Quien fuera fiscal general del Estado durante un par de años con Felipe González, Eligio Hernández, amenaza con querellarse contra un periodista canario, Armando Quiñones, quien glosó sin demasiada simpatía un artículo de prensa suyo en el que salía en defensa del ex general Enrique Rodríguez Galindo y, ya de paso, de su ex jefe.
He leído lo escrito por Quiñones. Y lo del tal Eligio, que se muestra en contra de la sentencia dictada por el Tribunal Supremo contra Galindo sin dar ni una sola razón jurídica que justifique su disenso.
La verdad es que el periodista no fue justo. Trató, sí, con la debida severidad el contenido del escrito del ex siervo de Felipe González, pero guardó un muy inmerecido silencio en lo tocante al estilo literario del personaje. Alguien capaz de emplear fórmulas retóricas tan disparatadas como «No puedo permanecer más en silencio por servicio a mi conciencia, sucursal de Dios en mi persona» está reclamando a voces que se reabra la añorada Cárcel de Papel de La Codorniz para ser recluido en ella a perpetuidad. Por cursi.
Hernández, que se presenta como socialista sin dar ninguna muestra de serlo –se pensará que el socialismo es asunto de carné, sucursal de Dios en su persona–, pretende en su escrito un montón de disparates que no voy a refutar. Tampoco es cosa de perder el tiempo.
Retendré sólo dos, que me han parecido más hilarantes que el resto.
Sostiene, en primer lugar, que Felipe González acabó con los GAL. Lo suyo viene a ser como lo del dicho bíblico: «Tú me lo diste, tú me lo quitaste». Lo meritorio habría sido que alguien que no tuviera nada que ver con los GAL hubiera puesto fin a sus actividades. Lo de González fue, por poner un ejemplo, como si Al Capone hubiera dado a los suyos la orden de no proseguir la guerra contra los miembros de la banda de Lucky Luciano, él nacido Salvatore Lucania. ¿Que el Señor X despejó la equis cuando se dio cuenta de que la ecuación le resultaba perjudicial? ¡Cuánto mérito!
Afirma también Hernández que ningún periodista denunció los crímenes cometidos por el Batallón Vasco-Español y otros ultras de derecha durante los tiempos de la Transición. Como la rana que croa en el fondo del pozo, el hombre cree que sólo existe lo que él vio desde su particular agujero. Que no se enterara o no quisiera enterarse entonces de lo que otros estábamos denunciando no quiere decir que no lo hiciéramos. Por supuesto que lo denunciamos. Pero fue como si nada. Éramos simples periodistas y ciudadanos de a pie: no fiscales generales, ni jueces de la Audiencia Nacional.
Un lector me pregunta: «¿Es cierto que El Mundo no dijo nada de aquello?». No sé qué habría dicho El Mundo de haber existido, pero estamos hablando de hechos que sucedieron entre 1976 y 1980, más o menos, y el primer ejemplar de El Mundo llegó a los quioscos en 1989.
Lo que si sé es lo que dije yo en aquel momento y, si Eligio Hernández tuviera que comerse todo lo que escribí al respecto, moriría de una indigestión de celulosa.
De todos modos, hay una diferencia entre el terrorismo anti-ETA de la época de la Transición y lo que ocurrió luego con los GAL, con González, Barrionuevo, Vera y Galindo al mando gubernativo.
Por lo que se logró averiguar de lo primero –que probablemente no ha sido todo, aunque sí bastante–, el Batallón Vasco-Español, ATE y demás chapuzas consortes fueron creaciones que implicaron a algunos policías, mafiosos y empresarios con ansias asesinas, pero no fueron ni pensadas ni ordenadas desde la jefatura nacional. No fueron idea de Adolfo Suárez, por así decirlo. Los GAL, en cambio, fueron una creación decidida en el puente de mando de la nave del Estado. Hasta el propio sello con el que certificaban sus comunicados se lo fabricó el Cesid.
Para mí que don Eligio o no tiene memoria o cree que los demás no la tenemos. Se equivoca en cualquiera de los dos casos.
Tengo entendido que es especialista en lucha canaria. Quizá pugnando a golpes tenga algo que hacer. Lo mismo por eso lo nombraron fiscal general. Con las ideas, en todo caso, se las arregla fatal.