En la larga –y muy interesante– entrevista que ha concedido a El Mundo y que ha salido publicada en dos entregas, el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, se felicita de las muchas coincidencias que tiene con el lehendakari Ibarretxe en el modo de enfocar el proceso de paz en Euskadi, y pone como ejemplo de ello el convencimiento que tienen ambos de lo imprescindible que es que el PP se implique en el esfuerzo pacificador.
¿Es realmente imprescindible el PP? O, planteado de otro modo pero diciendo lo mismo: ¿tiene el PP derecho de veto sobre las iniciativas de pacificación de Euskadi que están poniéndose en marcha? ¿No se puede llegar a nada sin él?
Ni yo lo creo ni creo que Zapatero e Ibarretxe lo crean. No hasta ese extremo.
Conviene precisar de qué se habla realmente. Una cosa es el PP y otra la parte de la población vasca a la que el PP representa políticamente en cada momento. Según la referencia que tenemos de las últimas elecciones (las autonómicas de 2005), el PP tiene el apoyo del 17,40% de los votantes vascos. Es un porcentaje estimable, que agrupa a una franja de la población a la que, en efecto, no cabe dejar de lado. Pero el PP no es dueño de esos votos, y menos todavía de las personas que los emitieron.
La sociología de las tres provincias de la Comunidad Autónoma Vasca es bastante estable. Hay, desde antiguo, un porcentaje casi fijo de la población que se manifiesta como españolista. Pero el PP –o su antecedente: AP– no ha sido siempre su mejor intérprete político. En las elecciones de 1977 logró un exiguo 4,44%. En las de 1980, un 4,70%. En las de 1986, un 4,86%. Es a partir de 1990, después de la refundación del PP, cuando empezó a cobrar un auge importante: 8,23% (1990), 14,41%(1994), 20,13% (1998), 23,12% (2001). Pero ese auge no entrañó un crecimiento del voto españolista total. El PP subió en representación política, en lo esencial, a costa del descenso del PSE-PSOE. La política de los socialistas vascos fue confundiéndose cada vez más con la del PP. Buena parte del electorado españolista prefirió votar al original y no a la copia.
Sin embargo, así que el PSE empezó a romper amarras con el PP y a amagar una política propia, el termómetro electoral no tardó en registrar las consecuencias. En 2005, el PP perdió el favor de casi un 6% del electorado vasco y bajó al 17,40%.
En este momento, el respaldo de la población vasca al proceso de paz es altísimo. El PP tiene dos posibilidades: o subirse al carro o hundirse irremisiblemente en el fango. Si se pone enfrente –y algo de eso está haciendo–, no tendría nada de extraño que se diera una bofetada política espectacular y que la mayoría de sus votantes lo dejaran con un palmo de narices.
La cuestión no es tanto convencer al PP como ilusionar a su base social. Y eso va por buen camino.