte! ¡Soy… [dio un nombre que no oí bien], de Barcelona! ¡Me recuerdas, supongo! ¡Un abrazo, chaval!
Como soy muy despistado y ya no me da demasiado corte reconocerlo, le acepté el abrazo que me reclamaba, pero a continuación le dije, con toda franqueza:
–Pues la verdad es que no te recuerdo. ¿De qué nos conocemos?
–¡Pero, hombre! –siguió él–. ¿Será posible? ¿No me recuerdas? ¡De Barcelona!
–Ya, sí, de Barcelona. Pero ¿de qué?
Masculló algunas explicaciones prácticamente inaudibles, con una sonrisa de oreja a oreja. Charo me miraba con aire de franca desaprobación, lamentando mi actitud, más bien antipática.
–¡Bueno, bueno…! –siguió el hombre–. ¡Qué alegría! Pero, ya que te veo, joder, estupendo, qué buen aspecto tienes… Perdona el asalto, pero ¿podrías hacerme un favor? Es que me he quedado sin blanca y necesito una ayuda momentánea…
–No te conozco de nada y no pienso darte nada –le contesté.
Charo se me volvió, desconcertada.
El menda trató de aprovechar la situación.
–¡Coño, hombre! ¡No seas así! ¡Cómprame un boleto de la primitiva, al menos! –y sacó varios del bolsillo–. ¡Qué menos, para ayudar a un amigo!
–Has tenido mala suerte –le dije, ya en tono de cabreo indisimulado–. Odio los juegos de azar.
El estafador callejero asumió que no tenía nada que hacer conmigo.
–¡Miserable! –me espetó, dándose la vuelta.
–Ahí has acertado de pleno –le dije, a modo de despedida.
Al cabo de un rato de andar en silencio, Charo me mostró su sorpresa.
–¡Te has dado cuenta mucho antes que yo de que el tipo era un tramposo!
A Charo le pasa como a mi madre. Ella también pensaba que los hombres no tenemos capacidad para estar a ras de suelo. Y en general, igual que ella, acierta. Pero a veces no.
Quizá sea por mi constante trato con el mundo político, pero he desarrollado una notable capacidad para detectar con cierta rapidez a los estafadores.