El vespertino francés Le Monde publicó el pasado sábado una larga entrevista con Robert Cauthorn, que pasa por ser un pionero de la información en línea y un experto en periodismo digital. Como la mayoría de los gurús del ramo, también Cauthorn predice que los periódicos de papel, tal como los conocemos hoy, constituirán dentro de cinco años un fenómeno casi residual. Da por hecho que los diarios electrónicos, actualizados constantemente, les ganarán la batalla de la información caliente, que las ediciones en papel acudirán a los kioscos sólo los fines de semana y que su contenido se parecerá cada vez más al de las actuales revistas (artículos amplios de análisis, material diverso para contextualizar las noticias, opiniones, entrevistas en profundidad, etc.).
No lo veo tan claro. Quizá esté extrapolando mi propio modo de encarar el fenómeno, pero, a mí por lo menos, la presentación de los diarios electrónicos me aporta una información bastante más pobre que la que me proporcionan las páginas de los periódicos. No me es imprescindible tener el periódico de papel en las manos, pero sí prefiero, y con mucho, ver cómo cada diario organiza y jerarquiza las informaciones que incluye. El lugar que cada noticia ocupa en la página, el hecho de que vaya en una página par o impar, el cuerpo de letra elegido para unos y otros titulares, el tamaño y la colocación de las fotografías (caso de que la haya)… todos esos elementos, que permiten sacar conclusiones de importancia nada desdeñable sobre cómo cada periódico interpreta la realidad, no nos los aportan los diarios electrónicos, dentro de los cuales todas las noticias, salvo las de portada, tienen una presentación uniforme. Es por eso por lo que algunos, cuando leemos la prensa por internet, así que se nos ofrece esa posibilidad nos descargamos las versiones en PDF. Para leer los diarios tal como aparecen en las ediciones de papel.
Eso sin contar con que los periódicos de papel ofrecen posibilidades de lectura que difícilmente podrán abarcar los diarios electrónicos. Quien sale a trabajar con las legañas aún puestas y vuelve a casa a las tantas no tiene opción real: o lee la prensa de papel aprovechando los tiempos muertos de la jornada (los desplazamientos en transporte público, el café en el bar, la espera en alguna de las muchas colas que tenemos que hacer para mil cosas, la hora de la comida…) o no lee ningún diario.
A mí nunca se me han dado bien las profecías, así que no me atrevo a afirmar que vaya a ocurrir esto, lo otro o lo de más allá. Pero tampoco me parece que haya datos suficientes que avalen los vaticinios de todos los que ya están repartiéndose la piel de la prensa de papel antes de haberla cazado.