Un refrán popular –no muy fino, es verdad– sostiene que no vale echarse el pedo y apretar el culo. Estoy de acuerdo en que el apretón posterior no resuelve el mal causado previamente, pero no dejo de apreciar que lo mismo ese gesto evita una reedición de la agresión olfativa, lo cual puede ser de agradecer.
En sus tiempos de presidente del Gobierno español, Felipe González puso en práctica una política exterior alineada sin reservas con la de Washington en la práctica totalidad de los asuntos en los que tuvo ocasión de optar, incluyendo la primera Guerra del Golfo. En el conflicto de Oriente Medio, aunque alardeaba de su buena relación con Yasir Arafat, mostró una actitud de completa tolerancia hacia la política expansionista de Israel. Sobre su posición en América Latina, habanos aparte, baste recordar su estrechísima relación con Carlos Andrés Pérez, de quien aprendió las presuntas ventajas del empleo de la guerra sucia para combatir a los grupos guerrilleros.
Hay asuntos que a uno se le quedan grabados a fuego en la memoria. Yo no olvidaré nunca que el Gobierno de González autorizó la venta al régimen de Augusto Pinochet de material antidisturbios de fabricación española. También avaló la venta a Turquía de aviones de CASA preparados para la represión de la resistencia kurda.
Abreviando: que nunca ha sido precisamente santo de mi devoción, como creo haber probado sobradamente en las 355 páginas de mi libro El felipismo, de la A a la Z, publicado por Espasa ahora hace diez años. Él no se echaba pedos; la cagaba, directamente.
Pero ahora –y regreso con ello a la prosa versallesca– ha apretado un par de veces el esfínter posterior, y yo, que no soy fanático en mis fijaciones personales, como bien sabe Martín Villa, lo reconozco y doy por bueno.
Primer apretón: hace algunas semanas, en un curso en la Universidad de Verano de El Escorial, afirmó que no podía pretenderse rigurosamente que Hizbolá hubiera «secuestrado» a dos soldados israelíes, porque ambos se encontraban en una zona ocupada ilegalmente por Israel, en un acto inequívocamente bélico, y que, en consecuencia, no eran rehenes, sino prisioneros de guerra.
El segundo apretón lo dio ayer en Irán, donde afirmó que el Gobierno de Teherán tiene derecho a desarrollar un programa nuclear con fines pacíficos, porque eso es algo inherente a la soberanía de los estados e Irán es un Estado tan independiente y soberano como cualquier otro.
Me hizo gracia que fuera la cadena Ser, en tiempos protofelipista, la que reaccionara con más rapidez a esas declaraciones, aunque sin citarlas, dedicándose a argumentar en sus informativos (ahora se lleva mucho eso de editorializar las informaciones) que el problema es que el régimen iraní «no es de fiar» porque durante años estuvo propiciando su industria nuclear «en secreto». Como si los demás estados –el francés, por ejemplo– hubieran desarrollado su política nuclear en condiciones de perfecta transparencia, y como si EEUU, único estado que ha utilizado armamento nuclear contra poblaciones civiles, fuera mucho más «de fiar».
Por supuesto que Felipe González podía haber ido más lejos. Lo hizo Máximo Cajal hace unos días, recordando que Irán está al alcance del armamento nuclear de algunos de sus enemigos, Israel incluido, y que tampoco tiene nada de extraño que quiera dotarse con fines disuasorios de un poder nuclear propio.
Comenta alguien bien informado que Felipe González habla con Rodríguez Zapatero antes de hacer este tipo de declaraciones. No sé si será así. Hace unos meses estaba que trinaba con el actual presidente de Gobierno y no paraba de tirarle zancadillas. En todo caso, sí parece intuirse detrás de esas tomas de posición novedosas de González la mano de su sucesor.
Es justo lo contrario de lo que sucede en el PP: ahí no para de verse detrás de las tomas de posición de Mariano Rajoy la mano de su antecesor.