Acabo de leer un libro recién publicado por el ministro del Interior francés, Nicolas Sarkozy. Se titula Témoignage («Testimonio»), y se ha convertido en pocas semanas en Francia en un best-seller, con algo así como 300.000 ejemplares vendidos. Es interesante, porque añade importantes matices a una figura política que aquí, vista desde la distancia y conocida sólo por sus manifestaciones y actuaciones más llamativas en tanto que ministro del Interior, en particular durante los levantamientos juveniles de los suburbios y durante las protestas estudiantiles de los últimos tiempos. Muchos –entre los que me encuentro– hemos venido viendo a Sarkozy como una especie de Le Pen surgido de las entrañas de las formaciones políticas conservadoras francesas, cada vez más derechizadas, si es que no fascistizadas, como respuesta a la derechización progresiva de las propias clases medias del país vecino.
La lectura del libro ofrece el perfil de un político abiertamente de derechas (él mismo reivindica ese título, ridiculizando la tendencia de la derecha francesa a disfrazarse vergonzantemente de centro) y dado a los planteamientos claros y tajantes, pero muy alejado de los planteamientos filofascistas, antisemitas y radicalmente xenófobos del lepenismo. Pero lo que más llama la atención del texto de Sarkozy es que da cuenta de un político hábil, astuto, con un nivel cultural apreciable y, además, imaginativo y notablemente inteligente. También populista, por más que él ponga empeño en distinguir entre popular y populista. No tiene los modos pausados y refinados ni el habla intelectual de Dominique de Villepin, pero tampoco responde a la imagen tosca y bronca que tenemos de él por aquí. Para entendernos: no es un Corcuera. De hecho, no resulta chocante que ejerciera también durante unos años de ministro de Economía y Finanzas y tampoco debe extrañar que fuera elegido presidente del UMP –el partido mayoritario de la derecha francesa– por el 75% de los votos de los delegados.
Todo lo cual lo convierte en un hombre inquietante, no sólo porque demuestra que es bastante posible que alcance la Presidencia de la República Francesa en las elecciones del próximo año, si es que la izquierda no recupera la energía y la credibilidad perdidas, sino también porque puede llegar a ser un referente de importancia para el conjunto de la derecha europea, muy en particular de la latina y aún más en particular de la española. Estoy seguro de que, cuando las mediocridades que dirigen el Partido Popular español vean el raudal de ideas y argumentos que aporta Sarkozy para defender los postulados de la derecha, se quedarán subyugados. Nada que ver con su discurso ramplón y meramente defensivo. Quizá haya algún punto que les chirríe (Sarkozy conserva trazos del nacionalismo gaullista, lo que le lleva a mostrarse reticente con algunas consecuencias de la globalización y el neoliberalismo) pero, por lo demás, les sirve en bandeja un programa del que ellos, convertidos en una máquina automática de expender noes, carecen.
Un individuo preocupante, en suma.