Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán.
–Antes de que me olvide: hay un amigo que ya me ha contado tres veces que está muy enfadado contigo porque te mandó un correo electrónico mostrándote su disconformidad con no sé qué escrito tuyo y dice que no has tenido el rasgo de buena educación de responderle.
–Jopé, Gervasio –le contesto–, espero que hayas tenido el detalle de informarle de que no cuento con los medios que necesitaría para mantener correspondencia, y menos aún para polemizar, con la mucha gente que me escribe cada día. Ojeo todo lo que me mandan, quitando las misivas de los insultadores profesionales, que meto en una lista especial de la que se encarga mi programa anti-spam. Si tuviera que atender debidamente el correo, perdería en ello toda la mañana, o más. Y ni quiero ni puedo. Debo ganarme la vida. La gente no sabe que otros responden a todos los que les escriben sea porque les escribe poca gente, sea porque disponen de un programita de ésos que envían automáticamente respuestas protocolarias –una chorrada propia de un cantante de moda–, sea porque tienen alguien que atiende sus necesidades de secretaría, lo que, como sabes muy bien, no es mi caso.
–Pues no; no le dije nada de eso. Le dije sólo que ya te lo contaría.
–Vale, estupendo –doy por concluido el capítulo, en un tono no demasiado amistoso–. Y a ti, ¿qué tripa se te ha roto hoy?
–Oye, tío, no la emprendas conmigo, tú que tanto te quejas de los que se empeñan en «matar al mensajero». Sólo quería contarte eso y decirte que me resulta extraño que lleves tanto tiempo sin hacer ningún comentario sobre el juicio del 11-M. Empezaste mostrando tu desconfianza hacia todo lo que se cuece en la Audiencia Nacional, en general, y hacia el juez Gómez Bermúdez, en particular, y después de eso, silencio. ¿No tienes nada que decir del mar de fondo de este juicio?
–Vas para Sherlock Holmes en versión española, Gervasio. Efectivamente: si no he comentado nada sobre eso, es porque no he sentido la necesidad de hacerlo.
–Pues es raro, porque está toda esa polémica sobre la hipotética intervención de ETA en el atentado, en la que siguen emperrados, entre otros, algunos de tus compañeros de profesión.
–Pero es que tampoco tengo nada que decir sobre eso, porque ya lo dije en su día. A mediados de julio, si no recuerdo mal, hice un recuento del estado de la cuestión que abarcaba todos los aspectos fundamentales del caso.
–¿Y tú te crees que la gente recuerda todo lo que ha leído, en el supuesto de que lo haya leído?
–Bueno, eso es cierto. Quizá conviniera que explicara, así fuera muy en breve, por qué se me hace especialmente cuesta arriba entrar en los detalles de ese juicio para descartar desde dentro la hipotética participación de ETA en los atentados del 11-M. Se debe a que mi convicción es previa. Sé que ETA siempre se ha opuesto a cometer atentados en colaboración con otras organizaciones. Menos lo iba a hacer en este caso, tratándose de una pandilla de aspecto espantoso, compuesta por unos cuantos fanáticos islamistas y un puñado de delincuentes comunes que apestaban a confidentes a un kilómetro. Si ETA hubiera querido llevar a cabo ese atentado, podría haberlo hecho por su cuenta, sin necesidad de colaboración externa: tenía la gente y los explosivos necesarios. De lo único que hubiera tenido que preocuparse es de los topos que tiene infiltrados en sus propias filas. Razón de más para no tener tratos con gente como la que se sienta ahora en el banquillo de la Audiencia Nacional.
–¿Estás absolutamente seguro de que no puedes equivocarte?
–Gervasio, sabes de sobra que desconfío por principio de los absolutos. Nunca estoy absolutamente seguro de nada. Pero, salvando esa advertencia: sí; me parece que puedo asumir esa afirmación como una certeza razonable.
Aprovecho su momentáneo silencio para darle una larga cambiada con su tanto de coña y despedirme.
–Bueno, Gervasio: perdona que te deje, pero es que tengo un montón de correspondencia pendiente de contestar.