El asunto puede considerarse casi anecdótico, y de hecho tiene muy poca importancia, pero resulta revelador de una tendencia que, ella sí, vale la pena examinar. Me refiero a la manía que les ha entrado a todos los medios de comunicación españoles de llamar «desconocidos» a cuantos intervienen en actos de violencia callejera en Euskadi. Antes podías toparte con un titular que dijera, por ejemplo: «Queman dos cajeros automáticos en Basauri». Ahora ya no. Ahora te cuentan, invariablemente: «Desconocidos queman…»
Pero ¿se trata realmente de desconocidos? Podemos dar por hecho que alguien los conocerá. Que el periodista que ha escrito la noticia no sepa quiénes han sido los autores de la quema de cajeros, o de lo que sea, no convierte a los autores del hecho en ontológicamente desconocidos. No son desconocidos profesionales.
Estamos ante una muestra más de la tediosa tendencia del periodismo español a funcionar con frases hechas, latiguillos y referencias tópicas.
El mecanismo mental que impele a la mayoría de los periodistas a servirse masivamente de esa morralla es de lo más elemental: «Si los demás la emplean, será que está bien, y si no está bien, da lo mismo, porque la culpa es tan extensa que no pone en peligro mi porvenir profesional particular». Ateniéndose a esa regla, si se produce una desgracia, él sabe que «el espectáculo» (?) debe ser calificado de «dantesco», del mismo modo que cualquier sequía habrá de definirla como «pertinaz», porque, si no, no es una sequía de verdad, y ello por el mismo mecanismo por el cual, si tiene que hablar de una calle de Madrid, habrá de decir «la madrileña calle de...»
Todo funciona igual. ¿Cuántos periodistas se tomaron en su momento el trabajo de enterarse de qué es realmente una patera, o un cayuco? La profesión se apuntó en masa a esos términos, por disparatados que fueran, ignorante de que tanto las pateras como los cayucos son embarcaciones sin quilla, buenas para ir a la caza de patos en Doñana, por ejemplo, pero absurdas para la navegación en mar abierto. Pero todo es cosa de insistir en el error: ambas palabras ya significan otra cosa para todo el mundo.
De modo que, si a los primeros en hablar del asunto se les ocurrió llamar «desconocidos» a quienes practican el vandalismo callejero en Euskadi (que es conocido como kale borroka porque el periodismo con sede en Madrid no tiene ningún inconveniente en utilizar el euskera, siempre que sea para algo negativo: talde, zulo, etc.), los siguientes optaron por hablar también de «desconocidos», y a vivir, que son dos días.
¿Preguntarse si el término tiene sentido? ¡Venga ya! Ponerse en ese plan es peligrosísimo en la profesión periodística. Empiezas planteándote si las palabras que empleas son las adecuadas y acabas reflexionando sobre si todo lo demás no será igual de simplón, absurdo y arbitrario.