La credulidad humana no tiene límites. El personal es capaz de dar por ciertas las cosas más inverosímiles, sin descartar las directamente imposibles.
En estos últimos días me he quedado perplejo al comprobar cuánta gente ha habido dispuesta a plantearse por qué Miranda de Ebro ocupa el número 2 mundial en el ranking de poblaciones consumidoras de cocaína. Han tomado como referencia un estudio, supuestamente procedente de las Naciones Unidas, según el cual en Miranda se consumen a diario 97 rayas de coca por cada 1.000 habitantes, frente a las 5 detectadas en Aranda de Duero.
Yo también oí hablar de ese estudio, pero me pareció tan chocante lo que pretendía que decidí ponerlo en cuarentena hasta averiguar quién y cómo se había hecho, o sea, hasta saber qué credibilidad cabía atribuirle.
Siguiendo el rastro del asunto, me enteré de que la afirmación referida a Miranda es ajena a las Naciones Unidas. Thomas Pietschmann, encargado de la Oficina contra la Droga de la ONU (ONUDD) y responsable del Informe Mundial sobre Drogas 2007, la citó en una conferencia de prensa, de pasada y como mera curiosidad, poniendo mucho cuidado en subrayar que el dato no estaba extraído de su informe, sino de otro para cuya realización –eso decía la reseña– sólo se tuvieron en cuenta dos poblaciones españolas, amén de Madrid: Miranda de Ebro y Aranda de Duero. El propio Pietschmann, tras mencionar ese extremo, se creyó en la obligación de continuar su perorata diciendo: «Con independencia de la credibilidad de estos datos…». Vamos, que los puso en duda.
Sin embargo, han sido infinitos los comentarios que se han hecho sobre Miranda como número 2 mundial de la coca, etc.
Acabo de leer en un blog una apostilla fascinante. Tras aceptar el presunto dato como verdad revelada, afirma: «Es lógico. En las poblaciones pequeñas…» y se larga a continuación toda una larguísima teoría sobre el ocio pueblerino.
Lo de Miranda es sólo un ejemplo.
Los últimos días me han proporcionado varios más. Citaré dos, típicos de las muchas distorsiones de la verdad –cuando no directas mentiras–, que circulan sin parar por internet.
Distorsión de la verdad, y muy neta, es la que proporciona un correo electrónico que está siendo muy difundido, en el que se ve una foto de la selección de fútbol de Euskadi acompañada de un pie de foto disparatado e hiriente aparecido en el diario La Razón. Lo que no se dice es que el diario en cuestión sacó esa fotografía con ese pie, sí, pero en una sección de humor y como broma. Lo que hace que todo cambie bastante.
Otra historieta que me ha llegado por una docena de vías diferentes: un supuesto documento de la Guardia Civil que alerta sobre teléfonos-bomba que ETA estaría dejando por ahí para que la gente los coja y salte por los aires. Este documento, que es reincidente –ya circuló hace un par de años; ahora le han actualizado la fecha–, es disparatado. Primero y principal, porque si la Guardia Civil tuviera que alertar de algo de semejante gravedad, recurriría a los informativos de televisión. Pero tanto da: el bulo sigue circulando y goza de excelente salud.
Es de ley apuntar que la credulidad no es inocente. Muy a menudo, se gesta en el caldo de cultivo proporcionado por las ganas de creer.
Volvamos sobre los ejemplos anteriores. 1º) La avidez de noticias sensacionales ha facilitado que mucha gente se tomara en serio lo de Miranda de Ebro y la coca. Es gente que necesita noticias que llamen la atención y, cuando cree haber encontrado una, le abre paso hasta la cocina. 2º) El convencimiento de que el anti-vasquismo de La Razón no tiene límites –que sí los tiene: todo lo humano los tiene– lleva a muchos a creerse cualquier acusación de desvarío que se formule contra ese diario, sin tomarse el trabajo de comprobar su proximidad o alejamiento de la verdad. Y 3º) Hacen legión los ciudadanos españoles que están psicológicamente predispuestos a creerse cualquier cosa sobre la Guardia Civil y sobre ETA, juntos o por separado, por absurda que sea.
Internet proporciona un vehículo particularmente apto para la difusión de bulos. Todavía me acuerdo de la época en la que, día sí día también, todos recibíamos varios correos electrónicos en los que se nos alertaba sobre la existencia de un virus informático terrible que los anti-virus no eran capaces de detectar y frente al cual debíamos tomar toda una serie de medidas que se nos detallaban acto seguido. Conocí a decenas de gente que, haciendo caso de esos avisos alarmistas, borró ficheros imprescindibles para el buen funcionamiento del sistema operativo de Windows. Luego tuvo que sudar tinta para devolverlos a su lugar de origen.
Habrá quien, a la vista de lo anterior, se preguntará: «Entonces, ¿qué? ¿Hay que desconfiar de todo?».
Mi respuesta es: sí.
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Aviso.– A partir de hoy y durante los meses de julio y agosto voy a entrar en mi particular «plan de verano», que sólo tiene una característica uniforme: mi lejanía de Madrid. Pasaré una parte importante de esos dos meses en mi campamento-base del Mediterráneo, pero también me tocará viajar a varios puntos distintos y distantes. Lo iré reflejando, supongo, en estos Apuntes.
Durante el mes de julio seguiré acudiendo a las tertulias de Pásalo, en la televisión vasca. El 31 de julio no hay programa y durante agosto me tomaré asueto, porque la comunicación aérea entre Alacant y Bilbao se pone imposible en esas fechas.
Durante julio y agosto mantendré mi participación en las tertulias matinales de Radio Euskadi, pero sólo las de los días de labor (suspendo por problemas técnicos las de los domingos en Más que palabras).
Para compensar esa ausencia, es posible que inicie una colaboración de fin de semana en otra radio, ésta de más amplio ámbito geográfico. De concretarse esa oferta que me han hecho, ya os tendré al tanto.
Seguiré publicando mis dos columnas semanales en El Mundo.
Estos Apuntes mantendrán también su cadencia habitual –diaria, en su caso–, pero con más flexibilidad de horario. Es fácil que algunos días no estén disponibles a primera hora de la mañana.
También aminoraré la atención que presto a la correspondencia electrónica.
Y eso es todo, por ahora.