Parece ser que un grupo de mujeres vinculadas a la práctica totalidad de los partidos vascos —excepción hecha del PP— se propone hacer público un manifiesto que propugna la superación de la violencia de ETA mediante el diálogo y la negociación. «Parece», digo. No está tan claro.
Por lo que se sabe del documento, sus autoras sostienen que el recurso a la violencia armada no tiene sentido en la Euskadi de hoy porque «todos los proyectos políticos se pueden y deben defender por vías democráticas».
Doy por hecha la bonísima fe de las promotoras del escrito y comparto al cien por cien su preferencia por las soluciones negociadas. (Es más: no veo que pueda haber soluciones que no sean negociadas. Ya sabemos adónde llevan las imposiciones disfrazadas de soluciones.)
Dejada constancia de ello, y sin ningún ánimo de perjudicar su iniciativa, creo que vale la pena reflexionar sobre lo que argumentan, por si cupiera fundamentarlo más y mejor. O no.
Me planteo dos preguntas.
La primera se refiere a la razón por la que, según las firmantes del escrito, carece de sentido el recurso a la violencia en la Euskadi de hoy. ¿Es, como afirman, porque se puede defender eficazmente lo mismo por métodos pacíficos? O, dicho al revés: si no cupiera defender determinadas aspiraciones políticas por vías pacíficas, ¿estaría justificado el recurso a la violencia?
No se trata de ningún sofisma, sino de un importante dilema estratégico.
Por no andarme por las ramas, diré por la brava algo que para mí que todos —y todas— sabemos más que de sobra por estos lares, aunque lo callemos por pudor convivente: que tal vez sea cierto que entre nosotros cabe defender cualquier alternativa política por la vía democrática, pero que es decididamente falso que algunas alternativas políticas puedan aspirar a materializarse y ser llevadas a la práctica por vías democráticas.
¿Cabe ser independentista vasco y no acabar en la cárcel? Hay quien lo discute, y no sin sus buenas razones: es bien conocida la doctrina Garzón-Oreja, según la cual, si alguien coincide con los fines políticos de ETA y actúa en esa línea, puede ser tenido por cómplice objetivo del terrorismo. Pero, en todo caso —y al margen de eso—, lo que la ley española establece con perfecta nitidez es que, por mucho que la inmensa mayoría de la ciudadanía vasca postulara la independencia de Euskadi, así fuera al 100%, no podría convertir en realidad esa aspiración, porque las Fuerzas Armadas españolas tienen el encargo constitucional de impedírselo.
No sé si hace falta que detalle las muchas y muy autorizadas voces que han insistido de manera rotunda y nada ambigua en esto: la democracia no consiste en aceptar lo que diga el pueblo, sino en aceptar lo que diga el pueblo español, convenientemente canalizado por sus legítimos representantes. Y si el pueblo catalán o el pueblo vasco o cualquier otro se pronuncian en sentido distinto, pues peor para ellos, que han tenido la ocurrencia de creerse pueblos, y no aldeas.
Vuelvo a la primera pregunta que he planteado para dar paso a la segunda. Si la razón que mueve a repudiar el recurso a la violencia no puede sustentarse en las ventajas y comodidades de las vías democráticas, que aparecen erizadas de dificultades, si es que no directamente impracticables, entonces ¿por qué preferirlas?
Mi respuesta no es, ya me hago cargo, nada épica, pero es la que más me convence: porque por la vía violenta, aquí y ahora, no sólo no se va a conseguir nada mejor, sino todo lo contrario. La violencia de ETA nos divide, nos amarga, nos desmoraliza. La violencia de ETA causa muchos más estragos en nuestra propia sociedad que en el enemigo informe y difuso contra el que apunta, muchas veces sin que se vea nada claro por qué.
A la población vasca hay que infundirle el convencimiento de que lo que logre —poco o mucho, mejor o peor— lo habrá de lograr ella misma, y no una pandilla de herederos de Robin Hood venidos a menos.
Por decirlo todavía más claro: no creo que la vía democrática resulte muy esperanzadora; a cambio, la vía violenta me parece terrible, total, definitivamente desesperanzadora.