Es tremendo el golpe –nada comparable con lo recibidos por Igor Portu, sobre los que acabo de escribir una columna para Público– que supone el regreso a la rutina ciudadana tras unas vacaciones en el campo. Aunque sean cortas.
Me hizo gracia ver ayer a un amigo, que ha pasado las Navidades con nosotros en nuestra casa de Aigües, en la costa-montaña alicantina, sentado en un poyo del jardín y mirando melancólicamente el valle.
“¿Qué te pasa?”, le pregunté.
“Que no quiero volver a Madrid”, me contestó.
Poco más allá estaba mi suegro, con la misma mirada perdida, apuntando al fondo, donde se levanta la montaña del Cabeçó d’Or.
“Yo me quedaría”, dijo.
Debo precisar que, por suerte (y ya veremos por cuánto tiempo), nuestra casita mediterránea está en un paraje limpio, abierto sin obstáculos a un gran valle, sin edificaciones colindantes, y tan intensamente silencioso que los pasos de un gato en el jardín por la noche parecen un estruendo.
Para mí que muchos ciudadanos (habitantes de ciudad, quiero decir) sufrimos la nostalgia del modo de vida campestre. Con independencia de que nunca hayamos vivido en el campo. Cuando podemos disfrutarlo, descansamos del ruido. Hacemos cosas sencillas. Nos organizamos una rutina que, a fuerza de plácida y sin complicaciones, consigue que los días pasen sin hacerse notar. Se nos cambia el tempo de la vida.
Además, hay sitio. El uno está buscando nidos de procesionarias en los pinos de abajo. La otra está a 200 metros colgando la colada al aire libre. El de más allá, limpiando de yerbajos el camino. (Luego estoy también yo, sin ninguna gana de ponerme pastoril, ante el ordenador y con un catarrazo de mil pares. Pero también lo habría tenido en Madrid, y puede que peor.)
Estábamos recogiendo ya todo, para enfilar la carretera y volver a la rutina laboral de siempre, cuando me quedé oteando el terreno y pensando en mi jubilación, que está a tiro de un lustro. “En esta zona pondré un par de bancales, con almendros y limoneros, y en esta otra un poco de huerta, con algunas tomateras…”
Y a continuación me hice dos preguntas.
La primera fue: “¿Seguro que te gustará vivir durante meses y más meses en este aislamiento? ¿No será que te encanta, pero sólo por lo que contrasta con tu vida habitual de ahora?”
Y luego vino la segunda pregunta, de más difícil contestación todavía: “¿Quién te ha dicho que dentro de cinco años seguirás vivo?”
Comentarios
Como dijo algún sabio, no me acuerdo cual, "la vida hay que vivirla como si fuera a durar siempre y como si cada dia fuera el último que te queda por vivir" (o algo parecido).
Así pues, a plantar limoneros y almendros. Personalmente te recomiendo los algarrobos.
Escrito por: .2008/01/08 09:58:5.659000 GMT+1
"Nos organizamos una rutina que, a fuerza de plácida y sin complicaciones, consigue que los días pasen sin hacerse notar". Eso, Javier, es exactamente lo que a mí me está matando. No puedo entender como bienestar que 'pasen los días sin hacerse notar', que, en su culminación afortunada, sería la certeza de que cada otro mañana por venir nada nuevo traerá al hoy que se acaba, que es de la que yo disfruto. Sin que, además, falte diariamente la ración de brutalidad que la realidad exterior nos aporta, percibida como agresión a la propia existencia, y con la misma seguridad de ausencia de cambio, como no sea para peor.
Claro que yo no vivo en Madrid, trabajo en Euskadi, doy conferencias en las islas y en la 'casi isla', y tengo una casita en el campo mediterráneo, convertida en paraiso inalcanzable. Tren, coche, avión y terminales 1 2 3 4 satelite, taxi, metro. Tienes razón.
Si fuese capaz, debería pensar en lo feliz que se puede ser cada día en la soledad silenciada de mi apartamento de 50 metros, en el que todo es plácido, sin más complicaciones que aquéllas en las que meto las narices a través de esta pantalla, algunas de las cuales me las sirves tu cada mañana cuando te visito. Pero no.
¿Por qué contaré estas cosas al aire que corre?.
Javier, como casi todos que por aquí pasan, también quiero expresarte mis deseos de felicidad, y que ni la maleza ni la sequía te la compliquen. Un saludo.
Escrito por: anim.2008/01/08 11:36:57.003000 GMT+1
Escrito por: Belén.2008/01/08 11:44:5.081000 GMT+1
Lo único a la mano permanentemente es el ahora.
Escrito por: Toni.2008/01/08 12:45:47.690000 GMT+1
«Mi cuadro del mundo está dibujado en perspectiva, y no como un modelo a escala. El primer plano lo ocupan los seres humanos, y las estrellas son, para mí, tan pequeñas como monedas de tres peniques. No creo realmente en la astronomía, excepto como una complicada descripción de parte del curso de las sensaciones humanas y, posiblemente animales.
Aplico mi perspectiva no sólo al espacio, sino también al tiempo. A la larga el mundo se enfriará y todo morirá; pero queda mucho para eso, y su valor actual, a interés compuesto es casi nada. Que el futuro sea vacío no quita valor al presente.
La humanidad, que ocupa el primer plano de mi lienzo, es para mí interesante y toda ella admirable. Encuentro, al menos hasta ahora, que el mundo es un lugar placentero y excitante. Puede que vosotros lo encontréis deprimente; lo siento por vosotros, y vosotros seguramente, desdeñareis lo que digo. Pero yo tengo razón y vosotros no; sólo tendríais alguna razón para rechazar lo que digo si vuestros sentimientos se correspondieran con la realidad como los míos lo hacen. Pero no pueden. La realidad no es ni buena ni mala; simplemente es lo que a mi me entusiasma y a vosotros os deprime. Y lo siento por vosotros, porque es más agradable estar entusiasmado que deprimido... y no sólo más agradable, sino mejor para la vida de cada uno.»
Frank P. Ramsey (1903-1930)
http://en.wikipedia.org/wiki/Frank_P._Ramsey
Escrito por: Ego.2008/01/08 13:04:31.822000 GMT+1
Lo malo de las labores del perfecto neo-rural alternativo es que no te dan para pagar tus facturas. Para comer sí, claro (el papel no se come, los puerros y los huevos, sí), pero no para pagar la luz, los impuestos, el gasoil, los seguros, la hipoteca...
Las manos, con callos, y meto más horas de taller que las que metía de despacho cuando vivía en la ciudad, pero, así todo, no me vuelvo a Santander ni borracho.
Cuando estoy agobiado por las deudas y el escaso tiempo libre, que es a menudo, miro por la ventana, enciendo un pitillo, y la vista de las cagigas y los prados, el silencio, los pájaros y el verde que inunda todo me compensa.
En serio.
Cuestión de prioridades.
Ahora, sé que lo de jubilarme... lo tengo jodido. Aguantaremos hasta que se pueda, y luego... no sé.
Esto no es Canadá ni Escandinavia. Adiós al Estado del Bienestar, antes de que nos hubiera llegado.
Escrito por: iurde.2008/01/08 20:56:38.047000 GMT+1