Estuve ayer, conforme había anunciado aquí mismo a la hora del alba, en la recepción pre navideña del lehendakari Ibarretxe, en Vitoria. A los efectos de este comentario –o sea, dejando de lado la parte musical y los aspectos gastronómicos del acto, que estuvieron a la altura de lo esperable (o temible) en este género de acontecimientos político-sociales–, puedo decir que el viaje me valió la pena, tanto más considerando que de todos modos tenía previsto desplazarme hasta el Cantábrico.
Primero vino el discurso de Ibarretxe, de duración aceptable, doblemente –dicho sea en el más literal de los sentidos– al ser bilingüe.
El lehendakari ha acabado adoptando una técnica que presenta ciertas ventajas. No divide sus intervenciones en dos partes nítidamente separadas, sino que va pasando del castellano al euskara y del euskara al castellano, buscando a menudo formas distintas de decir lo mismo.
Me pareció oportuno su enfado con la epidemia de verborragia que padece la clase política (y su subsección periodística) en relación al llamado «proceso». Ironizó a cuenta de los políticos y periodistas (y políticos periodistas, y periodistas políticos) que se pasean por la escena «como los chulos de playa» –la comparación fue suya– sacando pecho y dándose ínfulas de estar al cabo de la calle, como si todos los protagonistas de la política subterránea perdieran a diario el culo –esto es ya de mi cosecha– para tenerlos al detalle de cada cosa o cosilla que ha sucedido, sucede o va a suceder. Tiene razón. Llegan a resultar insufribles. Y verdaderamente dañinos.
Me disgustó, a cambio, que insistiera una vez más en el tópico de que «hay que separar paz y política». Entiendo lo que quiere decir, pero me parece mal. Contribuye a difundir en la ciudadanía la idea de que la paz (cosa noble donde las haya) debe evitar el contacto contaminante de la política, sobreentendida como una actividad sectaria, nada altruista, tirando a rastrera. La política es como casi todas las potencialidades humanas; depende de quién y para qué se ejerza. Procurar la paz sin intenciones ocultas ni deseo de sacar de ella rentas distintas de las colectivas es hacer política, vaya que sí. Política en el más noble de los sentidos de la palabra, próximo del etimológico.
Acabado el discurso, deambulé por el recinto charlando con los unos y los otros. Había mucha, muchísima gente perfectamente desconocida para mí, vinculada, según me hicieron saber los expertos, a muy diversos sectores empresariales y administrativos. Fui deteniéndome a charlar con algunos políticos, varios elementos destacados del mundo académico y unos pocos colegas periodistas que considero dignos de crédito. También pude intercambiar breves impresiones con dos de mis víctimas editoriales: el propio lehendakari Ibarretxe y el también lehendakari, sólo que de otra rama, Xabier Arzalluz. Como este género de encuentros se realizan dando por hecha la discreción mutua (lo que en la jerga periodística se suele llamar off the record), no voy a dar cuenta aquí de nada de lo que oí (me refiero al conjunto de la gente con la que hablé, no a los dos que he citado nominalmente). Aparte de que en casi todos los casos me interesó más captar el estado de ánimo de la gente con la que hablaba que en obtener de ellos ninguna información concreta.
Mi impresión de conjunto no fue muy distinta de la que ya tenía antes de acudir al acto en cuestión. Constaté que quienes saben algo de lo que hablan están preocupados y, en parte, también algo desalentados. Y que buena parte de su preocupación y su desaliento surgen de la evidencia de que el Gobierno de Madrid tiene muchas preocupaciones que pasan por delante de la búsqueda de la paz. Preocupaciones de ésas que se reflejan en las encuestas que no paran de salir... y de contaminar. Hay muy pocos que tengan la paz como norte fijo y demasiados que sólo piensan en lo que puede suceder en las próximas elecciones.
Hubo un diálogo que, no diciendo con quien lo tuve, puedo reproducir, porque me parece que da muchas pistas.
–Si ETA acaba decidiéndose a romper la tregua –dije yo–, me temo mucho que lo hará poniendo un muerto, o varios, sobre la mesa.
Y mi interlocutor dijo:
–Y regalará las siguientes elecciones al PP.
Ése es el género de cálculos que
se está haciendo casi todo el mundo. Puf.