Hay veces que los gurús del comentarismo político capitalino resultan exasperantes. Hace una semana afirmaban casi todos a coro que Rodríguez Zapatero estaba con el agua al cuello y medio escondido, preparándose para encajar su derrota electoral inevitable. Ahora atribuyen a su Gobierno una salud política estupenda y sostienen que quien tiene que prepararse para ser vapuleado en las urnas es Rajoy. ¿Qué clase milagro se supone que ha producido un vuelco tan radical?
Yo no he visto el milagro por ninguna parte. Para mí que exageraban la importancia de algunos elementos no necesariamente unívocos –el regreso de Rodrigo Rato, por ejemplo– y que atribuían a la opinión pública, en general, el deseo de cargar sobre las espaldas de Zapatero determinadas responsabilidades que ni están tan claras ni son vistas como tan importantes por la mayoría. Lo que tuvo de especial el pasado debate llamado «del estado de la nación» es que mostró a un presidente que llevaba bien hechas las cuentas de la moto que tenía que vender y que daba la sensación de afrontar la situación con calma, relajado, frente a un PP monotemático, crispado y demagógico. Fue un enfrentamiento de imágenes, y la imagen que dio Zapatero ha funcionado mejor.
Pero eso tampoco es definitivo. Por ello choca la importancia que los mentados comentaristas atribuyen a determinadas variaciones de humor (porque no vienen a ser mucho más que eso) de la franja vacilante del electorado, que de aquí a marzo del año próximo puede dar aún no pocos bandazos, en función de las cosas que vayan pasando.
Y de cómo le vayan calentando los cascos los unos y los otros, que ésa es otra (y en parte la misma). Porque muchos comentaristas acaban dando la impresión de que proyectan sobre la realidad sus propias opiniones, estados de ánimo y deseos, lo que los convierte, en la práctica, en más agitadores que analistas.
Oía ayer por la noche en la radio a los unos y los otros, tratando de interpretar la filtración del posible regreso de Bono a la política activa, y me confirmaban ese diagnóstico: siguen casi unánimemente convencidos de que los dos principales puntos débiles de Zapatero, las vías de agua por las que se le puede hundir el barco, son el dinamitado «proceso de paz» y sus presuntas tentaciones federalistas, a lo que añaden, como guarnición, lo que ellos interpretan como «veleidades izquierdosas» (que no lo son ni por el forro, pero dejemos eso para otro día). Los gurús de la Villa y Corte creen que Bono puede hacerle a Zapatero un favor de primera, porque consideran que el ex ministro de Defensa le puede ganar el favor del españolismo centralista seudojacobino, que sigue sin tragar que algunos seamos incapaces de sentir en lo más hondo la patria común e indivisible, sin aprender de los franceses (olvidando que fueron sus ancestros políticos los que no aprendieron la primera lección que deberían haber importado de Francia: la de 1789. Y ahí siguen con su rey y su concordato.)
Yo no creo que sea ése el flanco por el que Zapatero corre más peligro de cara a las elecciones legislativas del año próximo. Para mí que ese pescado está ya bastante vendido, aunque todavía pueda pasar por más manos, incluso hasta que apeste. Zapatero no necesita que Bono lo lleve de procesión bajo palio. Le resultaría más rentable separarse claramente del PP en todas sus variantes, ya le hablen de la Ley de Partidos, de los libros de texto, del Gobierno de Navarra o de las virtudes de la labor de Bush en Afganistán y de Mohamed VI en el Sáhara.
Lo mismo yo también tengo las entendederas cortocircuitadas por mis pasiones viscerales, pero estoy convencido que en donde se la juega Zapatero es en la motivación de la mucha gente que cree que él no es la repera, ni mucho menos, pero que cualquier cosa con tal de no ver en el puente de mando a Aznar, Rajoy, Acebes, Zaplana, Aguirre, Botella, Mayor Oreja, Rosa Díez y demás miembros de la congregación.
Lo que le permitió vencer en 2004 no fue ser Rodríguez Zapatero. Ganó porque mucha gente, con el S.O.S. en la mano, lo vio como el No-Aznar.
Como pierda esa referencia, estará perdido también él mismo.
Aunque conmigo que no cuente. La sola idea de haber contribuido con mi voto al envío del próximo contingente militar destinado a asegurar por ahí la Pax Americana, o a la ilegalización de este o del otro, o al cierre de tal o cual medio de comunicación, o a la firma de uno u otro acuerdo con la Santa Sede, o al encarcelamiento de sindicalistas indisciplinados, o al rechazo de la última propuesta de ampliación de la ley del aborto (asunto por el que ya no protestan ni quienes la proponen), o al rechazo automático de las denuncias de Amnistía Internacional, o…
En fin, que no.