He recibido no poca correspondencia sobre mi apunte de ayer. Varios lectores me han hecho ver mi ignorancia del sentido científico del término «caos». A mí me ha llamado la atención que se decidieran a criticar mi ignorancia (que es auténtica, desde luego) sin haber leído la noticia en la que estaba basado mi comentario. De haberlo hecho, habrían comprobado que Hawking no precisó que estuviera utilizando el término en el sentido que cobra en determinadas ciencias («comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos, aunque su formulación matemática sea en principio determinista», según reza la tercera entrada que incluye el DRAE), ni que excluyera su significado corriente y moliente. Habrían visto también que las respuestas que ha recibido su pregunta tampoco se han atenido a esa acepción propia de la Física y de la Matemática.
Dicho sea con toda la modestia de un completo profano en Ciencias, sigo creyendo que mi objeción al planteamiento de Hawking es pertinente: ni siquiera ha considerado la posibilidad de que lo mejor que quepa hacer para preservar la supervivencia de la especie humana (en condiciones dignas, que ésa es otra) es sublevarse contra el sistema de organización social imperante. De la misma manera que cuando recibió el premio Príncipe de Asturias ni siquiera se planteó qué relación puede haber entre «el caos social, político y medioambiental» y la forma de Estado monárquica representada por quienes lo agasajaban.
Ha habido un mensaje de un lector que, sin embargo, me ha hecho sonreír y exclamar, al modo de los espadachines, «Touché!». Me señala que yo también he formulado en muchas ocasiones preguntas capciosas, de ésas que acotan el campo de las respuestas posibles o incluso las sugieren. Me pone algunos ejemplos. Varios, de todos modos, se refieren a preguntas que formulé de manera meramente retórica, o incluso con ánimo de ridiculizarlas.
Hoy la actualidad plantea un asunto en el que tampoco quisiera hacer trampa. Me refiero al derecho de autodeterminación, que va a estar en el centro de una marcha o manifestación que va a celebrarse (o a lamentarse, según los criterios de cada cual) en Bilbao.
No voy a entrar a defender la legitimidad del acto y demás rollos anejos: mi posición al respecto es de sobra conocida.
Lo que me planteo –y os planteo– es el asunto del propio derecho de autodeterminación, a favor del cual me he pronunciado en muchas ocasiones. Soy partidario del derecho de autodeterminación de los pueblos, de todos los pueblos, pero no veo nada claro en este caso concreto cómo podríamos materializarlo, en el supuesto de que ningún Estado lo impidiera.
Lo que planteo es el peliagudo asunto del sujeto de la autodeterminación. Euskal Herria existe, por supuesto, diga lo que diga el fanático Mayor Oreja, pero el concepto de Euskal Herria es hoy, para muchos –entre los que me encuentro–, sobre todo cultural. El pueblo de Navarra es parte de Euskal Herria: es un hecho que ningún antropólogo o lingüista medianamente serio se atrevería a negar, así milite en UPN. Otro tanto cabe decir de los territorios vascos de disciplina francesa. Pero tanto el uno como los otros tienen rasgos comunes y también rasgos muy diferentes. Incluso en su propio interior. Si los pueblos no son esencias inmanentes, es decir, si identificamos los pueblos con las sociedades realmente existentes (curiosa tautología), entonces no hay más tu tía que aceptar, entre otras cosas: a) que sólo cabe reclamar el ejercicio del derecho de autodeterminación, en el sentido político del término, para quien quiere ejercerlo, y b) que habrá de ejercerlo, si quiere hacerlo, en compañía de quien decida ejercerlo.
La tradición social y política vasca arrastra un fuerte componente confederal, dicho sea en términos modernos. Según ella, cada territorio cuenta con derecho a decidir qué hace, cuándo lo hace y con quién lo hace. Lo cual tiene sus aspectos positivos y sus aspectos negativos.
¿Cómo se concilia todo eso? Uf.
En todo caso, espero que en esta ocasión nadie me diga que planteo una cuestión cerrada. Incluso estoy dispuesto a replantear los términos de la pregunta.