Hay una curiosa polémica en internet sobre una sedicente noticia que afecta a Ignacio Escolar y a su presunto intento de sacar a la luz un nuevo diario. Como no sé a ciencia cierta nada de todo ello, no estoy en condiciones ni de confirmar ni de desmentir… ni de nada.
Como, para más inri y para acabar de rematar la cosa, tampoco soy teórico de las ciencias de la información –práctico sí, pero no teórico–, me es difícil meter baza en las sesudas discusiones que se han puesto en marcha.
Voy a decir lo que pienso yo, por mi cuenta, y si a alguien le vale de algo, estupendo. Y, si no, pues qué le haremos.
Estoy radicalmente en contra de lo muchísimo que se publica hoy en día atribuyéndolo a fuentes indeterminadas.
En mi criterio, un periodista debe citar sus fuentes. Y contrastarlas. Si alguien te cuenta algo que es sorprendente, o llamativo, o sospechoso, te pones en contacto con otra persona que pueda tener información sobre ese mismo hecho y le preguntas si es verdad o no.
La norma es citar las fuentes. La excepción, ocultarlas.
Uno puede (e incluso debe) guardar secreto sobre sus fuentes de información en determinadas circunstancias. Por ejemplo, cuando, si las cita, las pone en peligro. O cuando lo que te han contado lo han hecho pactando que no vas a citarlas, porque, si no, no te lo cuentan. Es lo que se llama el off the record.
Yo no sólo me he negado a responder ante un tribunal sobre cuál era mi fuente de información en determinado asunto, sino que incluso he llegado a negar con la mayor energía que la fuente fuera la persona sobre la que me preguntaban, cuando lo cierto es que lo era. No me callé: mentí, directamente. Perjuré para protegerla, y mil veces que lo haría, porque era una buena persona que me había pasado a través de terceros documentación sobre un crimen y corría el riesgo de ir al paro, si es que no a la cárcel, por haber confiado en mí.
Otra cosa, no sólo diferente sino radicalmente contraria, es la costumbre actual de construir seudoinformaciones basadas en chismes, maledicencias y chascarrillos de café, copa y puro. Qué confidenciales ni qué mierdas: si estás en condiciones de afirmar algo, sostenlo y aporta los datos que tengas. Lo demás está al alcance de cualquier cucaracha del periodismo: «Me han dicho…», «Se cuenta…», «Parece que…» Así cualquiera se inventa lo que sea sobre cualquiera.
En tiempos bromeábamos en las redacciones sobre el daño que se puede hacer no ya afirmando, sino incluso desmintiendo: «No se confirma que el Papa violara a dos niñas judías ciegas». O, más actual: «Nada demuestra que Pepiño Blanco y Miguel Sanz sean amantes».
Mi problema –lo admito– es que soy muy mal pensado.
Porque más sabe el diablo por viejo que por diablo.
¿A quién puede estorbarle lo que esté haciendo o dejando de hacer Nacho Escolar? Cui prodest?
Ignoro si es verdad o mentira que alguien esté intentando sacar un diario a la izquierda de El País.
Por mi gusto, ojalá fueran diez. No seré yo quien les ponga obstáculos.
Y quien lo haga, que explique por qué lo hace.
Y, ya metidos en gastos, quién le paga por hacerlo.