Comentaba ayer que creo en el azar. Se trata tan sólo de una manera de hablar, por supuesto. El azar no es una realidad objetiva, sino una convención intelectual de la que nos servimos los humanos para referirnos a un conjunto de determinaciones tan amplio, multidireccional y cambiante que resulta imposible controlar.
Pero no siempre. Sucede a veces que tampoco es tan complicado seguir la pista de lo que a primera vista se nos presenta como casualidad. Y que hasta puede tener su gracia hacerlo.
Pondré un ejemplo.
Ayer Mariano Rajoy afirmó que los últimos éxitos que ha tenido la Policía en su lucha por prevenir los atentados de ETA han sido «milagrosos».
Como sabéis bastantes, apenas unas horas antes yo había dedicado mi Apunte precisamente a poner en duda no ya la intervención en los hechos del Supremo Hacedor de los cristianos, sino incluso de la pagana Diosa Fortuna.
Obviamente, Rajoy no tenía ni idea de lo que yo había escrito. Pero tampoco es fruto de un complejo azar que se apresurara a tratar de refutar mi reflexión, empresa que abordó apelando al papel benefactor de la Divina Providencia, tan poco activa en Yemen y tan pluriempleada, según él, por aquí cerca.
La explicación salta a la vista, a nada que se piense en ello. Es obvio que el presidente del PP se había hecho la misma reflexión que yo, sólo que, mientras a mí me pareció de interés resaltarla, él estaba obligado a refutarla, apelando a la mano de Dios, a los niños de San Ildefonso o a lo que fuera. Porque el componente fundamental de su artillería propagandística, ahora mismo, es la idea, repetida machaconamente día tras día y a todas horas, según la cual, por culpa de la política de Rodríguez Zapatero, ETA está hoy más fuerte que nunca y sus enemigos, más indefensos que jamás.
Y como ese rollo se le venga abajo, lo tiene muy crudo.
El PP tenía ya un grave problema con la realidad. Ahora se le presenta otro.
El primero procedía del convencimiento, cada vez más integrado en la conciencia colectiva, de que en los últimos años se ha producido una notable reducción de los recursos sociales de ETA. Es mucha la gente, y no sólo del Ebro para arriba, que aprecia que el peso de la organización armada en la sociedad vasca es cada vez menor. Llamo la atención sobre el hecho de que no hablo del peso del independentismo, ni siquiera de la influencia del ideario de la izquierda abertzale radical, sino, en concreto, del peso de ETA. Sencillamente: es evidente que ETA no sólo no está más fuerte, sino que pasa por su peor momento.
Por razones fáciles de entender, ese debilitamiento de su presencia social le acarrea una creciente fragilidad de su estructura organizativa. ¿Que tiene cantera, gente, dinero y armas? Es posible. Carezco de la información necesaria para emitir un dictamen propio. A cambio, veo cómo se le empequeñece el caldo de cultivo, la simpatía ambiental, la complicidad social. Lo cual la vuelve cada vez más vulnerable a la represión policial.
Tal cosa no constituye ningún mérito que quepa atribuir a los aciertos del Gobierno de Zapatero, que ha hecho mucho menos de lo que sus rivales le atribuyen. Lo que sí cabe afirmar taxativamente es que se trata de algo que se ha logrado a pesar de los esfuerzos del Partido Popular y de sus agentes propagandísticos y judiciales, que han empujado erre que erre en la dirección contraria.
Reclamar a ETA que negocie, mostrarle la viabilidad de un acuerdo razonable para su desaparición del mapa y hacer ver a quienes viven en su vecindad político-social que les es más rentable, a todos los efectos, concentrar sus aspiraciones en el campo de la contienda política, no sólo no ha debilitado la lucha para acabar con el terrorismo, sino que la ha fortalecido. Muy notablemente en el plano social pero, según todas las trazas, también en el terreno policial.
Eso son los factores de fondo. A partir de ellos, lo de menos es que tal o cual caída deba luego ser atribuida a la colaboración de la policía española con la francesa o a la de la policía francesa con la española, o a esta o aquella gestión de la Ertzaintza, o a la información proporcionada por el vecino Tal, o a la avería que sufrió la furgoneta cual. No estamos ante meras manifestaciones de la casualidad, sino ante las diversas formas aleatorias a través de las cuales acaba imponiéndose la necesidad.
Que Rajoy apele a la milagrería, si la realidad le supera. Gracias a la vida, otros seguirán con la humana tarea de hacer más tratable este áspero mundo.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trata el mismo asunto en El Mundo: Los milagros de Rajoy.
Nota.– Sigo recibiendo una amplia correspondencia en la que decenas de lectores y lectoras me comentan tales o cuales extremos, me rectifican esto o lo otro, me aportan unas u otras ideas, me dan cuenta de noticias de interés... Quiero que sepan que, algo antes o algo después, lo leo todo. Pero no contesto a casi nada en estos días por una razón sencillísima: a diez minutos por mensaje como media (hay que leerlo, comprenderlo, evaluarlo y darle respuesta), treinta mensajes se convierten en 300 minutos, o sea, cinco horas. Si se añade a eso el tiempo que dedico a estos Apuntes y el que he de emplear en labores remuneradas (porque, por sorprendente que parezca, he de trabajar para vivir), se obtiene como resultado... que vaya vacaciones más raras.
Admitid mis disculpas.