Dicen algunos graciosos que no hay que ser supersticioso, porque eso da mala suerte.
Dada mi formación racionalista, debería desdeñar la idea de que puedan existir los gafes.
Dada mi experiencia, en cambio, tengo motivos para maliciarme que yo sea gafe.
Causa que abrazo, causa que naufraga. Sea política, económica, deportiva… Sólo me respalda la Fortuna en materia de amores y amistades, que –vale, lo admito– no es poca cosa, pero ya sabéis cómo somos los humanos: lo que nos va bien no cuenta.
Prefiero no aplicar nada de todo esto a lo que escribe Josu Jon Imaz, que quiero mirármelo con más detenimiento, porque de entrada me parece de aurora boreal.
Me conformo con aplicarlo a la Copa de América de Fútbol.
Anoche me quedé a ver la final de ese campeonato. Diré, para demostrar hasta qué punto soy mal español, que Argentina y Brasil son países –son pueblos– que me caen bien. De modo que, de entrada, no tenía preferencias: estaba dispuesto a simpatizar con el que jugara mejor. Pero empezó el partido y me quedé perplejo. Todo estaba al revés de lo previsible. Dice el tópico, no sin su punto de razón, que los argentinos son «esos italianos que hablan en español». De repente comprobé que los brasileños de ahora son unos futbolistas de piel oscura que juegan en italiano. A lo que se supone que es el fútbol italiano: violento, marrullero, desagradable, físico. Ni un minuto sin su falta. De repente me vino a la mente la imagen del pequeño-gran Ardiles, modelo de futbolista honrado, inteligente y hábil. Pero lo mismo podría haber pensado en Pelé, puesto a mirar al otro bando. Angel Cappa, que ejercía de comentarista en Canal +, lo describió como es él, sin pretensiones, lúcido, sin darse aires de nada: la selección de Brasil estaba haciendo un juego práctico. Lo dijo con la entonación distante, probablemente involuntaria, que se merecía el caso.
Puedo ser gafe, pero no masoquista. Cuando esa cumbre del juego sucio y desagradable que es el sevillista Alves tuvo la potra de soltar un balonazo que rebotó en Ayala, otro que tal baila, y se convirtió en gol, apagué el televisor y, considerándome tan derrotado como los argentinos, me fui a la cama, en donde me adormecí oyendo una entrevista con Sabino Fernández Campo, del que quizá algún día me anime a contaros un par de anécdotas curiosas, una de las cuales me deja fatal a mí y otra lo retrata muy bien a él.
Pero eso será otro día. Hoy es lunes y estoy de un humor de perros, quizá porque mañana es martes y acabo de imprimir las tarjetas de embarque de tres vuelos que habré de hacer en 14 horas.
Tranquilos: no voy a teorizar que mi vida sea más horrible que la vuestra. Pero qué menos que haber visto derrotado a un Brasil en el que no jugaba ningún artista.
Oí a Cappa decir que hay equipos de fútbol que juegan en poesía y otros que juegan en prosa. Vale, pero ¿qué hacemos con los que se adornan escupiendo y dando puñetazos?
Lo peor no es que así esté el fútbol. Lo peor es que así está la vida.