Dije al comienzo de la vista sobre los atentados del 11-M que no me fío de la Audiencia Nacional, en general –me referí en aquel caso a su sobresaliente tendencia institucional a pifiarla–, y que tampoco me gusta el magistrado que preside la sala, Javier Gómez Bermúdez.
Su trayectoria no me inspira ninguna confianza, y los apoyos que obtuvo para hacerse con el puesto, menos. Mucha gente, en función de eso, sospechaba que iba a ser un magistrado condescendiente con las bien conocidas tesis que la derecha política ha manejado en relación al caso. Sin embargo, ha bastado que se las tuviera tiesas con alguno de los abogados de la AVT y afines, que diera unas cuantas voces rotundas, enérgicas y desabridas a varios de los acusados, que mostrara simpatía por algunas de las partes personadas en la causa y que se irritara visiblemente con los traductores, en plan Don Perfecto, para que buena parte de quienes hace unas semanas no se fiaban un pelo de él hayan empezado a mirarlo con indisimulada simpatía.
A mí sigue sin gustarme su comportamiento. Creo que un magistrado debe dejar que los acusados expliquen todo lo que creen que ayuda a su defensa, y no quitarles la palabra por la brava, porque quizá él esté empeñado en que el juicio no se alargue, pero ellos corren el riesgo de ser condenados a miles de años de cárcel y, cuando las cosas son así, la justicia tiene que ser muy especialmente garantista con las posibilidades de la defensa. Y un magistrado podrá estar convencido de las muchas razones que asisten a tales o cuales víctimas, pero no debe mostrar –ni siquiera cuando se baja del estrado– nada que pueda tomarse por parcialidad personal. Y tendrá motivos para sentirse molesto porque haya aspectos técnicos que no funcionen debidamente y tomar las medidas pertinentes para que se solucionen, pero no es quién para humillar públicamente a las personas encargadas de la realización de esas tareas.
Debería ser, en suma, más comedido, ponderado y discreto.
Pero, claro, entonces no llamaría tanto la atención, le sacarían menos fotos y ocuparía menos páginas.
Supongo que no hará falta que aclare que si me expreso así no es, desde luego, porque me gustaría que el juicio marchara por otros derroteros. Lo que me preocupan son las formas. Y en la justicia las formas son muy importantes.
Eso sin contar con que hay formas problemáticas que pueden contribuir a ocultar contenidos igual de problemáticos.