Ayer, en la tertulia dominical de Radio Euskadi, se planteó una cuestión de ésas a las que me suele derivar el pensamiento en los últimos tiempos, cuando prefiero no pensar en cosas serias, que casi siempre son las mismas, y ya me tienen harto: «¿Y por qué a los José se les llama Pepe?»
Se manejó una hipótesis, en mi criterio muy poco verosímil con criterios lingüísticos, sobre la posibilidad de que derivara de «padre putativo». Lo que yo tengo oído es que el apodo llegó a España procedente de Italia, donde los niños, por la tendencia que tienen a simplificar las palabras, decían (y dicen) Pepe para decir Giuseppe. O sea, José. Especulé con que fuera esa misma razón –la de la simplificación infantil de los nombres– la que explique que muchos Josemarías se hayan convertido por aquí en Txemas (o en Chemas, porque bastantes de los llamados así no son vascos).
Lo que a mí me intriga, de todos modos, no es eso, sino que esa tendencia a simplificar los nombres no se impusiera de origen, de modo que, por ejemplo, a nadie se le hubiera ocurrido nunca llamar a nadie Giuseppe, pudiendo llamarlo oficialmente Pepe, que es mucho más económico.
A mí me bautizaron (pasado mañana hará 59 años) «Francisco de Javier Luis Ignacio». ¿Le puede extrañar a alguien que con semejante origen haya salido tan retorcido?
A mi difunto hermano Carlos Fernando Cayetano Pantaleón (decidme si la cosa no tiene delito) lo llamábamos Bobi, Robertos al margen, porque ése era el nombre que él repetía sin parar de niño para atraer la atención de un perro que se paseaba por el gran patio interior de nuestra casa, en San Sebastián. «Bobi» –escribió él, excelente poeta, años después–, «con esa B de burro en las entrañas».
Me da últimamente por preguntarme bobadas –ya digo– para escapar de los asuntos serios, que me dirigen de inmediato a la calle de la amargura.
Otro asunto al que me sorprendo dándole vueltas desde hace días es: ¿por qué las mujeres se maquillan y los hombres no lo hacemos? Empiezo por aclarar que odio el maquillaje y que siempre me han dado bastante repelús las mujeres maquilladas (aunque no todas, y no siempre, y según cuándo, y según cuánto). Pero, ¿qué hace que muchas mujeres se sirvan de ese lenguaje de atracción? En la naturaleza, son con frecuencia los machos los que utilizan (¿utilizamos?) artificios para atraer a las hembras al apareamiento. Típico ejemplo: los pavos reales. Hace unos días, me fijé en lo abrumadoramente que algunos hombres utilizan (¿utilizamos?) la palabra para atraer taimadamente a las mujeres (o a otros hombres). ¿No es ésa otra forma de maquillaje?
Pero, ya digo: se trata de cosas menores en las que pienso cuando me pone muy triste pensar demasiado en las cosas mayores.
Nota bene.– Aprovecho la ocasión para agradeceros a todos (y a cada una) la atención que prestáis a este rincón de la red. Supongo que en parte será por nuestra cabezonería, que no es poca, pero aseguran las estadísticas que hemos alcanzado el récord de los últimos seis años. Nos lee la tira de gente, y cada vez sois más. Gracias muy-muy especiales a todos los que han arrimado el hombro por razones de principio (y porque sí): Mikel, Pako, Belén, Jean-Marat, Pablo, Felip, Marieta, Jesús, Manuel, Samuel... toda la gente de CodeSyntax... Me felicito (ya que va a ser el cumpleaños de la página) por lo bien que he acertado a rodearme.