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2006/06/07 07:00:00 GMT+2

Dejad al ciego a su aire

Espero que no os enoje mucho que cuente un chiste malo. Claro que lo peor no sería que os pareciera malo –que lo es–, sino que encima ya os lo supierais. Bueno, confío en que, por lo menos, convengáis conmigo en que tiene relación con el asunto que trato de ilustrar.

Dicho lo cual, procedo.

Cuenta el cuento que se reúne un grupo de boys scout con su monitor –o como quiera que llamen al señor mayor que los dirige– para hacer balance de lo hecho durante la semana y considerar las buenas obras puestas en práctica por cada uno de los chavales.

«A ver, tú, Pedrito, ¿qué buena acción has realizado esta semana?», pregunta el hombre al crío que tiene más cerca. Y el chaval responde sonriente: «Pasé a un ciego de una acera a la otra». «¡Muy bien! ¡Ese es un acto realmente hermoso!», le felicita. Y prosigue el recorrido: «¿Y tú, Luisito?». A lo que el aludido contesta: «Yo también». «Ah, ¿pasaste a otro ciego a la acera de enfrente?». «No, señor –le corrige el crío–. Fue al mismo». «Al mismo, ¿eh? Vaya, vaya. ¿Y tú, Ramón?». «También», dice Ramón. «¿Al mismo?», se extraña. «Sí». El adulto, ya decididamente mosca, pregunta al grupo entero: «¿Alguno de vosotros no participó en esa buena obra?» «¡La hicimos entre todos, señor!», responden los rapaces a coro. «¿¿¿Ocho niños para pasar a un ciego de una acera a otra???», exclama el maromo con evidente cabreo. A lo que los chavales le responden, no menos enfadados: «¡Es que el cabrón del ciego no se dejaba!»

Algo así sucede en la escena política actual. No hay por estos lares partido político, de derecha o de izquierda, centrífugo o centrípeto, que no esté empeñado en llevar al PP al buen camino. Todos se arman de paciencia con él, no le tienen demasiado en cuenta ni las intemperancias ni los insultos directos, le dicen sonrientes y benignos que su participación es fundamental y que será acogido con los brazos abiertos si regresa a la congregación del Padre Consenso, etc., etc. «Venga, no seas así; deja que te ayudemos a cruzar la calle», le ruegan sin parar.

El problema estriba en que el ciego no quiere cruzar, por muchas facilidades que le den y por muchos voluntarios que se ofrezcan para agarrarlo del brazo. Con la circunstancia agravante de que, a diferencia del ciego del chiste, éste no está dispuesto a dejarse pillar por sorpresa: se ha encadenado a una alcantarilla y se ha amarrado a ella con diez candados. Nadie le llevará a rastras hasta la sensatez.

Admitámoslo sin ambages: el PP tiene derecho a ser insensato. A no desear la paz, salvo que se le reconozca el derecho a imponer las condiciones de rendición de todos los demás. A sentirse en su salsa con la gresca, enarbolando cuantos tópicos ultraderechistas le venga en gana.

Que se quede en su acera. Que diga todo lo que tenga que decir, que los demás hagan lo propio y que sean las urnas, al final, las que establezcan qué ha de prevalecer.

Mi buena acción de la semana consiste en defender que el ciego deambule a su aire. Y si se da un castañazo de mucho cuidado, pues todos tan felices. Él, porque será el resultado de su libre albedrío, y los demás, por lo mismo: porque será el resultado de su libre albedrío.

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Líos lingüísticos

 1º) ¿Quién ha atravesado todas las líneas rojas: el PP, como cree el PSOE, o el PSOE, como cree el PP? Pues no lo sé, porque no tengo ni idea de qué puede ser hoy en día una «línea roja», salvando las de Metro (en Madrid, por ejemplo, la línea Ventas-Cuatro Caminos). Allá por los años 60 y 70 del pasado siglo, en China se hablaba de «la línea roja revolucionaria» de Mao Zedong para oponerla a «la línea reaccionaria» de Liu Shaochi y Deng Siaoping, pero algo me dice que ni el PP ni el PSOE se refieren a esa «línea roja».

¿No estarán acusándose entre sí de haber sobrepasado todos los límites? Tal parece.

Bueno, pues, si es así, ¿por qué no lo dicen en el castellano de siempre, corriente y moliente, en vez de echar mano de ese inglés mal traducido que nos vino de la mano de la película de Terrence Malick The Thin Red Line («La delgada línea roja»)? (Compruebo que algunos conservacionistas emplean la expresión «línea roja» para señalar el límite por encima del cual no se puede explotar un bosque sin afectar a su conservación. Pero me da que también ellos cazaron la expresión tras una excursión por el submundo de las malas traducciones.)

2º) He visto por televisión un par de partidos del Roland-Garros y he oído los comentarios de los encargados de la retransmisión. La cosa sucede en París, pero los servilismos lingüísticos se mantienen. Les importa una higa la pronunciación francesa del apellido Garros (para ellos, como si el tal señor fuera burgalés) pero, a cambio, llenan su relato de constantes anglicismos. Y no me refiero a la jerga propia del juego (ace, deuce, «liftado», etc.), sino al resto. Por ejemplo: según ellos, ya nadie comete errores; ahora los errores se hacen («make mistakes»). Tampoco hay virtudes que marcan la diferencia entre unos tenistas y otros; para ellos, las diferencias también se hacen («make difference»). El resto, por el estilo.

Nuestra derecha centralista se muestra muy preocupada porque dice que a los niños en Cataluña no se les enseña castellano. ¿Por qué se van hasta Cataluña? En Madrid tampoco les enseñan castellano.

Escrito por: ortiz.2006/06/07 07:00:00 GMT+2
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