Mantengo una de mis frecuentes conversaciones telefónicas con mi buen amigo Gervasio Guzmán. Gervasio me suele someter a interrogatorios tremendos. Es como si quisiera examinar hasta qué punto soy riguroso en mi seguimiento de la actualidad política.
–¿Has visto que el PP va a presentar cien propuestas sobre emigración? ¡Cien propuestas! –se ríe–. ¡Su seguidismo con respecto a El Mundo no tiene límites! Porque eso de enumerar las propuestas es muy de El Mundo, ¿no?
–Algo sé de eso, sí. El Mundo se estrenó en esa práctica allá por 1994. Su primer proyecto «cifrado» se llamó 100 propuestas para la regeneración de España y fui yo el encargado de coordinarlo y darle redacción definitiva. De todos modos, no fue un invento de El Mundo. Una iniciativa previa muy similar lanzada por un semanario francés ya desaparecido, L’Événement du Jeudi, nos dio la idea. Ya sabes que, en periodismo, todo lo que no es plagio es copia. Aunque me da que las propuestas que se numeran ahora tienen más bien poco que ver con aquellas...
Aprovecho que Gervasio se queda momentáneamente en silencio para hacerle una pregunta con trampa.
–Por cierto, ¿has oído la última del nuevo régimen de Tailandia? ¡Es increíble!
Gervasio no sabe a qué me refiero.
–Pues te cuento. Está a punto de celebrarse allí un juicio ante un tribunal especial en el que el fiscal pide más de 90 años de cárcel para un tipo al que le acusan de terrorista por dos artículos de prensa. ¿Qué te parece?
–¡Monstruoso! ¿Castigan opiniones con cadena perpetua? Pero, bueno, ¡qué se puede esperar de un Gobierno militar golpista como el que se ha impuesto en Tailandia!
–Ay, no, Gervasio, perdona, que me he equivocado. No es en Tailandia. Es en España. El acusado es Iñaki de Juana Chaos y va a ser juzgado por dos artículos que escribió en Gara. El fiscal pide que se le condene a 96 años de cárcel por dos delitos, uno de pertenencia a banda armada y otro de amenazas terroristas, que deduce del contenido de esos dos artículos. Si quieres te los paso para que los leas. En ninguno de los dos De Juana se identifica como miembro de ETA y en ninguno de los dos amenaza a nadie con nada. Habla de su determinación de luchar contra «el enemigo», pero ni apela a la lucha armada, en concreto, ni señala a nadie por su nombre. Tan es así que, en un primer momento, el juez Santiago Pedraz, de la Audiencia Nacional, dijo que él no veía que de la lectura de los dos artículos se desprendieran indicios de pertenencia a banda armada y de amenazas terroristas. Pero el caso es que De Juana había cumplido la condena que le mantenía en la cárcel e iba a quedar en libertad, cosa que provocó tal escandalera que el ministro de Justicia se creyó en la obligación de intervenir directamente para impedirlo. «Construiremos nuevas imputaciones», dijo. Y las construyeron. Se las inventaron, para ser exactos.
–Vale, vale, Javier... ¡Pero tú sabes de qué clase de individuo se trata! De Juana Chaos fue condenado por haber matado a 25 personas. ¡El angelito! Es uno de los etarras más sanguinarios de la ya de por sí sanguinaria historia de la organización terrorista. ¿No te parece que resultaba hiriente que un tipo así pudiera salir a la calle tras haber cumplido sólo 18 años y medio de cárcel?
–No. A mí no me resulta hiriente que se cumpla la ley. De Juana fue condenado al máximo de pena que autorizaba el Código Penal cuando fue juzgado –o sea, a 30 años– y se le aplicaron las normas legales sobre redención de pena que estaban en vigor en aquel momento. El fiscal miró con lupa el modo en el que se le habían aplicado y tuvo que acabar reconociendo que no le habían dado nada a lo que no tuviera derecho. Como supongo te imaginas, los crímenes de De Juana distan de dejarme indiferente. Su bienestar personal me interesa menos que nada. Lo que sí me interesa, y mucho, es que la ley sea igual para todos. Un Estado que se dice «de Derecho» no puede burlarse de su propia ley y fabricarse imputaciones a la medida para saltársela cuando tiene efectos que le parecen indeseados. No puede tratar con guante de seda al condenado por asesinar y enterrar en cal viva a dos personas y reservar su ferocidad sólo para los criminales ideológicamente opuestos. El dicho latino Dura lex, sed lex («La ley es dura, pero es la ley») no vale sólo para el delincuente. Se aplica también al que lo castiga.
Gervasio se muestra práctico:
–No creo que vayas a sacar ningún provecho diciendo esas cosas.
–Ya. En eso estamos completamente de acuerdo.