Esto no es una necrológica. No lo es, para empezar, porque viola la primera norma que debe cumplir un buen obituario y que el propio Diego Muñoz se sabía de memoria: quien lo firma no debe hablar de sí mismo. Cuántas veces no nos habremos mofado en el periódico –él en especial, con su tono pausado, suave y guasón– de esas necrológicas en las que al final la noticia aparentemente más importante no es la muerte del famoso, sino lo muy amigo que fue, a lo que parece, de quien firma la reseña.
Por eso empiezo declarando que esto no es un obituario como debe ser. Porque contravengo las normas añadiendo acto seguido que Diego Muñoz, que murió de cáncer el sábado pasado, fue, además de un excelente periodista, conocedor como poco de los entresijos del gremio de la cultura, un magnífico amigo.
Hay muchas maneras de ser íntegro. La de Diego era la menos aparatosa. Recuerdo un día en el que salió en defensa de una joven periodista humillada por un jefe imbécil, que prefiero no imaginar qué tendría en contra de la moza, una vez descartado que se tratara de asuntos profesionales. El tipo chilló a la chavala que se largara; que no quería verla más por allí. Diego habló inmediatamente con el responsable de Cultura y ambos se fueron a comunicar a otro mandamás aún más mandamás que para ellos sería un honor aceptarla en su sección.
Su gestión tuvo el éxito predecible –o sea, ninguno–, pero lo intentó. Era típico de Diego intentar que se hiciera a veces algo de justicia, incluso a sabiendas de la inutilidad del esfuerzo.
Lo conocí en El Mundo y trabamos en un par de años una buena amistad, que hemos conservado con mimo. Nos veíamos de tanto en tanto, con Mila, su mujer –otro cielo–, poníamos a caldo a los popes del gremio, nos burlábamos de ellos, nos reíamos de nosotros mismos e intercambiábamos historias y recuerdos. Mientras la salud se lo permitió –qué mierda, la puta salud– fue un comensal pausado, un bebedor social, un fumador de pro y un conversador delicioso. Tengo que decir de él que era anarquista, porque lo era –y a mucha honra, faltaría más–, pero según lo escribo me viene la sonrisa: con incendiarios como él no se quema ni una vela.
Miento: una sí. La que tendré siempre en el altar de mis recuerdos alumbrando su memoria.
_______
(c) La Vanguardia
Diego Muñoz, luchador infatigable y periodista, trabajador de La Vanguardia, El Mundo, El País y otra vez La Vanguardia, murió en Madrid el 14 de octubre de 2006. Tenía 49 años. Donó su cuerpo a la Medicina.